Capítulo 3: Devastada

*Seis meses después*

Laia.

Me encontraba sentada en el patio de la mansión. Había una especie de montaña a lo lejos, en donde exploradores solían descartar peligros.

Seis meses habían pasado desde que Caleb me llevó a su mansión. Solo me mantuvo encerrada los primeros días, pero ya después me dio más libertad.

Mi loba interior no había sido conocida como quería. Todavía me costaba transformarme y no podía controlarlo. Por más que le rogué a Caleb que me ayudara, nunca quiso hacerlo.

El hombre que pensé que se convertiría en el amor de mi vida, me terminó desilusionando poco a poco. Nunca tuvimos intimidad, ni siquiera me había dado un mísero beso que me calmara la ansiedad de poder tener su amor.

—Laia, ¿qué haces por aquí? —cuestionó una exploradora que acababa de llegar.

Ya la conocía, y a veces notaba que se quedaba viendo a Caleb con los mismos ojos que yo...

Deseosos, ansiosos por tener un poco de contacto con esa bestia.

—Claire... Solo quise tomar el aire, ¿cómo les fue? —pregunté, al ver que su pecho subía y bajaba.

El sudor recorría su frente, ya que estábamos en pleno medio día. Ella no fue la única en llegar, también lo hicieron los demás exploradores poco a poco.

—Uff, que calor —Se abanicó con la mano—. Los alrededores siguen estando despejados. Iré a tomar un baño, nos vemos luego.

Sonrió de manera risueña y asentí. Me dejó sola de nuevo, pensando en cómo la había tratado Caleb en el pasado... ¿Con amor? ¿Deseo? ¿Cómo?

Hundí mi cara encima de la mesa, apoyada con mis brazos. Claire se había vuelto una especie de amiga para mí, al igual que la sirvienta que me asignaron, llamada Elena.

Interactuaba más con ellas dos que con el propio Caleb, eso era lo que más me frustraba.

—¿Qué estás haciendo? —Su voz me estremeció.

Levanté el mentón para que nuestros ojos se encontraran. Esas iris grisáceas me dejaron con la boca entre abierta y con el corazón a mil.

—C-Caleb —titubeé.

—No deberías estar afuera —dijo, cruzado de brazos—. Puede ser peligroso.

Alcé una ceja.

—Creí que me habías dado más libertad —le recordé—. ¿Desde cuándo te preocupas por lo que me suceda?

—No sabes defenderte, ¿qué esperas hacer por tu cuenta? —refutó, sentándose frente a mí—. Quería hacerte una petición.

—Usted no me ha querido ayudar... —murmuré, molesta por su actitud—. ¿Esperas que yo lo haga?

Golpeó la mesa, dejándome aturdida y de nuevo sentí una gran intimidación con solo ver sus ojos.

«No te atrevas a contradecirme»

Pude escuchar esas palabras en mi propia mente, distorsionadas entre mi voz y la suya.

¿Qué carajos había sido eso?

—Puedo saber lo que piensas y quieres decirme, Laia —aclaró, erizando mis vellos.

—¿Qué? —cuestioné—. ¿Es telepatía?

Empecé a sudar frío. Esa habilidad estaba casi extinta y los únicos que solían tenerla eran alfas con un poder inimaginable.

Él asintió.

Decidí comprobarlo por mi cuenta. Me crucé de brazos y lo miré, esperando que adivinara mi pensamiento hacia él.

—Sé que piensas que soy un imbécil, Laia —resopló.

Me acomodé en la silla, sintiéndome muy pequeñita delante de él. Mis labios empezaron a temblar porque eso significaba que había estado leyendo mis pensamientos en los últimos meses...

O sea que no le importé en lo absoluto.

—¿En serio no has sentido nada en estos últimos meses? —inquirí, cabizbaja.

—No pienso ilusionarte, Laia —confesó—. ¿Vas a escuchar mi petición?

—Bueno...

—Necesito que me des un cachorro —soltó. Casi me ahogué con mi propia saliva.

—¿Cómo puedes ser tan descarado? —cuestioné, levantándome de golpe—. Nunca formalizaste conmigo. No hubo esa boda bajo la luna que nos convertiría en una pareja legal. Para ti fue suficiente anunciarlo con unas pocas palabras y ya. Jamás me has puesto un dedo encima y se nota tu indiferencia hacia mí, ¿y me estás pidiendo un hijo? No me jodas.

Mis cejas estaban inclinadas y la rabia predominaba en mi interior. ¿Cómo se le ocurría semejante petición? Me sentí completamente ofendida.

Estaba dispuesta a marcharme sin esperar su respuesta, pero me detuvo. Su mano tocó mi muñeca por primera vez y una electricidad recorrió mi piel, pero hice lo posible para ignorarla.

—Deberías tomarlo como una orden —aseveró, frunciendo el ceño—. No voy a aceptar un no por respuesta. Te recuerdo que el que da las órdenes soy yo.

—¿Vas a abusar de mí, Caleb? —indagué, mordiéndome el interior del labio.

Él no respondió. Solo me quedó viendo con una extraña mirada de reproche. Era como si me quisiera hacer ver como la villana de la historia.

—Eso pensé —dije, soltándome de su agarre.

Esta vez, no me detuvo y me fui de ahí. Estaba furiosa porque durante esos meses no me había permitido hacer nada, ni siquiera usar mi transformación.

