CAPÍTULO TRES

Justo cuando estaba a punto de rendirse, Olivia encontró por fin una oferta que prometía bastante. En un minúsculo cuadrito del último periódico que se había prometido revisar antes de tirar la toalla, encontró un anuncio que llamaba a todos los interesados en formar parte del turno de limpieza nocturno de nada menos que las oficinas Miller, en el centro mismo de la ciudad. Un edificio enorme e imponente al que Olivia se dirigía en aquel momento, luego de arreglarse y peinarse para la que bien podía ser su entrevista más importante hasta el momento. Solo le faltaba un año para terminar su carrera, y como había llegado por fin el momento en el que la cosa se hacía más cuesta arriba antes de mejorar, no podía darse el lujo de pasar más días sin dinero ni trabajo.

Ni siquiera tenía auto, pues se había visto en la necesidad de vender su viejo escarabajo para poder costearse gran parte del último semestre, así que había tenido que pedirle prestado el auto a Trina, quien por suerte tenía planeado pasar una noche tranquila en casa y no lo iba a necesitar. Luego de aparcar frente a la gigantesca mole de vidrio y concreto, revisó su maquillaje y peinado a consciencia antes de ponerse en marcha. Cuando llegó por fin frente al mostrador de recepción, la mirada de la chica que atendía la intimidó un poco, aunque logró sobreponerse al sentimiento justo a tiempo para decir:

—Hola, buenas tardes, mi nombre es Olivia Johnson y yo…

—Vienes por el puesto de limpieza, ¿no es cierto?—inquirió la chica, y aunque Olivia se sintió ligeramente ofendida por la facilidad con la que lo había adivinado, se limitó a asentir, a lo que la chica respondió—: Ve a la oficina de recursos humanos, y date prisa, que el director ya está por marcharse.

En cuanto tuvo entre sus manos el carnet de visitante que la del mostrador le facilitó, se lo colgó de una solapa y salió disparada hacia el ascensor más cercano. Guiándose del detallado mapa que había a un lado del tablero, consiguió la dirección de la oficina de recursos humanos y pulsó el botón correspondiente. Escasos cinco minutos más tarde, avanzaba presurosa a través de un mar de cubículos individuales, hasta una puerta al fondo en la que se veía un rótulo que rezaba: OFICINA DE RECURSOS HUMANOS. DIRECTOR. Ante tal visión, Olivia respiró profundo, se obligó a mantener la calma y por fin llamó a la puerta.

— ¿Sí?—preguntó, desde el interior de la oficina, la voz de un hombre—. ¿Quién es?

—Soy…Soy Olivia, señor…

— ¿Olivia? No conozco a ninguna Olivia.

—Vengo por el puesto vacante que publicaron en el periódico.

Antes de que Olivia pudiera hacer nada o al menos prepararse de alguna forma, la puerta frente a ella se abrió hacia dentro, regalándole la primera plana de un hombre asiático de mediana edad, que sin el más mínimo disimulo le dio una lenta repasada de arriba hasta abajo antes de sonreír y exclamar:

— ¡Ah, por supuesto, por supuesto! Pasa, niña, pasa. Has llegado justo a tiempo, porque estaba a punto de marcharme, pero puedo dedicarte unos cinco minutos de mi tiempo, no te preocupes.

Cuando entró, Olivia se dio cuenta de que se trataba de un espacio amplio y muy bien iluminado, con las paredes pintadas de un sobrio blanco perla y una que otra planta de plástico muy real adornando el panorama. En medio de todo había un enorme escritorio de caoba, detrás del cual se sentó el hombre que había abierto la puerta. Cuando éste le hizo una seña, Olivia atravesó la estancia y se sentó en la única silla libre que había, quedando así frente a frente con el que bien podría ser su nuevo jefe.

—Muy bien, así que te llamas Olivia, ¿no es cierto?—le preguntó el hombre, mirándola de aquella forma risueña y de cierta forma amigable.

—Así es, señor.

— ¿Has traído tu documentación?

