La lengua húmeda y cálida recorría cada borde de aquella cicatriz en su cuello, la repentina cercanía con tal atrevimiento la había sorprendido más allá de lo imaginado, Jacobo parecía no estar consciente de lo que estaba haciendo, su extraña conducta parecía ser más la de un animal que la de una persona, aquel acto tan…intimo, había logrado que el calor subiera desde su vientre hasta sus ya coloreadas mejillas, sin embargo, no quería apartarlo o hacerle entrar en razón, aquello, aunque era completamente vergonzoso, le agradaba, despertaba en ella mil sensaciones y sentimientos desconocidos, mucho más fuertes que cualquier otra cosa que hubiese sentido antes.
– Eres mía Arlina…dímelo, di que eres mía – decía Jacobo en un frenesí que no lograba detener ni comprender.
Arlina, con los ojos muy abiertos en sorpresa ante aquello, se aferró con fuerza al cuello de aquel hermoso hombre de piel canela besada por el sol, no entendía lo que estaba ocurriendo o que era lo que había cambiado de manera repentina, pero lo quería, deseaba ese momento desde hacía demasiado tiempo sin saberlo, mirando fijamente a los ojos negros de Jacobo, la albina decía todo sin pronunciar palabra alguna, aquel amor de infancia que se prometieron, ese nuevo sentimiento desenfrenado en el que había evolucionado, no eran más unos niños, habían crecido, dejando atrás la tierna infancia para dar paso a la madurez y con ella, los nuevos y desconocidos deseos oscuros se apoderaban de ambos, acercando su rostro hasta el de ella, Arlina lo besaba por primera vez, un beso trémulo, torpe en exceso, pero cargado de un deseo y pasión sin igual, Jacobo, sorprendido ante aquello, cerro sus ojos, profundizando aún más aquel intrépido beso, el primero que daba y recibía, sus sentidos agudizados lo hacían sonreír complacido, no había rastro, ni uno solo, de Alejandro O´Neill sobre ella, este era también su primer beso, nadie además de él había probado el néctar de sus tersos labios rosados, era su primero, y quería mantenerse siéndolo por siempre, aquel sentimiento de posesividad de nuevo lo embargaba, no quería que Arlina fuese de nadie más, por más que se esforzaba su instinto seguía venciendo a su razón, aquello estaba mal, él no era lo que Arlina merecía, sin embargo, su bestia interior, aquel lobo atroz, lo dominaba, la deseaba, quería ser el único que marcara su piel desnuda con su olor, quería pertenecerle y que le perteneciera en cuerpo…en alma.
– Lo soy, lo he sido siempre – respondió Arlina ante aquello que le rogo pronunciar con desesperación.
Un aullido interior resonaba dentro de él, aquella afirmación reforzaba su dominio, ella era suya, la mujer que había sido marcada por el para pertenecerle por siempre, besándola de nuevo, esta vez con más violencia…con más posesión, la recostaba sobre la hierba húmeda del bosque, llenándola de caricias mustias, adorándola como había hecho siempre, aquel intenso amor no era como ningún otro, el lobo amaba con todo lo que era, con todo su ser, cada poro, cada célula en él, todo pertenecía a ella, a su única, su elegida…su hembra.
Arlina sentía mil explosiones surgir como fuego dentro de ella, aquello, que podría ser tan mal visto, hacia su sangre hervir en un calor distinto, uno que la hacía desear, uno que le hablaba de mil sensaciones placenteras y desconocidas, logrando entorpecer sus sentidos y hacer flaquear su voluntad, si no se detenían en ese momento, si todo continuaba tal cual estaba ocurriendo, tendría su primera vez en medio de la espesura verde del bosque, y aquello, aquello no estaría bien… sin embargo, no podía detenerlo ni detenerse.
El sonido de voces desconocidas acercándose, los hizo salir de aquella ensoñación que estaban viviendo, mirándose el uno al otro, con el cabello revuelto y la ropa desacomodada, ambos se sonrojaron al caer en cuenta sobre lo que habían estado haciendo, ninguno podría expresar palabra alguna, era demasiado vergonzoso, demasiado pronto, demasiado inesperado, pero, aun así, ninguno se sentía realmente arrepentido de ello.
– Yo…lo siento, creo que te he asustado, yo…no sé qué decir en estos momentos – dijo Jacobo regañándose mentalmente por haberse atrevido a llegar a tanto.
Arlina dejo escapar una tímida risita, no estaba molesta, aunque si avergonzada, y no se arrepentía de aquello, Jacobo le había demostrado lo mucho que seguía pensando en ella, aunque de una manera poco convencional y bastante precipitada.
