Capítulo 7
Punto de vista de Serena

Tres días después de la consulta con el abogado Márquez, me sobresalta el timbre del celular mientras preparo el café. Al ver su nombre en la pantalla, abro el correo lentamente.

"Procedimiento de divorcio: Documentos iniciales". Leo para mis adentros, parece que Bill finalmente entiende que voy en serio con el divorcio.

Con las hojas recién impresas en mano, llamo un taxi casi por instinto. Los dedos me tiemblan al cerrar la puerta y me siento rígida en el asiento trasero, aferrando los documentos, mientras mi mirada se pierde en el paisaje urbano que desfila por la ventana. En mi mente, repaso una y otra vez las palabras que le diré a Bill.

Apenas cruzo el umbral del edificio corporativo de Bill, el lujo del vestíbulo me deja sin aliento. El piso de mármol reluce bajo la tenue luz que se derrama desde las modernas lámparas empotradas en el techo. Un majestuoso mostrador de caoba y cristal domina el espacio, custodiado por recepcionistas impecablemente vestidos.

Una eternidad parece haber transcurrido desde la última vez que pisé este lugar. Aunque, si lo pienso bien, a Bill siempre le incomodó mi presencia aquí. Mi mirada se desvía hacia una pareja de ancianos que se encamina hacia la salida, mientras sus rostros irradian alegría al charlar con entusiasmo. De pronto, sus palabras llegan hasta mí, sin que pueda evitarlo.

"La presentación de Bill fue bastante impresionante", comenta la mujer, con un brillo especial en la mirada, "los números que presentó y sus proyecciones a futuro son muy prometedores".

"Sí, y la mujer que lo acompañaba sabía cada detalle de la propuesta. Es profesional y además, muy guapa". Agrega el hombre.

"Creo que es su esposa. Hacen un excelente equipo, como lo éramos nosotros, George". Dice la mujer con una sonrisa.

¿Esposa? Me quedo paralizada. ¿Cómo es posible que Bill haya estado con su esposa en esa reunión cuando yo estoy aquí? Un momento, ¿están hablando de otra mujer? Algo no cuadra. Necesito encontrar a Bill y aclarar esto.

Me aproximo al mostrador donde hay una recepcionista que no reconozco de mis visitas previas, se ve desinteresada y algo antipática al verme acercarme.

"Disculpe, ¿está Bill Richardson?" Pregunto.

La recepcionista entrecierra los ojos y levanta las cejas, haciéndome sentir incómoda.

"¿Tiene alguna cita programada con él?" Pregunta con un tono cortante.

"No, pero soy su esposa". Respondo, sintiendo cómo se me tensan las facciones y los músculos de la mandíbula mientras hablo, ya que su actitud me está irritando más de lo que quisiera reconocer.

Por lo tanto, antes de que pueda hacer algún comentario sarcástico, me giro rápidamente hacia la oficina de Bill.

"¡Alto ahí!" Grita, sorprendida por mi movimiento repentino.

La ignoro y apresuro el paso. Por suerte, mi rodilla lastimada no me está dando problemas hoy. Sus gritos llamando a seguridad resuenan a mis espaldas, pero estoy decidida a no dejar que nadie me detenga mientras me concentro en llegar al despacho de Bill cuanto antes. Al huir de los guardias, me topo con Sarah, la asistente personal de mi esposo. Ella, quien siempre se ha mostrado amable conmigo, me mira desconcertada.

"Señora Richardson, ¿qué sucede?" Pregunta con preocupación, mientras intenta entender por qué tengo tanta prisa.

"¿Dónde está Bill? Necesito hablar con él". Respondo entre jadeos.

Antes de poder añadir algo más, Sarah nota a los dos guardias que me persiguen y sus ojos se abren por el asombro.

"¡¿Pero qué demonios creen que están haciendo?!" Exclama, poniendo su mano en la cadera con una mezcla de enojo e incredulidad. "Esta es la esposa de nuestro jefe. ¿Acaso quieren que los despidan?"

Los guardias se encogen, visiblemente avergonzados.

"Disculpe, señora Richardson, no lo sabíamos". Uno de ellos se disculpa rápidamente, mientras el otro solo asiente.

Sarah mantiene su mirada severa y les advierte, "Váyanse de aquí antes de que el señor Richardson se entere de esto".

Los guardias, rojos de vergüenza, se dan la vuelta y se alejan a paso veloz. Después de que se retiran, Sarah se vuelve hacia mí y su expresión se suaviza.

"Disculpe por lo que pasó", dice con sincero arrepentimiento, "Su esposo está en la sala de conferencias".

"Gracias, Sarah". Respondo rápidamente, mientras me dirijo hacia allá.

Al llegar, tomo un respiro profundo y escucho a Doris hablando. En ese instante, recuerdo la charla de los ancianos y caigo en cuenta de que confundieron a Doris con la esposa de Bill. Una mezcla de emociones surge dentro de mí y sin darme cuenta, aprieto los papeles en mi mano hasta arrugarlos. Sin tocar la puerta, irrumpo en la sala, donde Doris se queda a mitad de una frase cuando sus ojos se encuentran con los míos.

"¿Serena? ¿Qué haces aquí?" Pregunta con sorpresa.

Es entonces cuando me percato de que la reunión sigue en curso, pues todas las miradas se clavan en mí, como preguntándose quién diablos soy y qué hago ahí. Bill se gira en su asiento, palideciendo al verme, mientras clavo la mirada en él.

La atención de todos los presentes se desvía hacia mí, así que aprovecho para decir secamente: "Yo, eh, necesito hablar con Bill. Es urgente".

Doris mira alrededor de la sala, luego a mí, para decir. "Estamos en medio de algo importante aquí".

Tomo un respiro profundo para calmarme y anuncio: "Permítanme presentarme. Soy Serena, la esposa de Bill".

De inmediato, un murmullo recorre la sala, incluso alcanzo a oír que alguien musita: "¿Esa es la esposa de Bill? Pensé que era Doris".

"Escuchen bien. Yo soy la esposa de Bill, no Doris". Aclaro con firmeza mientras me giro hacia él, esperando que diga algo. Sin embargo, permanece inmóvil en su asiento, hirviendo de rabia.

"¿Por qué te quedas callado, Bill? Con esa actitud das a entender que preferirías que Doris fuera tu esposa en mi lugar". Inquiero.

Bill se incorpora de golpe y agarrándome del brazo, se acerca para sisear entre dientes: "Aquí no, Serena. No me humilles delante de todos".

Intenta llevarme afuera, pero cuando sacudo mi brazo para liberarme de su agarre, Sarah viene entrando con el café y terminamos chocándonos. Siento que el café empapa mi blusa y más que el ardor, me invade una sensación de aturdimiento total.

Doris exclama con preocupación: "¡Ay, por Dios! ¿Estás bien?"

Saca un pañuelo de su cartera, tratando de secar las manchas de café, pero es en vano. Al darse cuenta de que no ayuda en nada, sugiere: "Mejor vamos a la sala de descanso para que puedas limpiarte bien".

Luego se dirige a los demás: "Chicos, hagamos una pausita".

La sigo hacia la sala mientras mi mente, inevitablemente, viaja a aquella cena del mes pasado. Ya no puede ser coincidencia: cada vez que paso vergüenza, Doris de alguna manera está metida hasta el cuello y la verdad es que ya me tiene harta con sus tonterías.
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