168 No fue premeditado

Audrey empujó la puerta de la habitación de Oliver y entro con cuidado, tratando de no hacer demasiado ruido.

El pequeño niño dormía en la cama plácidamente con su pijama de héroes de cómics, y una tenue luz proveniente de la lámpara de su mesita de noche, que proyectaba pequeñas lucecitas como estrellas sobre el techo azul oscuro a manera de cielo nocturno estrellado.

Audrey se detuvo frente a la cama e inspiró profundo, tratando de controlar las lágrimas y el nudo en la garganta que amenazaba con ahogarla.

Ahora que lo sabía, ahora que estaba al tanto de a quien había pertenecido su corazón, comenzaba a comprender algunas cosas.

Nunca fue una mujer agorera, nunca creyó en cosas del más allá, y todavía no lo hacía, pero era imposible no sentir como ese corazón en su pecho latía por el niño que dormía en la cama.

Era imposible no tener ese instinto materno ajeno dentro, como si de veras el pequeño Oliver hubiera nacido de ella, de sus propias entrañas.

Debió obligarse a tener algo de
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