CAPÍTULO 47

Los días de paz parecían interminables, y Maximiliano y Marisa estaban disfrutando de la tranquilidad con que avanzaban de la mano paso a paso.

—No puedo creer que mi primera cita contigo sea con Mía yendo con nosotros —farfulló Maximiliano, viendo llegar a su novia hasta él con Mía de la mano—. ¿Así cómo podría llevarte a un hotel?

Marisa se rio sobre ese comentario, tanto que Mía también se rio y, en acto reflejo, Maximiliano lo hizo también.

—Deja de hacerme propuestas indecorosas —pidió la joven, de cabello castaño y ojos cafés, levantando a Mía en brazos—, si me vuelves a proponer ir a un hotel, le voy a decir a tu mamá.

—¡Totel! —gritó Mía y los dos adultos que estaban con ella hasta dejaron de respirar por la sorpresa que les dio que ella repitiera, de todas las palabras, justamente esa.

—¡No! —dijeron los dos al mismo tiempo y un poco alto, lo suficiente como para que Mía se sobresaltara y los mirara fijamente—. Eso no dijimos —aseguró Marisa—, parque, dijimos que vamos al par
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