La noche caía de nuevo sobre el pintoresco pueblo de Arties, nubarrones grises comenzaban a cubrir en su totalidad la hermosa luz plateada de la luna, los bosques, valles y montañas, pronto se vieron cubiertos con el manto de la penumbra nocturna, el sonido de las aves nocturnas junto al canto de los grillos, amenizaban el profundo silencio de la inmensa oscuridad, no había aullidos de lobo, las bestias que le cantaban a la luna parecían haber decidido no salir a cazar esa noche sin luna.
Arlina se hallaba ya en sus aposentos privados, sin deseos de hablar con alguien o siquiera ver a otro ser humano.
Espero que puedas perdonarme…pero no mereces a alguien como yo a tu lado…porque yo…no soy lo que tú necesitas…y nunca podre serlo
Las palabras de Jacobo seguían dando vueltas en su cabeza una y otra vez sin detenerse, mil preguntas se formulaban en su mente intentando entender el significado de estas, pero solo una lograba reinar por encima de las otras ¿Por qué?
El cansancio comenzaba a pesarle, pero aún no lograba conciliar el sueño preguntándose el motivo por el cual Jacobo Artigas no la deseaba cerca, ¿Era acaso debido a su compromiso con Alejandro? No, eso no podía ser una única razón, además, su viejo amigo sabía que se hallaba con los O´Neill contra su voluntad…era el único que lo sabía.
Girando de un lado a otro sobre su cama, escucho el sonido de un auto estacionándose fuera…Alejandro había regresado de su corto viaje de negocios y de nuevo tendría que soportarle cerca, mirando fijamente al techo al parecer recién pintado de su alcoba, Arlina recordaba en mudo silencio como fue aquel primer encuentro con su odioso prometido.
Cabellos rubios dorados como la luz del sol, singular belleza en un rostro arrogante y aristocrático, ojos azules, profundos como el océano pero llenos de desdén y desprecio por otros, piel pálida, aunque no tanto como la de ella, un gesto de permanente arrogancia y la altivez de un hombre bien parado en su posición, elegante como un caballero, despreciable como ninguno, Alejandro O´Neill era todo lo que más odiaba representado en una persona, su belleza de adonis no era suficiente para tapar su horrenda y arrogante personalidad.
Eres mía y lo serás siempre
Aquellas palabras que le decía siempre estaban grabadas en su mente, fastidiándola como nada lo hacía, el heredero de los O´Neill la había declarado su propiedad desde el primer momento en que la vio, cuando ella solo era una chiquilla de 10 años y él tenía 14, desde entonces se había convertido en su sombra, siguiéndola a todos lados y desaprobando, con detestable actitud, cada cosa hecha por ella, siempre recordándole que sería su esposa y debía actuar a la altura “de su hombre”.
Levantándose de un brinco de su cama, se apresuró a la puerta de su alcoba para colocar los seguros y atorar una silla, odiaba que al regresar de algún viaje su odioso prometido ingresara sin su consentimiento a sus aposentos para besarle la frente y recitar la misma frase declarándola suya…odiaba tener que soportar aquel compromiso donde ni siquiera le preguntaron si aceptaba o no lo hacía…odia a los O´Neill más que a nada…deseaba recuperar lo perdido y con ello, su libertad.
Tomando uno de los libros de su estante, Arlina comenzó a leer devorando página tras página…derramando lagrima tras lagrima…quería ser libre, quería volver a la universidad, convertirse en una gran arqueóloga y viajar por el mundo haciendo grandes hallazgos…quería simplemente vivir su propia vida sin nadie más declarándola como una propiedad.
El recuerdo de los ojos de noche de Jacobo Artigas la invadió repentinamente, de nuevo, las lágrimas se derramaban desde sus ojos lavanda intentando comprender la actitud del que fue su mejor amigo…no lo dejaría marchar tan fácilmente, no aceptaría explicaciones mediocres o a medias…ella merecía saber la verdadera razón y si esta tenía el nombre de su prometido…entonces tendría una razón más para odiarle.
