Cuando iban de salida de la casa, la joven vio a la señora Maximina acariciar una de las tres urnas que estaban en un pequeño altar en una de las habitaciones de la casa, y le ofreció algo más a esa mujer que parecía estar a punto de arrepentirse de haber elegido irse, porque no parecía poder irse sin ellos. —Mi casa es enorme —declaró la joven, llegando a ella con una niña, que comía entre sus brazos, sin incomodarse, a pesar de que la mujer se movía de aquí a allá—, tiene un par de jardines, una alberca y un pequeño templo, ahí están las cenizas de mi madre y de mi tío; si gusta, puede usarla también. Maximina no sabía cuánto más le podía agradecer a esa joven, pero de verdad necesitaba cada cosa que ella le ofrecía, por eso no podía dejar de aceptar tomar su mano; y era más o menos igual lo que a Maximiliano le pasaba con la castaña. El chófer de Maximina condujo el auto de Maximiliano detrás del auto de Marisa, que era conducido por Maximiliano, guiado por Marisa hasta su casa
Tras un silencio algo prolongado, Maximina y Marisa no hablaron más del tema, pues Mía ensució su pañal y la más joven debió entrar a cambiarla.Maximina, por su parte, se quedó afuera, sentada en una banca cómoda que le permitía ver directamente a la pequeña capilla donde descansaban los restos de los que ella más amaba.Esa casa era lo que quedaba de una hacienda colonial, por eso tenía el templito que los que vivieron en el lugar usaron por muchos años, y que se había quedado así por respeto a la religión que profesaban y porque no le hacía ningún mal a nadie ocupando un espacio en ese gran terreno, al contrario, le daba tranquilidad a quienes ahí vivían.Maximina lo pensó un poco, vivir en ese lugar para siempre podría ser bueno para ella, pero aún sentía que no quería despegarse de esa casa, también grande y hermosa, donde había pasado toda su vida, donde vio nacer y crecer a sus hijos, y donde pensó que moriría un día, muy vieja y rodeada por sus dos hijos que no parecían dispue
Marisa suspiró, sentada en un sillón en la penumbra de su sala.Esa mañana, ella había salido temprano al trabajo y, en el lugar, se encontró con Maximiliano, que había rentado el salón multieventos para una capacitación a sus nuevos empleados, así que, aunque de pronto no sabía qué hacer con sus manos, que las últimas dos semanas se la pasaron abrazando a una pequeñita, no sintió que los extrañaría tanto.O eso fue lo que pensó hasta que llegó a su casa y la encontró vacía. Marisa sabía que era ridículo, pero incluso podía sentir esa casa como si, ahora que estaba sola, fuera mucho más grande que antes, y también más fría.Por eso suspiró, sentada en una sala que llenaba su vacío con el silencio, un silencio que fue roto cuando un automóvil, que creía reconocer, se estacionó afuera de su casa y segundos después alguien tocó a la puerta.Marisa se apresuró hacia la puerta cuando reconoció el llanto de Mía, y abrió la puerta para encontrarse a Maximiliano abrazando a una madre que prác
—Pues, en serio, te agradezco el apoyo, y te molestaré con algo más —advirtió el hombre, mientras veía a Marisa picar verduras para una ensalada, probablemente—. Mi mamá necesitará quien la cuide, así que debo contratar a una enfermera, si no te molesta, claro. —Por supuesto que no me molesta —aseguró la joven, pasándole un sándwich al hombre que ni cuenta se dio de a qué hora lo preparó—, de hecho, si no te molesta que me entrometa más, déjame decirte que conozco a alguien para el puesto. La mamá de una amiga es enfermera, y cocina delicioso, si te interesa, puedo contactarte con ella.—Claro que me interesa —aseguró el hombre—, y de verdad te lo agradecería mucho. —Perfecto, déjame marcarle —dijo Marisa y, luego de darle una mordida a su sándwich, se levantó de la mesa de la cocina, en que ambos estaban cenando, y salió con la niña dormida amarrada al torso de su cuerpo en esa técnica de porteo que había aprendido recientemente y que a Mía le encantaba.Maximiliano siguió comiendo
