CAPÍTULO 5

En el estacionamiento del lugar de su cita, el hombre se arrepintió cómo nada de haber decidido ir a ese lugar, porque a ella no la podía dejar en ningún lugar, mucho menos sola, y ahora estaba ahí, sin saber por qué esa niña lloraba, porque aún no se completaban las tres horas exactas para que volviera a comer, faltaban algunos minutos.

Gracias al cielo, una joven que no conocía de nada se había ofrecido a cuidarla un rato y, aunque en un inicio no se sintió tan confiado de sus buenas intenciones, cuando dejó de escuchar llorar a su sobrina sintió que había hecho bien al aceptar esa ayuda.

Sin embargo, todo eran montones de emociones encontradas con él; porque, para empezar, se sentía mal por querer mantenerse ocupado en lugar de preocupado por el estado de su hermano; y luego también estaba la culpa que sentía de estar trabajando a su gusto cuando su sobrina era cuidada por una completa desconocida.

Maximiliano no dejaba de reclamarse por todo lo que hacía, y por lo que no hacía también; y lo peor era que se sentía tan mal físicamente que ni siquiera tenía idea de cómo regresaría a su ciudad sin poner en peligro a su sobrina, y su propia vida, también.

Aun así se comportó tan profesional como era, y decidió que sería una muy buena inversión ese proyecto que le presentaban, con algunas modificaciones, claro, así que, al final, él accedió a una segunda reunión cuando los cambios acordados se hicieran, y terminó aceptando la buena voluntad de esa mujer que casi le parecía un ángel para cuidarlo a él también, ya no solo a la niña.

Con las persianas cerradas de una oficina que pisaba por primera vez, con una niña dormida y todo el sueño del mundo en su cabeza, llamó a su madre para preguntar por su hermano, y la respuesta fue la misma que había obtenido de ella por la mañana: él estaba estable, pero no fuera de peligro.

Y, con la promesa de que sería avisado de cualquier cosa, Maximiliano se recostó en un sofá cama y se durmió por un par de horas, al lado de una niña que dormía en serio tranquila.

Eso fue bueno para él, su dolor de cabeza desapareció, igual que el zumbido en sus oídos, por eso, luego de haber concretado el negocio que le llevó hasta ese lugar, condujo de nuevo hasta su ciudad, volviendo a comunicarse con su madre, a quien decidió suplir por esa noche en el hospital.

En un principio Maximina se negó. Ella quería estar al lado de su hijo, por cualquier cosa, pero lo que Maximiliano le dijo era la verdad: esa niña estaría mejor con ella que con él, sobre todo luego de escuchar a su hijo menor confesarle que la había dejado todo el día al cuidado de una desconocida que le quedó de paso a sus negocios.

Maximiliano condujo hasta el hospital con la niña en el asiento trasero, y le pidió a un chófer designado que llevara a su madre y a esa niña a su casa y luego regresara el auto al hospital, porque él lo necesitaría al día siguiente y su madre no conducía, así que ella no lo necesitaría.

La noche fue de nuevo incómoda, aunque ya no tan mala, porque ahora se sentía un poco seguro al poder compartir habitación con su hermano, que estaba vigilado, además de por él, por montón de aparatos que monitoreaban su estado, y que alertarían a todo el mundo si es que algo cambiaba con él.

Maximiliano pudo dormitar en ese lugar, pero la sensación de que si se dormía no lograría darse cuenta a tiempo si algo malo pasaba, le hacía no caer en ese sueño profundo que le estaba llamando.

Más de lo incómodo que era estar en una habitación con sin fin de pitidos y ruidos extraños, era atemorizante lo que podía pasar en ese lugar, porque, si algo malo ocurría con su hermano, él, su madre y su sobrina perderían demasiado, y a ellos ya no les quedaba mucho por perder.

Los siguientes días y noches fueron complicados, varias crisis hicieron que los médicos que atendían a Andrés sugirieran inducirle al coma, para proteger a su cerebro de los daños que dichas crisis podrían generarle.

Tomar la decisión fue de verdad devastador, pero, si los expertos lo mencionaban como la mejor opción, ellos debían considerarlo de esa manera y rezar para que todo saliera bien, para que el mayor de los hijos Santillana Torres pudiera recuperar su salud y poder devolverlo a la conciencia.

La recuperación de ese hombre iba a ser lenta, porque sus posibilidades de sobrevivir, luego de semejante accidente, eran tan pocas que incluso los médicos, hombres de ciencia, habían dicho que ahora todo estaba en manos de Dios.

Una vez que Andrés Santillana fue inducido al coma, la vida de su madre, su hermano y su hija pudieron tomar un ritmo más o menos adecuado, uno en donde Maximina cuidaba de su nieta mientras que su hijo volvía a trabajar sin tantas preocupaciones.

Pero las preocupaciones de su madre eran difíciles de desaparecer, es más, sus probabilidades de disminuir eran pocas, así que el estrés y la ansiedad que la anciana, viuda de casi diez años, estaba sintiendo por haber perdido a su nuera, por casi perder a su hijo y por cuidar de una bebé a sus sesenta y pico años de edad, terminaron mellando en su salud.

Así pues, a casi cinco semanas de haber pisado por última vez “Professional tower”, Maximiliano Santillana, con el pretexto de un vigilar de cerca el proyecto en que trabajaba para establecer su nueva sucursal en esa ciudad, llegó con una niña en brazos hasta la torre de profesionistas donde había una mujer que seguía apareciendo en sus pensamientos.

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