—¿Qué? —preguntó Maximina, muy contrariada—. ¿Estás seguro de esto, Maximiliano? Olga no...—Lo hizo, madre —aseguró el cuestionado—, ella lo hizo. Esa es la notificación de que vendrán por Mía mañana por la tarde. A menos, claro, que acepte el compromiso y la deje entrar a esta casa de nuevo. —¿Y no puedes acusarla por la petición que hace a cambio de dejarte ver a la niña? —preguntó Marisa, comenzando a sentir que la angustia le pesaba en el pecho—... Tienes derecho a verla, no puede condicionarte así, ¿o sí?—Para la convivencia y visitas debemos hacer un acuerdo entre nosotros, y ellas pueden poner las condiciones, pero, me imagino que el gobierno no se espera que una mujer loca pueda llegar a poner semejantes condiciones —explicó Maximiliano—. Entonces, probablemente si puedo interponer una demanda, pero en ese tiempo Mía estaría bajo custodia de cuidados infantiles, porque ambas familias no seríamos aptas para cuidarla hasta que demostremos legalmente lo contrario. —¡No! —excl
Estacionó su auto en la cochera de su casa y estuvo tentada a cerrar el portón antes de que Maximiliano llegara hasta ella, pero no se atrevió a presionar el botón de cerrado, aunque no se sentía capaz de despedirse de ese hombre.Lo vio, sin bajar del auto, por el retrovisor, caminando hasta ella, y mientras el nudo en su garganta se hacía más grueso, sus lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas.Era doloroso. Ellos apenas habían iniciado a amarse de verdad, conscientes de lo mucho que el otro los amaba y lo importante que eran para él, y ahora debían separarse por el bien de una familia que ya no podían ser.Marisa se sacudió repetidamente mientras lloraba y, cuando Maximiliano golpeó suavemente al cristal de su ventana y la joven le miró, volvió a llorar de una desoladora manera.—Vamos —pidió el hombre y la chica negó con la cabeza de una manera casi suplicante—, anda, Mari, vamos. Necesito abrazarte o no podré irme de aquí.Maximiliano también estaba llorando, así que Maris
Olga despertó con la satisfacción de que destruiría a esa familia que tanto odiaba, pues, definitivamente, hiciera la elección que hiciera ese hombre, ellos sufrirían mucho.Aunque, algo en lo más profundo de su minúsculo corazón, le seguía asegurando que Maximiliano elegiría a Mía sobre Marisa, y por eso estaba casi cien por ciento segura de que él terminaría comprometido con ella y, por su puesto, después terminaría casado con ella.Pensando en eso, la azabache de ojos casi miel sonrió, y sonrió mucho más al recibir un mensaje de su nuevo prometido, aceptando su propuesta de recibirla de nuevo en su casa y de comprometerse con ella.La azabache mayor se levantó a toda prisa, llamando a su hermana menor para que también despertara y se preparara para dejar al fin ese diminuto agujero en que mal vivían, porque, evidentemente, ella no era alguien que hubiera nacido para reprimirse de un montón de lujos que en serio quería darse.—Anda —pidió la mayor de las hermanas Falcón, al menos de
Maximiliano, que ya estaba perdiendo la paciencia con cada acción de esa mujer, se enfureció mucho más cuando la joven intentó besarlo luego de colgarse a su cuello, así que sacó el rostro de su alcance, haciendo que los labios de la joven se pegaran a su barbilla, y la tomó de ambas manos, alejándola de él y dando un par de pasos hasta acorralarla contra la pared, con los brazos de ella, que sostenía por las muñecas, extendidos al cielo. —Ni siquiera lo vuelvas a intentar —amenazó el hombre con el rostro frío y serio, volviéndose temible—, porque lo único que puedes obtener de mí es respeto, Olga, pero, si me colmas la paciencia, ni siquiera eso. Dicho eso, el hombre la empujó con tal fuerza que ambos hombros de la joven se resintieron al choque con la pared y se quedó sin respirar para contener el dolor que estaba sintiendo. Olga sintió como su cuerpo rebotaba con fuerza mientras veía a su prometido, que la repugnaba más que odiarla, dejando la habitación. Eso era algo que ella n
