La luna brillaba en lo alto, alzándose orgullosa y bañando con su luz de plata todo el valle, el viento fresco de la madrugada reconfortaba sus agudizados sentidos, los aullidos en la lejanía lo llamaban, haciéndole una invitación para cantarle a belleza de la luna, cada crujir en el bosque, cada sonido de animal, todo podía percibirlo…todo era diferente cuando se miraba a través de los ojos de un lobo, la sangre corría a mil por hora…y su hambre aumentaba en demasía.
Corriendo por las praderas aquel lobo de pelaje gris aullaba su canción a la belleza sublime de la luna, aquella era una hermosa noche, donde todo parecía haber cambiado.
Arlina despertaba de su poco tranquilo sueño, cada noche, era una pesadilla tras otra desde aquel fatídico día en que lo perdió todo, levantándose de su cama camino hasta la amplia terraza de su alcoba, eran ya varios años desde aquello, sin embargo, aquel recuerdo seguía doliendo como el primer día.
La brisa fresca de la madrugada era tranquilizadora, silbando hacia el viento, de nuevo su querida amiga de alas blancas llegaba hasta ella escuchando su llamado.
– Buenas noches bonita, espero que tu caza haya sido productiva, estoy segura de que hay mucha comida en los alrededores para ti – murmuraba Arlina a su amada lechuza.
La majestuosa ave ululaba en respuesta, como si de verdad entendiese lo dicho por su ama.
Mirando a la espesura de los bosques, Arlina recordaba a su querido amigo Jacobo, su reencuentro había sido el más deseado, sin embargo, no podía evitar sentir que algo había cambiado después de tantos años sin verse, aquel apuesto joven de cabellos castaños y ojos negros parecía, de cierta manera, distante…acurrucándose en la cómoda y acolchada mecedora, siguió admirando las difusas y oscuras siluetas de los árboles que estaban bañados con el tenue resplandor de la luna, las majestuosas montañas parecían tan imponentes y soberbias como las recordaba de antaño, las praderas también estaban cubiertas con el delicado manto de la espesura de la noche, casi no se podía ver en medio de aquella inmensa oscuridad, las luces de las lejanas callecitas iluminaban tenuemente el panorama, aquel pueblo era demasiado hermoso, el rio que lo cruzaba permanecía limpio, aunque con la penumbra era difícil apreciarlo, sin duda, el paisaje frente a ella distaba mucho del ambiente de ciudad en que había permanecido todos esos años bajo el resguardo obligatorio de los O´Neill, y se sentía sinceramente dichosa de dejar atrás la muchedumbre de la urbe para finalmente regresar a su pueblito en medio de las montañas…aunque aquello también le trajera recuerdos dolorosos.
El aullido de los lobos se escuchaba cercano a la propiedad de los O´Neill, agudizando su vista para ver si lograba aprecias a una de esas bellas y temidas criaturas de la noche, Arlina se recargo en el borde de su terraza…entonces pudo verlo, un hermoso ejemplar de lobo de montaña con un abundante pelaje, el resplandor de la luna parecía bañarlo, haciendo que su pelo brillara como la plata, sorprendida por el prodigioso tamaño de aquel hermoso animal, la albina se sintió maravillada ante la belleza de aquella impresionante criatura, aquel lobo parecía mirarla fijamente, aunque, sin atreverse a acercarse más de lo debido a la propiedad, por un momento, aquella mirada lobezna le hizo pensar en Jacobo, y sin dejar de mirarle, pudo ver como aquel hermoso lobo comenzaba de nuevo a aullarle a la luna, como dedicándole una hermosa canción en un lenguaje desconocido, su amada lechuza revoloteaba por encima de este sin inmutarse, el hermoso animal tampoco parecía molesto por ella, aquello era, sin duda extraño, sintiendo un repentino cansancio silbo de nuevo para llamar a Ayla, dando una última vista en dirección a aquella hermosa bestia de la noche se percató que está ya se había marchado, caminando hacia su cama para recostarse sobre esta, se quedó dormida, meditando en su somnolencia sobre Jacobo…sobre los lobos, escuchando un último aullido lejano se quedó dormida, entregándose así por completo a los brazos de Morfeo.
