Caricias apasionadas que recorrían cada parte de su cuerpo, miradas intensas que quemaban como el fuego, ojos negros penetrantes que consumían su alma, piel morena, hermosa, besada por la luz del sol…aullidos de lobo que parecían cantar en aquella súplica a la luna.
Arlina despertaba de aquel húmedo sueño, el sudor perlaba su frente, se sentía fuera de control, no había olvidado aquel evento en el bosque, aun sentía las apasionadas caricias de Jacobo sobre su piel, como si se hubiesen quedado grabadas en ella, quemándola a flor de piel, sumergiéndola en un abismo de bajas pasiones que nunca antes había experimentado y que la sobrecogía.
Levantándose de la comodidad de su cama, la hermosa albina camino hacia la terraza de su alcoba, el gentil viento matutino acariciaba su rostro con suavidad, el olor a los pinos del bosque llegaba hasta ella logrando tranquilizarla, aquel apasionado sueño con Jacobo, había logrado que su corazón latiera con fuerza, amenazando con escapar de su pecho ¿Hasta dónde podrían haber llegado de no haberse detenido en aquel momento? No lo sabía y tampoco estaba segura de querer averiguar, nunca antes había hecho nada ni remotamente parecido con nadie, tener sexo mucho menos, ni siquiera era algo que le importara… hasta ese momento…sin embargo, la idea de hacerlo con él, con Jacobo, no le parecía desagradable, incluso, sentía el deseo de ir más allá, pero sabía que aún no era el momento.
El sonido de la puerta abriéndose logró fastidiarla de inmediato, Alejandro había cambiado la cerradura de su alcoba y solo él tenía las llaves en su poder, se había olvidado de colocar una silla para atorar la entrada la noche anterior y ahora mismo su infame prometido se acomodaba a su lado mirando en dirección al bosque.
– ¿Se te ofrece algo? – cuestionó Arlina sin mirar a Alejandro.
– ¿Desde cuándo lo ves? – cuestionó Alejandro con rencor recordando el aroma del heredero Artigas sobre su prometida.
– Disculpa, ¿Pero de quien hablamos específicamente? Yo veo a mucha gente – respondió Arlina con sarcasmo.
– No te hagas la tonta, sabes de quien hablo, hoy no estoy de humor para tus estupideces – dijo Alejandro acercándose peligrosamente hasta la hermosa albina.
Miradas intensas de pasión y rencor de dibujaron en los rostros de ambos, uno con deseo, la otra con odio, aquel compromiso, un futuro matrimonio que estaba destinado al fracaso…a la infelicidad.
– No me llames tonta, si te refieres a Jacobo Artigas, grábate esto en la cabeza, hablaré con quién yo quiera hablar, me tienes harta, no soy tu m*****a propiedad, aunque te guste creer que si lo soy – dijo Arlina desafiando a Alejandro.
Alejandro tomó entre sus dedos le delicada barbilla de la albina, aquellos ojos violeta que lo miraban con odio tenían un brillo especial en ellos, un brillo que no había visto en ella antes…los celos comenzaban a consumirlo, admirando la gran belleza de la albina, Alejandro acercó su rostro hasta el de ella, mirando aquellos pequeños y perfectos labios sonrosados, sintió su sangre hervir de ira al saber que otro los había besado, no lo soportaba, aquel sentimiento que lo consumía, quería hacerla suya, tomarla para siempre y no compartirla con él mundo, Arlina debía ser solo suya, solo él la merecía, y no perdonaría al heredero Artigas por haber tomado su primer beso.
Arlina se había quedado paralizada ante aquel repentino acercamiento, mirando a los profundos ojos de océano de Alejandro, pudo ver aquella desbordante pasión en ellos, aquel amor que juraba por ella…y un inmenso sufrimiento también, y, aquello, la desconcertaba.
Posando sus labios sobre los de la hermosa albina, Alejandro sintió una poderosa electricidad recorriendo su cuerpo, quería besarla para siempre, que Arlina le correspondiera aquel beso como seguramente se lo había correspondido al mal nacido de Artigas, sin embargo, sus labios tibios y suaves permanecieron inmóviles.
