CAPÍTULO CINCO

— ¿Estás bien? Casi parece que hubieras visto un fantasma.

Como en modo automático, y sin darse real cuenta de lo que hacía, luego de salir del ascensor Olivia había seguido con su trabajo, limpiando oficinas y escritorios sin poder creerse que acabara de tener una conversación tan cercana con nada menos que Erick Miller, el señor todopoderoso por quien ahora podría seguir pagando sus estudios… ¡Y encima mientras ambos estaban encerrados en un ascensor! Simplemente era algo demasiado grande para digerir, y estaba tan apenada por el tono tan informal y desinteresado con el que se había dirigido a su jefe, que sentía deseos de volver a buscarlo y pedirle disculpas, pero, por supuesto, no lo había hecho, y ahora ahí estaba…entregando su turno mientras Collin, su compañero, la miraba de arriba abajo, al mismo tiempo que trataba hacerla hablar.

—Oye, de verdad me estás asustando—le siguió diciendo—. Llevas como quince minutos doblando y desdoblando el delantal sin parar, y no sé si quitártelo de las manos o llamar a alguien para que lo haga por mí, porque francamente das un poquitín de miedo.

Al darse cuenta de que, en efecto, era justo eso lo que hacía, Olivia dejó de lado el delantal y miró a Collin, mientras trataba, al mismo tiempo, de sacarse de la cabeza no solo la conversación que había tenido con Erick Miller, sino lo magnético y terriblemente guapo que se le hacía el hombre en sí.

—No me pasa nada—mintió por fin, solo porque le pareció que Collin era de esas personas que no se detenían hasta obtener las respuestas que buscaban, ya fuera algo importante o solo un chisme—. Es solo que estoy un poco cansada, nada más.

—Ya pronto te acostumbrarás—le aseguró él—. Y has tenido suerte, porque mi primer día aquí fue justo después de una reunión del concejo administrativo, lo que significó desastre, suciedad y papeles regados hasta en los lugares más extraños. Puede que no lo parezca, pero esos millonarios a veces son un poco raritos.

Y fue justamente ese comentario tan extraño el que se le quedó a Olivia prendado en la cabeza, dándole vueltas una y otra vez, unas vueltas que de nuevo la llevaban a un solo lugar: Erick Miller. ¿Quién era él, exactamente? Porque miles de veces había escuchado que se trataba de un tipo déspota, estirado y que solo veía números de cuenta en los rostros de las personas, pero el que ella había conocido era…simpático, y no de una forma física solamente, sino en su personalidad, que se le hacía agradable. Pero no tenía sentido pensar más en él, pues solo había sido un encuentro fortuito, algo que más nunca se volvería a repetir.

— ¿Tienes planes para esta noche?

Por segunda ocasión consecutiva, Olivia tuvo que hacer un esfuerzo tremendo para salir de su cabeza y centrarse en el presente. Junto con Collin (quien no había dejado de parlotear en todo momento, pese a que ella no le había prestado la más mínima atención) habían llegado por fin al exterior del edificio, y estaban a punto de separarse en sus caminos hacia sus respectivos autos, cuando la pregunta del chico la detuvo en su lugar.

—Unos amigos y yo iremos a tomarnos unas cervezas en un bar que hay a un par de calles de aquí—explicó Collin, al ver que tenía la atención de Olivia—. Si no tienes planes para esta noche…te puedes unir.

Olivia estaba a punto de denegar la invitación cuando, de golpe, se dio cuenta de que en realidad no tenía ninguna razón de peso para hacerlo; de hecho, el haber conseguido un trabajo que prometía ser estable y bien remunerado era motivo suficiente para irse de juerga una noche como parte de su celebración, así que luego de enviarle un rápido mensaje a Trina para decirle que iba a llegar tarde, se subió al auto y comenzó a seguir a Collin.

Unos diez minutos después se detuvieron frente a un bar en el que Olivia nunca antes había entrado, pese a que había pasado muchas veces antes cerca de él. Se trataba de un local moderno, de tres pisos, enclavado en medio de un restaurante y un banco. Desde el interior, a través de las muchas ventanas abiertas de par en par, se derramaba sobre ella un montón de luces multicolores, además de una música muy movida que enseguida le dieron ganas de bailar. Por lo demás, era un sitio más bien serio, pues en su fachada lucía únicamente un letrero de neón unicolor que rezaba su nombre en grandes caracteres rojos.

