01 - Cruel Verdad.

AMELIE.

ACTUALIDAD.

Un día hermoso, quizás sería el mejor; la última oportunidad que le doy a éste matrimonio que poco a poco me está consumiendo la vida. Eran apenas las ocho de la mañana y necesitaba salir temprano, para poder organizar una sorpresa para Dante, por su cumpleaños.

Me acerco hasta la oficina del gerente, y éste me recibe un poco serio.

—Señor Campell —El hombre levanta la mirada para observarme con el ceño fruncido, pidiéndome que prosiga—. Solicito permiso para ir a retirar a mi hija del kínder.

—Tómate el día, Verlice. Eres la mejor en tu área, por lo que no hay problema —responde sin volver a mirarme.

—Gracias, señor —digo, y salgo de su oficina.

Tomo mi cartera y me retiro del edificio. Subo a mi auto, y paso directamente por la escuela de mi hija. Necesitábamos hacer esto juntas, y me sentía emocionada. Hoy era su cumpleaños, por lo que, en verdad, deseaba que estuviera feliz y se diera cuenta de la familia que teníamos.

Me estacioné frente a la escuela, y la maestra ya estaba con Maga esperando afuera. Apenas bajo del coche, mi hija sale corriendo para alcanzarme y rodear sus bracitos en mí.

—¡Mami! ¡Mami! —grita emocionada. Me pongo de cuclillas y dejo un beso en su cabecita.

—Mi niña hermosa –susurro, levantándola al mismo tiempo en mis brazos. Miro a la maestra con una sonrisa—. Muchas gracias por todo lo que haces por ella.

—Es un placer, señora Lous.

Bajo a mi hija, para abrir la puerta trasera del coche, la pongo y la aseguro a ella allí, para luego subir en el asiento del conductor y ponernos en marcha.

—¿Preparada para darle una sorpresa a papi? —pregunto con una sonrisa.

Tenía planeado, cocinar algo, decorar un poco y almorzar juntos, ya que el por la tarde no estaría. Entregarle su obsequio y pues salvar esta familia. Diez años casados no son cualquier cosa.

—¡Si! —responde emocionada, prolongando la pronunciación de la letra “i”—. Papi estará muy emocionado… ¿verdad?

—Claro que sí, si la niña más hermosa le dará una sorpresa de cumpleaños.

Magali es la niña más hermosa que mis ojos han podido tener la dicha de ver, y es mía, mi hija. Tiene un parecido a mí, el color de mi cabello, mis ojos e incluso el color de piel.

Nos estacionamos frente a nuestra casa y disponemos a entrar, pero en el mismo momento en que ponemos un pie adentro, visualizo un bolso femenino que no es mío, y el presentimiento negativo invade mi cuerpo.

—Mami… —La voz de mi niña me saca de mi estupor. Le sonrío como si no estuviese sucediendo nada y me pongo a su altura.

—¿Puedes ir a la cocina y ver si hay todos los ingredientes? —Ella duda unos segundos, es muy inteligente, pero finalmente acepta y se dirige dando pequeños saltos.

Sin esperar más, comienzo a subir las escaleras, y con cada escalón, mi corazón latía más fuerte. A medida que me acercaba se oía gemidos, provenientes de mi habitación, obligándome a detener mis pasos, justo en frente de la puerta, y así poder respirar mejor.

Tomo el pomo y de una manera exageradamente lenta, comencé a abrir la puerta; y ahí esta él, teniendo sexo con una mujer en mi casa y en mi propia cama.

Quería gritar, quería golpearlos a ambos por verme la cara de estúpida por no sé cuánto tiempo, en especial, quería matarlo a él. Yo, Amelie Verlice, aguantando desprecios por querer salvar un matrimonio, cuando él ni siquiera piensa igual, no piensa en mí ni piensa en la hija que tenemos. Con esto me he convencido de que no hay marcha atrás con la decisión que voy a tomar.

Recordando que mi hija se encontraba en el piso de abajo, decido tomar mi celular y grabarlo todo, para tenerlo como prueba.

No me dolía que se haya enamorado de otra mujer, me dolía que me engañara, que haya hecho perder tanto tiempo en un matrimonio sin cura. Retrocedo unos pasos cuando tengo captado en cámara lo suficiente para poder hundirlo en caso que no acepte mis términos; y como si nada hubiese sucedido, me alejo de ese lugar.

