POV´S MARISALa primera vez que lo vi, me sentí como niña de secundaria viendo a su amor platónico. Mis ojos no podían dejar de verlo, y en mi cabeza había una vocecita, que tenía muchos años sin escuchar, susurrándome que le hablara a esa belleza de hombre que apareció de la nada frente a mí.Y lo hice, un poco por esa vocecita que casi siempre ignoré en el pasado, y mucho por la pobre criatura en los brazos de ese hombre. Él traía un bebé, y aun cuando él podía estar esperando a su esposa mientras cuidaba a su hija, fui y le hablé fingiendo que no babeaba por él.La primera vez que lo escuché se me doblaron las rodillas. Esa voz grave me descompuso la cabeza, por eso insistí en tratar con él, porque necesitaba escucharlo un poco más y llenarme de él.Pero él era hombre de pocas palabras, o tal vez yo no le caí bien, no sé, así que pensé que me quedaría con las ganas de escucharlo decir algo más, y ya ni hablar de escucharlo decir mi nombre, como ansiaba un poco.Afortunadamente para
Hola hemosuras. Hemos llegado al final de esta bella novela que me ha encantado escribir (como todo lo que he escrito n.n) y que espero les haya encantado leer.Como en cada una de mis novelas, he crecido y aprendido mucho de la vida gracias a mis bellos personajes, y me he enamorado de todos y cada uno de ellos, y de verdad deseo que compartan ese sentir conmigo; que hayan amado a Marisa, que se enamoró como tonta de esa familia que le supo corresponder en el amor; que hayan amado a Maximiliano que, sin que nos diéramos cuenta, tal vez, se convirtió en una gran persona, en un gran hombre, un gran hijo y un gran amante, esposo y padre; que amaran a Maximina corazón de pollo, que quiso proteger hasta a quien no se lo merecía; y que, junto a la pequeña y encantadora Mía, amaran a todos los bebés que Marisa y Maximiliano nos regalaron, aunque a ellos nos los viéramos crecer de tan cerquita como a la pequeña Mía. Estoy segura de que no solo Marisa y Maximiliano fueron UNIDOS POR MÍA, tam
—¿Y Maruquita? —preguntó Marisa, llegando hasta la recepción del edificio que dirigía y no ver a la mujer que siempre se encontraba en la recepción, y a la que saludaba, como mínimo, cuatro veces al día: cuando llegaba a trabajar, cuando salía a comer, cuando volvía de comer y cuando se iba a su casa.—Llamó hace un rato —respondió Alberto, joven secretario de dos de los abogados que trabajaban en las oficinas de Marisa Altamirano—. Tiene influenza, no va a venir.—¿Influenza? —preguntó la joven, preocupada. La recepcionista del lugar, y su única empleada junto al guardia de seguridad y al velador que cuidaban del lugar, no era la persona más joven del mundo, así que esa enfermedad podría ser más preocupante de lo que todos pudieran pensar—. ¿Estará bien?—Parece que sí —respondió el joven—, pero la tienen en reposo para evitar complicaciones, así que faltará un par de semanas.Marisa hizo una cara medio graciosa de ver, luego de eso respiró profundo y decidió tomar el lugar que ese j
—Muchas gracias por venir —dijo la joven, despidiendo a los de la limpieza tras revisar que la sala quedara impecable.Esa sala no tenía la mejor vista, al menos no si la comparaban con la sala superior, pero contaba con la privacidad necesaria para que se trabajara cómodamente, por eso también era una excelente opción de renta.Era una idea inusual, ciertamente, pero considerando la comodidad, el espacio y toda la indumentaria que proporcionaban, que iba desde pizarrones hasta proyectores, muchas personas decidían usarlas en lugar de recibir a empresarios o clientes en sus pequeñas e imprácticas oficinas de empresa.En la recepción, Marisa recibió a unos conocidos, pues con ya cuatro años en el negocio, tenía clientes asiduos, y los dirigió a una sala que no esperaban, pero que para nada les disgustó, pues incluso sus baños eran mejores que los de la sala que usualmente rentaban, y se adentraron tras mencionarle a la joven el nombre de la empresa que ellos estaban esperando.Minutos
