Maximiliano, que ya estaba perdiendo la paciencia con cada acción de esa mujer, se enfureció mucho más cuando la joven intentó besarlo luego de colgarse a su cuello, así que sacó el rostro de su alcance, haciendo que los labios de la joven se pegaran a su barbilla, y la tomó de ambas manos, alejándola de él y dando un par de pasos hasta acorralarla contra la pared, con los brazos de ella, que sostenía por las muñecas, extendidos al cielo. —Ni siquiera lo vuelvas a intentar —amenazó el hombre con el rostro frío y serio, volviéndose temible—, porque lo único que puedes obtener de mí es respeto, Olga, pero, si me colmas la paciencia, ni siquiera eso. Dicho eso, el hombre la empujó con tal fuerza que ambos hombros de la joven se resintieron al choque con la pared y se quedó sin respirar para contener el dolor que estaba sintiendo. Olga sintió como su cuerpo rebotaba con fuerza mientras veía a su prometido, que la repugnaba más que odiarla, dejando la habitación. Eso era algo que ella n
—¿Cómo estás? —preguntó Maximina a Marisa por el teléfono, con la voz ahogada y el corazón destrozado; y todo fue peor cuando escuchó a su querida Marisa llorar del otro lado de la línea.—Perdón —dijo la joven entre hipidos—, es que no puedo... esto es muy doloroso... lo siento.—Está bien —aseguró la mayor, llorando también—, está bien llorar cuando duele, porque así podremos curar un poco el dolor, por eso, llora, mi niña, y cura tu corazón para que puedas, al rato, volver a respirar, ponerte de nuevo en pie y andar un poco más, igual que nosotros lo haremos.—¿Cómo está Mía? —preguntó Marisa, limpiando su rostro de las lágrimas que lo humedecían, como si de esa manera pudiera deshacerse de su llanto—. ¿Ella está bien?—Está triste —explicó Maximina—, llora por cualquier cosa y ha dormido todo el día, también comió un poco mal, pero, por alguna razón, siento que sabe que te fuiste, pero que volverás, porque, aunque camina a tu habitación, no te ha llamado...Marisa lloró más. No im
—¿A qué te refieres con situaciones legales, económicas y familiares? —preguntó el hombre que, aunque sentía que tenía una ligera idea al respecto, prefería tener certezas que actuar bajo suposiciones.—Legalmente revisarán desde los antecedentes criminales, delitos menores y hasta multas —explicó Johana, una abogada de cabello castaño muy claro y de ojos cafés claros, también—, económicamente es la solvencia, es decir, si son capaces de ofrecerle las mejores condiciones a la niña; y, familiarmente, se refiere a la relación de la niña con ustedes. ¿Con quién se lleva mejor Mía?—Creo que es igual con ambos —respondió Maximiliano—, pero está un poco más acostumbrada a nosotros, porque está con nosotros desde que mi hermano falleció.La abogada asintió sin lograr sonreír pues, aunque eso no era malo para ellos, tampoco era bueno.» Olga —habló Maximiliano—, la tía de Mía que tiene la custodia, está viviendo en mi casa, y planea que yo le dé un trabajo. Ella trabajaba para mí, pero renun
Maximiliano bajó corriendo luego de cambiarse de traje, entró a la cocina, a prisa, y besó la cabeza de su madre y la mano de su sobrina, a quien le prometió en un susurro que la protegería y la traería de vuelta a casa, porque era su familia.—¿Qué hiciste, Max? —preguntó Maximina, aterrada, tomando la mano de su hijo, que le sonrió y de nuevo besó su cabeza.—Ven a comer conmigo —pidió el hombre—, te mandaré la dirección más tarde.Maximina se quedó temblando, de miedo y de impotencia, y luego lloró abrazada al cuerpo de la señora Lidia, que se acercó a ella cuando la vio comenzar a ponerse mal, mientras ambas veían a Maximiliano dejar la cocina y lo escuchaban dejar la casa.Rato después, cuando al fin se tranquilizó, Maximina subió a su habitación, con Mía aún dormida, y se recostó con ella en la cama hasta que Mía la despertó porque parecía hablar con alguien.Maximina abrió los ojos y vio a la niña manotear su teléfono mientras decía montón de palabras mochas y borucas sin senti
