Capítulo 2: Reclamada

Laia.

No imaginé que los ShadowMoon vivieran en una jodida mansión. Habían paredes brillando y puertas de oro, por no decir que el ambiente dentro del lugar era bastante movido.

Las personas iban de un lado a otro, tanto en su forma de humanos como la de lobos. Yo seguí al alfa, porque técnicamente era el único en el que podía confiar si el resto eran puros desconocidos.

Caleb también lo era, pero estábamos unidos por el vínculo de la diosa, y eso lo volvía una persona confiable para mí. Mi corazón me decía que él no me haría daño.

—Te llevaré a tu habitación —habló, separándose de los otros.

—¿Estaremos separados? —cuestioné, extrañada.

No lo veía mal, pero por lo menos deberíamos conocernos un poquito más.

—Sí.

Vaya hombre más seco.

Lo detallé de reojo y a pesar de que su actitud me desagradaba un poco, su belleza me tenía hipnotizada. Esa nariz respingada se veía perfecta de perfil. Noté que sus pestañas eran mucho más largas que las mías, envidiables.

—¿Qué tanto miras? —inquirió, sin que nuestros ojos se encontraran.

¿Cómo se dio cuenta?

Me quedé helada, sin una sola palabra en mi boca. La vergüenza se apoderó de mí y no hice más que bajar la cabeza, deseando que no me presionara.

Llegamos a una de las tantas puertas. ¿Cómo iba a evitar perderme? Si ninguna tenía número. Él la abrió, concediéndome el paso.

Por lo menos tuvo algo de caballerosidad.

—Te quedarás aquí —indicó, sin entrar—. Tengo que decirte ciertas reglas que debes cumplir.

Fruncí el ceño.

Yo estaba dentro de la habitación, rodeada por tanto lujo que me sentí cegada. Hasta la cama matrimonial estaba hecha de una madera de calidad.

—¿A qué te refieres? —pregunté, cruzada de brazos.

Inhalé hondo.

Él se veía sereno en todo momento. Parecía que ninguna emoción lo dominara.

—No saldrás a menos que yo te lo indique. Te mantendrás aquí hasta que yo te necesite, ¿comprendes? —proclamó, decidido.

Parpadeé varias veces.

—¿Esto es una cárcel? Porque no recuerdo haber firmado ningún acuerdo de ese tipo —solté, con incredulidad por lo que decía.

Entendía que me había sacado de la clase baja, pero no fue algo que yo pedí. ¿Qué era lo que buscaba conmigo?

—Aquí las órdenes las pongo yo —aclaró, sacando su mano del bolsillo—. Tampoco te transformarás a menos que sea necesario.

—Lamento decirte que no puedo controlarlo —aseveré, en un bufido—. Alfa Caleb... No creo que sea buena idea tenerme como prisionera.

—Serán solo los primeros días. Hay un gran aumento de cazadores en los alrededores y hasta que no los aniquilemos, no te puedo permitir salir —explicó, con unos ojos seductores.

No supe qué fue lo que me causaron esas palabras, pero mi corazón dio un vuelco que casi me hizo titubear mi respuesta.

—D-de acuerdo...

Los cazadores eran los principales enemigos de los hombres lobos. Eran seres humanos que sabían de nuestra existencia y buscaban la forma de aniquilarnos.

—Vendré a buscarte para la cena, en donde se te dará la bienvenida a la manada —comentó.

Su expresión tan neutral me tenía mal. En cierto punto lo consideraba sexy, pero también era un claro ejemplo de su indiferencia hacia mí.

—Estaré aquí —acaté, inclinándome un poco.

Y sin más que decir, se fue, dejándome sola en esa enorme habitación a la que no me acostumbraba. Se sentía como un sueño, y como una pesadilla.

Lo que más me preocupaba era la reacción de Caleb en cuanto a mí.

¿Él no sintió el mismo clic que yo?

¿En algún punto me voltearía a ver?

Las historias que me contaba mi padre acerca del vínculo de la diosa Luna, eran mi parte favorita de las noches cuando estaba más pequeña.

En ese tiempo pensé que aunque resultara ser una humana, tendría a mi mate, justo como le pasó a mamá.

Él me decía que su amor fue genuino, desde que ambos sintieron esa especie de chispa que los conectaba.

¿Para mí sería diferente?

(...)

—Disculpe la intromisión. Caleb me mandó para prepararla —Una mujer entró, no sin antes tocar la puerta.

Yo estaba sentada en la orilla de la cama, ansiosa por la nueva vida que me esperaba. Detallé a la mujer, que tenía un traje de sirvienta y un peculiar cabello color negro.

Sus ojos eran del mismo color, y por un momento creí sentir el poco poder que tenía.

—¿Esto es un palacio? No me imaginé que tuvieran sirvientes —pregunté, con curiosidad.

—Puedo responder a sus preguntas, pero, ¿ya tomó un baño? Sino, déjeme ayudarla —comentó, acercándose.

—Tranquila —Puse mi mano en forma de pared—. Acabé de bañarme.

—Perfecto, deja escojo un vestido para usted —expresó, con un tono cálido.

Se dirigió al armario que no me di tiempo de revisar. Pensé que estaba vacío, pero me quedé boquiabierta al ver tantas prendas que había en su interior.

