Arriba en Recuperación, Audrey apenas despertaba, abrió los ojos pesadamente sintiendo la boca completamente seca.
— Agua…
— No hables o te llenarás de aire y va a dolerte mucho.
— Tengo sed…
— Déjame preguntar si puedo darte agua.
Loretta salió por un instante y Audrey se llevó las manos al pecho de manera instintiva sintiendo los gruesos vendajes que la envolvían.
Su amiga regresó con un poco de agua y una pajilla.
— Toma, bebe con cuidado, solo un poco, ¿Está bien?
— ¿Dónde está el Doctor? — La rubia apenas podía hablar, pero quería darle las gracias al hombre que le había brindado la posibilidad de tener esperanza.
— No lo he visto — Dijo sin levantar la mirada no quería preocuparla — Oye, ¡Es muy guapo! — Comentó juguetona quitándole peso al asunto.
Audrey sonrió y luego se quejó.
— No me hagas reír, siento como si el alma se me va a salir por el pecho — Dijo ahogada.
— Está bien, no diré nada más… — Levantando las manos en señal de rendición.
— Es casado, Lore… tiene sortija y todo.
Loretta se mordió el labio y bajó la vista recordando el drama en la salita de espera cuando ese policía había informado al médico sobre el accidente de su esposa. Se preguntaba como estaría el pobre hombre ahora, ¿Habría sobrevivido? ¿Debería ella darse una pasadita por enfermería para preguntar lo sucedido?
En todo caso, le preocupaba que el cirujano no pudiera atender la recuperación de Audrey.
— Bueno, he…
Comenzó buscando la manera menos agresiva de contarle a su amiga sobre la tragedia, ella debería saber que probablemente alguien más trataría su caso porque era lógico pensar que el Doctor Connor no podría hacerlo después de lo sucedido, pero cuando abrió la boca para hablar se le atoraron las palabras a medio camino, tal vez no era el momento ni el lugar para revelarle algo así.
— Pues te buscaré otro tan guapo como él, aquí deben abundar, además, ya tienes nuevo corazón, y pronto estarás como nueva, y con el cambio de imagen que pienso darte, estarás de regreso en el ruedo muy pronto.
Desviando el tema espinoso antes de meter la pata.
Audrey apreciaba la compañía de Loretta y sus esfuerzos por mantenerla animada, si no hubiera sido por ella, no habría llegado hasta ahí, desde hacía tiempo que había pensado en regresar a casa y dejarse morir para no ser una carga para más nadie, pero su amiga se había propuesto firmemente a hacer que viera el vaso medio lleno, y no medio vacío.
Ahora tenía que concentrarse en graduarse y luego conseguir un buen empleo con el cual resolver los problemas económicos que había ocasionado su mala salud. Cerró los ojos con la esperanza de que ahora las puertas se le abrieran para poder cumplir con todo lo que quería, y empezaría por devolverle la medalla al Doctor Connor y agradecerle por todo su apoyo.
Cuatro meses después:
Se acercaba el fin del último semestre y Audrey tenía todavía trabajos pendientes por entregar, de modo que se apresuró en tener todo listo a tiempo.
Esa mañana había llegado con la mejor disposición de terminar su escolaridad con buen ánimo, entregó los últimos trabajos y de regreso a la biblioteca tuvo una sensación de estar siendo observada, miró hacia todas partes, pero no vio a nadie, Audrey llevaba un par de libros para entregar.
— Hola, Audrey — La chica sintió una punzada en el estómago e hizo un gesto de molestia ante la voz inconfundible.
— ¿Qué quieres, John?
— Estás… hermosa… bonito cambio, yo… quiero hablar contigo.
— No tenemos nada de qué hablar — Contestó dándole la espalda.
John la rodeó y se le plantó de frente.
— Pues yo pienso que tenemos cosas inconclusas —insistió con actitud orgullosa.
Ella lo atravesó con la mirada y comenzó a caminar con los libros en la mano.
— Ya tengo que irme — Dijo cortante.
— Déjame ayudarte — él hizo amago de tomar los pesados libros de la mano de la joven.
— No, gracias, hace tiempo que puedo valerme sola, pero claro, ¡Tú no lo sabes porque me traicionaste en el momento más importante y peligroso de mi vida!
Contestó furiosa, poniendo una mano sobre el amplio pecho de John y empujándolo hacia un lado.