Un terrible dolor sacudió a Arlina logrando derribarla sobre el suelo, aquella marca en su cuello dolía, ardía…la estaba quemando, corriendo al espejo de su alcoba, pudo ver que aquella cicatriz dejada por Jacobo, se había enrojecido, era como una brasa al rojo vivo sobre su piel que la estaba lastimando, su pecho, también comenzaba a doler como si fuese a darle un infarto, ¿Qué estaba pasando?
Alejandro apretó sus puños con fuerza…aquella marca era y sería una maldición en medio de él y Arlina, una que a toda costa debía borrar, la marca de un Alfa, aun cuando este fuese solo un cachorro, era en realidad, una especie de hechizo que sólo los lobos podían otorgar…los alfa, más específicamente, un legado hereditario que se usaba para marcar a una hembra como la propiedad de un macho, si esta, de alguna manera faltaba a su pacto y tocaba o era tocada por otro macho, recibiría dolor como un castigo…si la hembra copulaba con otro…moriría irremediablemente…junto al hombre que la marcó, Jacobo Artigas debía estar atravesando el dolor del vínculo, ambos, unidos por el lazo de la marca y el amor, no podrían tener otras parejas, el amor entre lobos era algo poderoso e inquebrantable, siempre prometidos a su hembra…y ella a él, si tomaba a Arlina por la fuerza, la mataría, y el heredero Artigas moriría para seguirla, existiendo juntos en la eternidad, la inmortalidad del hombre lobo no era completamente cierta, si bien, no podían morir por armas, fuego o un interminable etcétera, si podían morir por amor…por la pérdida de su marcada o su traición, él lo sabía, por ello, debía tomar a Arlina bajo la luz de la luna de sangre para reescribir aquella marca incompleta que aún podía eliminarse, haría a la hermosa albina suya la noche esperada en el mismo sitio donde el heredero Artigas la marcó siendo un niño, y entonces, pondría su propia marca sobre ella y cuando aquello ocurriera, ya nadie podría separarlos…jamás.
– ¿Qué me está pasando? – cuestionó Arlina a nadie en especial para luego perder el conocimiento debido al dolor, sin tener tiempo de reprochar a Alejandro lo que había hecho.
En la mansión Artigas, Jacobo sentía su cuerpo arder de dolor, alguien la había besado, alguien se había atrevido a poner su suciedad sobre su elegida, y ese alguien, no podría ser nadie más que Alejandro O’Neill.
– Maldito seas O’Neill – dijo Jacobo sintiendo su cuerpo dolerse.
La piel morena de Jacobo se iba poco a poco cubriendo de pelo, hermoso pelaje grisáceo, casi plateado, sus ojos negros se volvían azules con negro, un poderoso aullido salía de la garganta de aquel hermoso lobo Artigas, en un rugido feroz, Jacobo saltaba desde la altura de su balcón en busca de Arlina, aullando de nuevo, una vez más hacia su reclamo sobre la hermosa albina, Arlina le pertenecía a él y solo a él, Alejandro O’Neill debía pagar su atrevimiento.
