CAPÍTULO 12

Tras un silencio algo prolongado, Maximina y Marisa no hablaron más del tema, pues Mía ensució su pañal y la más joven debió entrar a cambiarla.

Maximina, por su parte, se quedó afuera, sentada en una banca cómoda que le permitía ver directamente a la pequeña capilla donde descansaban los restos de los que ella más amaba.

Esa casa era lo que quedaba de una hacienda colonial, por eso tenía el templito que los que vivieron en el lugar usaron por muchos años, y que se había quedado así por respeto a la religión que profesaban y porque no le hacía ningún mal a nadie ocupando un espacio en ese gran terreno, al contrario, le daba tranquilidad a quienes ahí vivían.

Maximina lo pensó un poco, vivir en ese lugar para siempre podría ser bueno para ella, pero aún sentía que no quería despegarse de esa casa, también grande y hermosa, donde había pasado toda su vida, donde vio nacer y crecer a sus hijos, y donde pensó que moriría un día, muy vieja y rodeada por sus dos hijos que no parecían dispue
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