CAPÍTULO 2

—Muchas gracias por venir —dijo la joven, despidiendo a los de la limpieza tras revisar que la sala quedara impecable.

Esa sala no tenía la mejor vista, al menos no si la comparaban con la sala superior, pero contaba con la privacidad necesaria para que se trabajara cómodamente, por eso también era una excelente opción de renta.

Era una idea inusual, ciertamente, pero considerando la comodidad, el espacio y toda la indumentaria que proporcionaban, que iba desde pizarrones hasta proyectores, muchas personas decidían usarlas en lugar de recibir a empresarios o clientes en sus pequeñas e imprácticas oficinas de empresa.

En la recepción, Marisa recibió a unos conocidos, pues con ya cuatro años en el negocio, tenía clientes asiduos, y los dirigió a una sala que no esperaban, pero que para nada les disgustó, pues incluso sus baños eran mejores que los de la sala que usualmente rentaban, y se adentraron tras mencionarle a la joven el nombre de la empresa que ellos estaban esperando.

Minutos después, Marisa fue atraída por un hombre de tez blanca, cabello castaño claro, de ojos verdes y traje impecable que caminaba de un lado a otro en el estacionamiento mientras mecía a un bebé.

Se preguntó si ese hombre tendría alguna cita con algún médico, aunque por su traje más bien parecía que iba a la reunión, cosa ilógica, porque ningún empresario en su sano juicio se presentaría a una reunión de negocios con un bebé llorón entre los brazos, ¿o sí?

Pues, al parecer, a veces sí sucedía, porque el hombre del bebé llorón entró al edificio y se acercó a la recepción junto a otro hombre que lo veía extrañado, y medio incómodo también, porque el bebé en los brazos de ese hombre no dejaba de llorar.

—Soy Maximiliano Santillana —se presentó el hombre de pulcra apariencia en una voz ronca y casi perfecta que emocionó un poco a la mujer detrás del mostrador en la recepción—, soy de la financiera “Saving Investments”, y tengo una reunión con “Agropecuaria Santa Clara”.

—Por supuesto —dijo Marisa, dejando su puesto y caminando al frente de esos dos hombres serios y un bebé llorón—, síganme, por favor. Los están esperando.

La mujer los dirigió a la sala de reuniones, donde los otros tres ocupantes también miraron al hombre contrariados, porque de verdad que era inusual llevar a un bebé a ese tipo de eventos.

Y, aunque posiblemente el tal Maximiliano Santillana tenía una razón de peso para haber acudido a una reunión con ese bebé, iba a ser difícil trabajar cuidando de él, por eso Marisa hizo algo que nadie esperó.

» Disculpe —dijo la joven, antes de volver a su puesto—. Si gusta, puedo cuidar del bebé mientras terminan su reunión.

Maximiliano la miró con el ceño fruncido, esa propuesta era inusual, sobre todo teniendo en cuenta que ellos ni siquiera se conocían. Él no podía ser tan irresponsable como para dejar a la niña en brazos de una completa desconocida, ¿o sí?

Maximiliano Santillana miró a una joven, que ni siquiera se había presentado con él, con el ceño fruncido.

¿De verdad pretendía cuidar a la niña que había llevado un desconocido a ese lugar? Eso le parecía en extremo extraño, y casi de mal gusto, pero no alcanzó a sospechar sobre las malas intenciones de esa mujer, pues el hombre que le había citado en el lugar intervino e intercedió por ella.

—Marisa es una persona de confianza —declaró el joven Tomás Carvajal, futuro heredero de la agropecuaria con quien Maximiliano invertiría si es que lo convencían de que el negocio que ellos proponían era rentable—. La conocemos desde hace más de tres años, cuando comenzamos a rentar sus salas de reunión. Es una buena chica. Incluso le propusimos trabajar para nosotros, pero no quiso.

La joven de cabello oscuro sonrió un poco al recordar ese evento. En ese entonces ella aún no se tiraba a trabajar como publicista independiente, así que atendía la recepción personalmente y, como ellos no sabían que ella era la dueña del lugar, la quisieron llevar como asistente personal de Tomás, quien al final terminó avergonzado por no haber investigado más sobre la joven.

—Lamento si sonó imprudente mi ofrecimiento —dijo la joven, algo arrepentida de haberse dejado llevar por su necesidad de ayudar a otros, esa que de pronto la dejaba ver como una total entrometida—, pero en la recepción no hay mucho qué hacer, y el clima es menos frío que en este lugar, así que pensé que el bebé estaría más cómodo, igual que ustedes.

—Es una niña —informó Maximiliano y la joven se obligó a no ver a Tomás, que seguro se estaría burlando de ella por haber cometido tal error.

Ellos se habían hecho amigos luego de que se aclarara la confusión y, de hecho, dos de los muchos profesionales que trabajaban en la torre, como era coloquialmente llamado el edificio “Professional tower”, habían sido recomendados por él.

» Y, aunque no sé si yo podré sentirme cómodo, la verdad es que no quiero importunar a nadie, por eso pagaré extra por el cuidado de la bebé —declaró Maximiliano y Marisa no se atrevió a negarse enfrente de todos, porque eso seguro daría pie a una discusión que les quitaría tiempo a ambos, y él tenía cosas qué hacer, igual que ella—. Su nombre es Mía, debería tomar una mamila en cualquier momento.

—Me haré cargo —aseguró la joven, tomando la enorme pañalera que el hombre llevaba colgada debajo del brazo, y también a la bebé—. Hola, bebé. Vamos a portarnos bien juntas allá afuera, ¿sí?

Sería porque la voz de la joven era baja y dulce, pero la niña guardó silencio para escucharla, y Maximiliano sintió que algo le punzaba en el pecho. Tenía poco más de dos horas con la niña, y en ese tiempo no había logrado que ella se callara, ni aunque la arrulló, le puso una canción en el teléfono e incluso se lo suplicó.

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