— ¡Estúpido John Morris! — Ella bufó, dejándolo plantado en medio del pasillo.
¡El día por fin había llegado! Y Audrey estaba preciosa, con su cabello dorado que caía en ondas, un maquillaje ahumado elegante y ese vestido rojo cereza que realzaba su tono de piel y su figura.
— ¡Audrey Adkins! — Dijeron su nombre por el micrófono y la esbelta rubia se acercó a recibir su diploma como enfermera titulada.
Lo levantó dirigiendo la vista hacia sus padres entre el público y luego hacia Loretta que le hacía porras desde su asiento. Al salir, la familia se hizo una bonita sesión de fotos de recuerdo.
— Ahora voy a poder compensar todo lo que han hecho por mí — dijo con lágrimas en los ojos mientras abrazaba a sus padres.
— No tienes por qué sentirte obligada a nada, cariño, todo ha sido por amor a ti, no te sientas presionada — su padre habló con ternura.
— Lo se papá, pero haré lo que esté a mi alcance para que no pierdan la casa —prometió la rubia, llena de esperanza.
Era lo menos que podía hacer, se sentía responsable, y ahora que la Divina Providencia le daba una nueva oportunidad, no la desperdiciaría.
Se quedó mirando hacia fuera y algo llamó la atención de Audrey. Tenía esa sensación de ser observada de nuevo, solo esperaba que John no estuviera cerca, comenzaba a cansarle su impertinencia, y últimamente se había dedicado a acosarla.
La rubia caminó hasta las escaleras que daban a la calle para asegurarse de que la visita indeseable no estuviera cerca y fue cuando lo vio y su mano viajó instintivamente hacia la medalla de San Judas Tadeo.
— ¿Doctor Connor? — La pregunta fue más para sí misma, desde la distancia era improbable que la hubiera escuchado.
Sus pies se movieron automáticamente hacia el hombre de hombros anchos y estatura imponente que se recostaba en su lujoso vehículo con los brazos cruzados sobre su pecho.
La rubia tenía una urgente necesidad de agradecerle todo su apoyo y la forma tan amable como siempre se había comportado con ella.
Audrey avanzó hacia él, y entonces el hombre levantó la vista y sus miradas se cruzaron de forma intensa por fracciones de segundo, pero cuando Audrey levantó la mano para saludar, Connor Evans frunció el ceño y la fulminó con la mirada envenenada de forma tal que a la rubia se le heló la sangre deteniéndose en seco, y sin atreverse a continuar caminando hacia él, mientras él hacía un gesto de profundo dolor antes de darse la vuelta y subir a su deportivo.
Connor apretó los dientes y presionó el acelerador a fondo, dejando una marca visible tatuada en el pavimento.
— ¡Doctor, espere! — Ella gritó con la cabeza llena de dudas y las manos sudorosas.
La frase quedó colgada en el aire y Connor alcanzó a escucharla a medida que su auto arrancaba y el sonido del motor opacaba la voz de la chica causante de sus más profundos tormentos.
El cardiólogo golpeó con fuerza el volante con el borde de su mano, y maldijo un par de veces mientras la voz de Audrey Adkins se le metía en los sesos como un recordatorio de que nada es eterno en el mundo.
— ¡Carajo, tengo que dejar de hacer esto! — Se recriminó a sí mismo mientras negaba con la cabeza y pisaba el embrague para cambiar la velocidad a quinta, haciendo volar el auto sobre la carretera — ¡Tengo que sobreponerme o terminaré en consulta con el maldito psiquiatra!
Sus dedos tamborilearon sobre el volante mientras intentaba sobreponerse a la visión de la hermosa chica en ese vestido rojo cereza, el mismo color favorito de Rachel.
— ¡Maldición! ¡Maldición! — Bufó de nuevo, recordando lo mucho que a Rachel le gustaba ese tono de rojo, y lo bien que le quedaba.
Sintió como el interior de su pecho se desgarraba y las lágrimas nublaban sus ojos, el nudo en la garganta le dificultó respirar con libertad y por una fracción de segundo, Connor pensó seriamente en impactar el auto contra lo primero que encontrara, quizás así, encontraría un poco de la anhelada paz por la que su alma clamaba.
Fue entonces cuando la imagen de Oliver, su pequeño hijo de cuatro añitos, cruzó por su cabeza, haciendo que pisara el freno y el embrague al mismo tiempo para detener la marcha del vehículo.