Marisa caminó a la recepción con Mía en los brazos, e hizo mala cara cuando sintió que su blusa, en la parte del estómago, donde se apoyaba el trasero de la bebé, se humedecía.Eso sí que no lo había esperado, pero ahora entendía que la bebé no dejara de llorar, seguro no era nada cómodo estar empapada al punto de empapar a otros.Puso en el mostrador de la recepción un letrero que decía “Favor de tocar en la oficina” y caminó hasta su lugar de trabajo para poder cambiar a la niña, tanto de pañal como de ropa, y para poderse cambiar de ropa también.Ella era muy propensa a ensuciarse, porque en cualquier sitio se sentaba y en cualquier lugar se recargaba, por eso solía tener dos o tres cambios en un locker, por si alguien le mandaba de pronto un mensaje diciendo que pasaban por ella luego del trabajo para ir a cenar o a bailar a algún lado.La castaña de ojos oscuros cambió el pañal de Mía, mientras le hablaba de montón de cosas lindas, luego le preparó la mamila y la alimentó, viéndo
Casi tres horas después, a hora y media de tener que reanudar la reunión con “Agropecuaria Santa Clara”, el director general de “Saving Investments”, despertó porque la niña a su lado se quejó, y supo que ella necesitaba un cambio de pañal y que seguro pronto tendría hambre, tal como él la estaba teniendo.Marisa escuchó ruidos en su oficina, deduciendo que el hombre había despertado, y luego vio que ese sujeto abría la puerta, preguntando si podía hacerle favor de pedir algo de comer.La joven, que estaba punto de pedir su comida también, le pasó los menús de los restaurantes cercanos que más le gustaban a ella, y el hombre señaló algo que ella pidió junto a su comida.Luego de la mamila, Mía no se durmió, estaba inquieta, y por eso la joven la tomó en brazos para permitir que ese hombre comiera, mientras ella seguía atendiendo la recepción con el portabebés sobre el escritorio, donde la niña, tal vez sintiéndose acompañada, estaba de verdad tranquila.Maximiliano pensó que necesitab
En el estacionamiento del lugar de su cita, el hombre se arrepintió cómo nada de haber decidido ir a ese lugar, porque a ella no la podía dejar en ningún lugar, mucho menos sola, y ahora estaba ahí, sin saber por qué esa niña lloraba, porque aún no se completaban las tres horas exactas para que volviera a comer, faltaban algunos minutos.Gracias al cielo, una joven que no conocía de nada se había ofrecido a cuidarla un rato y, aunque en un inicio no se sintió tan confiado de sus buenas intenciones, cuando dejó de escuchar llorar a su sobrina sintió que había hecho bien al aceptar esa ayuda.Sin embargo, todo eran montones de emociones encontradas con él; porque, para empezar, se sentía mal por querer mantenerse ocupado en lugar de preocupado por el estado de su hermano; y luego también estaba la culpa que sentía de estar trabajando a su gusto cuando su sobrina era cuidada por una completa desconocida.Maximiliano no dejaba de reclamarse por todo lo que hacía, y por lo que no hacía tam
—¿Y la otra recepcionista? —preguntó Maximiliano, viendo a una mujer mayor sentada detrás del escritorio.—No hay otra recepcionista —informó Maruca, la señora de cabello completamente gris, de hipnotizantes ojos azules y de apariencia impecable que estaba sentada detrás del mostrador—. Desde casi el inicio de este edificio de oficinas, la única ocupando este puesto soy yo, antes de mí lo hizo Marisa Altamirano, la dueña del edificio.—¿Marisa es la dueña? —preguntó el hombre, algo confundido por la reciente información obtenida, pero al menos ahora sabía que esa joven definitivamente estaría ahí en algún momento, aunque precisaba saber cuándo—. ¿A qué hora la puedo encontrar?—Hoy no va a venir —informó Maruca y el hombre casi bufó su molestia; aunque, para ser completamente franco, el culpable de semejante chasco era él, que ni siquiera había investigado quién era esa amable joven que le había ayudado antes, y a quien quería volver a ver—. Mañana estará aquí desde las nueve de la ma