¡Nada!

Caleb era un imbécil sin remedio. No tenía corazón, ¿para que quería un hijo? Sería el peor padre del mundo, conociéndolo.

(...)

La noche había llegado en un abrir y cerrar de ojos. Estuve pensando todo el día en lo que me propuso Caleb.

¿Y si él lograba encontrar esa chispa cuando me tocara?

A pesar de que no habíamos formalizado ante la luna como esperaba, seguía teniendo la esperanza de recibir su amor.

Claire me había explicado que con ella solo tuvo intimidad, pero no le llegó a expresar ningún sentimiento más allá de eso.

Estaba de camino a su habitación, acomodando las palabras en mi mente para aceptar su propuesta. Yo nunca había estado con un hombre, así que me costaría, pero mi corazón me impulsaba a ir más allá para descubrirnos a nosotros mismos.

Me detuve en la puerta cuando escuché una risa femenina provenir del interior. Mi pecho se apretujó y mis cejas se hundieron porque esa voz me sonaba familiar.

Aproveché que la puerta estaba entre abierta y decidí acercar mi ojo para observar.

—No imaginé que volverías a buscarme después de encontrar a tu luna, Caleb —comentó Claire.

Mis ojos se abrieron ante la escena. Cubrí mi boca para no dejar escapar ese ahogado suspiro que quiso salir por la sorpresa.

Ambos estaban en la cama, con varias prendas en el suelo y casi desnudos. Caleb seguía teniendo esa seria expresión en su rostro, pero me dejó devastada ver cómo su mano acariciaba la clavícula de la pelirroja.

—Sabes mejor que nadie que mi corazón no podrá pertenecerle ni a mi luna —confesó.

En ese momento sentí cómo mi corazón se salió de mi pecho, cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.

—¿Y por qué tardaste tanto en buscarme? Fueron seis meses en donde ningún otro lobo me llenaba como lo hacías tu, Caleb —aseveró ella, mirándolo.

—Solo eres un pasatiempo, Claire, te lo he dicho siempre. Tampoco siento nada por ti, así que no te ilusiones —resopló.

—¿Y ahora? Porque estás engañando a tu luna conmigo, querido —habló, con un tono cínico que me hizo cerrar los puños.

—Me sirves, por ahora.

La respuesta completa de él fue darle un apasionado beso que ni en mil años hubiera hecho conmigo. Esa fue la gota que derramó el vaso en mi interior.

De mis ojos brotaron las lágrimas de impotencia por no haber logrado cambiar sus sentimientos hacia mí. Me di cuenta de que nunca sería amada por mi mate, por más que lo intentara.

Entré de una vez.

—¿Y todavía querías un cachorro mío? —solté, entre el llanto.

Ambos se separaron y la que se vio avergonzada fue Claire. Mi mate seguía con su típica expresión neutral que no me decía nada.

—L-Laia... Puedo explicarlo —dijo ella, acomodando su ropa.

—Déjanos solos, por favor —pedí.

Ella asintió y tomó las pocas prendas que se había quitado, marchándose de la habitación con vergüenza.

—No recuerdo haberte dicho que podías entrar en mi habitación —habló, un poco indignado.

Abrí la boca.

—¿Una extraña puede entrar y tu luna no? —cuestioné, frunciendo el ceño.

—Claire no es ninguna extraña —defendió, levantándose.

Se puso de pie frente a mí. Tenía el pantalón puesto, pero estaba sin camisa y con su trabajado torso a la vista.

—Me acabo de dar cuenta de ello —solté, con ironía—. Vayamos al grano, Caleb. Tú y yo no vamos a congeniar.

—En eso estoy de acuerdo, pero no me hagas un drama por una tontería —apoyó.

—¡Quise aprender a amarte, idiota! —exclamé, exaltada y con el nudo en la garganta—. Pensé que lograría hacerte cambiar de opinión. Pensé que podríamos conectar en el camino. Pensé que nos amaríamos con locura, pero me equivoqué.

—Escucha, siento que tengas que darte cuenta de esta manera... Pero yo no sentiré una conexión así jamás. Con nadie —confesó, con los ojos vacíos.

—¡¿Y por qué me buscaste?! —chillé, con frustración.

No paraba de llorar porque me vi metida en un cuento de hadas, en un romance del cual estaría orgullosa, pero no fue así...

Jamás sería así.

—¡Porque eres mi luna! ¡Un alfa debería de tenerla cerca sin importar que la ame o no! —exclamó, cerrando los puños—. Supe que existías por el olor que me llegó en ese momento, pero cuando te encontré, mi corazón no sintió nada. Por eso no creo que pueda darte lo que deseas.

—Tú nunca podrás amarme... —murmuré, secando las lágrimas—. Eres muy cruel, arrogante, indiferente y solo te preocupas por ti mismo.

—No te voy a llevar la contraria en eso... —resopló—. Lo siento, pero la verdad es que no creo poder amarte, si es lo que buscabas de mí.

Esas palabras fueron suficiente para mí. Era todo lo que necesitaba oír para despertar de ese sueño inalcanzable en donde yo vivía una bonita historia de amor.

—Me iré de la manada, Caleb. Y ni se te ocurra decirme que no —Lo amenacé con mis ojos.

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