El sol de la mañana entraba colándose descaradamente por su ventana, sintiendo malestar un hermoso joven de cabellos castaños se despertaba de su letargo, algo que solía detestar bastante Jacobo Artigas era, sin duda, el resplandor dorado de la luz del sol, más aun a horas tan tempranas de la mañana, levantándose con pesadumbre de su cama, resolvió darse una ducha fría, el agua cristalina resbalaba entre sus muy tonificados músculos, su piel morena parecía labrada por Miguel Ángel, era apuesto, había crecido, de ser aquel niño delgado y escuálido ahora era un hombre en sus mejores años y su musculatura había incrementado considerablemente, su cabello castaño despedía el olor a fina madera de su shampoo, aquel día se vería de nuevo con aquella hermosa amiga de su infancia…para decirle que todo había cambiado y nada podría ser igual que antes…aun cuando él lo deseaba más que nada, sabía que no podría ser así de nuevo, había escuchado además el rumor en labios de sus padres, Arlina se había comprometido con el heredero de los O´Neill, Alejandro, quien era un hombre francamente detestable…aquella noticia le había dolido profundamente, pero ya no eran aquellos inseparables chiquillos que compartían sueños en su tierna infancia, Arlina también había crecido y tenía el derecho de unir su vida a quien ella quisiera…aun así, repitiéndose mentalmente aquellas palabras, seguía doliendo.
Cerrando la ducha y preparándose para el día, repasaba mentalmente lo que le diría a la joven, debía cortar con aquel pasado de tajo…ella no podría estar cerca de él…en realidad, nadie podría, aquel secreto que guardaba para sí mismo, era algo que no estaba dispuesto a compartir con nadie, menos aun con alguien que le importaba tanto, era mejor soportar el dolor de perderla por su propio rechazo a que se fuera huyendo de él, de sus secretos.
Caminando con determinación hasta el pueblo, Jacobo Artigas sentía un pesado dolor lastimarle el pecho, recordando aquellas muchas risas infantiles que compartió al lado de aquella preciosa albina de ojos violeta, quiso dar la vuelta y no decir lo que tenía para decirle…sin embargo, sabía que aquello era lo mejor, para ella misma.
Mirando hacia aquel claro en el bosque donde solían reunirse en secreto cuando aún eran niños, Jacobo dejaba atrás el pueblo, en medio de las flores de mil colores ya lo esperaba ella, lucia incluso aún más hermosa que en sus memorias doradas, Arlina se había convertido en la mujer más bella que sus ojos jamás hubiesen visto, su larga cabellera casi plateada ondeaba al viento, sus ojos, sus preciosos ojos violeta lo miraban con un deje de verdadera emoción, su piel parecía brillar bajo los tenues rayos de luz dorada que se colaban a través de las hojas del árbol en que ella se refugiaba de la luz del sol, Arlina era un homenaje viviente a la hermosura de la luna, tan bella, tan perfecta.
Frente a frente se miraron sin saber que decirle al otro, aquellas palabras que estuvo ensayando parecían haberse perdido en sus memorias ante la blanca y prístina sonrisa de la hermosa joven frente a él.
– Hola Jacobo, decidí salir un poco antes, me alegra que hayas venido – dijo Arlina sacándolo de sus pensamientos.
Una vez más Jacobo se sentía sin palabras, sin embargo…había algo por decir…y aunque doliera, tenía que decirlo.
– He venido hasta aquí únicamente para decirte algo…no quiero que vuelvas a dirigirme la palabra, tú y yo no podemos tener la misma amistad que un día tuvimos, ahora eres una O´Neill, y no solo eso…sé que te casaras con el heredero de esa familia, no podemos ser cercanos por principio, nuestras familias son rivales, por ello, no quiero que vuelvas a acercarte a mi – dijo tajantemente, aunque arrastrando dolor en sus palabras, Jacobo.
