03 - Es ella.

Reconocía a la perfección ese rostro, por el simple hecho, de que se grabó de forma instantánea en mi cabeza. Cada uno de sus gestos de placer, cuando cabalgaba sobre el hombre que juró ser fiel hasta el final de nuestros días.

—¡Hermano! —gritó, con una alegría digna de admirar. Sin embargo, yo estaba tensa con su manera de llamar a mi jefe. Estaba aún más sorprendida, y la situación comenzó a encajar.

No me extraña que Dante haya aceptado con tanta facilidad marcharse con las manos vacías, sin ningún centavo, sin darme pelea. Obviamente, la respuesta la tenía en frente de mis ojos. Tenía una mujer rica a su lado.

—¿Qué haces aquí, hermana? —preguntó con un tono carente de felicidad, lo opuesto a como ella se encontraba en estos momentos—. ¿Sigues con la misma idea de siempre?

—Mi bebé ya se divorció, me lo ha asegurado y ahora, por fin podremos casarnos. ¡¿No es eso lindo?! —manifiesta, como una niña viviendo un cuento de hadas.

“Claro que es lindo y estoy agradecida contigo” —quería decírselo, pero prefería mantenerme al margen.

Instintivamente sonreí de forma amarga. Esta mujercita ni siquiera sabe dónde se está metiendo al querer casarse con un hombre como mi ex esposo, pero no sería yo la que la sacaría de su error. Ella era consciente de que él era un hombre casado.

—No estoy de acuerdo, y no daré mi apoyo a tal eventualidad. ¿Acaso siquiera has pensado en la pobre esposa? —Mi jefe la observa, y siento que estoy sobrando aquí.

—Dante decía que era una amargada. Además…, ya se ha divorciado para estar conmigo. Por fin podemos estar juntos. ¡Es tan romántico!

“Claro, si estuvo follándote en mi cama para después prepararme la cena con flores y velas.”

Desde el punto de vista de cualquier mujer que estuviera en mi posición, esto sería una aberración. Ella sería una rompe hogares. Pero al ser yo la víctima, y sabiendo la clase de mujer que soy, no puede preocuparme más. Estoy bastante segura de que sabe cuál es la situación real de los hechos.

Estoy dolida… Sí. ¡Por los mil demonios, que estoy dolida!

Me mintieron en mi cara y se revolcaban en mí cama. En la casa donde vivimos mi hija y yo. ¿Cómo no voy a estar cabreada?

—La respuesta seguirá siendo la misma. Por favor, sal de mi oficina. Has interrumpido una reunión. —La hermana voltea a verme y se percata de mi presencia. Su cuerpo se tensa e inmediatamente hace un puchero con los labios, luego unos berrinches con los pies, y sale del lugar.

Parecía una cabrilla molesta; una niña malcriada y su comportamiento lo demuestra.

Cuando por fin se marchó y al no tener más nada por decir ni hacer, decidí retirarme.

—Creo que ya puedo retirarme —musito, caminando hacia la salida.

—¿Qué le causaba gracia, señorita Verlice? —¡Mierda! Se ha percatado de mi sonrisa arrogancia.

—Nada, señor.

—Toma asiento —sentencia. Tenía el rostro pétreo y eso me asustaba un poco. No estaba bromeando. ¿Qué más necesita?

—Está bien. —Me alejo de la puerta y tomo asiento en la silla frente a su escritorio—. ¿En que soy buena?

Su respiración se vuelve más agitada, sus hombros se tensan y puedo ver el momento exacto en que sus pupilas se dilatan. Su nuez de Adán se mueve en cámara lenta y con certeza puedo decir, que es la cosa más excitante que alguna vez pude ver.

Su mirada era intensa y la tensión en esta oficia podía cortarse con un simple cuchillo. Sus ojos me desafiaban a hablar, pero mi voz se reusaba a emitir sonido alguno.

Estaba fascinada por tanta perfección masculina.

—En muchas… —susurra. Simulé que no escuchar, esperando a que prosiga—. Hoy fuiste testigo de las palabras de mi hermana y está claro que no debe salir de ésta oficina.

—De mi parte, no debe de preocuparse. No tengo intenciones de divulgar información que no me competen —explico. En realidad, ni siquiera estaba pensando en eso.

—¿De dónde eres, Amelie? —Frunce el ceño, confundida—. ¿Cuántos años tienes?

—Creo que ya has leído mi expediente. —Me observa y me da una media sonrisa.

—Tienes una hija y… —Observa mi mano, exactamente mi dedo anular—. Dice que eres casada.

—Divorciada…, recientemente. —Mueve la cabeza de arriba, abajo, entendiendo.

—Vamos a actualizarlo luego. En fin, ya sabes que ni puedes contarle a nadie. Si lo haces… —Guarda silencio y me observa desde debajo de sus largas y bien tupidas pestañas—, tendré que despedirla.

A este punto, todo lo que quería hacer, era golpearlo con la silla libre que estaba a mi lado. Lastimosamente, no podía hacerlo. Necesitaba este trabajo. Me sentía irritada.

Asentí y me retiré, maldiciéndolo en todos los idiomas que existía.

Cuando llegué a mi puesto de trabajo, todos los compañeros se acercaron a husmear por información, que no le debía de interesar.

