Un Divorcio Erróneo: Mi Exesposa se Convierte en CEO
Un Divorcio Erróneo: Mi Exesposa se Convierte en CEO
Por: Anney GW
Capítulo 1
Punto de vista de Serena

Mi esposo Bill y su hermosa acompañante Doris, comen y se ríen como si estuvieran en su primera cita, mientras que yo soy como un mal chiste en sus vidas.

Los observo desde el otro extremo del salón, acariciando mi vientre todavía plano, donde ahora crece una nueva vida, una noticia que recibí hace apenas unas horas y que Bill aún desconoce.

Se supone que esta es una cena familiar, pero yo nunca soy bienvenida, sino una intrusa.

Al ver a Bill recibir el corte de carne que le pasa Doris, su mejor amiga de juventud y quien lo conoce mejor que nadie, pienso que anunciar mi embarazo solo arruinaría su diversión.

"Doris, Bill me contó que estás estudiando un MBA. ¿Por qué no nos cuentas más?" La instó Elena, la madre de Bill.

Sé que esta cena no es una simple reunión, pues Elena quiere resaltar las virtudes de Doris, la nuera que siempre ha deseado tener.

Doris se inclina hacia adelante con una sonrisa, dejando que su cabello ondulado color castaño rojizo caiga suavemente sobre sus hombros.

"Va muy bien", responde, sus ojos verde esmeralda brillan con entusiasmo, "Estoy aprendiendo mucho sobre mercados globales. De hecho, Bill mencionó que yo podría contribuir mucho a su empresa. ¿Verdad, Bill?"

Busca la confirmación de Bill con una sonrisa, pero él está perdido admirando cómo ella va ganándose a cada persona en la mesa sin esfuerzo aparente.

"Claro. Doris tiene una mente brillante para los negocios". Afirma Bill, con la seguridad propia de un CEO.

Su presencia dominante es realzada por su altura y ese cabello rubio perfectamente peinado, reflejando su precisión ejecutiva.

Mientras aprieto el tenedor con más fuerza, una mezcla de rabia e impotencia se apodera de mí. Bill, quien siempre encuentra una excusa para desestimar mis logros - ya sea por considerarlos demasiado técnicos o mundanos, o simplemente indignos de mención en una cena familiar - no escatima elogios hacia Doris, tratándola como si ya fuera parte de la familia.

Observo sus ojos azules, normalmente agudos y penetrantes, ahora suavizados por una calidez y dulzura que jamás dirige hacia mí. El contraste resulta doloroso, confirmando lo que ya sabía: nunca debí haber aceptado venir.

El mesero interrumpe mis pensamientos cuando se acerca con una botella de vino fino. "¿Le sirvo, señora?"

"Eh... ¿me podría traer un té helado?" Preguntó.

Con un gesto discreto, se aleja.

Por debajo del mantel, acaricio suavemente mi vientre, pensando en mi secreto. ¿Alguien se habrá dado cuenta del por qué no tomo vino? Quizás no, ya que todos están ocupados hablando con Doris. Solo estoy aquí porque Bill me trajo. Al fin y al cabo, sigo siendo su esposa.

"Perdón, necesito ir al baño". Me disculpo al levantarme.

Por un segundo, todas las miradas se clavan en mí, pero ninguna transmite calidez. Supongo que a nadie le importa lo que haga yo.

Mientras me arrastro hacia el baño, el dolor punzante en la rodilla me trae el recuerdo de lo sucedido. Iba tan absorta en mis pensamientos que no vi el desnivel de la banqueta. Tropecé, y ahora la rodilla izquierda me late con cada paso. Perfecto, seguro me la lastimé.

"Felicidades, Serena", me dijo la Dra. Sánchez, "Tienes cuatro semanas de embarazo".

"Ah, que... que maravilloso". Balbuceé.

Intenté sonar entusiasmada, pero no lo sentí de verdad. Claro que quería tener al bebé, pero, ¿cómo vamos a criarlo Bill y yo juntos si él ya no siente nada por mí?

"¿Qué pasa?" Preguntó la Dra. Sánchez, percibiendo mi vacilación.

"Es que... no sé cómo lo va a tomar mi esposo". Respondí, mirándola a los ojos.

La Dra. Sánchez me dio una palmada reconfortante en el hombro.

"La decisión es tuya", señaló, "Pero mejor habla con él".

Volviendo al presente, me echo agua en la cara frente al espejo del baño, intentando aclarar mis pensamientos. ¿Y si aprovecho la cena para contarles lo del bebé? Quizás así dejarían de verme como la que solía trabajar para Bill.

Entonces recuerdo la frialdad con la que me recibieron en el salón. A pesar de verme cojear, ni Bill ni su familia se molestaron en ayudarme o siquiera saludarme. Fue como si me ignoraran a propósito, mientras Bill se limitaba a observarme fijamente.

Al mirarme al espejo, encuentro un rostro familiar que, sin embargo, me resulta ajeno. Compartimos los mismos rasgos: ojos marrones suaves, cabello castaño en ondas sueltas y las pequeñas pecas en ambas mejillas. Pero esta no es la Serena de antes, porque ella jamás habría permitido que la pisotearan así.

Cuando regreso a mi asiento, Doris se me cruza de improviso, mientras que el mesero que traía mi té helado no alcanza a frenar, así que la bebida termina esparciéndose por todo mi vestido blanco.

"¡Cuidado, Doris!" Exclamo, entre sorprendida y un poco molesta. Intento limpiar la mancha con mi pañuelo, pero es inútil.

Bill, como un caballero de brillante armadura, se apresura hacia Doris y la ayuda a incorporarse. "¿Estás bien?" Le pregunta.

Doris rompe a llorar, haciéndose la víctima. "Estoy bien. Es solo que no entiendo por qué Serena me hizo caer".

Siento que la cara me arde, esa mentirosa me está poniendo a prueba. "¿Perdón? ¡Ni siquiera te he tocado!"

Sin embargo, Bill me grita con una mirada gélida: "¿Qué te pasa? Discúlpate con ella ahora".

No puedo creer que se ponga de su lado. "¿En serio? ¡Yo no hice nada! Si alguien debe disculparse, es ella por haberme arruinado el vestido".

"¿Ah sí? ¿Lo único que te importa es tu vestido? ¡Eres una egoísta!"

"¿Que yo soy la egoísta? ¡No me has prestado atención ni una sola vez! Y no armé ningún escándalo por eso. ¡Has estado tan concentrado en Doris que se te olvidó que tienes esposa!"

A estas alturas, todos nos observan fijamente. Aunque no suelo ventilar asuntos personales en público, estoy tan harta de cómo me han estado tratando esta noche que ni me importa. Así que, que miren todo lo que quieran.

"¡Basta ya!" Grita Elena, "Dejen esta tontería. O te disculpas con Doris o te largas".

Miro a Bill, esperando que diga algo en mi defensa, pero él mantiene los ojos clavados en la mesa, permitiendo que su madre me humille sin decir una palabra. Siento que los ojos se me llenan de lágrimas, puesto que jamás en mi vida me habían degradado de semejante manera.

Tras una respiración profunda, respondo: "De acuerdo, ya que no pienso armar un escándalo. Me voy, si eso es lo que quieres, Elena".

Los meseros me lanzan miradas extrañas mientras me precipito hacia la salida. Se acabó, llegué a mi límite. Si Bill no tiene las agallas para defenderme, que se vaya al diablo este matrimonio. ¡No se enterará del bebé, y que se prepare para el puto divorcio!
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