Aquella hermosa sonrisa en el rostro de Arlina se había desvanecido, en su lugar, una lagrima se derramo desde sus ojos violeta, aquellas duras y crueles palabras la habían devastado en su segundo día de haber regresado a aquel pintoresco pueblito, Jacobo Artigas, su mejor amigo, su mayor anhelo, la miraba con frialdad…ya no era el mismo amable niño del que ella se había enamorado en su infancia más tierna.
– ¿Por qué? Tú sabes que ellos me han llevado contra mi voluntad…solo tú lo sabias, pensé que lo habrías comprendido – dijo dolorosamente la hermosa albina.
Jacobo quiso retractarse, pero sabía que no debía, por el bien de aquella temblorosa muchacha no podía retroceder.
– Buenos días Arlina, espero que puedas perdonarme…pero no mereces a alguien como yo a tu lado…porque yo…no soy lo que tu necesitas…y nunca podre serlo – dijo Jacobo apretando los puños hasta volver blancos sus nudillos.
Dando una media vuelta Jacobo Artigas se marchó, dejando a una hermosa albina desolada y sin entender el enigma de sus palabras.
Nunca será lo mismo, se repetía mentalmente aquel hermoso joven de cabellos castaños, sabiendo que nada era igual al ayer y que en su futuro, solo habría canciones a la luna para decirse…mirando las blancas alas de Ayla, Jacobo deseo una vez más regresar para abrazar a Arlina…sin detenerse para hacerlo.
La noche caía de nuevo sobre el pintoresco pueblo de Arties, nubarrones grises comenzaban a cubrir en su totalidad la hermosa luz plateada de la luna, los bosques, valles y montañas, pronto se vieron cubiertos con el manto de la penumbra nocturna, el sonido de las aves nocturnas junto al canto de los grillos, amenizaban el profundo silencio de la inmensa oscuridad, no había aullidos de lobo, las bestias que le cantaban a la luna parecían haber decidido no salir a cazar esa noche sin luna.Arlina se hallaba ya en sus aposentos privados, sin deseos de hablar con alguien o siquiera ver a otro ser humano.Espero que puedas perdonarme…pero no mereces a alguien como yo a tu lado…porque yo…no soy lo que tú necesitas…y nunca podre serloLas palabras de Jacobo seguían dando vueltas en su cabeza una y otra vez sin detenerse, mil preguntas se formula
Cuenta la leyenda, sobre la existencia de seres mitad hombre, mitad lobo, que entre aullidos le cantaban a la luna, seres sobrenaturales que poseían una fuerza extraordinaria que usaban su poder para someter a los humanos, llenando de terror a las personas que incesantemente buscaban calmar la ira de las bestias, sin embargo, se decía que la luna, en un acto de misericordia a la humanidad, había creado dos seres que portaban su belleza y compasión, hijos de la luna de cabellos y piel tan blancos como la nieve en los montes pirineos, lobos de sangre plateada que llegaron a calmar a las bestias que constantemente los azolaban, pero, en el gran temor y egoísmo de los hombres, acabaron con cada uno de ellos temiendo que aquella raza incrementara su poder si decidían unir sus fuerzas, entonces, fue que lo peor que pudiesen haber hecho, ocurrió, naciendo gemelos en cualquier familia de cualquier nivel social, los enardecidos aldeanos, a
El sol radiaba su poderosa luz con gran fuerza esa mañana, el barullo de las personas en las calles comenzaba a sentirse cada vez más molesto, el café que bebía no era el mejor del mundo, ni siquiera podría considerarlo a su altura, era un día ya bastante tedioso y eso que recién estaba comenzando.Alejandro O´Neill era un hombre exigente, todo debía ser a su entero gusto y las voluntades siempre debían estar a su merced, nunca se hallaba satisfecho con nada, era un joven caprichoso con ambiciones demasiado grandes, ambiciones que, sin duda alguna, prometía ver cumplidas.Arlina no había deseado acompañarlo a visitar al alcalde del pueblo, hombre regordete de baja estatura que se hallaba permanentemente nervioso en su presencia, el sudor en su frente le causaba asco, sus manos sudorosas no era algo que deseara estrechar ni en broma, aquel hombre feo jamás podría esta