El silencio en su mansión era sepulcral, solo el ama de llaves se había levantado a recibirlo, Alejandro buscaba con la mirada a su prometida y, como siempre, no había tenido éxito alguno, Arlina era una mujer problemática, insumisa, nunca dispuesta a complacerlo en lo más mínimo, iba por la vida actuando a su modo y manera, sin importar lo mucho que daba para hablar con sus actitudes rebeldes, su padre la había traído a su vida cuando era solo un jovencito, y supo que debía ser suya en cuanto la vio, una doncella con la belleza prístina de la luna llena, una leyenda que escucho alguna vez…no la dejaría marcharse jamás, aun cuando sabia lo mucho que ella le odiaba y que jamás podría amarlo, él la tendría a su lado…por la eternidad.
– ¿Ah dado de que hablar en el pueblo? – pregunto Alejandro sabiendo bien que sí que lo había.
La vieja ama de llaves de la familia miro con suma seriedad a su joven amo.
– Ha permanecido mayormente en sus aposentos, saliendo a dar paseos en compañía de su ave, sin embargo, joven amo, no debería unir su vida a la de esa mujer, su piel, su cabello, es una maldecida por la luna…traerá desgracias a su vida si la convierte en su mujer – dijo la anciana ama de llaves sobándose las manos temerosas.
Alejandro sonrió ante aquel comentario.
– Es lo que ansió – respondió sin más el joven de rubios cabellos alejándose de su sirvienta que se persignaba asustada.
Mirando la puerta de los aposentos de su prometida, Alejandro intento abrirla sabiendo bien que esta estaría cerrada.
– Se que me escuchas Arlina, he regresado, mañana saldremos a dar un paseo juntos por el pueblo, es momento de que todos sepan que has vuelto como mi prometida – dijo Alejandro sabiendo bien que la hermosa albina aun estaría despierta.
Luego de esto, se marchó a sus habitaciones con una familia en mente, aquellos que rivalizaban en poder con los O´Neill, los Artigas no estaban felices de saber a la joven albina como su prometida, y, por supuesto, que se pasearía con la codiciada joven por todo el pueblo, esperando que aquellos rumores se regaran como pólvora y llegasen hasta los oídos de ellos.
Los pasos de su odioso prometido se alejaban a sus propios aposentos, ¿Pasearse por el pueblo? Por supuesto que sí, pero sería a su manera, ya se arrepentiría aquel despreciable hombre de forzarla a salir con él.
La luz del sol vaticinaba un día caluroso, Arlina ya se encontraba lista para su paseo por el pueblo, se había puesto sus jeans más cómodos y su camisa vaquera favorita, así como sus botines viejos, sabia lo mucho que Alejandro odiaba su atuendo “pueblerino” como solía llamarle, así que se divertía pensando en las maneras en que le fastidiaría su cita perfecta.
Bajando para molestar a su prometido, grande fue su decepción al encontrarlo vestido en vaqueros y demasiado informal para lo que acostumbraba a vestir, lanzándole una mirada de molestia, Arlina se apresuró a salir de la mansión.
– ¿Creíste que no sabría lo que planeabas? Te conozco lo suficiente para saber que intentarías sabotear esto, pero no te la pondré fácil esta vez – dijo Alejandro con una risa de suficiencia plasmada en su rostro.
– Eso está por verse ricitos de oro, la mañana apenas comienza y ya encontrare la manera de fastidiarte esto – dijo Arlina sonriendo con seguridad.
Lanzando un silbido al aire, la hermosa albina llamaba a su majestuosa lechuza, quien, como siempre, acudía rápido al llamado de su ama.
– Oh no, no llevaras a esa m*****a ave con nosotros – dijo Alejandro tajantemente.
– Lo siento ¿Dijiste algo? Creo que Ayla no entiende lo que dices, ya sabes, es una lechuza, no sabe hablar humano – respondió Arlina con suspicacia.
Un gesto de enorme molestia se dibujó en el rostro de Alejandro.
– No la llevaras – demando el rubio sin espacio a replica.