– Yo, no estoy molesta, no era lo que tenía en mente sobre encontrarme contigo…pero no me quejare – dijo entre tímidas risas la hermosa albina.
Jacobo la miro de nuevo con intensidad, los celos de nuevo comenzaban a embargarlo, aquello que habían hecho, sabía que no lo había hecho con nadie más, ni ella, ni el, sin embargo, Arlina estaba comprometida con Alejandro O´Neill, en algún momento el la tocaría igual, la besaría igual…y no podía permitirlo, no era el momento de unirse a ella, de, en términos de animales, llevar a cabo un ritual de apareamiento, debía esperar a que fuese la luna prometida, entonces, y solo entonces, podría completar aquella marca de posesión sobre ella, la que había hecho cuando aún era un inexperto cachorro, cuando aún no tenía el poder de hacer una marca completa, solo la luna de sangre confería el poder al alfa de tomar a su hembra y marcarla para la eternidad como suya, y así, ningún otro hombre, humano o inhumano, podría jamás acercarse a ella, era una horrenda necesidad natural que tenían los que eran como el, algo completamente mal visto en una sociedad humana, sin embargo…él no lo era, no era un humano, y su instinto animal dominaría siempre a su razón…aunque no lo quisiera.
– Dime algo, ¿Por qué te has comprometido con ese hombre? ¿Por qué lo has hecho aun llevando mi marca? – cuestiono Jacobo con seriedad y enojo.
Arlina no entendía a que podría referirse con marca, sin embargo, si podía responder aquella pregunta…debía responderla, Jacobo era el único que, quizás, podría ayudarla a encontrarlo…aquello que anhelaba con desespero y le había sido arrebatado por los O´Neill…su hermano gemelo.
– No puedo dejar a Alejandro, aun cuando lo odio con toda mi alma, él lo tiene, sé que es así, los O´Neill nos separaron cuando vino el fuego que se llevó a mis padres y hasta que no lo recupere no puedo alejarme de ellos…porque si lo hago, le harán daño – dijo Arlina abrazándose a sí misma.
Jacobo enardecido en ira al entender las razones de la hermosa albina, ellos, los O´Neill tenían lo único que Arlina sería incapaz de dejar atrás…Su hermano gemelo, Arlen.
Tomando por lo hombros a la frágil chica, Jacobo la miraba fijamente a sus hermosos ojos violeta.
– Te ayudare a encontrarlo, y cuando te devuelva lo que te quitaron, serás mía, esta vez para siempre – dijo Jacobo con firmeza.
Una cálida sonrisa se dibujó en el hermoso rostro de la albina, creyendo en la promesa de Jacobo, aquel fiel amigo, aquel a quien amaba, siempre cumplía su palabra, sin importar que, así era el, así lo había conocido desde que eran solo unos niños.
Mirándose de nuevo fijamente, se fundían en otro beso, uno más sereno, más dulce, prometiéndose así encontrar lo que Arlina había perdido, y vivir aquel sueño que tanto habían anhelado en su infancia, jurando aquello en silencio con el bosque como mudo testigo, ambos se besaban sellando una promesa.
Ojos furiosos buscaban a Arlina por cada rincón en la mansión O´Neill, se había escapado de nuevo en las narices de su servidumbre sin que pudiesen impedirlo, una rabia interior lo embargaba no queriendo imaginarla cerca del heredero Artigas, sin embargo, su propio instinto le decía que así era, no podía tocarla aun, a pesar de llevar deseándola desde el momento mismo en que la había conocido, Arlina llevaba su marca, la marca incompleta de un alfa inmaduro, Jacobo Artigas la había marcado cuando aún era un cachorro, robándole la oportunidad de hacerlo el, una hembra marcada no podía ser tomada por otro macho, esa era la ley de todos los clanes, quien la violara, sufriría el peor de los castigos, la condena al exilio, un lobo sin manada era un lobo muerto, sin embargo, aun cuando la hermosa albina ya estaba marcada, la marca de un cachorro inmaduro podría eliminarse, debía tomarla y marcarla el mismo cuando llegase la luna de sangre, en aquel mismo sitio donde el otro alfa la había reclamado, por esa razón estaban allí, dentro de unos meses más, la esperada noche llegaría y tomaría la oportunidad para tomar lo que siempre debía haber sido suyo…la albina con la belleza de la luna.
