CAPÍTULO 13

Marisa suspiró, sentada en un sillón en la penumbra de su sala.

Esa mañana, ella había salido temprano al trabajo y, en el lugar, se encontró con Maximiliano, que había rentado el salón multieventos para una capacitación a sus nuevos empleados, así que, aunque de pronto no sabía qué hacer con sus manos, que las últimas dos semanas se la pasaron abrazando a una pequeñita, no sintió que los extrañaría tanto.

O eso fue lo que pensó hasta que llegó a su casa y la encontró vacía. Marisa sabía que era ridículo, pero incluso podía sentir esa casa como si, ahora que estaba sola, fuera mucho más grande que antes, y también más fría.

Por eso suspiró, sentada en una sala que llenaba su vacío con el silencio, un silencio que fue roto cuando un automóvil, que creía reconocer, se estacionó afuera de su casa y segundos después alguien tocó a la puerta.

Marisa se apresuró hacia la puerta cuando reconoció el llanto de Mía, y abrió la puerta para encontrarse a Maximiliano abrazando a una madre que prác
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