En el estacionamiento del lugar de su cita, el hombre se arrepintió cómo nada de haber decidido ir a ese lugar, porque a ella no la podía dejar en ningún lugar, mucho menos sola, y ahora estaba ahí, sin saber por qué esa niña lloraba, porque aún no se completaban las tres horas exactas para que volviera a comer, faltaban algunos minutos.
Gracias al cielo, una joven que no conocía de nada se había ofrecido a cuidarla un rato y, aunque en un inicio no se sintió tan confiado de sus buenas intenciones, cuando dejó de escuchar llorar a su sobrina sintió que había hecho bien al aceptar esa ayuda.
Sin embargo, todo eran montones de emociones encontradas con él; porque, para empezar, se sentía mal por querer mantenerse ocupado en lugar de preocupado por el estado de su hermano; y luego también estaba la culpa que sentía de estar trabajando a su gusto cuando su sobrina era cuidada por una completa desconocida.
Maximiliano no dejaba de reclamarse por todo lo que hacía, y por lo que no hacía también; y lo peor era que se sentía tan mal físicamente que ni siquiera tenía idea de cómo regresaría a su ciudad sin poner en peligro a su sobrina, y su propia vida, también.
Aun así se comportó tan profesional como era, y decidió que sería una muy buena inversión ese proyecto que le presentaban, con algunas modificaciones, claro, así que, al final, él accedió a una segunda reunión cuando los cambios acordados se hicieran, y terminó aceptando la buena voluntad de esa mujer que casi le parecía un ángel para cuidarlo a él también, ya no solo a la niña.
Con las persianas cerradas de una oficina que pisaba por primera vez, con una niña dormida y todo el sueño del mundo en su cabeza, llamó a su madre para preguntar por su hermano, y la respuesta fue la misma que había obtenido de ella por la mañana: él estaba estable, pero no fuera de peligro.
Y, con la promesa de que sería avisado de cualquier cosa, Maximiliano se recostó en un sofá cama y se durmió por un par de horas, al lado de una niña que dormía en serio tranquila.
Eso fue bueno para él, su dolor de cabeza desapareció, igual que el zumbido en sus oídos, por eso, luego de haber concretado el negocio que le llevó hasta ese lugar, condujo de nuevo hasta su ciudad, volviendo a comunicarse con su madre, a quien decidió suplir por esa noche en el hospital.
En un principio Maximina se negó. Ella quería estar al lado de su hijo, por cualquier cosa, pero lo que Maximiliano le dijo era la verdad: esa niña estaría mejor con ella que con él, sobre todo luego de escuchar a su hijo menor confesarle que la había dejado todo el día al cuidado de una desconocida que le quedó de paso a sus negocios.
Maximiliano condujo hasta el hospital con la niña en el asiento trasero, y le pidió a un chófer designado que llevara a su madre y a esa niña a su casa y luego regresara el auto al hospital, porque él lo necesitaría al día siguiente y su madre no conducía, así que ella no lo necesitaría.
La noche fue de nuevo incómoda, aunque ya no tan mala, porque ahora se sentía un poco seguro al poder compartir habitación con su hermano, que estaba vigilado, además de por él, por montón de aparatos que monitoreaban su estado, y que alertarían a todo el mundo si es que algo cambiaba con él.
Maximiliano pudo dormitar en ese lugar, pero la sensación de que si se dormía no lograría darse cuenta a tiempo si algo malo pasaba, le hacía no caer en ese sueño profundo que le estaba llamando.
Más de lo incómodo que era estar en una habitación con sin fin de pitidos y ruidos extraños, era atemorizante lo que podía pasar en ese lugar, porque, si algo malo ocurría con su hermano, él, su madre y su sobrina perderían demasiado, y a ellos ya no les quedaba mucho por perder.
Los siguientes días y noches fueron complicados, varias crisis hicieron que los médicos que atendían a Andrés sugirieran inducirle al coma, para proteger a su cerebro de los daños que dichas crisis podrían generarle.
Tomar la decisión fue de verdad devastador, pero, si los expertos lo mencionaban como la mejor opción, ellos debían considerarlo de esa manera y rezar para que todo saliera bien, para que el mayor de los hijos Santillana Torres pudiera recuperar su salud y poder devolverlo a la conciencia.
La recuperación de ese hombre iba a ser lenta, porque sus posibilidades de sobrevivir, luego de semejante accidente, eran tan pocas que incluso los médicos, hombres de ciencia, habían dicho que ahora todo estaba en manos de Dios.
