—Si te quiero —aseguró la anciana—, pero como la tía de Mía, como querría a una sobrina si tuviera una, también a Julissa la quiero, porque son mi familia, pero no puedo darte la razón cuando no la tienes, y no puedo solo aplaudirte que me hagas lo que me estás haciendo. No me quites a Mía, por favor, Olga. —Entonces, no me quite mi lugar al cual regresar —pidió Olga, llorando, tomando las manos de la mujer que lloraba frente a ella—. Elíjame esta vez, y cuidemos a Mía juntas. Por favor. El ceño de la mayor se frunció, no sabía qué debía responder porque esa propuesta era demasiado tentadora, a pesar de ser tan ambigua. ¿Qué significaba elegirla a ella? ¿A qué era a lo que debía renunciar? —Lo lamento, Olga, pero no puedo obligar a Maximiliano a amarte —señaló la mujer, asumiendo que era a Marisa y a la felicidad de su hijo—. Quiero la felicidad de mi hijo, y esa es Marisa. —Pues dígale que se vaya de la casa —pidió la mencionada y Maximina abrió enorme los ojos—. Si Maximiliano s
—¿Sabes qué noté? —preguntó Maximiliano, luego de caminar hasta la habitación de Marisa, lugar en donde dejó sus maletas en el taburete que estaba al pie de una cama que habían compartido una vez. Marisa no respondió con la boca, alzó la cabeza en señal de pregunta, al tiempo que alzaba las cejas y abría enormes los ojos; y el hombre sonrió un poco divertido. » Que estás muy calladita —respondió el hombre, con esa sonrisita divertida mientras iba caminando hasta donde la joven se mantenía un poco inmersa en sus pensamientos—. No me digas que te pusiste nerviosa conmigo aquí. Si te molesto puedo irme. —¿Cómo crees? —preguntó la joven luego de ser atrapada por la cintura y colgarse al cuello de su novio—. Sí estoy un poco nerviosa, pero no me molestas para nada. —¿Qué te pone nerviosa de mí? —preguntó Maximiliano—. No es que vaya a ver algo de ti que no me hayas mostrado antes, y amo hasta como roncas. —¡Yo no ronco! —exclamó Marisa, entre risas, mientras su rostro se llenaba de ca
—Entonces, ¿puedo visitar a Mía cuando yo quiera? —preguntó Maximiliano y Olga apretó los dientes con tanta fuerza que fue visible para todos en el lugar. —Siempre y cuando Marisa no venga contigo, yo no tengo ningún problema —aseguró Olga y Maximiliano respiró profundo de nuevo. —¿Usted dónde vive? —preguntó el procurador de bienestar infantil—. ¿No vive en casa de su madre? —Nosotros vivíamos en casa de mi madre —informó Maximiliano Santillana—, me refiero a Marisa y a mí. La casa era originalmente de ella, pero yo la compré hace un tiempo, vivíamos todos juntos hasta que los problemas iniciaron, ahora Marisa y yo vivimos en la casa que ella compró después de venderme su antigua casa. —Bueno. Si la niña está acostumbrada a ella, yo recomiendo darle un día o dos de vista a la ciudadana Marisa, por el bienestar emocional de la niña —explicó Emmanuel a la joven que alegaba que todo lo que le interesaba era el bienestar de esa niña, y Olga apretó los dientes. Había ido ahí demasiad
Mientras hablaba, la joven miraba fijamente a la nada y se comía las uñas. Olga estaba bajo mucha presión, por eso sus peores hábitos estaban volviendo a ella, y necesitaba contrarrestarlos de alguna manera. » Sabes qué, no importa nada —aseguró Olga, caminando hasta su hermana para atraparla por la cara y presionar con fuerza sus mejillas, lastimando el interior de estas por su roce con los molares—... De todas formas, esa mujer tiene que dejar este mundo para que yo pueda ser feliz, así que olvídate de esta conversación, pues no necesito un testigo, y no quiero deshacerme de dos personas en tan poco tiempo. Julissa tembló ante la mirada de su hermana, una que definitivamente no estaba vacía pues, a pesar de que carecía de luz, estaba llena horribles sentimientos provocados, seguramente, por los peores pensamientos. Olga soltó a su hermana luego de presionar con más fuerza mientras le sonreía, y luego tiró un beso al aire, dirigido hacia ella; pero Julissa no lo quería, por eso fi
