CAPÍTULO 50

Estacionó su auto en la cochera de su casa y estuvo tentada a cerrar el portón antes de que Maximiliano llegara hasta ella, pero no se atrevió a presionar el botón de cerrado, aunque no se sentía capaz de despedirse de ese hombre.

Lo vio, sin bajar del auto, por el retrovisor, caminando hasta ella, y mientras el nudo en su garganta se hacía más grueso, sus lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas.

Era doloroso. Ellos apenas habían iniciado a amarse de verdad, conscientes de lo mucho que el otro los amaba y lo importante que eran para él, y ahora debían separarse por el bien de una familia que ya no podían ser.

Marisa se sacudió repetidamente mientras lloraba y, cuando Maximiliano golpeó suavemente al cristal de su ventana y la joven le miró, volvió a llorar de una desoladora manera.

—Vamos —pidió el hombre y la chica negó con la cabeza de una manera casi suplicante—, anda, Mari, vamos. Necesito abrazarte o no podré irme de aquí.

Maximiliano también estaba llorando, así que Maris
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