—Ella recuperó el conocimiento —informó el hombre de bata blanca a Maximiliano y Maximina, que habían sido llamados al hospital por el médico que atendía a Marisa—, sigue inconsciente, pero, cuando casi despierta, ha respondido algunas de nuestras preguntas, y se ha quejado de frío y de dolor.Maximina agradeció al cielo por la llegada de esa buena noticia, noticia que tenían esperando alrededor de dos semanas; y Maximiliano también agradeció. Él de verdad estaba muy agradecido con la vida porque todo estaba yendo bien.» El feto sigue estable y ella está mostrando muchas mejorías, así que será pasada a piso en cuanto logre mantenerse despierta un poco más de los pocos segundos que la hemos visto consciente —declaró el médico y los dos que lo escuchaban asintieron.Ambos la querían ver bien ya, necesitaban hablarle y que les hablara, pero, si todavía no era tiempo, esperarían pacientemente, después de todo, tiempo tendrían de sobra para disfrutar de la compañía de esa joven mujer.Max
Ahí, sentado junto al amor de su vida, el hombre pasó horas solo mirándola dormir, mientras sostenía su mano y escuchaba tanto sus latidos como los latidos del corazón de su bebé. Eso fue hasta que, de la nada, una furiosa mujer entró a la habitación y le golpeó en un hombro con mucha fuerza. —Si no fuera porque soy amiga de esa enfermera, no me habría enterado de que bajaron a piso a Marisa, ¿qué m****a tienes en la cabeza? —preguntó la mayor, furiosa con su hijo, pero sonriendo cuando vio a Marisa respirar sin ayuda de un aparato. —Creo que solo a Marisa —declaró el joven, sin sobar ese hombro que le punzaba, porque su madre le había pegado bastante fuerte—. En mi cabeza y corazón solo está ella y mi alegría por saberla mejor. Maximina negó con la cabeza mientras suspiraba, luego de eso caminó al otro lado de la cama, porque su hijo no parecía querer soltar esa mano que estaba sosteniendo, y también quería tomar la mano de esa bella joven. Ese era el pequeño sustituto del abrazo
—¡Gracias al cielo ya estás en casa! —exclamó Maximina, viendo a su amada nuera entrar a casa luego de haber pasado un par de meses en el hospital—. De verdad no tienes idea de lo feliz que me hace verte aquí.Marisa sonrió, y se dejó abrazar por esa mujer que quería con todo su corazón, luego abrazó a Mía que, cuando Maximiliano la vio correr hacia su amada, la levantó en brazos para que Marisa no hiciera un esfuerzo en levantarla, tal como seguro sucedería si él no intervenía.La joven futura madre estaba fuera de peligro, pero le tenían recomendado seguir una rutina de mínimo esfuerzo, y Maximiliano se encargaría de que siguiera la recomendación del médico al pie de la letra.Marisa abrazó a ese hombre, que sostenía a una pequeña que amaba con todo su corazón, y besó a la pequeña que se colgaba en su cuello y la besaba también.Ese era su nuevo inicio, el inicio a la tranquila felicidad, porque ella sabía bien lo bueno que era vivir en esa casa, a la que regresaba sin miedo, y era
—Ay, Dios —exclamó Marisa que, sentada en el sillón, donde ahora era costumbre esperar a su novio mientras veía una película con Mía, se quejó del movimiento de su bebé en su vientre—... le dio directo a la vejiga, casi me orino.Maximina sonrió, la expresión de molestia de la chica era tan brillante que le encantaba.Todo el embarazo había sido así, ella se quejaba de todo, pero siempre con una sonrisa, por eso Maximina no le podía creer que le molestara de verdad, porque parecía amar todo lo que a su hijo respectaba.—Pronto dejará de moverse —aseguró Maximina—, cuanto menos espacio haya allá adentro, él menos se moverá. Así que, solo soporta un poco más, que ya falta poco para que vuelvas a sentir las patadas, pero ahora desde afuera, como cuando comenzaste a dormir con Mía.Marisa sonrió, imaginarse a su bebé, durmiendo a su lado, le emocionaba demasiado, aunque una patada en la nariz o los dientes, en plena madrugada, no era algo que extrañara.Mía era loca para dormir, así que h
