—Pues, en serio, te agradezco el apoyo, y te molestaré con algo más —advirtió el hombre, mientras veía a Marisa picar verduras para una ensalada, probablemente—. Mi mamá necesitará quien la cuide, así que debo contratar a una enfermera, si no te molesta, claro. —Por supuesto que no me molesta —aseguró la joven, pasándole un sándwich al hombre que ni cuenta se dio de a qué hora lo preparó—, de hecho, si no te molesta que me entrometa más, déjame decirte que conozco a alguien para el puesto. La mamá de una amiga es enfermera, y cocina delicioso, si te interesa, puedo contactarte con ella.—Claro que me interesa —aseguró el hombre—, y de verdad te lo agradecería mucho. —Perfecto, déjame marcarle —dijo Marisa y, luego de darle una mordida a su sándwich, se levantó de la mesa de la cocina, en que ambos estaban cenando, y salió con la niña dormida amarrada al torso de su cuerpo en esa técnica de porteo que había aprendido recientemente y que a Mía le encantaba.Maximiliano siguió comiendo
—¿De qué estás hablando? —pregunto Marisa y, al recibir como respuesta que esa era la indicación recibida, se quedó tan confundida que ya no pudo preguntar nada más.La joven solo escuchó en silencio la despedida de la mujer con quien terminaba de hablar por teléfono, y suspiró alejando el auricular de su oreja.—¿Ocurre algo? —preguntó Maximiliano, llegando hasta la oficina de la castaña y verla mirando al teléfono entre sus manos con el ceño fruncido—. ¿Todo está bien?—No lo sé —respondió Marisa—, pero, tal vez no. Me acaban de avisar de la inmobiliaria que mi casa ha sido vendida, pero que el dueño dijo que no necesitaba que se desocupara. Eso está raro, ¿no?—No tan raro —respondió Maximiliano, negando incluso con la cabeza, y Marisa le miró contrariada.—Claro que sí —aseguró la de ojos oscuros—. ¿Qué clase de extraño presta su casa a unos desconocidos?—No lo sé... aún, pero intento aprender de ti —declaró el hombre de cabello casi rubio y de ojos verdes, sonriéndole un poco a
Marisa compró una casa de un solo piso, con un pequeño jardín que daba a la calle y con un patio trasero de pocos metros. No era la casa más pequeña del mundo, pero, en comparación de su anterior casa, no era mucho, en realidad; aun así, teniendo su casa propia, ella no dejó la casa de Maximina, pues estaba cómoda en ese lugar, acompañada de esa familia que también estaba cómoda con ella.Entre esa nueva familia se estableció una buena rutina: de lunes a viernes, cada mañana desayunaban juntos luego de darle la bienvenida a Lidia, después, Maximiliano y Marisa salían juntos al trabajo, Lidia y Maximina preparaban la comida, los dos jóvenes volvían juntos a comer por la tarde y después regresaban al trabajo juntos; entonces, Marisa y Mía jugaban juntas, y, en la tarde, los dos jóvenes de la casa volvían al trabajo, todos despedían a Lidia, Maximina y Marisa preparaban la cena juntas, escuchando los balbuceos de Mía, y cenaban todos juntos, pasaban un rato platicando o viendo una pelícu
—¿Cómo está? —preguntó Maximiliano, viendo a Marisa sentándose a su lado y resoplando—, ¿sigue llorando?—No —respondió la joven—, se durmió ya... Max, yo creo que sería bueno llevarla al psicólogo. Sé que hay un tiempo en que es normal sentirse mal luego de perder a alguien, pero, tal vez, no deberíamos asumir que está bien que pase sola por su duelo porque, al menos, yo no puedo entender bien cuánto es lo que le duele.Al decir eso, Marisa también lloró; y es que se sentía impotente por no poder sacar a esa mujer de su dolor a pesa de que intentaba que siempre estuviera ocupada, distraída, cómoda y feliz.Había pasado ya un año de la muerte de loa padres de Mía, y por supuesto que ni Marisa ni Maximiliano esperaban que Maximina hubiera superado la muerte de su hijo en ese tiempo, pero, desde el aniversario luctuoso de esa pareja, ella se había hundido en su depresión, y ya eran tres semanas de ella llorando por todos los rincones.—Hagamos eso —concedió Maximiliano, abrazando a la d