—¡Hijo de perra! —gritó Olga y Maximina tembló, pues con ese grito ella entendió lo que estaba pasando sin necesidad de que esa mujer dijera nada más—. ¡Maldito hijo de perra!Olga estaba furiosa. Ella acababa de recibir la notificación, de la procuraduría de protección de niños, niñas y adolescentes, para un careo con el motivo de la patria potestad de la niña Mía Santillana Falcón.» ¡Esto no fue lo que acordamos! —señaló la mujer, empujando cosas al piso y armando un verdadero desastre en su habitación—. Te ibas a casar conmigo, íbamos a ser felices. Maximiliano Santillana... Yo me estaba portando bien contigo y con tu familia, así que, ¿por qué rayos haces esto?Maximiliano no respondió, él ni siquiera estaba en esa casa, pero, en realidad, Olga no quería respuestas, no las necesitaba, porque, dijera lo que dijera, Maximiliano era ahora su enemigo, y por supuesto que no lo dejaría así.» Te vas a arrepentir —declaró la azabache, de verdad furiosa.Ella en ningún momento pensó que
—Si te quiero —aseguró la anciana—, pero como la tía de Mía, como querría a una sobrina si tuviera una, también a Julissa la quiero, porque son mi familia, pero no puedo darte la razón cuando no la tienes, y no puedo solo aplaudirte que me hagas lo que me estás haciendo. No me quites a Mía, por favor, Olga. —Entonces, no me quite mi lugar al cual regresar —pidió Olga, llorando, tomando las manos de la mujer que lloraba frente a ella—. Elíjame esta vez, y cuidemos a Mía juntas. Por favor. El ceño de la mayor se frunció, no sabía qué debía responder porque esa propuesta era demasiado tentadora, a pesar de ser tan ambigua. ¿Qué significaba elegirla a ella? ¿A qué era a lo que debía renunciar? —Lo lamento, Olga, pero no puedo obligar a Maximiliano a amarte —señaló la mujer, asumiendo que era a Marisa y a la felicidad de su hijo—. Quiero la felicidad de mi hijo, y esa es Marisa. —Pues dígale que se vaya de la casa —pidió la mencionada y Maximina abrió enorme los ojos—. Si Maximiliano s
—¿Sabes qué noté? —preguntó Maximiliano, luego de caminar hasta la habitación de Marisa, lugar en donde dejó sus maletas en el taburete que estaba al pie de una cama que habían compartido una vez. Marisa no respondió con la boca, alzó la cabeza en señal de pregunta, al tiempo que alzaba las cejas y abría enormes los ojos; y el hombre sonrió un poco divertido. » Que estás muy calladita —respondió el hombre, con esa sonrisita divertida mientras iba caminando hasta donde la joven se mantenía un poco inmersa en sus pensamientos—. No me digas que te pusiste nerviosa conmigo aquí. Si te molesto puedo irme. —¿Cómo crees? —preguntó la joven luego de ser atrapada por la cintura y colgarse al cuello de su novio—. Sí estoy un poco nerviosa, pero no me molestas para nada. —¿Qué te pone nerviosa de mí? —preguntó Maximiliano—. No es que vaya a ver algo de ti que no me hayas mostrado antes, y amo hasta como roncas. —¡Yo no ronco! —exclamó Marisa, entre risas, mientras su rostro se llenaba de ca
—Entonces, ¿puedo visitar a Mía cuando yo quiera? —preguntó Maximiliano y Olga apretó los dientes con tanta fuerza que fue visible para todos en el lugar. —Siempre y cuando Marisa no venga contigo, yo no tengo ningún problema —aseguró Olga y Maximiliano respiró profundo de nuevo. —¿Usted dónde vive? —preguntó el procurador de bienestar infantil—. ¿No vive en casa de su madre? —Nosotros vivíamos en casa de mi madre —informó Maximiliano Santillana—, me refiero a Marisa y a mí. La casa era originalmente de ella, pero yo la compré hace un tiempo, vivíamos todos juntos hasta que los problemas iniciaron, ahora Marisa y yo vivimos en la casa que ella compró después de venderme su antigua casa. —Bueno. Si la niña está acostumbrada a ella, yo recomiendo darle un día o dos de vista a la ciudadana Marisa, por el bienestar emocional de la niña —explicó Emmanuel a la joven que alegaba que todo lo que le interesaba era el bienestar de esa niña, y Olga apretó los dientes. Había ido ahí demasiad