—¿Cómo están? —preguntó Maximina, viendo a su hijo caminar hacia ella luego de un par de horas de que él y Marisa entraran a la sala de partos—. ¿Ellos están bien?—Están bien los dos —declaró Maximiliano, sonriendo—. Aunque yo no entiendo cómo Marisa puede estar bien luego de eso... Yo me habría muerto en el parto. Ustedes son increíbles.Maximina sonrió y abrazó a su hijo, que estaba tan feliz que ni siquiera podía llorar, porque su felicidad solo alcanzaba para esa radiante sonrisa que tenía encajada en el rostro.—Me alegra que ambos estén bien —aseguró la mayor, sonriendo también—. ¿A qué hora los pasarán a cuarto?—Ya —respondió Maximiliano algo que había escuchado del médico minutos atrás—. Terminarán con ella, limpiarán a Mariano y los llevarán a ambos a la habitación en que antes estaba Marisa.Maximina asintió y caminó detrás de su hijo a esa habitación que él mencionaba, y donde algunos minutos después recibió a su nuera y a su bebé.—Ay, Marisa, pariste a Max —señaló la ma
—¿Quieres ir a una cita conmigo? —preguntó Maximiliano, besando la mano de su amada novia y la madre de su hijo y de su sobrina, por muy raro que eso pareciera—. Creo que nos hace falta un poco de tiempo para los dos.—A mí me falta tiempo para mí sola —declaró la castaña, que tenía tiempo tan cansada, que a ratos hasta quería llorar.Todo era difícil, ser mamá de dos niños pequeños era muy desgastante, porque Mariano era, definitivamente, mucho más demandante de lo que había sido Mía; y, por si eso no fuera poco, Mía se había vuelto bastante caprichosa luego de recibir al nuevo miembro de la familia, al punto de que Marisa no podía hacer nada por el bebé sin tener que hacerlo por Mía; así que estaba agotada de verdad.» Aceptaré la cita solo si me llevas a un hotel a dormir —respondió la joven, que hacía mala cara porque Mía llegaba hasta ella justo en ese momento.Marisa tenía días escondiéndose de la pequeña cada que amamantaba a Mariano, porque, noches atrás, ansiosa por dormirse
—Mejor, adorna el jardín —pidió la joven, sonriéndole—, así estarán todos en la propuesta. Eso me gustaría mucho más, porque estaría compartiendo mi felicidad con los que más amo en la vida.—Pero yo quería llevarte a un restaurante —declaró el hombre—, para luego ir a festejar a un hotel tú y yo solos, sin niños y sin madre.Marisa rio, divertida, pero, para ser franca, no sentía que pudiera disfrutar nada tan lejos de ese par de niños que parecían ser una extensión de ella misma. Ya ir al baño sola le generaba un poco de ansiedad de separación, no se imaginaba estar tres o cuatro horas fuera de casa, al menos no sin ellos.—No quiero salir sin ellos —explicó la castaña y Maximiliano suspiró.A decir verdad, esa era justo la razón de que no se la robara y le hubiera preguntado primero si quería ir con él a una cita, pues ya había notado esa ansiedad de estar separada de ellos, así que, al final, tras semejante respuesta, que en realidad se había esperado obtener, decidió que era mejo
Marisa se miró al espejo y sonrió tontamente, era como si no pudiera contener la emoción desbordante que le tenía adolorido el pecho por lo fuerte que golpeaba su corazón contra él; sin embargo, era inevitable, y casi un poco espeluznante, porque ser tan feliz no se sentía muy normal, por eso se mordió los labios mientras respiraba profundo para poderse tranquilidad.Era el día de su boda, justo un año después de esa torpe pedida de mano que terminó en más risas que llanto, porque Maximiliano definitivamente no encajaba con el tipo romántico y sus pequeños hijos no se habían prestado para que el evento fuera ameno y terminara en un bello recuerdo; más bien fue algo desastroso.Y ahora estaba ahí, vestida de blanco luego de muchos meses de ejercicio para no tener que ponerse otra molesta faja, y con dos niños corriendo como locos por todos lados. Mariano tenía ya un año, y Mía había cumplido tres.La pequeña estaba acostumbrada ahora a ese pequeño, y lo cuidaba como la buena hermana ma