Encerrándose en su estudio, Alejandro meditaba sobre todo, debía lograr expulsar a los Artigas de pueblo antes que la noche prometida llegase, y se encargaría de que fuese de esa manera, la cercanía entre Arlina y Jacobo solo fortalecería el vínculo y por ende, la marca, y aquello no lo permitiría, amaba a la hermosa albina, y ella había sido su hembra elegida desde aquel primer momento en que la había visto, belleza prístina que emulaba a la luna, la promesa de progenie poderosa, no aceptaría a nadie más que a ella a su lado…aun cuando lo odiara él le enseñaría a amarlo.
Mirando aquella fotografía, aquella que fue tomada el primer día en que ella llego a su vida, admiraba la belleza infantil de la que se había enamorado, recordando la fascinación que sintió al verla, la niña albina que había nacido en luna de sangre junto a un hermano idéntico, era aquella que predecían las leyendas entre los lobos, y, además, poseía una belleza única y mayor a cualquier otra que hubiese visto, ella había nacido siendo besada y bendecida por la Diosa Luna, la encarnación viva de Artemisa.
Sin dejar de pensar en Arlina, Alejandro se prometía nunca perderla…y volverla suya para lo que durara la eternidad.
La tarde finalmente llegaba, Arlina y Jacobo se habían despedido, regresando a la mansión que tanto detestaba, sentía de nuevo aquellas muchas miradas incomodas que parecían señalarla como una rareza, aquello nunca había sido agradable y recordaba con tristeza como había sido tratada junto a su hermano, Arlen siempre había sido el más sensible de los dos, y ella junto a Jacobo solían defenderlo, su hermano, su amado hermano gemelo, quien había creído perdido en aquel atroz incendio, el líder O´Neill le había dicho que sabia en dónde encontrarlo, por aquella promesa de un día volverse a ver, es que había permanecido tantos años con ellos, siempre esperando la llegada de lo más amado, trayendo solo fotografías de cómo, lejos de ella, crecía, entonces, supo que ellos jamás lo devolverían, lo seguirían manteniendo cautivo en algún sitio, de esa manera Alejandro obtendría lo que deseaba, casarse con ella, sintiendo de nuevo aquel profundo odio en su corazón, Arlina entraba a la demasiado lujosa mansión O´Neill donde su despreciable prometido ya la estaba esperando, violeta y océano se miraron, desafiándose, la ira de Alejandro se disparó enardecida al reconocer el aroma de Jacobo Artigas sobre su prometida…el, había estado con ella, se habían besado.
No muy lejos de allí, refugiado de la incandescente luz del sol, un joven de frágil y hermosa apariencia se ocultaba en las sombras, mirando el reflejo del impresionante astro en el agua cristalina del rio, cabellos de plata que brillaban entre los pequeños rayos de luz dorada que se colaban a través de las hojas del árbol donde descansaba, piel blanca como la nieve, completamente prístina como el mármol, rostro de hermosas y delicadas facciones, ojos violeta tan profundos y solitarios que conmovían a todo aquel que los mirase, aquello que más anhelaba Arlina.
– Pronto nos reuniremos Arlina, después de tanto, tú y yo los extinguiremos, a todos los lobos que provocaron nuestra tragedia, no dejaremos con vida a ninguno de ellos –
Decía aquel hermoso joven con belleza blanca y pura, un gemelo nacido en medio de una luna sangrienta.
Sintiendo aquel calor sobre su cuerpo, recordando aquella suave piel sedosa tan blanca como la nieve, un lobo aullaba en la lejanía, declarando como suya a aquella a la cual había elegido.
Un aullido a la luna que comenzaba a dibujarse en el cielo, un fuerte deseo que sentían por el otro, una promesa de infancia que deseaban mantener, un hombre que también la deseaba, un hermano perdido que no quería ser encontrado aún.