¿En qué momento...?

—Vaya, eso sí que es calidad —solté.

La sirvienta tomó lo que necesitaba y me ayudó a vestirme. Fue un poco extraño haber quedado en ropa interior frente a ella.

—Hoy la presentarán como la luna del alfa, debe ser maravilloso —dijo.

—Quiero pensar que lo es, pero Caleb es un poco... —murmuré, pensando—. Imbécil.

Ella se detuvo, abriendo los ojos con sorpresa.

—No le digas eso... —pedí, tragando saliva.

—Puede que le sea difícil expresar sus emociones, pero se preocupa por nosotros —alegó, en una risa.

—No creo que tener a su gente de sirvientes sea un claro ejemplo de preocupación —Me crucé de brazos.

—Es parte de nuestra jerarquía. Los sirvientes somos omegas y nos tratan mucho mejor que solo siendo simples omegas sin oficio ni utilidad —resopló, cabizbaja.

—Entiendo...

No le di más vueltas porque terminaría discutiendo por derechos que no eran míos. En cuanto terminamos, Caleb no se inmutó en tocar la puerta y solo entró.

—Vámonos —ordenó.

No le pregunté ni el nombre a la pelinegra, cuando ya se había marchado.

Seguí al alfa de nuevo por los largos pasillos que parecían interminables y al final llegamos a un amplio comedor.

Estaba lleno, había tanta gente que me sentí aterrada porque la manada Eclipse era muy pequeñita en comparación. El bullicio solo me daba más ansiedad, hasta que notaron la presencia de Caleb y poco a poco se callaron.

—Silencio, su alfa ha llegado —informó un hombre de los que había ido con Caleb a buscarme.

—Me complace anunciar que a partir de hoy tendremos un nuevo miembro en la manada —comentó el castaño, con seriedad. El ambiente era frío y expectante—. Mi luna apareció, así que exijo el total respeto para ella, como lo hacen conmigo.

De pronto, los aplausos y silbidos inundaron mis oídos. Pensé que me quedaría sorda, pero era parte de la celebración por su alfa.

Si supieran cómo me estaba tratando.

Nos sentamos cuando se dio la orden de que podíamos comer. Habían varias mesas de banquetes con la suficiente comida para alimentar a más de cien personas.

—Me alegra saber que después de todo, sí te preocupas por mí —le dije, aprovechando que estaba a mi lado.

—No confundas las cosas, niña —refutó, bebiendo un sorbo de vino—. Hay que mantener las apariencias, eso no significa que me preocupe por ti.

Una estaca en el corazón dolería menos. Llevé una mano a mi pecho porque nunca pensé que sería rechazada de una manera indirecta.

Recién lo conocí esa misma noche, ¿por qué me dolía tanto? ¿Por qué sentía un nudo en la garganta?

—¿No crees en la diosa? —cuestioné, buscando consuelo—. Ella decidió unirnos.

—Creo fielmente en ella, pero pensé que sentiría un mejor olor viniendo de ti —confesó, sin mirarme.

—¿Y por qué me trajiste hasta aquí? —mascullé, con el estómago revuelto.

—No iba a dejar a mi luna suelta por ahí —resopló—. Eso no significa que esté enamorado de ti por arte de magia. ¿Tú sí lo estás?

Me miró, esos ojos burlones solo me causaron repelús y sin pensarlo dos veces, me levanté, golpeando la mesa. Por suerte, nadie me escuchó porque ese lugar parecía un gallinero.

—Iré al baño —dije.

—Como quieras.

Salí de ese comedor, sin saber cómo regresar a la habitación. Las lágrimas querían salir porque no pensé que me trataría como a una basura.

¿Qué le costaba dejarme en casa?

—Hey, ¿estás bien? —Una voz femenina detrás de mí me sacó de mis pensamientos.

Era una mujer. Ese vestido rojo y pegado a su cuerpo la hacía ver madura, sobre todo por su claro escote que resaltaba sus atributos. Tenía el cabello rojo y lleno de rulos, y unos azulados ojos que me veían con curiosidad.

—¿Quién eres? No creo que nos conozcamos —hablé.

—Y estás en lo correcto —afirmó—. Mi nombre es Claire y soy una exploradora de la manada. Te vi salir con una terrible expresión y decidí venir a verte.

—¿Por qué lo harías?

—Ya todos sabemos que eres la luna de Caleb —resopló, con una mano en la cintura—. Él no te trató como esperabas, ¿verdad?

—¿C-cómo sabes eso? —Apreté los labios.

—Solo quería decirte que Caleb y yo teníamos una relación antes de tu llegada —soltó—. Es normal que actúe así. Dale un poco de tiempo y seguro sabrá apreciarte —sonrió.

Mi corazón se apretujó más de lo que estaba. Esas palabras dolieron y me dejaron pensando.

—¿Eran pareja?

—No. Yo diría que una relación más casual —explicó—. Tranquila, no seguiremos con eso por obvias razones. Solo dale tiempo, como te dije.

Y sin dar más explicaciones, regresó al comedor. Mi mente estaba en blanco y sabía que no tenía que importarme su pasado, pero sí me dolió...

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