Marisa caminó a la recepción con Mía en los brazos, e hizo mala cara cuando sintió que su blusa, en la parte del estómago, donde se apoyaba el trasero de la bebé, se humedecía.
Eso sí que no lo había esperado, pero ahora entendía que la bebé no dejara de llorar, seguro no era nada cómodo estar empapada al punto de empapar a otros.
Puso en el mostrador de la recepción un letrero que decía “Favor de tocar en la oficina” y caminó hasta su lugar de trabajo para poder cambiar a la niña, tanto de pañal como de ropa, y para poderse cambiar de ropa también.
Ella era muy propensa a ensuciarse, porque en cualquier sitio se sentaba y en cualquier lugar se recargaba, por eso solía tener dos o tres cambios en un locker, por si alguien le mandaba de pronto un mensaje diciendo que pasaban por ella luego del trabajo para ir a cenar o a bailar a algún lado.
La castaña de ojos oscuros cambió el pañal de Mía, mientras le hablaba de montón de cosas lindas, luego le preparó la mamila y la alimentó, viéndola dormir, porque la pobre niña estaba demasiado cansada de llorar; solo entonces usó el baño para cambiarse de ropa y limpiar un poco su cuerpo, porque luego de alimentarla la pequeña le había vomitado un hombro.
Viendo a la niña dormida, la joven se encaminó a la recepción, a atender a quienes entraban, dejando la puerta de su oficina abierta para poder vigilar a la niña que dormía plácidamente en el lugar donde a veces ella también se dormía en lugar de ir a comer.
La oficina de la joven tenía una ventana que daba a la calle, a un espacio donde el sol entraba a media tarde y que, al colarse por las rendijas de la persiana, generaban un ambiente agradable y hasta visualmente deseable.
Marisa comenzó a trabajar en la recepción, mirando continuamente adentro de su oficina, y caminando hacia ella de vez en cuando, para revisarla más de cerca, porque la niña parecía estar bastante dormida.
Pero a la oficina solo iba de entrada por salida, porque la necesitaban más en la recepción, y había considerado que tal vez no sería prudente que todos los que accedían a ese lugar estuvieran tocando la puerta de esa oficina mientras la niña dormía, eso podría alterarla y se veía demasiado tranquila.
Casi tres horas después, Maximiliano y el abogado que acompañaba al hombre dejaron la sala de reunión, caminando hasta la recepción donde la mujer que se suponía debería estar cuidando a Mía estaba sola, concentrada en lo que hacía en la computadora.
El cuerpo del hombre se heló por completo, y de hecho su primer impulso fue caminar hasta esa mujer para enfrentarla, pero, al escuchar un llanto iniciando muy cerca del lugar, y al ver a la mujer mirar hacia una puerta, hacia la cual caminó después, pudo respirar de nuevo.
La joven alzó a la niña, que tenía recostada en un sofá cama iluminado por el sol, y la alzó en brazos, meciéndola y logrando que la niña dejara de llorar de inmediato.
Maximiliano no pudo evitar preguntarse qué era lo que le faltaba a él o le sobraba a esa mujer, porque la niña era de su sangre, y él estaba completamente seguro de que no estaba emparentado con esa joven por absolutamente ninguna parte.
El hombre caminó hasta la oficina, una cálida, bien ventilada, bien iluminada y tranquila oficina y, tras golpear suavemente la puerta en un par de ocasiones, recibió el pase de la joven Marisa, que le decía que podía darle la mamila en ese lugar, pues la niña parecía estar con hambre otra vez.
El abogado de la financiera que Maximiliano dirigía se despidió de él, porque tenía que regresar a la oficina, y el rubio no lo haría aún; Marisa salió a despedirlo y a recibir de Tomás la petición de usar la sala por algunas horas más.
El proyecto que la agropecuaria había presentado a la financiera necesitaba modificaciones y Tomás y sus empleados querían dejarlas listas antes de irse a comer; además, también reservó la sala para una hora por la tarde, donde Maximiliano se reuniría con ellos de nuevo para terminar de concretar su negocio.
La sala estaría libre todo el día, así que la joven accedió a la petición de ese hombre y, desde la recepción, vio al hombre con quien su amigo hacía negocios cabecear con la niña entre los brazos.
—Lo lamento —dijo el hombre, que sin darse cuenta se había quedado dormido por algunos minutos, pues el ambiente de ese lugar era tan bueno, y él estaba tan cansado, que no le fue difícil hacerlo—. He pasado una mala noche. Podría recomendarme un hotel para pasar un par de horas, en lo que se hace hora para la reunión de la tarde.
Marisa alzó las cejas y estiró los labios, estaban en plena fiesta patronal en esa pequeña ciudad, así que las calles de ese lugar estaban a tope, los hoteles no debían ser la excepción; pero igual se ofreció a intentar conseguirle un lugar sin lograr nada.