Cuando estaba afuera, colocando a mi hija en el asiento trasero nuevamente, sentí el vibrar de mi celular, leí el nombre de mi colega e inmediatamente contesté.

—Patricia —Mi voz salió un poco más dura de lo que debía. Aún tenía esas ganas de subir nuevamente y golpearlos hasta saciarme completamente—. ¿Sucede algo?

—¡Uy! Estamos de malas por casa, pero ahora eso es lo de menos. Debes volver con urgencia a la empresa —avisa. Su voz es de una mujer preocupada, desesperada y ella no siempre se ponía de esa forma, además, no entendía porque debía volver si ya había solicitado permiso.

—He comunicado mi ausencia, Patty —manifiesto.

—Tal vez lo hiciste antes de que el nuevo presidente haya anunciado una reunión repentina. —Eso definitivamente sí es una sorpresa—. Por favor, amiga, ven lo antes posible. Ese hombre quiere conocer a todos los empleados, y no lo pidió tan amablemente.

—Mm… Entiendo —susurro, pero la verdad es que no entendía absolutamente nada.

No me quedaba más opción que llevar a Maga a la casa de campo junto a mi madre. Encendí el motor, y me puse en marcha, dirigiéndome hacia las afuera de la ciudad, por un sendero donde por los costados se veían animales de granja. Durante mi trayecto, contenía mis ganas de llorar frente a mí hija; porque no deseaba que me viera débil. Tomé el anillo de mis dedos con rabia y lo lancé por la ventana. Cuando finalmente llegamos a la casa, me disculpe con mi madre por la manera sorpresiva de llegar, que no tenía planeado hacerlo, pero surgió un inconveniente que se lo explicaría más adelante.

Y con un nudo en la garganta, conduje de regreso.

Durante mi viaje, estuve muy distraída, perdida en mis pensamientos y por más que hubiese deseado teletransportarme para poder llegar a tiempo, no lo lograría. Cruzo la puerta, y todas las miradas van dirigida a mi presencia. Todos estaban sentados, a excepción de un hombre alto, de unos, metro noventa, aproximadamente, cabello oscuro y ojos azules endemoniados. Quizás querían matarme por la interrupción, o tal vez sentía curiosidad. No podía reconocer esa mirada. bajé la cabeza en modo de respeto, no de sumisión; pidiendo una disculpa y diciéndole que prosiga con su discurso. Sin embargo, el gerente, el señor Campell, no podía resistirse a mantener su boca cerrada.

—¿Cómo te atreves a llegar tarde, señora Verlice? ¿No vez acaso que el presidente de la empresa ha solicitado una reunión? —Lo observo serena; con una contención insana de querer reírme de este hombre quien fue el que me ha dado el día libre, específicamente.

Arqueo una de mis cejas, observándolo. Es un chiste que diga tales palabras.

—Siento tanto mi demora, señor Campell, señor presidente. No estaba cerca y como la reunión fue repentina, no pude salir antes del tráfico. —Todo lo dije sin apartar los ojos del gerente. Él sabe que tuve su permiso y eso lo hace moverse incómodo, porque simplemente puedo decir que él fue quien me autorizó la salida.

Tampoco armaría una escena, porque no soy ese tipo de persona. Sin embargo, sentía la mirada clavándome del nuevo jefe.

—Ella tiene razón —dice, fuerte y claro—. No debes dirigirte a los empleados con ese tono. No eres más que un simple gerente de ésta empresa.

Todos los presentes dejaron de respirar por las palabras tan duras del nuevo presidente, que no podían creer.

En realidad, no me sorprendía. Frank es de los hombres que quiere regañar por todo. No suele medir sus palabras ante nadie y quizás el nuevo jefe ya tenía ganas de reprenderlo por no cerrar la boca.

Cuando la reunión llegó a su fin, decido encerrarme en mi pequeña oficina a tomarme el día. Todos sabían que tenía el día libre, por lo que estoy segura no me molestarán. Realmente estaba demasiado distraída, y cuando el horario estaba llegando a su fin, recibo un encantador mensaje de mi esposo Dante. Un mensaje muy seductor.

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