— ¡Ah! — Dejó salir un grito de impotencia y rabia contenida a medida que las lágrimas se abrían paso sin permiso.
Esa mañana, Audrey se había levantado muy temprano, se vistió con algo que pensó que la haría ver profesional, y se apresuró a tomar sus documentos antes de salir. — ¿No tomarás tu desayuno? — Loretta gritó desde la cocina de donde venía un dulce aroma a panqueques. — ¡Comeré cuando regrese, no quiero llegar tarde! — Audrey dijo desde la puerta, cerrando tras de sí. — ¡Genial! ¿Y ahora quién se va a comer todo esto? — Loretta refunfuñó para sí misma, mirando la torre sobre el plato y encogiéndose de hombros. La rubia aceleró el paso, y aunque no estaba lejos, decidió que era mejor llegar temprano y esperar, a que la tomaran por impuntual en su primera impresión. Abrazó el folder con sus documentos contra su pecho, inspirando profundo para calmar los nervios, y repasó en su mente algunas cosas que había preparado sobre las razones por las cuales deberían contratarla mientras acariciaba sin pensar la medalla de San Judas Tadeo, rogando internamente en que pudieran tomarla seriamente
Algunos días después:El móvil sonó repetidas veces sobre la mesa y Loretta lo vio encender y apagar la pantalla.—¿Audrey? Te están llamando — Le dijo desde su lugar en la mesita de trabajo del computador.—Dame un minuto, estoy en algo en la cocina.La morena puso los ojos en blanco y tomó la llamada.—¿Sí? ¿Diga?—Le hablamos del Memorial Hermann Heart & Vascular Institute, es acerca de su solicitud de empleo, ¿Hablo con la señorita Audrey Adkins?—Sí, con ella habla — Loretta dijo, poniendo la voz más suave, imitando a la de Audrey.—Felicitaciones, ha sido usted seleccionada para el puesto, debe presentarse mañana temprano, se le asignará su horario y también el servicio en donde trabajará.Loretta se levantó emocionada y entró en la cocina tomando el delicioso aroma del estofado de Audrey.—Mmm… ¡Huele delicioso!—¿Quién llamaba?—Si me das una buena porción te digo — Le respondió juguetona mientras metía una cuchara dentro de la olla y se robaba un trozo de carne.—Loretta, ¡Es
— Creo que las personas necesitan vivir su duelo — Audrey comentó suavemente sin quitarle los ojos de encima a Connor que seguía analizando unos estudios de un par de pacientes y comentaba con Sanders sus opiniones.— Estoy de acuerdo con eso, ¡Pero a ese hombre se le ha pasado la mano!, no lo conocí antes, pero si te puedo decir que ahora es un completo tirano, si no fuera porque es uno de los cirujanos cardiovasculares más prominentes de Houston, la gente no vendría a su consulta, todos lo comentan, no se da a querer.Alice describía a un hombre totalmente diferente del que Audrey había conocido.— Solía tener su foto en el consultorio.— ¿Qué?— El doctor Evans, tenía una bonita foto de su esposa en el consultorio.— ¿En serio? Ya no la tiene, de hecho, no hay nada de color en esa oficina, ¡Parece un mausoleo!El comentario puso una idea en la cabeza de Audrey, y ella sonrió.— ¿Qué te divierte?— Son cosas mías — Contestó dándole vueltas a una loca idea en su cabeza — No me hagas
Connor estaba hecho una furia, tomó del brazo a Audrey y tiró de ella con fuerza, la chica se mordió el labio para no quejarse pensando en que, de cierta forma se lo merecía, no le había pedido a nadie la autorización para ingresar en el consultorio del médico, y mucho menos a él para descargar sus fotos familiares y tapizar el lugar con ellas. Solo hasta ese momento se dio cuenta de que tal vez había sido una muy mala idea.Martha, la jefa de enfermeras, se les quedó mirando mientras negaba con la cabeza como pensando en el atrevimiento de la chica nueva, y Alice casi se tropieza con los dos a medio pasillo, replegándose contra la pared para que “el ogro” no la arrollara justo cuando pasaron junto a ella.Connor empujó la puerta y literalmente metió a Audrey adentro de un empujón, cerrando el pestillo para evitar que algún curioso abriera.— ¡Ahora vas a decirme en qué diablos estabas pensando cuando creíste que podías meterte en mis redes sociales y descargar fotos privadas para emp