Con manos ligeramente temblorosas por los nervios, Olivia tomó la carpeta y se la tendió al hombre, quien la recibió al vuelo y comenzó a revisarla lentamente, leyendo a profundidad cada uno de los papeles. Cuando terminó, lanzó un suspiro al aire, y luego de dejar la carpeta a un lado, miró a Olivia fijamente durante algunos segundos antes de preguntarle:

—Pareces tener un muy buen historial.

—Así es señor, sí.

—Veo que has trabajado como secretaria, asistente personal y demás—observó el hombre—. ¿Por qué ahora quieres trabajar como parte del personal de limpieza?

—Para serle sincera, más que querer lo necesito—contestó Olivia, decidiendo, sobre la marcha, que mejor era ser sincera y apelar a la amabilidad de aquel desconocido—. Estoy terminando mi último año de carrera, y no me sobra el dinero. Necesito este trabajo para poder costearme mis estudios, y básicamente para vivir hasta que me gradúe y pueda comenzar a ejercer.

— ¿Y qué estudias?

—Derecho, en la universidad de Nueva York. Comencé con un curso tradicional, pero hace poco me cambié a uno virtual que me ha funcionado igual de bien. No es que importe, pero soy la primera de mi clase, así que sería una pena que tuviera que dejar la carrera cuando estoy tan cerca de culminarla, ¿no cree?

Al darse cuenta de que estaba parloteando sin control (cosa que únicamente le pasaba cuando estaba excepcionalmente nerviosa), Olivia hizo un esfuerzo por guardar silencio y montarse en el rostro la que esperaba fuese una expresión seria y profesional. El hombre frente a ella guardó silencio durante tanto tiempo, que la chica comenzó a asustarse de verdad, pues tal vez no le iba a dar el puesto. Sin embargo, antes de que sus pensamientos pesimistas pudieran seguir creciendo, el hombre sonrió y dijo:

— ¡Bienvenida a la familia de las oficinas Miller!

— ¿Qué? ¿De verdad?—graznó Olivia, quien, de tan emocionada que estaba, incluso se olvidó de hablar con normalidad—. ¿De verdad me va a dar el trabajo?

—Por supuesto que sí—respondió el hombre, cuya sonrisa iba haciéndose más y más grande, pese a que parecía algo imposible—. Puedo ver que eres una persona comprometida, y esa es una de las principales características que deben tener nuestros empleados.

—Oh, gracias, gracias, muchas gracias—dijo Olivia, mientras tomaba la mano de su nuevo jefe directo y la estrechaba una y otra vez—. ¿Cuándo cree que puedo comenzar? Si usted quiere, puedo venir mañana mismo. No tengo ningún problema.

—De hecho, estaba pensando en que comenzaras hoy mismo.

— ¿Hoy?

—Sí—contestó el hombre—. Está por comenzar el turno nocturno, y Collin, tu compañero, podrá ponerte al tanto de todos los pormenores para que vayas acostumbrándote al ambiente.

En definitiva, Olivia no había ido a la entrevista con la intención de comenzar a trabajar de inmediato (de hecho, ni siquiera estaba vestida de forma adecuada) pero aun así sonrió y aceptó gustosa el trabajo. Tras escuchar atentamente las indicaciones de su empleador, abandonó la oficina de recursos humanos y se dirigió a un pequeño cuarto de servicio en los estacionamientos subterráneos privados del edificio, donde se encontró con un muchacho joven de más o menos su edad, con el cabello pintado de un escandaloso color morado, y cuya expresión seria se convirtió en una sonrisita cuando la vio llegar.

— ¿De verdad eres mi nueva compañera?—le preguntó—. Disculpa la observación, pero vas vestida como para trabajar en un banco o algo así.

—Créeme, lo sé—respondió Olivia con una sonrisa—. Pero me tomó por sorpresa que el de recursos humanos me pidiera que me comenzara hoy mismo.

—Así es Qiang, todo un misterio. Por cierto, soy Collin.

—Y yo Olivia.