Una vez que Andrés Santillana fue inducido al coma, la vida de su madre, su hermano y su hija pudieron tomar un ritmo más o menos adecuado, uno en donde Maximina cuidaba de su nieta mientras que su hijo volvía a trabajar sin tantas preocupaciones.
Pero las preocupaciones de su madre eran difíciles de desaparecer, es más, sus probabilidades de disminuir eran pocas, así que el estrés y la ansiedad que la anciana, viuda de casi diez años, estaba sintiendo por haber perdido a su nuera, por casi perder a su hijo y por cuidar de una bebé a sus sesenta y pico años de edad, terminaron mellando en su salud.
Así pues, a casi cinco semanas de haber pisado por última vez “Professional tower”, Maximiliano Santillana, con el pretexto de un vigilar de cerca el proyecto en que trabajaba para establecer su nueva sucursal en esa ciudad, llegó con una niña en brazos hasta la torre de profesionistas donde había una mujer que seguía apareciendo en sus pensamientos.
—¿Y la otra recepcionista? —preguntó Maximiliano, viendo a una mujer mayor sentada detrás del escritorio.—No hay otra recepcionista —informó Maruca, la señora de cabello completamente gris, de hipnotizantes ojos azules y de apariencia impecable que estaba sentada detrás del mostrador—. Desde casi el inicio de este edificio de oficinas, la única ocupando este puesto soy yo, antes de mí lo hizo Marisa Altamirano, la dueña del edificio.—¿Marisa es la dueña? —preguntó el hombre, algo confundido por la reciente información obtenida, pero al menos ahora sabía que esa joven definitivamente estaría ahí en algún momento, aunque precisaba saber cuándo—. ¿A qué hora la puedo encontrar?—Hoy no va a venir —informó Maruca y el hombre casi bufó su molestia; aunque, para ser completamente franco, el culpable de semejante chasco era él, que ni siquiera había investigado quién era esa amable joven que le había ayudado antes, y a quien quería volver a ver—. Mañana estará aquí desde las nueve de la ma
Maximiliano acompañó a la joven hasta su auto para ayudarle a colocar el asiento para bebés en el asiento trasero de este y subió la pañalera, junto a la bolsa de la joven, luego de verla recostar a la niña en dicho asiento.» Lamento molestarte de nuevo —dijo el hombre, de verdad apenado.Marisa pensó que no era necesario que se sintiera mal, porque lo que ese hombre estaba pasando era algo que ella ya conocía, Tomás Carvajal, gran amigo de la joven y socio de ese hombre, le había platicado al respecto. —No pasa nada —aseguró la joven—. El spa lo voy a visitar para conocerlo y poder trabajar en sus promocionales. Haré vídeos, fotos y una reseña, así que, entre más cosas sepa sobre el lugar, es mejor para mí y mi trabajo. Veamos cómo se la pasa una bebé en ese lugar que promete ser familiar. Maximiliano agradeció de nuevo, vio a la joven subir a su auto y acariciar el rostro de la niña antes de encenderlo, sonriéndole tan hermosamente como lo había hecho desde la primera vez que le
“Muchas gracias por cuidar de mi nieta” decía el mensaje que Marisa leyó, de un número desconocido, pero que sabía bien de quién era, pues, Maximiliano le había advertido que su madre le quería agradecer por las fotos de Mía cuando él le pidió permiso a la joven para compartirle su número de teléfono.“Siempre es un placer para mí” respondió la joven de cabello ondulado, sonriendo al ver cómo la mujer había puesto una de las tantas fotos, enviadas a Maximiliano, como su foto de perfil en esa aplicación de mensajería que facilitaba la comunicación a un nivel casi impresionante, si no estuviera todo el mundo acostumbrado a ella, por supuesto.Maximina estaba de verdad agradecida con esa joven que, aunque en un inicio le pareció, estaba metiéndose donde no la llamaban al acercarse a la niña, al ver a esa chiquilla, que casi siempre veía llorando o dormida, tan tranquila e incluso jugando en las fotos y vídeos que le mandaron, terminó por ser consciente de que ellos no le estaban dando a
—Es mi sobrina —declaró la joven—. Yo vivo en otra ciudad, es allá donde trabaja Max..., Oh, Max es el hombre que trajeron inconsciente por la fiebre, es mi novio, trabajamos en el mismo edificio y yo le ayudo a cuidar a Mía entre semana. Marisa no tenía el conocimiento de lo ocurrido con Andrés, pero, al ver el estado de Maximina, y también el de Maximiliano, pudo deducirlo y ser más precisa en su explicación para lograr sonar más convincente. » Mi cuñado y su esposa tuvieron un accidente meses atrás —explicó Marisa lo que había escuchado de Tomás, pero involucrándose como familiar de esa pequeña y destrozada familia—. Ella murió en el quirófano la noche del accidente, mi cuñado estaba en coma y acaba de morir, es por eso la señora Maximina, mi suegra, se encuentra en tan mal estado. —¿Por qué no cuidó a la niña si ellos estaban tan mal? —cuestionó la trabajadora social, que necesitaba confirmar que ella era alguien de fiar antes de entregarle a la pequeña niña—. Ella tiene horas
