Marisa seguía mirando fijamente la prueba de embarazo en sus manos, sin respirar y con los ojos muy abiertos, eso fue hasta que su cerebro la sacudió y un suspiro escapó de su cuerpo mientras parpadeaba repetidamente y sacudía la cabeza con incredulidad.¿Sería que era día de buenas noticias? Eso comenzaba a parecer. Al medio día, Maximina le había invitado a festejar que tenía ya la patria potestad de Mía, así que saldrían a comer a algún lugar; pero, después de discutirlo un poco, decidieron celebrar su felicidad en esa casa que era y para siempre sería su hogar.Marisa aceptó, festejar semejante situación era algo que se moría por hacer, aunque era totalmente lo contrario con comer.Ella tenía días con el estómago hecho un desastre; de hecho, Marisa sentía que había perdido algunos kilogramos entre lo poco que comía y lo mucho que vomitaba. La joven había pensado en una infección en el estómago, y pensó que sus mareos eran a causa de su vómito, eso fue hasta que Maruca le preguntó
Aprovechando la confusión en que incluso Olga se encontraba, Maximiliano corrió hacia la mujer que sostenía el arma, golpeando su mano para que la soltara; luego empujó a Olga al piso y la sometió mientras gritaba el nombre del amor de su vida quien, cara al piso, no hacía ruido alguno.Maximina corrió hacia Marisa, igual que su nieta, y ambas la llamaban, pero ella no respondía. Marisa solo las veía, intentando pedirles que no se preocuparan por ella, pero las palabras no salían de su boca.Era curioso, Marisa sentía como que nada le dolía y, al mismo tiempo, sentía que le dolía absolutamente todo. Su conciencia iba y venía, a instantes escuchaba los gritos y los llantos de todos, luego no escuchaba nada; la sangre en su garganta era la peor tortura, porque la estaba ahogando, y el sabor que tenía en su boca era sencillamente asqueroso.Marisa rezó por sus seres amados, porque todos los que amaba y la amaban pudieran seguir adelante a pesar de ella, porque, definitivamente, sentía qu
—Todo va a estar bien —aseguró Maximina a su hijo, a quien le sobaba la espalda mientras él se aferraba a ella en ese interminable abrazo que no lograba darle demasiada paz al hombre—, ella es muy fuerte, y seguro que el cielo no permitirá que una madre, dispuesta a hacer cualquier cosa por el bienestar de su amada hija, pierda a su bebé. —¿Y si no? —preguntó Maximiliano, sintiendo su alma resquebrajarse un poco más—. ¿Qué se supone que haga si no salen las cosas bien? ¿Qué se supone que haga si los pierdo a los dos?Maximina no supo qué responder, porque ella había perdido a su amado esposo y a su amado hijo, y le había tocado resignarse por los que quedaban, esa fue su única opción, y a ratos la odió, por eso no quería tener que pedirle eso a su hijo, no quería decirle que los que quedaban valían más que los que se iban, porque ni siquiera ella lo creía así, todos eran igual de importantes.—¿Son los familiares de Marisa Altamirano? —preguntó un hombre en traje quirúrgico, acercánd
Maximiliano llegó a la casa de su madre, porque no quería estar solo en ese momento, se dio un baño y se tiró en la cama, a pesar de que estaba seguro de que no podría dormir, y la dejó luego de algunos minutos de escuchar llorar a Mía con desesperación. —¿Qué es lo que pasa? —preguntó el hombre y fue su madre quien le respondió que Mía parecía estar asustada, porque esa era la tercera vez que despertaba sobresaltada—. Ven, duerme conmigo. Mía le dio los brazos a su tío cuando él los extendió hacia ella, y entonces se recostó en su hombro mientras aún lloraba por su mamá. » Mamá está bien —aseguró Maximiliano, meciéndose de un lado a otro con la niña en brazos—, ella está bien, pero no puede venir ahora. Luego iremos a verla, y después de eso la traeremos a casa y volveremos a estar todos juntos y felices, ¿ok? Mía no respondió, solo cerró de nuevo sus ojos, mientras algunos suspiros eran arrancados por el sentimiento que le había dejado todo ese llanto. » Mía —habló Maximiliano,
