Capítulo 3
Punto de vista de Serena

Pensé que a Bill realmente le importaba mi pierna por un segundo, pero no, volvió a ser un completo idiota.

"Me caí afuera del hotel y..." Empiezo a decir.

"¿Sabes qué? No me importa. Solo anda a disculparte con mi mamá y Doris". Me interrumpe sin dejarme terminar.

Por un instante creí que a Bill le preocupaba mi pierna, pero no, volvió a comportarse como el imbécil de siempre. Siempre me calla como si fuera ruido de fondo. Así que es una estupidez total. ¿Por qué me sigo aguantando que me trate como una basura?

Justo cuando estoy por contarle a Bill que será padre, me detengo, pues no puedo permitir que nuestro hijo crezca viendo estas peleas constantes, ya que una relación sana no funciona así y, si soy sincera conmigo misma, cada vez estoy más convencida de que sería mejor criar al bebé por mi cuenta.

Agacho la mirada mientras susurro: "Quiero divorciarme".

Una vez que está dicho, no hay vuelta atrás. Sin embargo, extrañamente, siento como si me hubieran quitado un peso de encima, como si hubiera estado aguantando la respiración durante meses y por fin, pudiera volver a respirar.

Un silencio sepulcral invade la habitación. Bill se queda inmóvil, como si su mente no pudiera procesar mis palabras, hasta que espeta con incredulidad: "¿Qué? No puedes hablar en serio".

Clavo mi mirada en él, ahí está esa expresión tan suya: el ceño fruncido.

"Me oíste bien", digo con más claridad. "Quiero divorciarme".

Repito cada palabra con firmeza, para que no quede ni una pizca de duda. Le he entregado todo a esta relación, tanto que hasta me tragué mi orgullo para complacer a su familia. Pero seamos honestos, esto ya no tiene vuelta atrás, y para colmo, Bill tiene los ojos puestos en otra persona, lo cual dejó más que claro durante la cena de esta noche.

Bill suelta un suspiro pesado, se nota que está a punto de estallar, pero logra contenerse. "Deja de decir tonterías".

"No quiero discutir contigo, Bill. Ya me cansé". Respondo, mientras nuestras miradas se enfrentan en un duelo silencioso, pero no pienso dejar que me amedrente.

"Te estás comportando como una niña, Serena". Dice Bill, perdiendo la paciencia.

Típico de él, siempre me tacha de inmadura en nuestras peleas, sacando a relucir su papel del CEO, como si eso le diera la razón absoluta en todo. Tratar de razonar con él, es como hablarle a una pared, lo cual me saca de quicio.

Pero esta vez es diferente, porque no voy a ceder. "Me parece que tres años son suficientes, Bill..."

Llega el momento de confrontar todo el maltrato que he soportado de su parte y de su familia. Ya es hora de decirle lo humillada que me siento cuando su familia me trata como si solo fuera su asistente que va detrás de su dinero, mientras que él, completamente ajeno a mi dolor, coquetea con Doris en mi cara. En plena preparación mental de mi discurso, suena el celular de Bill, y no puedo evitar pensar: 'Dios mío, ¿y ahora qué?'

Bill contesta sin quitarme la mirada de encima. "Sí, ¿mamá?"

Siempre ha sido así, priorizando a los demás antes que a mí. De hecho, la llamada se extiende lo suficiente como para que se me escapen todas las palabras que había estado hilando cuidadosamente en mi mente.

"Está bien, mamá. Adiós". Se despide antes de colgar.

Lo fulmino con la mirada, mientras la sangre me hierve en las venas, pues conozco perfectamente sus mañas: está haciendo todo lo posible por evitar que termine lo que estaba a punto de decirle.

"Tengo que ocuparme de la propuesta para Johnson y Haines S.A., mañana", explica Bill, "Mi mamá la revisó y dice que no sirve".

Por más que quiera decirle lo que pienso, no puedo darme el lujo de que se vea afectado por esto ahora, ya que durante la cena me enteré que este negocio con Johnson y Haines S.A., vale millones. Aunque siga furiosa con él, tampoco quiero hacer que quede mal ante sus inversionistas. "Bueno, pues arregla la dichosa propuesta", respondo, "Te espero aquí".

Bill cruza los brazos, como evaluando mi próximo movimiento; es como si cada conversación con él fuera una partida de ajedrez, donde él siempre tiene que salir victorioso.

"No creo que haga falta seguir esta conversación", dice, mientras me clava una mirada severa, "Mira, solo discúlpate y podemos seguir adelante. Así que olvidémonos que mencionaste... el divorcio".

La manera en que pronuncia la palabra divorcio, como si se burlara de la idea, me confirma que, definitivamente, no me está tomando en serio para nada.

"Eres un idiota, ¿lo sabías?" Murmuro, con la voz quebrada por la rabia, mientras las lágrimas me nublan la vista.

"Sí, lo he escuchado antes", contesta Bill con indiferencia, "Mejor dejémoslo hasta aquí, pues ambos estamos agotados".

Bill me escruta el rostro mientras guardo silencio. Me contengo para no dejar caer ni una lágrima frente a él, puesto que solo serviría para alimentarle el ego. Finalmente, tras un momento tenso, se dirige a nuestro cuarto.

Le pido a Anne la llave de uno de los cuartos de huéspedes, dado que esta noche no pienso compartir la cama con él; el sexo ya no va a arreglar este matrimonio.

Recuesto la cabeza sobre la almohada mientras repaso todo lo que sacrifiqué para que las cosas funcionaran con Bill. De hecho, mentiría si dijera que ya no siento nada por él, pero ya no puedo seguir aguantando todo esto.

En otros tiempos, nos impulsábamos mutuamente a superarnos. Me encantaba su pasión por su trabajo, y a su vez, él celebraba mis logros con el mismo entusiasmo. Sin embargo, todo cambió después de casarnos, cuando le permití tomar las riendas de mi vida, quizás ahí estuvo gran parte de mi error.

"No necesitas trabajar, yo me encargaré de todo". Me decía, y sí que cumplió su palabra; se aseguró de que no me faltaran los lujos que su dinero podía comprar, pero a la hora de dar amor y atención, se volvió un avaro.

Bill tiene razón en algo: estoy agotada. Por lo tanto, ya no puedo seguir conformándome con migajas de afecto. La verdad es que he estado pensando en divorciarme de él desde hace tiempo. No obstante, para él, todo parece un chiste.

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