— ¿El Mambo?—leyó Olivia, mientras se ponía junto con Collin en la fila para entrar—. ¿Eso qué es?

—Según tengo entendido, es un ritmo musical muy latino—respondió Collin, y cuando Olivia lo miró, se apresuró a explicar—: Mi novio es de Cuba, y últimamente me ha estado introduciendo poco a poco a su cultura. De hecho, fue gracias a él que descubrí este lugar.

Por suerte, la fila no tardó mucho en avanzar. Cuando por fin pudieron acceder al interior del bar, Olivia se quedó sorprendida al ver el dinamismo con el que los cientos de parejas ahí presentes bailaban, cobijadas por la música que había escuchado desde fuera. Siguiendo a Collin llegó al segundo piso, donde se encontró con un trío que resultaron ser los amigos de su compañero de turno. Alejandro, un hombre moreno y musculoso, era su novio, María su cuñada, y, finalmente, Lucy, su amiga y compañera de departamento. Las presentaciones fueron rápidas, y mientras tomaba asiento, Olivia se dio cuenta de que el ambiente era muy cómodo y amigable, por lo que se alegró de haber aceptado la invitación.

—Así que trabajas en las empresas Miller, ¿eh?—le preguntó Lucy, al poco rato, cuando la conversación comenzó a entrar en terrenos un poco más personales, con el único fin de que se pudieran conocer mejor—. Dime, ¿qué tal es?

Luego de dar un tentativo trago a su cerveza (solo para comprobar que estaba fría y deliciosa, tal como Collin le había prometido), Olivia respondió:

—En realidad hoy fue mi primer día, así que aún no puedo hacerme una idea muy exacta que digamos.

— ¿Has podido ver a Erick Miller?—preguntó María—. Es todo un bombón, pero por ahí he escuchado que parece todavía más guapo en persona que en las fotografías.

Aquella pregunta puso realmente nerviosa a Olivia, aunque en realidad no tenía ninguna razón para estarlo. Recordó su conversación con Erick Miller y quiso morir de vergüenza una vez más, por todo lo que le había dicho, y por la forma en la que se había dirigido a él. No obstante, estaba a punto de responder (con una mentira grande como una casa, por supuesto) cuando Collin se le adelantó:

—Casi nadie llega a ver a Erick Miller en persona, y mucho menos nosotros, que trabajamos de noche cuando el edificio está vacío.

—Tú me dijiste que lo habías visto una vez—replicó Alejandro, mirando a su novio con una expresión de lo más divertida—. ¿Quiere decir que me mentiste?

—Por supuesto que no, cariño. Yo nunca lo haría—contestó Collin, mientras le daba un corto pero afectuoso beso en la boca—. Lo vi en una ocasión, cuando me tocó cubrir a una compañera en el turno diurno. Fue de lejos y duró apenas unos segundos, pero sí, pude confirmar que el muy idiota es todavía más guapo que en las fotos.

Después de eso, por fortuna para Olivia, la conversación se centró en temas muy diferentes, por lo que pudo relajarse y disfrutar; los amigos de Collin eran todos muy divertidos, y cada segundo que pasaba con ellos se alegraba todavía más de haber asistido al bar. Siguieron bebiendo y conversando durante un rato, y cuando llegó la hora de bailar se sentía tan cómoda, que ni siquiera se lo pensó dos veces. Su intención, en un inicio, era bailar una o dos canciones, pero terminó bailando muchas más, hasta el punto en el que, al volver a la mesa, vio la hora en el celular y se dio cuenta de que era bastante tarde ya.

— ¿Necesitas que te acompañe?—le preguntó Collin, en cuanto ella se acercó para despedirse—. No tengo ningún problema en ir contigo y luego volver.

—Tranquilo, no hace falta.

— ¿Segura?

—Sí, muchas gracias.

Tras asegurarle que le enviaría un mensaje en cuanto estuviera en casa, aceptó la servilleta con su número de teléfono y le dio un beso en cada mejilla como despedida. Se acercó a los demás para despedirse también, y cuando lo hubo hecho, pagó la cuenta, fue hasta el auto de Trina y se marchó a casa. La había pasado tan bien, y estaba tan achispada por el alcohol, que todo el camino la pasó con una sonrisa bobalicona en el rostro. De hecho, cuando llegó a casa y abrió la puerta, seguía sonriendo como si acabase de ganar la lotería.

