Capítulo 6: Corazón confundido

Caleb.

—¿No te gusta lo que te hago? —cuestionó Claire.

Me estaba tocando un poco en mi zona más íntima, pero la misma no le quería responder como ella esperaba.

Me levanté de la cama, dispuesto a ponerme la ropa después de que nuestro encuentro no diera los frutos que deseaba.

Habían semanas desde que Laia dejó la manada, y muchos estuvieron impactados, pero no dudaron de mi decisión, ni de la suya.

—Vístete —ordené.

—Pero ni siquiera hemos terminado —se quejó, cubriendo su torso desnudo.

—Tengo cosas que hacer.

—Es por ella, ¿verdad? ¿Acaso se te ablandó el corazón? Porque te recuerdo que tú fuiste el que me buscó ese día —masculló, señalándose a sí misma.

Claire y yo teníamos una relación casual. Nos dábamos el placer que necesitábamos, sin tener que llegar a una relación seria. Yo no podía comprometerme con nadie, ni con mi propia luna.

Me juré que jamás lo haría, porque no iba a pasar por lo mismo otra vez.

—No pidas explicaciones a esta relación fantasma, Claire. Sabes bien lo que acordamos —le expliqué, abrochando mi pantalón.

Ella era una mujer hermosa, la más sexy de la manada. Tenía unos grandes atributos en su pecho, unos poros en perfecto estado y por no omitir su culo.

Pero, desde que Laia se fue, me dejó un sabor agrio en la boca. Esa fue la primera vez que mi miembro no respondió ante el contacto de Claire, por lo que me sentí frustrado al no controlarlo.

—¿Por qué no dejas de actuar como si no te importara? —inquirió, ya de pie cerca de mí—. Yo... Yo he empezado a sentir cosas por ti, Caleb.

No quería oír eso.

Me daba igual si terminaba lastimándola, desde un principio le dejé en claro la relación que tendríamos.

Yo era un hombre que pensaba que su luna nunca llegaría, por lo que busqué el placer en otras lobas.

La verdad, es que Laia no me causaba nada. En los seis meses que estuvimos juntos, no me atreví a tocarla. Si lo hacía, terminaría ahogado en un abismo del que nunca podría salir.

—No me importas de esa forma, Claire, lo sabes bien —resoplé, mirando la puerta.

—Ni siquiera consideras intentarlo —espetó—. Sé que encontraste a tu luna, pero no te importó que se fuera. ¿No significa que sientes algo por mí?

—No te hagas ilusiones —solté, en un tono frío—. Jamás sentiré algo por ti. Ni por ti, ni por nadie. ¿No entiendes que no soy capaz de amar?

Me giré en su dirección para verla a los ojos. Su expresión era única, esa misma humillación que seguro sintió Laia cuando se fue. Ambas quedaron devastadas por mí, y eso era lo que consideraba mejor.

No podía arriesgarme.

—¿Por qué te niegas tanto, Caleb? Terminarás solo por el resto de tu vida —proclamó.

Sus cejas estaban hundidas. Me concentré para leer sus más profundos pensamientos hacia mí, sus propias emociones.

Pensé que esa mujer comprendería la situación, pero al leerla, me di cuenta de que al final terminó desarrollando sentimientos por mí.

Se hizo amiga de mi luna para su propio beneficio, pude desenterrar en el lugar más profundo de su mente, en donde me decía un "te amo" que me obligó a apartar la mirada para no leer más.

—¿Me leíste? —cuestionó, con la voz quebrada—. Porque esa es la verdad, Caleb.

—No digas más y vete —ordené, señalando la puerta—. Estaremos bien si nos alejamos un tiempo. Ya encontraré a otra loba que me dé el placer que necesito.

—¡¿Por qué no abres tu corazón?! ¡No sabes lo bien que puede ser estar enamorado! —exclamó, presionando su pecho.

No...

¿Qué iba a saber ella de amor?

Estaba siendo destruida con mis palabras y todavía se atrevía a decir semejante locura. Era increíble.

—Amar te vuelve débil, Claire. ¿O es que no te has visto? —inquirí—. Olvida esos sentimientos.

—Caleb, sé que debiste de pasarla muy mal con Kate, pero... —No la dejé terminar.

Mi mano se fue automáticamente a su cuello y la pegué de la pared. Ella se lo tomó con sorpresa y un horror indescriptible en sus ojos.

Apreté su cuello con la fuerza suficiente para hacer que rogara por obtener de nuevo el aire. La saliva empezaba a salir de su boca, y sus uñas me rasguñaban las muñecas, pero no le di importancia.

—No te atrevas a mencionar ese nombre otra vez —aclaré, penetrándola con la mirada.

Tenía que ponerla en su lugar. Yo era el alfa y merecía respeto. La confianza que le di la hizo creerse superior a mí.

La solté, cuando trató de asentir.

—Vete.

Empezó a toser, pero no me contradijo y salió corriendo de la habitación, llena de lágrimas. Metí ambas manos en mis bolsillos. Estaba furioso, tanto como para golpear la pared y romperle un pedazo.