– A donde quiera que yo vaya, ella estará conmigo, y eso, mi querido ricito, no depende de ti – dijo la hermosa albina entrando a la lujosa camioneta.
El corto viaje al pueblo fue silencioso, como era siempre, Arlina ni siquiera volteaba a verlo, se mantenía al pendiente del molesto avechucho que los seguía de cerca, bajando finalmente, Alejandro se apresuró al lado de la albina para tomar su delicada mano entre la suya, logrando únicamente que esta la apartara en el acto.
Caminando juntos por las plazoletas y diversos mercados del rustico pueblo, las miradas de todos parecían concentrarse en ellos, todos los habitantes los miraban expectantes, temerosos, eran las mismas miradas que le dedicaron muchas veces cuando aún era una niña.
Mirando el tono de su piel, una sonrisa se dibujó en los labios de Arlina, era una maldecida, según los mitos que se contaban en aquellas regiones, habiendo nacido en noche de luna llena y, además, con albinismo, mucho fue el desprecio de los muy tradicionales pobladores de Arties en su tierna infancia…únicamente Jacobo la aceptaba tal cual era…únicamente él la amo viendo más allá de su tono de piel.
“Me llamo Jacobo Artigas señorita…y mi padre me ha dicho que no es propio de un caballero el dejar llorar a una damita, así que, no llores, eres muy bonita, y brillas como la luna…quiero ser tu amigo, si tu así lo quieres, lo seré”
Aquellos recuerdos de nuevo la golpeaban en el peor lugar y en la peor compañía, Alejandro, por supuesto, se hallaba más entretenido inflando aún más su enorme ego y no se había percatado de las lágrimas que escaparon traicioneras de sus ojos violeta.
Caminando en dirección opuesta a la de su prometido aprovechando la distracción de este con finos muebles de lujo, Arlina se alejó corriendo en un esfuerzo por no mostrar debilidad alguna frente al hombre al que más odiaba, chocando de frente con alguien más.
– Yo lo lamento, no me fije por donde iba – dijo la hermosa albina disculpándose y subiendo su mirada para ver el rostro de aquel con el que había chocado.
Bosque oscuro y lavanda en violeta se encontraron sin poder dejar de verse, nuevas lagrimas cayeron de los ojos de Arlina al tener a Jacobo Artigas frente a ella una vez y recordando aquello dicho por este.
Alarmado al ver las lágrimas de aquella hermosa albina, Jacobo levanto el rostro de la chica tomando su mentón con delicadeza.
– ¿Que te ocurre? ¿Aquel O´Neill te ha lastimado? – pregunto con verdadera angustia el apuesto castaño de piel bronceada.
– Lo siento, me has pedido que no vuelva a hablarte…y quise exigirte una respuesta a ello…pero no lo hare, lamento haberme tropezado contigo esta mañana Artigas – respondió Arlina en un esfuerzo por evitar decirle que lloraba por él…por las memorias de infancia.
Jacobo se sintió dolido por aquellas palabras, pero sabía que aquello era lo mejor para la hermosa albina…que ya bastante sufrimiento cargaba después de perderlo todo…mirando aquellos hermosos ojos violeta de sus recuerdos, vio una última lagrima caer desde estos dejando un pequeño camino que tenía el olor del mar.
Acercándose a ella sin meditarlo o pensarlo, temiéndola en peligro, la abrazo protectoramente, como aquel día en que la conoció por vez primera.
– Mi padre me dijo una vez, hace mucho tiempo, que no es propio de un caballero dejar llorando a una damita – dijo Jacobo con sinceridad, logrando que el corazón de la albina diera un brinco en su sitio.
– ¿Porque me has dejado sola en un pueblo de miradas crueles? – pregunto repentinamente Arlina.
Separándose de aquel abrazo, Jacobo se incorporó de nuevo, y sacando un pañuelo del bolsillo de su pantalón, se lo entrego a su vieja amiga.