—Un gusto—contestó el chico, y luego de revisar el contenido del carrito de limpieza que llevaba consigo, le lanzó a Olivia un fardo de trapos que ella atrapó por muy poco—. Ponte ese delantal para que cuides un poco tu ropa y sígueme para descubrir el maravilloso mundo de la limpieza nocturna.

Riendo, se colocó el delantal sobre la ropa para luego seguir al chico fuera del cuarto de servicio. Mientras empujaba el carrito, Collin no paraba de parlotear sobre esto y aquello, explicándole a Olivia todo lo que debía saber sobre su trabajo, pero también regalándole uno que otro chisme que él mismo había descubierto. En pocos minutos, él logró ganarse su simpatía, por lo que Olivia se sintió mucho más cómoda con él cerca. Pero como no todo podía ser solo charla y diversión, al final tuvieron que separarse para así poder cubrir más oficinas en menos tiempo. Collin se encargó de las de la planta baja hacia arriba, mientras que Olivia decidió comenzar desde los pisos más altos hacia abajo. Tras tomar un par de artículos de limpieza del carrito del chico, se metió en el ascensor y se preparó para lo que pudiera encontrarse.

Lo que no se esperaba, sin embargo, es que el desastre pudiera ser tan grande en un lugar que a simple vista parecía de lo más sobrio y conservador. Mientras subía en el ascensor, se había hecho a la idea de que solo tendría que recoger papeles arrugados, cambiar las papeleras y limpiar las manchas de café en los escritorios…pero la cosa era mucho peor. Había restos de comida, pañuelos usados, baños en estado de desgracia total y un montón de cosas más que le llevaron por lo menos dos horas enteras. Al terminar, se sintió tan exhausta que apenas y pudo alcanzar a llegar hasta el ascensor. Pulsó el botón, y justo cuando las puertas dobles estaban a punto de cerrarse, una mano salió como de la nada y las paró.

—Disculpe, voy bajando.

Tras recuperarse de la impresión, Olivia pudo darse cuenta de que las manos que acababan de parar las puertas pertenecían a uno de los hombres más guapos que había visto en toda su vida, sino el que más. Era alto, musculoso y de cabello rubio como el oro, con unos ojos de un azul tan penetrante, que a pesar de que no le dirigieron más que una breve mirada de soslayo mientras el ascensor se ponía de nuevo en marcha, la dejaron plantada en su lugar con el rostro acalorado. Iba enfundado en un traje de raya diplomática a todas luces muy costoso, aunque Olivia sospechó que igual podría haber vestido harapos y seguir siendo tan imponente, con una presencia tan fuerte que llenaba todo el espacio a su alrededor.

— ¿Es usted nueva aquí?—le preguntó el hombre a los pocos segundos. Cuando Olivia lo miró, atontada por el tono aterciopelado de su voz, éste sonrió brevemente y agregó—: No la había visto antes.

—Sí, soy…soy nueva—respondió Olivia, haciendo de tripas corazón para hablar con normalidad—. Hoy es mi primer día.

—Oh, ya decía yo.

—Supongo que se nota, ¿no es cierto?—inquirió Olivia, quien de pronto se sintió con la suficiente seguridad como para seguir hablando un poco más—. Solo hace falta ver mi ropa para darse cuenta de que vine a la entrevista sin demasiadas esperanzas de que me dieran el trabajo.

Por alguna extraña razón, su comentario pareció hacerle gracia, pues el hombre echó la cabeza atrás y comenzó a reír de una forma tan natural y despreocupada, que Olivia no tardó en unírsele. Sin embargo, más temprano que tarde tuvieron que parar, pues de golpe el ascensor se detuvo en mitad de dos pisos. Las luces parpadearon, se escucharon una serie de extraños chirridos y todo quedó a oscuras durante algunos segundos. Asustada y con el corazón corriendo a mil por hora, Olivia esperó, rezando en silencio, para que todo se solucionara, pues eran muchas las escenas terribles que podían desarrollarse a partir de una avería como aquella. No obstante, sus esperanzas terminaron de morir cuando las luces rojas de emergencia se encendieron, como una clara indicación de que la falla era una importante, y que por lo pronto no lograría salir de aquel lugar.

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