Casi tres horas después, a hora y media de tener que reanudar la reunión con “Agropecuaria Santa Clara”, el director general de “Saving Investments”, despertó porque la niña a su lado se quejó, y supo que ella necesitaba un cambio de pañal y que seguro pronto tendría hambre, tal como él la estaba teniendo.
Marisa escuchó ruidos en su oficina, deduciendo que el hombre había despertado, y luego vio que ese sujeto abría la puerta, preguntando si podía hacerle favor de pedir algo de comer.
La joven, que estaba punto de pedir su comida también, le pasó los menús de los restaurantes cercanos que más le gustaban a ella, y el hombre señaló algo que ella pidió junto a su comida.
Luego de la mamila, Mía no se durmió, estaba inquieta, y por eso la joven la tomó en brazos para permitir que ese hombre comiera, mientras ella seguía atendiendo la recepción con el portabebés sobre el escritorio, donde la niña, tal vez sintiéndose acompañada, estaba de verdad tranquila.
Maximiliano pensó que necesitaba una niñera, de preferencia una como esa recepcionista tan agradable y servicial, pero eso no era algo que él pudiera decidir, después de todo, a esa niña él solo la estaba cuidando por una emergencia.
LA NOCHE ANTERIOR
Maximiliano Santillana estaba cenando con su madre, escuchándola hablar de lo maravillosa que era su primera y única nieta, que recién había conocido esa tarde, pues su hijo y nuera vivían en otra ciudad, lugar donde él dirigía una sucursal de la financiera de su familia.
Mía era la primera hija de su hermano mayor, ese que tiempo atrás, un día, de la nada, llegó a esa casa con una novia embarazada, luego de eso Andrés Santillana Torres casó con la joven que había presentado a su madre y hermano como el amor de su vida, sin dar detalles de la vida personal de Maia Falcón.
Al parecer, la vida de esa joven no era algo que ambos quisieran contar, pues Maia tampoco habló de sí misma en ese año que habían pasado juntos después de conocerla.
Pero Maximina Torres no necesitaba saber nada sobre Maia, al menos no algo que ella misma no quisiera contar; a la mayor le bastaba con saber a la esposa de su hijo como su familia, una que querría y cuidaría para siempre, sobre todo en ese momento en que le daría la dicha de ser abuela.
Y es que Maximina, viendo la personalidad apática y fría de sus dos hijos, se había estado haciendo a la idea de que morirían de viejos en su casa, haciéndose compañía uno al otro, porque seguro no habría mujer en el mundo capaz de aguantarlos.
Pero luego apareció esa linda joven para darle una familia al mayor de sus dos hijos, dándole esperanza a la anciana de ver a sus dos hijos con una familia, siendo felices para siempre, o al menos fue así cómo lo pensó.
A Maximiliano no le molestaba escuchar de su madre lo feliz que la hacía ver a su hermano siendo feliz; incluso a él, aunque no lo demostraba, le hacía sentir tranquilo saber que Andrés había hecho una hermosa familia, como la que él no haría jamás, porque algo como el romance y los hijos no eran cosas que alcanzaran su atención.
Maximiliano también pensó que disfrutaría de ver a su hermano siendo feliz por mucho tiempo; pero, en la vida, nada es para siempre, ni siquiera la verdadera felicidad.
Y, tanto él como su madre lo supieron cuando, recién habían terminado de cenar, recibieron una llamada de parte del hospital, informando que esa familia, que tres horas atrás habían dejado la casa de Maximina, había tenido un accidente automovilístico.
Ambos corrieron al hospital para enterarse que la niña estaba en perfectas condiciones, pero los padres de la pequeña no, ambos estaban en el quirófano, luchando por sus vidas, pues el accidente había sido de gravedad.
En el quirófano murió Maia. La joven madre había utilizado su cuerpo para proteger a su pequeña hija, y lo había hecho tan bien que la niña estaba ilesa a coste de la mayoría de sus huesos rotos, muchos desgarres y órganos dañados a un nivel preocupante.
Andrés, por su parte, había librado la operación, y pasaría tiempo en terapia intensiva en lo que se estabilizaba y salía del peligro.
Maximina y Maximiliano habían tenido una terrible noche esperando noticias de los dos miembros de su familia que se encontraban en mal estado y, al amanecer, dieron de alta a la niña que no podían mantener en el hospital.
Maximina le pidió a su hijo que se hiciera cargo de la niña por ese día, ella se quedaría en el hospital al pendiente de todo, mientras el asistente de Maximiliano se hacía cargo de los servicios funerarios de Maia, porque a la joven no le conocían familia que se pudiera hacer cargo de ello.
Maximiliano se llevó a la niña a su casa, y una hora después recibió una llamada de su madre diciendo que su hermano no estaba fuera de peligro, pero que parecía estar estable, así que eso le tranquilizó un poco.