El portazo sobresaltó a Audrey cuando Connor abandonó el consultorio, dejándola completamente confundida y sumida en una sensación de ser una completa estúpida.Se quedó de pie en medio de la oficina con el rostro bañado en lágrimas, preguntándose por qué siempre tenía la inclinación a querer resolverle la vida a los demás, aunque no se lo hubieran pedido, no era la primera vez que alguien le decía que no lo hiciera, pero si era la primera vez que la insultaban por ello.Se llevó la mano a la medalla de San Judas Tadeo, como lo hacía desde hacía meses cada vez que necesitaba algo de consuelo.«San judas, tú sabes que no quería ofenderlo», elevó una plegaria, «Yo quería recordarle lo bueno que ha tenido en la vida y que pudiera verlo todos los días aquí, en sus fotos, en el lugar en donde pasa la mayor parte de tiempo», continuó, mientras retiraba las fotografías familiares del médico y recogía los portarretratos guardándolos en una bolsa plástica sin dejar de hipear.Tomó la foto de l
Audrey sintió cómo un frío recorrió su estómago al escuchar la amenaza latente de Martha al decir que la acusaría de negligencia. Sabía lo que eso implicaba, su carrera terminaría antes de despegar, y revocarían su licencia para ejercer como enfermera, teniendo escasamente un par de días trabajando.Se llevó la mano a la medalla del santo y tragó grueso. No podía permitirse semejante situación, le debía demasiado a sus padres y estaban por perder su casa a menos que ella comenzara a amortizar las cuotas del banco con lo que ganara de su sueldo como profesional de la enfermería, si perdía el puesto y la licencia terminaría como empleada de alguna cafetería y no le alcanzaría para salvar la casa.— No, yo no me he equivocado, ese papel que usted tiene ahí no era el que estaba en ese archivo — Dijo con seguridad, pero sin ser altanera.Martha montó en cólera y movió los papeles en la cara de la rubia.— ¿Me estás llamando mentirosa? — el rostro de Martha se torció de la rabia, no podía c
Alice vio pasar a Martha y la siguió con la mirada, la mujer iba murmurando algo entre dientes, pero ella supo que no era nada bueno, que ahora tendrían que cuidarse más que nunca de su jefa, y que en cualquier descuido ella volvería su ira contra ambas.Suspiró, no era a la primera jefa a la que se enfrentaba, y Audrey no era la primera víctima que veía.— ¿Crees que acusen a la nueva de algo, Alice? — otra enfermera preguntó.— No lo creo, ella no es como las demás.— No, no es como las que se han ido.— Es fuerte.— Lo sé, la conozco desde que fue paciente en este mismo piso.Alice se le quedó mirando como esperando que le contara la historia completa.— ¿No te lo ha dicho? Ella fue receptora de un trasplante de corazón, el doctor Connor fue quien la operó… — Explicó bajando la vista al recordar los fatídicos eventos de ese día, pero no dijo nada más.— Ella me dijo que lo conocía, pero no presté mucha atención a eso — Comenzando a comprender por qué ella lo defendía tanto — ¿Es ci
— Audrey, ¿llegaste? — Loretta gritó desde la cocina en donde estaba liada con algo en el horno.— Sí, aquí estoy — Contestó sin mucho ánimo, estaba exhausta.— ¡He preparado galletas! — gritó con emoción saliendo de la cocina con la bandeja humeante, pero la expresión del rostro de la rubia le cortó las alas de inmediato — ¿Qué pasa, amiga? ¿Por qué tan achicopalada?— ¡Ay, amiga! No sé si fue buena idea ir a trabajar a ese hospital…— Pero, ¿De qué hablas? ¡Estabas emocionada con tu nuevo empleo!— Es que está siendo muy difícil, Lore… — Se limitó a decir.La morena se sentó junto a ella para confortarla.— Todo comienzo es duro, Audrey.— Sí, pero mis jefes me odian.— ¿El Doctor Connor no es uno de tus jefes? ¿Cómo puede odiarte?— No lo sé, pero es el que más me odia.Durante las siguientes semanas, Audrey intentó mantenerse lejos del Doctor Connor, se limitó a hacer al pie de la letra su trabajo y a huir de su presencia cada vez que coincidía con él en algún lugar, sin embargo,