—¿Conoces al nuevo jefe? —pregunta la chica de recursos.

Negué rápidamente. —No, no lo conozco. Solo lleve unos documentos.

—Es muy apuesto. —No respondí nada.

—La mujer que ingreso junto a ustedes… ¿Era su novia? —pregunta otra de las chicas, y también opté por no responder.

—De seguro que sí. Es muy elegante. Un hombre como él, no saldría con mujeres como nosotras —responde otra de las mujeres que trabaja aquí.

Sus palabras de cierta forma, me golpearon con la realidad y no entiendo porque me afectó.

—¿Qué crees tú? —Me pregunta la primera de todas.

—Creo que, es un hombre muy duro con sus empleados. Solo queda hacer bien nuestro trabajo, para que no nos alcance su furia —susurro, haciendo movimientos con las manos, simulando algo tenebroso.

Ellas comienzan a reír y así, cada una volver a su puesto, pues lo que dije es verdad. Él no puede vernos libres, así que, yo también me concentré en mis deberes y evitar con eso, pensar en mi matrimonio. A pesar de que no quería hacerlo; de alguna manera, la vida estaba empeñada en recordarme mi fracaso, especialmente la escena de ellos dos, juntos, repitiéndose como una película una y otra vez, obligándome en un acto reflejo, golpear la mesa.

En ese momento, el supervisor ingresa en mi pequeña estancia, y me observa con una ceja arqueada; pero no le reclamo el comportamiento, imaginando lo obvio.

—Señora Verlice. Debes realizar algunos preparativos de estancia. Esta noche tienes que acompañar al jefe en las actividades sociales en nombre del departamento de tu cargo —Lo mire con total aburrimiento, pero opté por no protestar ni demostrar mi descontento.

La veracidad del momento, es que, no quería participar del evento. Ir implicaba lidiar con clientes egocéntricos y arrogantes, y mi vida en estos momentos, era un caos total para soportarlo.

¿Rechazar?

No podía hacerlo, porque es mi trabajo dar la cara desde el momento en que asumí como jefa del departamento.

—Claro, supervisor. Ya mismo me pongo en marcha con todo —respondí, con mi habitual sonrisa profesional. No quería problemas con él.

—Perfecto. Y, por favor, por una sonrisa menos falsa —manifiesta y la que tenía dibujada en el rostro, se disuelve por completo, mientras él, se marcha, dejándome completamente sola, y con el rostro, ahora rojo de la vergüenza.

Ahora, además de los de mí cabeza con mil demonios, también debía lidiar con mi jefe todo, sonrisas.

La hora comenzó a transcurrir y ya todo estaba organizado. Dos horas antes, decido salir, para ver algún vestido y posterior a eso, pasar a una peluquería para que me arreglen el cabello.

El atuendo que escogí, es un vestido de corte sirena en color beige, con un escote levemente pronunciado; y piedras incrustadas en algunas partes importantes, como las mangas y el pecho. Elegí un maquillaje muy sutil, y con el cabello, solo ondas.

La noche llegó, y mi madre ya llegó para recoger a Maga.

—¡Estás hermosa, hija! —halaga mi madre, con sus manos cubriendo sus labios por la emoción.

—Siempre dices lo mismo, hasta cuando estoy en pijamas —recalco con una sonrisa.

—Eso porque eres hermosa, independientemente de que seas mi hija; con cualquier cosa que lleves puesto.

—Mi mami parece una princesa —grita mi hija, dando saltos a mi alrededor—. ¡Wow! ¡Eres una princesa, mami!

Levanto a la luz de mis ojos en mis brazos, y dejo un casto beso en su frente, dejando la marca de mi labial allí.

—¿Te vas a portar bien con la abuela? —Ella asiente efusivamente, con su sonrisa radiante.

—Te lo prometo —dice firme, enganchando su dedo meñique con el mío, sellando la promesa de ese modo.

—Perfecto. —Las despido, asegurándome de que mi pequeña esté segura en el asiento trasero. Recibo un beso de mi madre y finalmente, se van.

Llamo un taxi y le doy la dirección del lugar. Una hora después, ya me encuentro allí y minutos más tarde, mi jefe llega.

¡Dios! He de admitir que no esperaba verlo tan…, tan apuesto. El señor Wright estaba demasiado guapo, que me costaba apartar los ojos de él. Su traje le quedaba perfecto, entallado a su majestuoso cuerpo bien trabajado y, acompañado, de su rostro tan varonil, con esos labios tentadores.

Pero todo momento se desvanece, cuando detrás de él, aparece su hermana, acompañada de mi ex esposo. Parecían estar discutiendo, y siendo franca, me sorprende que Dante haya aceptado venir, ya que no es un evento de su agrado.

Nuestras miradas se cruzan, y sus ojos destellan sorpresa. Se inclina para susurrar algo a su nueva pareja, y esta me mira, evidentemente, con sorpresa al igual que él. En ese momento, decido, ignorarlos. Pero, aunque mis intenciones estaban decididas, era imposible no vislumbrar el momento en que ella lo toma del brazo, sonriendo hacia mí, de modo que es su manera de alardear que me ha ganado la batalla.

Entonces, decido devolverle la sonrisa, para finalmente darle la espalda y caminar junto a mi jefe.

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