CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

El chaleco anti balas era, tal vez, la prenda más incómoda que jamás le había tocado usar. Era rígido, pesado y picaba en los lugares más inoportunos, pero Erick no se quejó ni una sola vez. Para él, representaba el inicio de una victoria, el comienzo del trayecto que lo llevaría por fin a rescatar a su esposa y también a la madre de sus hijos. Si para lograr algo tan valioso como eso tenía que soportar un poco de incomodidad, estaba más que dispuesto.

—Caballeros, nos estamos acercando al lugar del asalto—informó el jefe del equipo de detectives, quien era también el que iba al volante—. Por favor, recuerden el plan. Síganlo al pie de la letra y absténganse de hacer cualquier locura, al menos que quieran echar a perder toda la misión.

No hubo necesidad de que lo nombrase para que Erick tuviera muy en claro que aquella última parte iba estrictamente dirigida hacia él. No le gustaba mucho la idea de que un detective retirado con ínfulas de militar le h
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