—Lo lamento —dijo Marisa de vuelta cuando el hombre, luego de dormir a Mía de nuevo, preguntó por la habitación—. No hay lugares disponibles en ninguna parte.
Maximiliano resopló disimuladamente y, viéndolo tan agotado, la castaña decidió volver a meterse donde no la estaban llamando.
» Si gusta, puede usar la oficina para descansar, puedo también pedirle comida de un buen restaurante para que coma aquí en lo que la hora de la reunión llega —ofreció la joven y el hombre le volvió a mirar contrariado—. Esa es mi oficina y, como ve, no la voy a usar por hoy, debo cuidar la recepción lo que resta del día.
El hombre lo pensó un poco, no quería aceptar semejante ofrecimiento, pero al mirar atrás y ver a Mía plácidamente dormida en lo que le parecía un pedazo de cielo, el hombre se tragó su orgullo y asintió, prometiendo pagar por eso también.
Marisa sacó su bolsa y maletín de la oficina, y le mostró al hombre cómo cerrar las persianas de la ventana que daba a la recepción, igual que la de la puerta, asegurándole que desde la calle no era visible para adentro gracias al cristal polarizado de esa ventana, por eso no era necesario que cerrara esa persiana si no lo quería.
Maximiliano cerró la puerta, cerró las dos persianas que daban a la recepción y se recostó en el sofá cama que ocupaba la mitad de esa pequeña oficina, que en serio se sentía bien si no tenía en cuenta el barullo de la gente o el sonido de los teléfonos sonando esporádicamente, sonidos que pronto dejó de escuchar, porque de verdad que estaba cansado.
Casi tres horas después, a hora y media de tener que reanudar la reunión con “Agropecuaria Santa Clara”, el director general de “Saving Investments”, despertó porque la niña a su lado se quejó, y supo que ella necesitaba un cambio de pañal y que seguro pronto tendría hambre, tal como él la estaba teniendo.Marisa escuchó ruidos en su oficina, deduciendo que el hombre había despertado, y luego vio que ese sujeto abría la puerta, preguntando si podía hacerle favor de pedir algo de comer.La joven, que estaba punto de pedir su comida también, le pasó los menús de los restaurantes cercanos que más le gustaban a ella, y el hombre señaló algo que ella pidió junto a su comida.Luego de la mamila, Mía no se durmió, estaba inquieta, y por eso la joven la tomó en brazos para permitir que ese hombre comiera, mientras ella seguía atendiendo la recepción con el portabebés sobre el escritorio, donde la niña, tal vez sintiéndose acompañada, estaba de verdad tranquila.Maximiliano pensó que necesitab
En el estacionamiento del lugar de su cita, el hombre se arrepintió cómo nada de haber decidido ir a ese lugar, porque a ella no la podía dejar en ningún lugar, mucho menos sola, y ahora estaba ahí, sin saber por qué esa niña lloraba, porque aún no se completaban las tres horas exactas para que volviera a comer, faltaban algunos minutos.Gracias al cielo, una joven que no conocía de nada se había ofrecido a cuidarla un rato y, aunque en un inicio no se sintió tan confiado de sus buenas intenciones, cuando dejó de escuchar llorar a su sobrina sintió que había hecho bien al aceptar esa ayuda.Sin embargo, todo eran montones de emociones encontradas con él; porque, para empezar, se sentía mal por querer mantenerse ocupado en lugar de preocupado por el estado de su hermano; y luego también estaba la culpa que sentía de estar trabajando a su gusto cuando su sobrina era cuidada por una completa desconocida.Maximiliano no dejaba de reclamarse por todo lo que hacía, y por lo que no hacía tam
—¿Y la otra recepcionista? —preguntó Maximiliano, viendo a una mujer mayor sentada detrás del escritorio.—No hay otra recepcionista —informó Maruca, la señora de cabello completamente gris, de hipnotizantes ojos azules y de apariencia impecable que estaba sentada detrás del mostrador—. Desde casi el inicio de este edificio de oficinas, la única ocupando este puesto soy yo, antes de mí lo hizo Marisa Altamirano, la dueña del edificio.—¿Marisa es la dueña? —preguntó el hombre, algo confundido por la reciente información obtenida, pero al menos ahora sabía que esa joven definitivamente estaría ahí en algún momento, aunque precisaba saber cuándo—. ¿A qué hora la puedo encontrar?—Hoy no va a venir —informó Maruca y el hombre casi bufó su molestia; aunque, para ser completamente franco, el culpable de semejante chasco era él, que ni siquiera había investigado quién era esa amable joven que le había ayudado antes, y a quien quería volver a ver—. Mañana estará aquí desde las nueve de la ma