La lengua húmeda y cálida recorría cada borde de aquella cicatriz en su cuello, la repentina cercanía con tal atrevimiento la había sorprendido más allá de lo imaginado, Jacobo parecía no estar consciente de lo que estaba haciendo, su extraña conducta parecía ser más la de un animal que la de una persona, aquel acto tan…intimo, había logrado que el calor subiera desde su vientre hasta sus ya coloreadas mejillas, sin embargo, no quería apartarlo o hacerle entrar en razón, aquello, aunque era completamente vergonzoso, le agradaba, despertaba en ella mil sensaciones y sentimientos desconocidos, mucho más fuertes que cualquier otra cosa que hubiese sentido antes.– Eres mía Arlina…dímelo, di que eres mía – decía Jacobo en un frenesí que no lograba detener ni comprender.Arlina, con los ojos muy abiertos en sor
Caricias apasionadas que recorrían cada parte de su cuerpo, miradas intensas que quemaban como el fuego, ojos negros penetrantes que consumían su alma, piel morena, hermosa, besada por la luz del sol…aullidos de lobo que parecían cantar en aquella súplica a la luna.Arlina despertaba de aquel húmedo sueño, el sudor perlaba su frente, se sentía fuera de control, no había olvidado aquel evento en el bosque, aun sentía las apasionadas caricias de Jacobo sobre su piel, como si se hubiesen quedado grabadas en ella, quemándola a flor de piel, sumergiéndola en un abismo de bajas pasiones que nunca antes había experimentado y que la sobrecogía.Levantándose de la comodidad de su cama, la hermosa albina camino hacia la terraza de su alcoba, el gentil viento matutino acariciaba su rostro con suavidad, el olor a los pinos del bosque llegaba hasta ella logrando tranquilizarla,
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
Aullido lobezno resonaba en el campo abierto cada vez más cercano a la mansión O´Neill, Alejandro acomodaba entre las blancas y prístinas sabanas de seda a Arlina sobre la cama de la hermosa albina, sintiendo la poderosa presencia detrás de él, pudo ver la mano morena de Jacobo Artigas acariciando el hermoso rostro de su amada.– En ocasiones como esta desearía que fueses un vampiro, de esa manera no podrías entrar en un hogar ajeno – dijo Alejandro volteando a ver al joven hombre lobo que lo miraba con odio.Negro y océano se miraron fijamente sin decir nada por un momento, Alejandro sabia la razón por la cual el heredero Artigas se había atrevido a invadir la habitación de Arlina, había sentido el dolor del vínculo que tenía con la albina, después de beso que forzó hacia la bella durmiente que se había desmayado debido al dolor que
El viento de la madrugada soplaba delicioso colándose por los enormes ventanales de su alcoba, elevando las cortinas y dibujando formas difusas con ellas, se había despedido de Jacobo por esa noche, sintiendo a flor de piel aquellas apasionadas caricias que le había regalado, su cuerpo ya no sentía dolor alguno, como si de alguna manera, el haber estado entre los brazos del apuesto moreno la hubiese ayudado a sanar lo que sea que le hubiese pasado, aquello le había proporcionado una sensación reconfortante, un alivio para el agobiante dolor que había sufrido, la cicatriz en su cuello ya no la quemaba, y todo parecía haber vuelto a la normalidad consigo misma.El sonido de la puerta de su alcoba abriéndose, ya le decía de la desagradable visita que se atrevía a invadir sus aposentos a esas horas, pero no le sorprendía en lo más mínimo, después de todo, había esto con