—¿Cómo estás? —preguntó Maximina a Marisa por el teléfono, con la voz ahogada y el corazón destrozado; y todo fue peor cuando escuchó a su querida Marisa llorar del otro lado de la línea.—Perdón —dijo la joven entre hipidos—, es que no puedo... esto es muy doloroso... lo siento.—Está bien —aseguró la mayor, llorando también—, está bien llorar cuando duele, porque así podremos curar un poco el dolor, por eso, llora, mi niña, y cura tu corazón para que puedas, al rato, volver a respirar, ponerte de nuevo en pie y andar un poco más, igual que nosotros lo haremos.—¿Cómo está Mía? —preguntó Marisa, limpiando su rostro de las lágrimas que lo humedecían, como si de esa manera pudiera deshacerse de su llanto—. ¿Ella está bien?—Está triste —explicó Maximina—, llora por cualquier cosa y ha dormido todo el día, también comió un poco mal, pero, por alguna razón, siento que sabe que te fuiste, pero que volverás, porque, aunque camina a tu habitación, no te ha llamado...Marisa lloró más. No im
—¿A qué te refieres con situaciones legales, económicas y familiares? —preguntó el hombre que, aunque sentía que tenía una ligera idea al respecto, prefería tener certezas que actuar bajo suposiciones.—Legalmente revisarán desde los antecedentes criminales, delitos menores y hasta multas —explicó Johana, una abogada de cabello castaño muy claro y de ojos cafés claros, también—, económicamente es la solvencia, es decir, si son capaces de ofrecerle las mejores condiciones a la niña; y, familiarmente, se refiere a la relación de la niña con ustedes. ¿Con quién se lleva mejor Mía?—Creo que es igual con ambos —respondió Maximiliano—, pero está un poco más acostumbrada a nosotros, porque está con nosotros desde que mi hermano falleció.La abogada asintió sin lograr sonreír pues, aunque eso no era malo para ellos, tampoco era bueno.» Olga —habló Maximiliano—, la tía de Mía que tiene la custodia, está viviendo en mi casa, y planea que yo le dé un trabajo. Ella trabajaba para mí, pero renun
Maximiliano bajó corriendo luego de cambiarse de traje, entró a la cocina, a prisa, y besó la cabeza de su madre y la mano de su sobrina, a quien le prometió en un susurro que la protegería y la traería de vuelta a casa, porque era su familia.—¿Qué hiciste, Max? —preguntó Maximina, aterrada, tomando la mano de su hijo, que le sonrió y de nuevo besó su cabeza.—Ven a comer conmigo —pidió el hombre—, te mandaré la dirección más tarde.Maximina se quedó temblando, de miedo y de impotencia, y luego lloró abrazada al cuerpo de la señora Lidia, que se acercó a ella cuando la vio comenzar a ponerse mal, mientras ambas veían a Maximiliano dejar la cocina y lo escuchaban dejar la casa.Rato después, cuando al fin se tranquilizó, Maximina subió a su habitación, con Mía aún dormida, y se recostó con ella en la cama hasta que Mía la despertó porque parecía hablar con alguien.Maximina abrió los ojos y vio a la niña manotear su teléfono mientras decía montón de palabras mochas y borucas sin senti
—¡Hijo de perra! —gritó Olga y Maximina tembló, pues con ese grito ella entendió lo que estaba pasando sin necesidad de que esa mujer dijera nada más—. ¡Maldito hijo de perra!Olga estaba furiosa. Ella acababa de recibir la notificación, de la procuraduría de protección de niños, niñas y adolescentes, para un careo con el motivo de la patria potestad de la niña Mía Santillana Falcón.» ¡Esto no fue lo que acordamos! —señaló la mujer, empujando cosas al piso y armando un verdadero desastre en su habitación—. Te ibas a casar conmigo, íbamos a ser felices. Maximiliano Santillana... Yo me estaba portando bien contigo y con tu familia, así que, ¿por qué rayos haces esto?Maximiliano no respondió, él ni siquiera estaba en esa casa, pero, en realidad, Olga no quería respuestas, no las necesitaba, porque, dijera lo que dijera, Maximiliano era ahora su enemigo, y por supuesto que no lo dejaría así.» Te vas a arrepentir —declaró la azabache, de verdad furiosa.Ella en ningún momento pensó que