—Está todo bien —aseguró Maximiliano una vez que él y Marisa estuvieron en el auto, tomando la mano de esa mujer que amaba tanto—, mi madre en realidad te está molestando, nos está molestando, así que mejor no le prestes demasiada atención al asunto, sería difícil para mí si decides comenzar a portarte bien ahora.Marisa se cubrió el rostro con ambas manos, pues esa respuesta, definitivamente, le había molestado más que lo que Maximina le había dicho; aunque en un sentido algo diferente. La broma de Maximiliano le molestaba un poco, mientras que la de Maximina le hacía sentir un poco culpable.—Siento que la estoy desilusionando —declaró la mujer de cabello castaño y ojos cafés—, pero, parece ser que, si soy medio mala, porque tampoco quiero empezar a portarme bien contigo. Portarnos mal juntos es bastante placentero y adictivo. Ya no podría vivir sin ti.—Eso es bueno —aseguró Maximiliano, sonriendo feliz por esa declaración—, porque eso significa que mi plan de volverte adicta a mí
Marisa seguía mirando fijamente la prueba de embarazo en sus manos, sin respirar y con los ojos muy abiertos, eso fue hasta que su cerebro la sacudió y un suspiro escapó de su cuerpo mientras parpadeaba repetidamente y sacudía la cabeza con incredulidad.¿Sería que era día de buenas noticias? Eso comenzaba a parecer. Al medio día, Maximina le había invitado a festejar que tenía ya la patria potestad de Mía, así que saldrían a comer a algún lugar; pero, después de discutirlo un poco, decidieron celebrar su felicidad en esa casa que era y para siempre sería su hogar.Marisa aceptó, festejar semejante situación era algo que se moría por hacer, aunque era totalmente lo contrario con comer.Ella tenía días con el estómago hecho un desastre; de hecho, Marisa sentía que había perdido algunos kilogramos entre lo poco que comía y lo mucho que vomitaba. La joven había pensado en una infección en el estómago, y pensó que sus mareos eran a causa de su vómito, eso fue hasta que Maruca le preguntó
Aprovechando la confusión en que incluso Olga se encontraba, Maximiliano corrió hacia la mujer que sostenía el arma, golpeando su mano para que la soltara; luego empujó a Olga al piso y la sometió mientras gritaba el nombre del amor de su vida quien, cara al piso, no hacía ruido alguno.Maximina corrió hacia Marisa, igual que su nieta, y ambas la llamaban, pero ella no respondía. Marisa solo las veía, intentando pedirles que no se preocuparan por ella, pero las palabras no salían de su boca.Era curioso, Marisa sentía como que nada le dolía y, al mismo tiempo, sentía que le dolía absolutamente todo. Su conciencia iba y venía, a instantes escuchaba los gritos y los llantos de todos, luego no escuchaba nada; la sangre en su garganta era la peor tortura, porque la estaba ahogando, y el sabor que tenía en su boca era sencillamente asqueroso.Marisa rezó por sus seres amados, porque todos los que amaba y la amaban pudieran seguir adelante a pesar de ella, porque, definitivamente, sentía qu
—Todo va a estar bien —aseguró Maximina a su hijo, a quien le sobaba la espalda mientras él se aferraba a ella en ese interminable abrazo que no lograba darle demasiada paz al hombre—, ella es muy fuerte, y seguro que el cielo no permitirá que una madre, dispuesta a hacer cualquier cosa por el bienestar de su amada hija, pierda a su bebé. —¿Y si no? —preguntó Maximiliano, sintiendo su alma resquebrajarse un poco más—. ¿Qué se supone que haga si no salen las cosas bien? ¿Qué se supone que haga si los pierdo a los dos?Maximina no supo qué responder, porque ella había perdido a su amado esposo y a su amado hijo, y le había tocado resignarse por los que quedaban, esa fue su única opción, y a ratos la odió, por eso no quería tener que pedirle eso a su hijo, no quería decirle que los que quedaban valían más que los que se iban, porque ni siquiera ella lo creía así, todos eran igual de importantes.—¿Son los familiares de Marisa Altamirano? —preguntó un hombre en traje quirúrgico, acercánd