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
El viento de la madrugada soplaba delicioso colándose por los enormes ventanales de su alcoba, elevando las cortinas y dibujando formas difusas con ellas, se había despedido de Jacobo por esa noche, sintiendo a flor de piel aquellas apasionadas caricias que le había regalado, su cuerpo ya no sentía dolor alguno, como si de alguna manera, el haber estado entre los brazos del apuesto moreno la hubiese ayudado a sanar lo que sea que le hubiese pasado, aquello le había proporcionado una sensación reconfortante, un alivio para el agobiante dolor que había sufrido, la cicatriz en su cuello ya no la quemaba, y todo parecía haber vuelto a la normalidad consigo misma.El sonido de la puerta de su alcoba abriéndose, ya le decía de la desagradable visita que se atrevía a invadir sus aposentos a esas horas, pero no le sorprendía en lo más mínimo, después de todo, había esto con
La melodía de un piano resonaba en aquella extensa propiedad de floridos campos de mil colores, el aroma al pasto recién cortado se dejaba sentir inundando sus fosas nasales, blanco cabello casi emulando a la plata, se mecía con gentileza en el viento, habilidosas manos tocaban una triste melodía sin detenerse, un fiel amigo yacía a los pies de aquel hermoso joven de piel tan pálida y prístina como la nieve en las montañas, hermosos ojos de lavanda recién cortada observaban aquel extenso panorama en medio de las montañas, oculto del resto del mundo y donde era forzado a permanecer, deteniendo la melodía del piano, aquel joven de rostro hermoso y mirada llena de resentimiento, bajaba su mano para acariciar a su viejo amigo, la única compañía permanente que tenía a su lado desde que lo perdió todo y lo condenaron a un claustro forzado.– Hey, despierta, es hora
La noche había llegado, y con ella, las memorias, memorias del piel a piel que había tenido con Jacobo Artigas, el calor subía por su cuerpo al recordar aquellos besos apasionados, aquella dureza que en el sintió, quería probarlo, saber lo que se sentiría perder la virginidad con él, pero, por alguna razón que no lograba comprender, aun cuando constantemente se encontraban a solas, el no se atrevía a dar aquel paso, y ella, quizás, era demasiado tímida para intentarlo.Mirando el resplandor plateado de la luna, sintió un repentino mareo, un recuerdo llegaba de repente, la figura furiosa de su padre regañándola con completa ira por estar jugando con Jacobo, palabras como impuro, mala casta y demás, llegaron a ella sin entender ni recordar bien aquello, lo que significaba, ni tampoco porque su padre se había enfadado tanto por verla jugar con el apuesto moreno.
Calores sofocantes que lo asfixiaban en sus profundos sueños, sensaciones a flor de piel que lo consumían, piel tan blanca como la nieve, cremosa, divina, plasmada de la belleza pura de la luna, cabello blanco, casi como el color de la plata, ojos violeta que lo miraban inyectados de pasión desenfrenada, sus manos morenas acariciando con verdadera ansiedad, con deseo, a aquella hermosa albina que lo consumía como un abrazador fuego del que no lograba ni lograría escapar jamás, aquella intimidad, aquel botón rosado que deseaba sentir, una sensación de fuego indescriptible naciendo dentro de él, su nombre en aquellos labios sonrosados y pequeños que lo invitaba…que lo incitaban a tomarla una y otra vez para cubrir su vientre con su semilla, Arlina, solo Arlina, aquella a la que deseaba con desenfrenada pasión y que había marcado para ser por siempre suya estaba desnuda debajo de él, con s
Aquel momento en la plaza del pueblo había sido incomodo, demasiado en realidad, la tarde recién comenzaba y Arlina se sentía molesta, saludar a Jerome Artigas había sido agradable, un reencuentro completamente inesperado y casual con el hombre que la había apreciado tanto cuando aún era una niña, aquel que le había ofrecido refugio y a quien tuvo que rechazar debido a que los O´Neill tomaron a su hermano, los celos de Alejandro eran ridículos, el sabía perfectamente bien que ella jamás podría corresponder a sus sentimientos pues lo odiaba, aun así, el apuesto rubio tenía la mala costumbre de declararla como suya como si de alguna maldita propiedad se tratara, estaba harta de ello, realmente harta.Mirando hacia el techo de su alcoba, sonrió para sí misma, a pesar del desagradable momento, había visto a Jacobo aunque hubiese sido solo por un instante, d
El olor a muerte era todo cuanto se percibía en aquel sitio nauseabundo, cadáveres de animales descompuestos era todo lo que saltaba a la vista en aquel bosque de pinos oscuros, Alejandro cubría su nariz con su fino pañuelo de seda, realmente odiaba estar aquel tan asqueroso sitio, pero necesitaba aliados para lo que estaba por venir.– Entonces, podremos ser parte de los O´Neill, siempre y cuando te ayudamos a acabar al futuro alfa de los Artigas, es una apuesta arriesgada, los Artigas no son compasivos con los que son como yo, prefieren alojar a humanos antes que a su propia especie, y los O´Neill son igual, dime niño bonito ¿Por qué deberíamos arriesgarnos por una manada que promete acogernos pero que seguramente nos desechara como basura luego de que matemos al otro niño bonito? – dijo una mujer de hermosa piel morena y ojos color oro.Deseando vomitar por el nauseabundo aroma, A