– No puedes ni podrás entenderlo, tu…no puedes estar cerca de mí, lo que yo soy, nadie puede entenderlo, y es mi destino estar solo…por favor, perdóname Arlina – dijo Jacobo con dolor en sus palabras.
– No me importa lo que esté ocurriendo contigo…tan solo, quiero a mi mejor amigo de vuelta, yo, no voy a juzgarte, te he querido siempre… - Arlina no terminaba de decir aquello cuando un fuerte jalón la empujo hacia atrás.
– ¿Qué haces con este pueblerino? Te he estado buscando como un perfecto idiota y tu estabas aquí con un…Artigas – dijo Alejandro arrastrando desdén en sus palabras.
– No es propio de un caballero tratar así a una dama…aunque bueno, temo que no veo ninguno por aquí – dijo Jacobo con severa molestia ante el trato que el heredero O´Neill daba a Arlina.
– Lárgate, pequeño Artigas…Arlina es mi prometida ahora, no importa que tan cercanos hayan sido en su infancia, ella me pertenece ahora y tu no vas a cambiar eso – dijo Alejandro con arrogancia.
Negro y azul se miraron con desdén y gran desprecio, un odio antiguo, lejano, se reflejó en ambos ante la mirada de Arlina, quien, por un instante, pudo ver un brillo rojizo en los ojos de su querido amigo de infancia.
– Arlina no es un objeto, y no te pertenece…no a ti… - respondió Jacobo dejando salir una especie de extraño gruñido gutural que hizo retroceder a Alejandro.
– Basta, yo no soy un maldito objeto, será mejor que dejes de decir esas estupideces sin sentido, me marcho, haz el recorrido por el pueblo tu solo – dijo Arlina caminando lejos de ambos hombres.
Una sensación extraña la embargaba, un sentimiento tan intenso, como un calor sofocante, la invadió repentinamente ante aquella extraña mirada en los ojos de Jacobo Artigas, silbando de nuevo a su inseparable Ayla, Arlina caminaba de regreso a la mansión O´Neill, sin entender lo que acababa de ocurrirle.
– Esto no cambia las cosas Artigas, no te acerques a mi prometida, o lo lamentaras – dijo Alejandro caminando luego tras la albina.
Jacobo fijo su mirada en la delicada figura, cada vez más lejana, de Arlina, ¿Qué había sido aquello? Aquel sentimiento de posesión que sintió sobre la hermosa albina, aquel deseo de destrozar a Alejandro O´Neill con sus manos…todo había cambiado, sin embargo, quizás, una sola cosa no lo había hecho…entonces, todo se volvería problemático.
Un encuentro en el pueblo que no esperaban, recuerdos de un ayer perdido, dos herederos, una doncella, y un camino largo a recorrer por delante.
Cuenta la leyenda, sobre la existencia de seres mitad hombre, mitad lobo, que entre aullidos le cantaban a la luna, seres sobrenaturales que poseían una fuerza extraordinaria que usaban su poder para someter a los humanos, llenando de terror a las personas que incesantemente buscaban calmar la ira de las bestias, sin embargo, se decía que la luna, en un acto de misericordia a la humanidad, había creado dos seres que portaban su belleza y compasión, hijos de la luna de cabellos y piel tan blancos como la nieve en los montes pirineos, lobos de sangre plateada que llegaron a calmar a las bestias que constantemente los azolaban, pero, en el gran temor y egoísmo de los hombres, acabaron con cada uno de ellos temiendo que aquella raza incrementara su poder si decidían unir sus fuerzas, entonces, fue que lo peor que pudiesen haber hecho, ocurrió, naciendo gemelos en cualquier familia de cualquier nivel social, los enardecidos aldeanos, a
El sol radiaba su poderosa luz con gran fuerza esa mañana, el barullo de las personas en las calles comenzaba a sentirse cada vez más molesto, el café que bebía no era el mejor del mundo, ni siquiera podría considerarlo a su altura, era un día ya bastante tedioso y eso que recién estaba comenzando.Alejandro O´Neill era un hombre exigente, todo debía ser a su entero gusto y las voluntades siempre debían estar a su merced, nunca se hallaba satisfecho con nada, era un joven caprichoso con ambiciones demasiado grandes, ambiciones que, sin duda alguna, prometía ver cumplidas.Arlina no había deseado acompañarlo a visitar al alcalde del pueblo, hombre regordete de baja estatura que se hallaba permanentemente nervioso en su presencia, el sudor en su frente le causaba asco, sus manos sudorosas no era algo que deseara estrechar ni en broma, aquel hombre feo jamás podría esta