—Vaya, parece que alguien la ha pasado bien.

Con un sobresalto, se dio la vuelta hacia la cocina, donde se encontró de frente con Trina, quien vestida con su piyama la miraba desde la barra, sonriendo burlonamente mientras jugueteaba con el vaso que tenía entre las manos.

—Me has asustado—le dijo, tratando de sonar molesta, aunque la sonrisa que todavía no se le borraba se lo dificultó un poco.

—Perdona.

— ¿Qué haces levantada tan tarde?

—Me dio sed y vine por un poco de agua—Trina levantó su vaso, y casi al instante, le preguntó—: ¿Y tú? ¿Qué tal estuvo tu primera noche en el nuevo trabajo?

Luego de poner a Trina al día sobre todos los pormenores de su salida al bar, de Collin y el nuevo trabajo (obviando por supuesto la parte en la que se quedaba encerrada en un ascensor con su jefe), Olivia se dio un baño rápido, se puso ropa cómoda y se metió en la cama. Tras escribirle a Collin, su intención era dormir de inmediato, claro, pero de un momento a otro se encontró a sí misma observando el techo por encima de ella, mientras peleaba fieramente con su cabeza para desterrar los recuerdos de Erick Miller. Después de un rato de pelear, decidió rendirse, por lo que dejó que el hermoso rostro de aquel millonario invadiera sus pensamientos.

Si dejaba de lado lo avergonzada que estaba por todo el tema de la informalidad con la que había tratado a su jefe, tenía que admitirse a sí misma que el tipo era mucho más agradable de lo que cualquiera pudiera llegar a creer. Incluso ella misma en su momento había creído que se trataba de un tipo estirado y engreído, pero una vez más se topaba de frente con la típica lección de no juzgar antes de conocer. Y luego, claro, estaba su apariencia. Su porte, su magnetismo, y lo bien que le quedaba el traje que llevaba, sin contar el hecho de que tenía una voz como terciopelo, además de una risa cautivadora capaz de hacer que a cualquier mujer se le cayera la ropa interior…

Al darse cuenta de que su mano se había ido acercando poco a poco a la liga de su ropa interior, se detuvo de golpe, sintiéndose avergonzada. ¿Qué rayos le pasaba? No es que no se hubiera tocado antes, sino que siempre lo había hecho por hombres que conocía, ya fueran novios, ligues de una noche o famosos de esos que suelen exhibirse tanto en la televisión como en las redes sociales, pero nunca…nunca lo había hecho por nadie como Erick Miller. Nunca se había tocado por uno de sus jefes, y no estaba segura de que algo como eso fuera del todo correcto, aunque… ¿quién se iba a enterar? Correcto o no ¿quién podría culparla por tener fantasías secretas con un hombre guapo e inalcanzable?

En cuanto se dio cuenta de la libertad con la que contaba, no hubo nada más que pudiera pararla. La mano siguió su camino bajo la liga de su ropa interior, y en cuanto se halló tocando con fuerza ese punto en específico de su propio cuerpo, le dio pase libre a su otra mano para que comenzara a masajear sus pechos, primero suavemente, y luego con más fuerza. En su mente, las fantasías comenzaron a volar sin ataduras. Erick Miller besándola con fuerza…,susurrándole al oído…tocándola, lamiéndola…desnudándola lentamente para luego poseerla con fuerza, hasta hacerla gemir como nunca antes había gemido. Como nunca nadie la había hecho gemir antes, porque nadie tenía la habilidad que él tenía, porque nadie sabía tocarla y seducirla como él sabía, porque en definitiva no había nadie en el mundo que fuera más guapo o más sexy o más viril que Erick Miller…

Al terminar, sudorosa y con el corazón acelerado, Olivia se despojó de las cobijas y posteriormente de toda la ropa, pues se sentía tan acalorada que parecía a punto de estallar. Se sintió cansada, pero principalmente satisfecha, así que no tuvo ni asomo de culpa cuando se acostó boca abajo y se durmió casi al instante, de nuevo con una sonrisa. Aunque ésta tenía una razón muy diferente a la anterior, pues no solo había encontrado un sujeto que liberaba las más poderosas y excitantes fantasías que jamás había tenido, sino que encima lo tenía también poblando sus sueños, pues aquella noche en todo momento, Olivia soñó con un par de ojos azules que la miraban con todo el deseo del mundo concentrado en sus pupilas.

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