Maximiliano acompañó a la joven hasta su auto para ayudarle a colocar el asiento para bebés en el asiento trasero de este y subió la pañalera, junto a la bolsa de la joven, luego de verla recostar a la niña en dicho asiento.» Lamento molestarte de nuevo —dijo el hombre, de verdad apenado.Marisa pensó que no era necesario que se sintiera mal, porque lo que ese hombre estaba pasando era algo que ella ya conocía, Tomás Carvajal, gran amigo de la joven y socio de ese hombre, le había platicado al respecto. —No pasa nada —aseguró la joven—. El spa lo voy a visitar para conocerlo y poder trabajar en sus promocionales. Haré vídeos, fotos y una reseña, así que, entre más cosas sepa sobre el lugar, es mejor para mí y mi trabajo. Veamos cómo se la pasa una bebé en ese lugar que promete ser familiar. Maximiliano agradeció de nuevo, vio a la joven subir a su auto y acariciar el rostro de la niña antes de encenderlo, sonriéndole tan hermosamente como lo había hecho desde la primera vez que le
“Muchas gracias por cuidar de mi nieta” decía el mensaje que Marisa leyó, de un número desconocido, pero que sabía bien de quién era, pues, Maximiliano le había advertido que su madre le quería agradecer por las fotos de Mía cuando él le pidió permiso a la joven para compartirle su número de teléfono.“Siempre es un placer para mí” respondió la joven de cabello ondulado, sonriendo al ver cómo la mujer había puesto una de las tantas fotos, enviadas a Maximiliano, como su foto de perfil en esa aplicación de mensajería que facilitaba la comunicación a un nivel casi impresionante, si no estuviera todo el mundo acostumbrado a ella, por supuesto.Maximina estaba de verdad agradecida con esa joven que, aunque en un inicio le pareció, estaba metiéndose donde no la llamaban al acercarse a la niña, al ver a esa chiquilla, que casi siempre veía llorando o dormida, tan tranquila e incluso jugando en las fotos y vídeos que le mandaron, terminó por ser consciente de que ellos no le estaban dando a
—Es mi sobrina —declaró la joven—. Yo vivo en otra ciudad, es allá donde trabaja Max..., Oh, Max es el hombre que trajeron inconsciente por la fiebre, es mi novio, trabajamos en el mismo edificio y yo le ayudo a cuidar a Mía entre semana. Marisa no tenía el conocimiento de lo ocurrido con Andrés, pero, al ver el estado de Maximina, y también el de Maximiliano, pudo deducirlo y ser más precisa en su explicación para lograr sonar más convincente. » Mi cuñado y su esposa tuvieron un accidente meses atrás —explicó Marisa lo que había escuchado de Tomás, pero involucrándose como familiar de esa pequeña y destrozada familia—. Ella murió en el quirófano la noche del accidente, mi cuñado estaba en coma y acaba de morir, es por eso la señora Maximina, mi suegra, se encuentra en tan mal estado. —¿Por qué no cuidó a la niña si ellos estaban tan mal? —cuestionó la trabajadora social, que necesitaba confirmar que ella era alguien de fiar antes de entregarle a la pequeña niña—. Ella tiene horas
Marisa durmió con la niña pegada a su cuerpo, y abrió los ojos cuando su teléfono sonó por una llamada proveniente del hospital, de donde le informaban que, tanto Maximiliano como Maximina, habían despertado; y que él había pedido que lo comunicaran con ella.Marisa prometió ir al hospital una vez que la pequeña Mía despertara y desayunara, y le pidió a la enfermera, que le había marcado, que le informara a Maximiliano que la niña estaba bien, que estaban en un hotel, por ahora, pero pronto irían hacia ellos.De rato, ni bien había terminado de desayunar al mismo tiempo que le daba una mamila a la pequeña Mía, le marcaron de parte de la policía para informarle que la aseguradora de la casa estaba ahí para hacerse cargo del desperfecto de la puerta, así que debió ir primero a la casa de su falso novio para encargarse de eso.Y, casi dos horas más tarde, la joven entraba al fin a la habitación de hospital donde el tío de Mía estaba, encontrando a Maximiliano mirando a la nada, como si s
Cuando iban de salida de la casa, la joven vio a la señora Maximina acariciar una de las tres urnas que estaban en un pequeño altar en una de las habitaciones de la casa, y le ofreció algo más a esa mujer que parecía estar a punto de arrepentirse de haber elegido irse, porque no parecía poder irse sin ellos. —Mi casa es enorme —declaró la joven, llegando a ella con una niña, que comía entre sus brazos, sin incomodarse, a pesar de que la mujer se movía de aquí a allá—, tiene un par de jardines, una alberca y un pequeño templo, ahí están las cenizas de mi madre y de mi tío; si gusta, puede usarla también. Maximina no sabía cuánto más le podía agradecer a esa joven, pero de verdad necesitaba cada cosa que ella le ofrecía, por eso no podía dejar de aceptar tomar su mano; y era más o menos igual lo que a Maximiliano le pasaba con la castaña. El chófer de Maximina condujo el auto de Maximiliano detrás del auto de Marisa, que era conducido por Maximiliano, guiado por Marisa hasta su casa