—¿De qué estás hablando? —pregunto Marisa y, al recibir como respuesta que esa era la indicación recibida, se quedó tan confundida que ya no pudo preguntar nada más.La joven solo escuchó en silencio la despedida de la mujer con quien terminaba de hablar por teléfono, y suspiró alejando el auricular de su oreja.—¿Ocurre algo? —preguntó Maximiliano, llegando hasta la oficina de la castaña y verla mirando al teléfono entre sus manos con el ceño fruncido—. ¿Todo está bien?—No lo sé —respondió Marisa—, pero, tal vez no. Me acaban de avisar de la inmobiliaria que mi casa ha sido vendida, pero que el dueño dijo que no necesitaba que se desocupara. Eso está raro, ¿no?—No tan raro —respondió Maximiliano, negando incluso con la cabeza, y Marisa le miró contrariada.—Claro que sí —aseguró la de ojos oscuros—. ¿Qué clase de extraño presta su casa a unos desconocidos?—No lo sé... aún, pero intento aprender de ti —declaró el hombre de cabello casi rubio y de ojos verdes, sonriéndole un poco a
Marisa compró una casa de un solo piso, con un pequeño jardín que daba a la calle y con un patio trasero de pocos metros. No era la casa más pequeña del mundo, pero, en comparación de su anterior casa, no era mucho, en realidad; aun así, teniendo su casa propia, ella no dejó la casa de Maximina, pues estaba cómoda en ese lugar, acompañada de esa familia que también estaba cómoda con ella.Entre esa nueva familia se estableció una buena rutina: de lunes a viernes, cada mañana desayunaban juntos luego de darle la bienvenida a Lidia, después, Maximiliano y Marisa salían juntos al trabajo, Lidia y Maximina preparaban la comida, los dos jóvenes volvían juntos a comer por la tarde y después regresaban al trabajo juntos; entonces, Marisa y Mía jugaban juntas, y, en la tarde, los dos jóvenes de la casa volvían al trabajo, todos despedían a Lidia, Maximina y Marisa preparaban la cena juntas, escuchando los balbuceos de Mía, y cenaban todos juntos, pasaban un rato platicando o viendo una pelícu
—¿Cómo está? —preguntó Maximiliano, viendo a Marisa sentándose a su lado y resoplando—, ¿sigue llorando?—No —respondió la joven—, se durmió ya... Max, yo creo que sería bueno llevarla al psicólogo. Sé que hay un tiempo en que es normal sentirse mal luego de perder a alguien, pero, tal vez, no deberíamos asumir que está bien que pase sola por su duelo porque, al menos, yo no puedo entender bien cuánto es lo que le duele.Al decir eso, Marisa también lloró; y es que se sentía impotente por no poder sacar a esa mujer de su dolor a pesa de que intentaba que siempre estuviera ocupada, distraída, cómoda y feliz.Había pasado ya un año de la muerte de loa padres de Mía, y por supuesto que ni Marisa ni Maximiliano esperaban que Maximina hubiera superado la muerte de su hijo en ese tiempo, pero, desde el aniversario luctuoso de esa pareja, ella se había hundido en su depresión, y ya eran tres semanas de ella llorando por todos los rincones.—Hagamos eso —concedió Maximiliano, abrazando a la d
—Ella escapó de casa —informó la psicóloga, intentando con todas sus fuerzas contener su llanto, pero sin poder dejar de lagrimear y sin poder desaparecer el nudo de su garganta—. Mi hermana quería ser libre y vivir una vida bajo sus propias reglas...El dolor en el rostro de la joven era evidente, y por eso nadie fue capaz de decir absolutamente nada.» La busqué mucho tiempo —declaró esa joven entre lentas respiraciones—, pero ella no quería ser encontrada... o eso fue lo que pensé cuando me encontré a mí misma agotada de buscarla y dejé de hacerlo... Y yo... Yo ahora me arrepiento tanto porque, por cansarme, yo no supe que ella...Maximina caminó hasta una mujer que, antes, le hubiera apoyado en encontrar un poco de consuelo una semana atrás, y que, ahora, ella sabía era pariente de esa niña que solo los tenía a Maximiliano y a ella, y que, tal vez, llegaría a la vida de la pequeña con un poco más de familia para ella.—Me parecieron conocidos los apellidos —declaró Maximiliano, ac