—Ella escapó de casa —informó la psicóloga, intentando con todas sus fuerzas contener su llanto, pero sin poder dejar de lagrimear y sin poder desaparecer el nudo de su garganta—. Mi hermana quería ser libre y vivir una vida bajo sus propias reglas...El dolor en el rostro de la joven era evidente, y por eso nadie fue capaz de decir absolutamente nada.» La busqué mucho tiempo —declaró esa joven entre lentas respiraciones—, pero ella no quería ser encontrada... o eso fue lo que pensé cuando me encontré a mí misma agotada de buscarla y dejé de hacerlo... Y yo... Yo ahora me arrepiento tanto porque, por cansarme, yo no supe que ella...Maximina caminó hasta una mujer que, antes, le hubiera apoyado en encontrar un poco de consuelo una semana atrás, y que, ahora, ella sabía era pariente de esa niña que solo los tenía a Maximiliano y a ella, y que, tal vez, llegaría a la vida de la pequeña con un poco más de familia para ella.—Me parecieron conocidos los apellidos —declaró Maximiliano, ac
—Me siento desplazada —declaró la joven de cabello y ojos cafés, que seguía siendo dejada de lado en las nuevas salidas y nuevos planes de esa familia—, creo que seguirme aferrando a ellos solo me hará mucho más daño... y aun así no logro irme. ¿Por qué será?—Por cobarde —respondió Maruca y Marisa se rio a carcajadas hasta que se quedó sin aire—. Y, déjame decirte que también es por cobarde que sigues sacándole la vuelta a comer en esa casa.—Ellos no van a estar ahí —declaró Marisa, levantando su cuerpo del mostrador de la recepción en donde había estado apoyándose desde que comenzó a hablar con Maruca—, siguen saliendo a comer con ella, de compras con ella y todo con ella... Supongo que ahora no me necesitan, así que no tiene caso buscarlos para solo terminar más lastimada.—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó la mujer delgada que siempre estaba detrás de ese mostrador, recibiendo amablemente a todas las personas que iban a trabajar o a recibir algún servicio en ese lugar.—Pues
—Marisa —habló Maximiliano, acercándose al baño, que tenía la puerta abierta, para ver si ella estaba ahí—. ¿Puedo hablar contigo?Marisa miró al hombre luego de apartar la toalla de su rostro, y le pidió que le diera un segundo, sonándose la nariz antes de salir a hablar con él, pues el agua no solo le había entrado a los ojos, sino también en sus fosas nasales, haciendo un poco de desorden.» Acabo de hablar con Julissa —declaró el hombre cuando al fin vio a esa joven salir del baño, y la castaña no pudo evitar sonreír.La joven de ojos oscuros no podía creerse que la otra fuera tan rápida para armar chismes, pero lo que ella menos quería creer era que ese hombre se pondría del lado de Julissa, al punto de ir a defenderla de ella.—Supongo que te dijo que le pedí que no se metiera en mi vida —declaró Marisa, tomando asiendo en su escritorio y viendo como el otro se sentaba frente a ella—. Si vienes a preguntar si se lo dije, pues, sí, se lo dije.Esa confesión sacó un poco de honda
—Buenas noches —saludó Marisa, sintiendo como si estuviera caminando hacia el paredón, pues no había manera de subir a la habitación sin pasar por donde todos estaban, al parecer, saliendo a cenar, y acercarse a ellos sería tan doloroso como morir.—Buenas noches —respondió Julissa, sonriéndole tan cínicamente que las ganas de llorar volvieron a Marisa, pero ella solo agachó la mirada y sonrió con sorna por lo patética que era la situación y lo patética que se sentía.—Estamos yendo a cenar —informó Maximina y Marisa asintió, fingiendo que nada le dolía con esa sonrisa, sin embargo, ella estaba segura de que no era para nada natural la mueca en su rostro, y todo empeoró cuando la mujer mayor le hizo una invitación—: ¿gustas acompañarnos?—No, gracias —musitó la joven de cabellos castaños, y terminó por aclarar la garganta, porque el nudo que ahí estaba la estaba asfixiando—. Solo vine por mis cosas. Me iré a mi casa ahora. Gracias por todo, fui muy feliz con ustedes.La sonrisa de Mar