El hombre de cabello casi rubio se tranquilizó un poco, pero no lo suficiente como para poderse quedar en casa esperando noticias, así que decidió no cancelar su agenda de trabajo e ir a donde lo requerían, solo que con la niña a cuestas.
Su hermano y él nunca fueron de muchos amigos, su cuñada no tenía familia y sus dos padres venían de una larga generación de hijos únicos que ellos habían roto al tener dos hijos, así que parientes no tenían como para pedir a alguien que cuidara a la niña como un favor.
La cita que el hombre tenía ni siquiera era en su ciudad, era en una ciudad vecina a la que estaba buscando la oportunidad de estudiar para saber si era viable poner una sucursal de su financiera ahí o mejor pasar de largo; para ello, él había estado esperando hacer un contacto en ese lugar, y la agropecuaria que lo había contactado parecía ser la oportunidad que había estado esperando.
En su desesperación, Maximiliano pensó que lo mejor era mantenerse ocupado, en lugar de preocupado, así que subió a su sobrina al carro luego de que le dio una mamila que preparó con asistencia telefónica de su madre, y condujo por cerca de tres horas con ella llorando, terminando por estar completamente arrepentido.
En el estacionamiento del lugar de su cita, el hombre se arrepintió cómo nada de haber decidido ir a ese lugar, porque a ella no la podía dejar en ningún lugar, mucho menos sola, y ahora estaba ahí, sin saber por qué esa niña lloraba, porque aún no se completaban las tres horas exactas para que volviera a comer, faltaban algunos minutos.Gracias al cielo, una joven que no conocía de nada se había ofrecido a cuidarla un rato y, aunque en un inicio no se sintió tan confiado de sus buenas intenciones, cuando dejó de escuchar llorar a su sobrina sintió que había hecho bien al aceptar esa ayuda.Sin embargo, todo eran montones de emociones encontradas con él; porque, para empezar, se sentía mal por querer mantenerse ocupado en lugar de preocupado por el estado de su hermano; y luego también estaba la culpa que sentía de estar trabajando a su gusto cuando su sobrina era cuidada por una completa desconocida.Maximiliano no dejaba de reclamarse por todo lo que hacía, y por lo que no hacía tam
—¿Y la otra recepcionista? —preguntó Maximiliano, viendo a una mujer mayor sentada detrás del escritorio.—No hay otra recepcionista —informó Maruca, la señora de cabello completamente gris, de hipnotizantes ojos azules y de apariencia impecable que estaba sentada detrás del mostrador—. Desde casi el inicio de este edificio de oficinas, la única ocupando este puesto soy yo, antes de mí lo hizo Marisa Altamirano, la dueña del edificio.—¿Marisa es la dueña? —preguntó el hombre, algo confundido por la reciente información obtenida, pero al menos ahora sabía que esa joven definitivamente estaría ahí en algún momento, aunque precisaba saber cuándo—. ¿A qué hora la puedo encontrar?—Hoy no va a venir —informó Maruca y el hombre casi bufó su molestia; aunque, para ser completamente franco, el culpable de semejante chasco era él, que ni siquiera había investigado quién era esa amable joven que le había ayudado antes, y a quien quería volver a ver—. Mañana estará aquí desde las nueve de la ma
Maximiliano acompañó a la joven hasta su auto para ayudarle a colocar el asiento para bebés en el asiento trasero de este y subió la pañalera, junto a la bolsa de la joven, luego de verla recostar a la niña en dicho asiento.» Lamento molestarte de nuevo —dijo el hombre, de verdad apenado.Marisa pensó que no era necesario que se sintiera mal, porque lo que ese hombre estaba pasando era algo que ella ya conocía, Tomás Carvajal, gran amigo de la joven y socio de ese hombre, le había platicado al respecto. —No pasa nada —aseguró la joven—. El spa lo voy a visitar para conocerlo y poder trabajar en sus promocionales. Haré vídeos, fotos y una reseña, así que, entre más cosas sepa sobre el lugar, es mejor para mí y mi trabajo. Veamos cómo se la pasa una bebé en ese lugar que promete ser familiar. Maximiliano agradeció de nuevo, vio a la joven subir a su auto y acariciar el rostro de la niña antes de encenderlo, sonriéndole tan hermosamente como lo había hecho desde la primera vez que le