Caricias apasionadas que recorrían cada parte de su cuerpo, miradas intensas que quemaban como el fuego, ojos negros penetrantes que consumían su alma, piel morena, hermosa, besada por la luz del sol…aullidos de lobo que parecían cantar en aquella súplica a la luna.Arlina despertaba de aquel húmedo sueño, el sudor perlaba su frente, se sentía fuera de control, no había olvidado aquel evento en el bosque, aun sentía las apasionadas caricias de Jacobo sobre su piel, como si se hubiesen quedado grabadas en ella, quemándola a flor de piel, sumergiéndola en un abismo de bajas pasiones que nunca antes había experimentado y que la sobrecogía.Levantándose de la comodidad de su cama, la hermosa albina camino hacia la terraza de su alcoba, el gentil viento matutino acariciaba su rostro con suavidad, el olor a los pinos del bosque llegaba hasta ella logrando tranquilizarla,
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
El viento de la madrugada soplaba delicioso colándose por los enormes ventanales de su alcoba, elevando las cortinas y dibujando formas difusas con ellas, se había despedido de Jacobo por esa noche, sintiendo a flor de piel aquellas apasionadas caricias que le había regalado, su cuerpo ya no sentía dolor alguno, como si de alguna manera, el haber estado entre los brazos del apuesto moreno la hubiese ayudado a sanar lo que sea que le hubiese pasado, aquello le había proporcionado una sensación reconfortante, un alivio para el agobiante dolor que había sufrido, la cicatriz en su cuello ya no la quemaba, y todo parecía haber vuelto a la normalidad consigo misma.El sonido de la puerta de su alcoba abriéndose, ya le decía de la desagradable visita que se atrevía a invadir sus aposentos a esas horas, pero no le sorprendía en lo más mínimo, después de todo, había esto con
La melodía de un piano resonaba en aquella extensa propiedad de floridos campos de mil colores, el aroma al pasto recién cortado se dejaba sentir inundando sus fosas nasales, blanco cabello casi emulando a la plata, se mecía con gentileza en el viento, habilidosas manos tocaban una triste melodía sin detenerse, un fiel amigo yacía a los pies de aquel hermoso joven de piel tan pálida y prístina como la nieve en las montañas, hermosos ojos de lavanda recién cortada observaban aquel extenso panorama en medio de las montañas, oculto del resto del mundo y donde era forzado a permanecer, deteniendo la melodía del piano, aquel joven de rostro hermoso y mirada llena de resentimiento, bajaba su mano para acariciar a su viejo amigo, la única compañía permanente que tenía a su lado desde que lo perdió todo y lo condenaron a un claustro forzado.– Hey, despierta, es hora
La noche había llegado, y con ella, las memorias, memorias del piel a piel que había tenido con Jacobo Artigas, el calor subía por su cuerpo al recordar aquellos besos apasionados, aquella dureza que en el sintió, quería probarlo, saber lo que se sentiría perder la virginidad con él, pero, por alguna razón que no lograba comprender, aun cuando constantemente se encontraban a solas, el no se atrevía a dar aquel paso, y ella, quizás, era demasiado tímida para intentarlo.Mirando el resplandor plateado de la luna, sintió un repentino mareo, un recuerdo llegaba de repente, la figura furiosa de su padre regañándola con completa ira por estar jugando con Jacobo, palabras como impuro, mala casta y demás, llegaron a ella sin entender ni recordar bien aquello, lo que significaba, ni tampoco porque su padre se había enfadado tanto por verla jugar con el apuesto moreno.
Calores sofocantes que lo asfixiaban en sus profundos sueños, sensaciones a flor de piel que lo consumían, piel tan blanca como la nieve, cremosa, divina, plasmada de la belleza pura de la luna, cabello blanco, casi como el color de la plata, ojos violeta que lo miraban inyectados de pasión desenfrenada, sus manos morenas acariciando con verdadera ansiedad, con deseo, a aquella hermosa albina que lo consumía como un abrazador fuego del que no lograba ni lograría escapar jamás, aquella intimidad, aquel botón rosado que deseaba sentir, una sensación de fuego indescriptible naciendo dentro de él, su nombre en aquellos labios sonrosados y pequeños que lo invitaba…que lo incitaban a tomarla una y otra vez para cubrir su vientre con su semilla, Arlina, solo Arlina, aquella a la que deseaba con desenfrenada pasión y que había marcado para ser por siempre suya estaba desnuda debajo de él, con s
Aquel momento en la plaza del pueblo había sido incomodo, demasiado en realidad, la tarde recién comenzaba y Arlina se sentía molesta, saludar a Jerome Artigas había sido agradable, un reencuentro completamente inesperado y casual con el hombre que la había apreciado tanto cuando aún era una niña, aquel que le había ofrecido refugio y a quien tuvo que rechazar debido a que los O´Neill tomaron a su hermano, los celos de Alejandro eran ridículos, el sabía perfectamente bien que ella jamás podría corresponder a sus sentimientos pues lo odiaba, aun así, el apuesto rubio tenía la mala costumbre de declararla como suya como si de alguna maldita propiedad se tratara, estaba harta de ello, realmente harta.Mirando hacia el techo de su alcoba, sonrió para sí misma, a pesar del desagradable momento, había visto a Jacobo aunque hubiese sido solo por un instante, d