Marisa durmió con la niña pegada a su cuerpo, y abrió los ojos cuando su teléfono sonó por una llamada proveniente del hospital, de donde le informaban que, tanto Maximiliano como Maximina, habían despertado; y que él había pedido que lo comunicaran con ella.Marisa prometió ir al hospital una vez que la pequeña Mía despertara y desayunara, y le pidió a la enfermera, que le había marcado, que le informara a Maximiliano que la niña estaba bien, que estaban en un hotel, por ahora, pero pronto irían hacia ellos.De rato, ni bien había terminado de desayunar al mismo tiempo que le daba una mamila a la pequeña Mía, le marcaron de parte de la policía para informarle que la aseguradora de la casa estaba ahí para hacerse cargo del desperfecto de la puerta, así que debió ir primero a la casa de su falso novio para encargarse de eso.Y, casi dos horas más tarde, la joven entraba al fin a la habitación de hospital donde el tío de Mía estaba, encontrando a Maximiliano mirando a la nada, como si s
Cuando iban de salida de la casa, la joven vio a la señora Maximina acariciar una de las tres urnas que estaban en un pequeño altar en una de las habitaciones de la casa, y le ofreció algo más a esa mujer que parecía estar a punto de arrepentirse de haber elegido irse, porque no parecía poder irse sin ellos. —Mi casa es enorme —declaró la joven, llegando a ella con una niña, que comía entre sus brazos, sin incomodarse, a pesar de que la mujer se movía de aquí a allá—, tiene un par de jardines, una alberca y un pequeño templo, ahí están las cenizas de mi madre y de mi tío; si gusta, puede usarla también. Maximina no sabía cuánto más le podía agradecer a esa joven, pero de verdad necesitaba cada cosa que ella le ofrecía, por eso no podía dejar de aceptar tomar su mano; y era más o menos igual lo que a Maximiliano le pasaba con la castaña. El chófer de Maximina condujo el auto de Maximiliano detrás del auto de Marisa, que era conducido por Maximiliano, guiado por Marisa hasta su casa
Tras un silencio algo prolongado, Maximina y Marisa no hablaron más del tema, pues Mía ensució su pañal y la más joven debió entrar a cambiarla.Maximina, por su parte, se quedó afuera, sentada en una banca cómoda que le permitía ver directamente a la pequeña capilla donde descansaban los restos de los que ella más amaba.Esa casa era lo que quedaba de una hacienda colonial, por eso tenía el templito que los que vivieron en el lugar usaron por muchos años, y que se había quedado así por respeto a la religión que profesaban y porque no le hacía ningún mal a nadie ocupando un espacio en ese gran terreno, al contrario, le daba tranquilidad a quienes ahí vivían.Maximina lo pensó un poco, vivir en ese lugar para siempre podría ser bueno para ella, pero aún sentía que no quería despegarse de esa casa, también grande y hermosa, donde había pasado toda su vida, donde vio nacer y crecer a sus hijos, y donde pensó que moriría un día, muy vieja y rodeada por sus dos hijos que no parecían dispue
Marisa suspiró, sentada en un sillón en la penumbra de su sala.Esa mañana, ella había salido temprano al trabajo y, en el lugar, se encontró con Maximiliano, que había rentado el salón multieventos para una capacitación a sus nuevos empleados, así que, aunque de pronto no sabía qué hacer con sus manos, que las últimas dos semanas se la pasaron abrazando a una pequeñita, no sintió que los extrañaría tanto.O eso fue lo que pensó hasta que llegó a su casa y la encontró vacía. Marisa sabía que era ridículo, pero incluso podía sentir esa casa como si, ahora que estaba sola, fuera mucho más grande que antes, y también más fría.Por eso suspiró, sentada en una sala que llenaba su vacío con el silencio, un silencio que fue roto cuando un automóvil, que creía reconocer, se estacionó afuera de su casa y segundos después alguien tocó a la puerta.Marisa se apresuró hacia la puerta cuando reconoció el llanto de Mía, y abrió la puerta para encontrarse a Maximiliano abrazando a una madre que prác