“Muchas gracias por cuidar de mi nieta” decía el mensaje que Marisa leyó, de un número desconocido, pero que sabía bien de quién era, pues, Maximiliano le había advertido que su madre le quería agradecer por las fotos de Mía cuando él le pidió permiso a la joven para compartirle su número de teléfono.“Siempre es un placer para mí” respondió la joven de cabello ondulado, sonriendo al ver cómo la mujer había puesto una de las tantas fotos, enviadas a Maximiliano, como su foto de perfil en esa aplicación de mensajería que facilitaba la comunicación a un nivel casi impresionante, si no estuviera todo el mundo acostumbrado a ella, por supuesto.Maximina estaba de verdad agradecida con esa joven que, aunque en un inicio le pareció, estaba metiéndose donde no la llamaban al acercarse a la niña, al ver a esa chiquilla, que casi siempre veía llorando o dormida, tan tranquila e incluso jugando en las fotos y vídeos que le mandaron, terminó por ser consciente de que ellos no le estaban dando a
—Es mi sobrina —declaró la joven—. Yo vivo en otra ciudad, es allá donde trabaja Max..., Oh, Max es el hombre que trajeron inconsciente por la fiebre, es mi novio, trabajamos en el mismo edificio y yo le ayudo a cuidar a Mía entre semana. Marisa no tenía el conocimiento de lo ocurrido con Andrés, pero, al ver el estado de Maximina, y también el de Maximiliano, pudo deducirlo y ser más precisa en su explicación para lograr sonar más convincente. » Mi cuñado y su esposa tuvieron un accidente meses atrás —explicó Marisa lo que había escuchado de Tomás, pero involucrándose como familiar de esa pequeña y destrozada familia—. Ella murió en el quirófano la noche del accidente, mi cuñado estaba en coma y acaba de morir, es por eso la señora Maximina, mi suegra, se encuentra en tan mal estado. —¿Por qué no cuidó a la niña si ellos estaban tan mal? —cuestionó la trabajadora social, que necesitaba confirmar que ella era alguien de fiar antes de entregarle a la pequeña niña—. Ella tiene horas
Marisa durmió con la niña pegada a su cuerpo, y abrió los ojos cuando su teléfono sonó por una llamada proveniente del hospital, de donde le informaban que, tanto Maximiliano como Maximina, habían despertado; y que él había pedido que lo comunicaran con ella.Marisa prometió ir al hospital una vez que la pequeña Mía despertara y desayunara, y le pidió a la enfermera, que le había marcado, que le informara a Maximiliano que la niña estaba bien, que estaban en un hotel, por ahora, pero pronto irían hacia ellos.De rato, ni bien había terminado de desayunar al mismo tiempo que le daba una mamila a la pequeña Mía, le marcaron de parte de la policía para informarle que la aseguradora de la casa estaba ahí para hacerse cargo del desperfecto de la puerta, así que debió ir primero a la casa de su falso novio para encargarse de eso.Y, casi dos horas más tarde, la joven entraba al fin a la habitación de hospital donde el tío de Mía estaba, encontrando a Maximiliano mirando a la nada, como si s
Cuando iban de salida de la casa, la joven vio a la señora Maximina acariciar una de las tres urnas que estaban en un pequeño altar en una de las habitaciones de la casa, y le ofreció algo más a esa mujer que parecía estar a punto de arrepentirse de haber elegido irse, porque no parecía poder irse sin ellos. —Mi casa es enorme —declaró la joven, llegando a ella con una niña, que comía entre sus brazos, sin incomodarse, a pesar de que la mujer se movía de aquí a allá—, tiene un par de jardines, una alberca y un pequeño templo, ahí están las cenizas de mi madre y de mi tío; si gusta, puede usarla también. Maximina no sabía cuánto más le podía agradecer a esa joven, pero de verdad necesitaba cada cosa que ella le ofrecía, por eso no podía dejar de aceptar tomar su mano; y era más o menos igual lo que a Maximiliano le pasaba con la castaña. El chófer de Maximina condujo el auto de Maximiliano detrás del auto de Marisa, que era conducido por Maximiliano, guiado por Marisa hasta su casa
Tras un silencio algo prolongado, Maximina y Marisa no hablaron más del tema, pues Mía ensució su pañal y la más joven debió entrar a cambiarla.Maximina, por su parte, se quedó afuera, sentada en una banca cómoda que le permitía ver directamente a la pequeña capilla donde descansaban los restos de los que ella más amaba.Esa casa era lo que quedaba de una hacienda colonial, por eso tenía el templito que los que vivieron en el lugar usaron por muchos años, y que se había quedado así por respeto a la religión que profesaban y porque no le hacía ningún mal a nadie ocupando un espacio en ese gran terreno, al contrario, le daba tranquilidad a quienes ahí vivían.Maximina lo pensó un poco, vivir en ese lugar para siempre podría ser bueno para ella, pero aún sentía que no quería despegarse de esa casa, también grande y hermosa, donde había pasado toda su vida, donde vio nacer y crecer a sus hijos, y donde pensó que moriría un día, muy vieja y rodeada por sus dos hijos que no parecían dispue