—Ella recuperó el conocimiento —informó el hombre de bata blanca a Maximiliano y Maximina, que habían sido llamados al hospital por el médico que atendía a Marisa—, sigue inconsciente, pero, cuando casi despierta, ha respondido algunas de nuestras preguntas, y se ha quejado de frío y de dolor.Maximina agradeció al cielo por la llegada de esa buena noticia, noticia que tenían esperando alrededor de dos semanas; y Maximiliano también agradeció. Él de verdad estaba muy agradecido con la vida porque todo estaba yendo bien.» El feto sigue estable y ella está mostrando muchas mejorías, así que será pasada a piso en cuanto logre mantenerse despierta un poco más de los pocos segundos que la hemos visto consciente —declaró el médico y los dos que lo escuchaban asintieron.Ambos la querían ver bien ya, necesitaban hablarle y que les hablara, pero, si todavía no era tiempo, esperarían pacientemente, después de todo, tiempo tendrían de sobra para disfrutar de la compañía de esa joven mujer.Max
Ahí, sentado junto al amor de su vida, el hombre pasó horas solo mirándola dormir, mientras sostenía su mano y escuchaba tanto sus latidos como los latidos del corazón de su bebé. Eso fue hasta que, de la nada, una furiosa mujer entró a la habitación y le golpeó en un hombro con mucha fuerza. —Si no fuera porque soy amiga de esa enfermera, no me habría enterado de que bajaron a piso a Marisa, ¿qué m****a tienes en la cabeza? —preguntó la mayor, furiosa con su hijo, pero sonriendo cuando vio a Marisa respirar sin ayuda de un aparato. —Creo que solo a Marisa —declaró el joven, sin sobar ese hombro que le punzaba, porque su madre le había pegado bastante fuerte—. En mi cabeza y corazón solo está ella y mi alegría por saberla mejor. Maximina negó con la cabeza mientras suspiraba, luego de eso caminó al otro lado de la cama, porque su hijo no parecía querer soltar esa mano que estaba sosteniendo, y también quería tomar la mano de esa bella joven. Ese era el pequeño sustituto del abrazo
—¡Gracias al cielo ya estás en casa! —exclamó Maximina, viendo a su amada nuera entrar a casa luego de haber pasado un par de meses en el hospital—. De verdad no tienes idea de lo feliz que me hace verte aquí.Marisa sonrió, y se dejó abrazar por esa mujer que quería con todo su corazón, luego abrazó a Mía que, cuando Maximiliano la vio correr hacia su amada, la levantó en brazos para que Marisa no hiciera un esfuerzo en levantarla, tal como seguro sucedería si él no intervenía.La joven futura madre estaba fuera de peligro, pero le tenían recomendado seguir una rutina de mínimo esfuerzo, y Maximiliano se encargaría de que siguiera la recomendación del médico al pie de la letra.Marisa abrazó a ese hombre, que sostenía a una pequeña que amaba con todo su corazón, y besó a la pequeña que se colgaba en su cuello y la besaba también.Ese era su nuevo inicio, el inicio a la tranquila felicidad, porque ella sabía bien lo bueno que era vivir en esa casa, a la que regresaba sin miedo, y era
—Ay, Dios —exclamó Marisa que, sentada en el sillón, donde ahora era costumbre esperar a su novio mientras veía una película con Mía, se quejó del movimiento de su bebé en su vientre—... le dio directo a la vejiga, casi me orino.Maximina sonrió, la expresión de molestia de la chica era tan brillante que le encantaba.Todo el embarazo había sido así, ella se quejaba de todo, pero siempre con una sonrisa, por eso Maximina no le podía creer que le molestara de verdad, porque parecía amar todo lo que a su hijo respectaba.—Pronto dejará de moverse —aseguró Maximina—, cuanto menos espacio haya allá adentro, él menos se moverá. Así que, solo soporta un poco más, que ya falta poco para que vuelvas a sentir las patadas, pero ahora desde afuera, como cuando comenzaste a dormir con Mía.Marisa sonrió, imaginarse a su bebé, durmiendo a su lado, le emocionaba demasiado, aunque una patada en la nariz o los dientes, en plena madrugada, no era algo que extrañara.Mía era loca para dormir, así que h