Estaba decidido en exiliar a Claire de la manada.

(...)

Escuché un sonido ensordecedor de un arma siendo disparada en las profundidades del bosque. Estuve explorando los alrededores por mi cuenta luego de que los exploradores me alertaran sobre posibles cazadores.

Teníamos una enemistad infinita. Ellos no escuchaban, y nosotros no íbamos a permitir que nos mataran.

Mi forma de lobo me permitía ocultarme en la oscuridad de la noche, saltando por los árboles y quedando enganchados a ellos gracias a mis largas garras.

—¡Déjenme ir, por favor, yo no soy ningún hombre lobo! —exclamó un extraño.

Estaba rajado en distintas zonas de su cuerpo. Suplicaba por su vida, estando frente a dos cazadores de la organización que tanto deseaba aniquilar.

Estaba claro que ese humano decía la verdad. No tenía ni una pizca de poder corriendo por sus venas.

—Cállate y dinos dónde se encuentra Caleb, seguro sabrás su paradero —ordenó un cazador, apuntándolo con una pistola.

—¡Se los juro, yo no sé nada! ¡Déjenme ir! —rogó, cubriendo su cuerpo con sus manos.

Pude oler el miedo abrasador de ese hombre. Miedo a la muerte, la cual fue inminente. Justo cuando iba a salir para atacar, un disparo me detuvo.

Le habían dado justo en la cabeza, sin posibilidad de sobrevivir. Decidí salir de mi escondite y a la velocidad de la luz, me llevé arrastrado a uno de los cazadores a la oscuridad que me proporcionaban los altos arbustos.

—¡Ah! —chilló, pero no me importó.

Lo arrastré, logrando que él clavara sus uñas en la tierra para tratar de detenerme. Pero era más que obvio que mi fuerza era superior.

¿A quién se le ocurriría mandar a dos novatos a buscarme?

Solo a él.

Mínimo deberían rodearme entre más de cien hombres para poder atraparme, y estaba seguro de que saldría ganando de todas formas.

Mi poder era inalcanzable. Yo era considerado uno de los alfas más fuertes, por lo que nadie se atrevía a enfrentarse a mí.

¿Cuándo entenderían los cazadores eso? No tenían oportunidad de ganarme, ni en un millón de años.

—¡Pablo! ¡¿Dónde estás?! —exclamó el otro, preocupado por el hombre que arrastré.

Me detuve y cuando estuvo a punto de responder, le rajé el cuello con una de mis garras. No iba a permitir que uno de ellos sobreviviera si quería conseguir pistas sobre su jefe.

La Orden Plateada, una de las mejores organizaciones, para ser sincero. Esos cazadores llevaban años buscándome, pero lo que no sabían era que yo también los estaba buscando a ellos.

Cada encuentro con sus miembros me daba más pistas. Salí de mi escondite y de inmediato me transformé en humano, sorprendiendo al que quedaba.

Se cayó de culo.

—Hola, ¿me buscabas? —solté, saludando con mi mano—. Me gustaría hablar con tu jefe.

El hombre empezó a temblar del miedo que le causó solo ver mis ojos. Caminé a pasos lentos, sin ninguna emoción en mi rostro.

Aborrecía a los cazadores.

—¡¿Q-quién eres?! —titubeó, apuntando su arma hacia mí.

—Vas a fallar todas las balas, ni lo intentes —defendí.

No me escuchó y disparó, pero falló justo como predije. Tenerlo cagado significaba poder, porque estaría tan nervioso que fallaría todo.

—¡¿Qué hiciste con Pablo?! —chilló, lleno de mocos.

—Lo maté.

—¡Eres un hijo de...! —Lo callé con mi mano.

Fui tan rápido que ni se dio cuenta de que llegué a su espalda. Su corazón latía con una velocidad impresionante. Pensé que le daría un infarto.

—Escucha con atención —ordené, en voz baja—. Te dejaré vivir, pero le mandarás saludos a tu jefe de mi parte. Quiero que le digas a Orión que no tenga miedo de venir a buscarme, porque estoy esperándolo —añadí.

Un olor peculiar llegó a mi nariz. Arrugué la misma cuando noté que el hombre se había orinado los pantalones, quedé asqueado al darme cuenta.

—Que asqueroso eres —dije, alejándome—. Ya sabes, no olvides darle mi mensaje a tu jefe.

Él asintió un montón de veces, para luego salir corriendo de ahí. Sonreí con malicia, ya que ningún humano podía conmigo. Ni el mejor cazador...

Lástima que no podía leer sus mentes, sino ya hubiera sabido su paradero desde hace mucho...

Me fui de ahí, pero me detuvo haber sentido el olor de Laia cerca... Una extraña punzada invadió mi corazón, tanto como para obligarme a apretar mi pecho.

—Maldición... Deja de pensar en ella —me regañé.

Alejé todo sentimiento que me vinculara. Seguía siendo mi luna, pero ya no era mi problema.

¿Por qué sentía un vacío al no tenerla cerca?

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