La lengua húmeda y cálida recorría cada borde de aquella cicatriz en su cuello, la repentina cercanía con tal atrevimiento la había sorprendido más allá de lo imaginado, Jacobo parecía no estar consciente de lo que estaba haciendo, su extraña conducta parecía ser más la de un animal que la de una persona, aquel acto tan…intimo, había logrado que el calor subiera desde su vientre hasta sus ya coloreadas mejillas, sin embargo, no quería apartarlo o hacerle entrar en razón, aquello, aunque era completamente vergonzoso, le agradaba, despertaba en ella mil sensaciones y sentimientos desconocidos, mucho más fuertes que cualquier otra cosa que hubiese sentido antes.– Eres mía Arlina…dímelo, di que eres mía – decía Jacobo en un frenesí que no lograba detener ni comprender.Arlina, con los ojos muy abiertos en sor
Caricias apasionadas que recorrían cada parte de su cuerpo, miradas intensas que quemaban como el fuego, ojos negros penetrantes que consumían su alma, piel morena, hermosa, besada por la luz del sol…aullidos de lobo que parecían cantar en aquella súplica a la luna.Arlina despertaba de aquel húmedo sueño, el sudor perlaba su frente, se sentía fuera de control, no había olvidado aquel evento en el bosque, aun sentía las apasionadas caricias de Jacobo sobre su piel, como si se hubiesen quedado grabadas en ella, quemándola a flor de piel, sumergiéndola en un abismo de bajas pasiones que nunca antes había experimentado y que la sobrecogía.Levantándose de la comodidad de su cama, la hermosa albina camino hacia la terraza de su alcoba, el gentil viento matutino acariciaba su rostro con suavidad, el olor a los pinos del bosque llegaba hasta ella logrando tranquilizarla,
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
El viento de la madrugada soplaba delicioso colándose por los enormes ventanales de su alcoba, elevando las cortinas y dibujando formas difusas con ellas, se había despedido de Jacobo por esa noche, sintiendo a flor de piel aquellas apasionadas caricias que le había regalado, su cuerpo ya no sentía dolor alguno, como si de alguna manera, el haber estado entre los brazos del apuesto moreno la hubiese ayudado a sanar lo que sea que le hubiese pasado, aquello le había proporcionado una sensación reconfortante, un alivio para el agobiante dolor que había sufrido, la cicatriz en su cuello ya no la quemaba, y todo parecía haber vuelto a la normalidad consigo misma.El sonido de la puerta de su alcoba abriéndose, ya le decía de la desagradable visita que se atrevía a invadir sus aposentos a esas horas, pero no le sorprendía en lo más mínimo, después de todo, había esto con
La melodía de un piano resonaba en aquella extensa propiedad de floridos campos de mil colores, el aroma al pasto recién cortado se dejaba sentir inundando sus fosas nasales, blanco cabello casi emulando a la plata, se mecía con gentileza en el viento, habilidosas manos tocaban una triste melodía sin detenerse, un fiel amigo yacía a los pies de aquel hermoso joven de piel tan pálida y prístina como la nieve en las montañas, hermosos ojos de lavanda recién cortada observaban aquel extenso panorama en medio de las montañas, oculto del resto del mundo y donde era forzado a permanecer, deteniendo la melodía del piano, aquel joven de rostro hermoso y mirada llena de resentimiento, bajaba su mano para acariciar a su viejo amigo, la única compañía permanente que tenía a su lado desde que lo perdió todo y lo condenaron a un claustro forzado.– Hey, despierta, es hora