CAPÍTULO DOS

La reunión había salido de lo mejor, pero, aun así, Erick seguía de un humor terrible. Durante más de dos horas se había visto obligado a sonreír y actuar como si en realidad todo marchara de las mil maravillas en su vida, pero ahora que los clientes por fin se habían largado, podía darse el lujo de poner mala cara. Habían pasado dos días ya desde la irrupción de Louisa en su casa, y aunque hasta el momento no había tenido más noticias de ella, la conocía lo suficiente como para temer su silencio más que su presencia. No tenía ni idea de con qué podía salirle, así que se la había pasado todo el rato tratando de controlar la ansiedad que lo carcomía por dentro.

— ¿Erick, tienes un minuto?

Molesto por la interrupción, Erick estaba a punto de ponerse a gritar cuando, al mirar hacia la puerta de la sala de reuniones, se dio cuenta de que se trataba nada menos que de Garrick Hudson, su abogado personal y una de las personas más talentosas y profesionales que había conocido jamás. Era un tipo alto y fornido, de piel morena y ojos penetrantes que en aquellos momentos no transmitían nada bueno. Temiendo las noticias que Garrick pudiera llevar con él, Erick le hizo una seña para que entrase.

— ¿Cómo ha ido la reunión?—preguntó el abogado, mientras se sentaba en la silla más cercana a la de Erick—. ¿Has conseguido por fin el contrato con los empresarios chinos?

—Por fortuna sí—respondió Erick, mientras se apretaba el puente de la nariz con el índice y el pulgar, para tratar de mitigar un poco el creciente dolor de cabeza que no parecía tener intenciones de dejarlo en paz—. Tuvimos que regatear un poco, pero por fin conseguimos esos clientes.

—Felicitaciones, hombre. Tenemos que salir a celebrarlo un día de estos.

El tono de Garrick pretendía ser jovial, pero Erick lo conocía lo suficiente como para saber reconocer cuando tenía una mala noticia entre manos y se resistía a dársela. Cuando lo miró, pudo ver en sus ojos que tal vez la cosa era mucho peor de lo que había imaginado hasta el momento, así que decidió que era mejor salir de todo aquello cuanto antes. Era como quitarse un curita; debía hacerse de un tirón y sin pensarlo demasiado.

—Dilo ya—le pidió a Garrick—. Sea lo que sea, dilo de una vez.

—Es que no es bueno—replicó Garrick—. Esto no es nada bueno, amigo.

—Ya me has dado noticias malas antes, ¿cuál puede ser la diferencia?

—Esta…esta tiene que ver con tus hijos, con los gemelos.

Mucho más alerta ahora, Erick se irguió en su asiento y miró al hombre frente a él. Ahora el dolor de cabeza se había ido, siendo sustituido por un frio tremendo producto del miedo, que le caló hasta los huesos y le hizo estremecer el corazón. Tratando de controlarse un poco, preguntó:

— ¿Les pasó algo? ¿Están bien?

—Tranquilo, tranquilo, no es lo que piensas—contestó Garrick, con lo que Erick sintió que el alma le volvía al cuerpo—. Ellos están bien, no les ha pasado nada.

— ¿Entonces qué pasa? ¿Por qué tanto suspenso?

—Es que…hace un par de horas me ha contactado el abogado de Louisa.

— ¿Louisa tiene abogado?

—Así parece—afirmó Garrick—. Y aunque no tengo ni idea de cómo ha podido pagarlo, parece uno bastante bueno que sabe lo que hace. Me ha dicho que Louisa quiere presentar una demanda en tu contra por la custodia total de los gemelos. En sus propias palabras, quiere arrebatarlos de tu vida para que más nunca puedas volver a verlos.

Un pitido estridente y continuo llenó de pronto los oídos de Erick, quien tambaleante se levantó de su asiento y caminó hacia un mini bar que había cerca, y que normalmente solía usarse para servir champán o cualquier otra bebida a los clientes que se reunieran con él en la sala. En aquel momento, sin embargo, fue un tema mucho más personal, pues con manos temblorosas se sirvió un vaso de Whisky que se bebió de un solo tirón. Luego del segundo, cuando el ardor del licor ya había atenuado levemente la desagradable sorpresa que se acababa de llevar, se volteó hacia su abogado y le preguntó directamente:

— ¿Puede hacerlo? ¿De verdad puede quitarme el derecho de ver a mis hijos?

—Si impone una demanda por la custodia, y logra presentar pruebas que convenzan al juez de que no eres un buen padre, me temo que podría lograrlo.

— ¿Y qué pasa con ella?—bramó Erick—. ¡Me fue infiel, m*****a sea! ¿Es que acaso no cuenta?

—A estas alturas del partido, en realidad no mucho—respondió Garrick, quien con cada palabra que decía se iba viendo mucho más consternado—. En su momento no impusiste la demanda de divorcio por infidelidad porque no querías dañar la imagen de la madre de tus hijos, y como tampoco hay pruebas reales que puedan avalar lo que dices, cualquier juez con dos dedos de frente lo desestimaría.

Furioso, Erick tomó el vaso con más fuerza y lo lanzó contra la pared más cercana, donde fue a estrellarse en un millón de minúsculos pedazos, regando el suelo de cristales rotos y licor. Su respiración se había vuelto irregular, y sentía la cara acalorada y sudorosa, por lo que hizo un gran esfuerzo por respirar profundo y calmarse. Si moría de un infarto, jamás podría solucionar aquel problema.

— ¿Tengo alguna opción? ¿Algún chance?—le preguntó a Garrick, mientras volvía a tomar asiento para estar un poco más cerca de él—. Sé sincero conmigo, Garrick, te lo ruego. ¿De verdad crees que exista alguna posibilidad de que yo pueda ganar la custodia de los gemelos?

Garrick Hudson era un hombre transparente y sincero como pocos, por lo que Erick sabía muy bien que de él no obtendría sino la verdad pura y dura, le gustase o no. Sin embargo, cuando los minutos comenzaron a pasar y seguía sin tener respuesta, comenzó a sentirse todavía más nervioso que antes, pues le dio por pensar que tal vez la cosa pintaba mucho peor de lo que hubiera creído. Decidió esperar y tener un poco de paciencia, pero cuando ya no pudo resistirlo más, explotó:

— ¡Responde, hombre! Me estás matando con tanto misterio.

—En realidad, sí hay algo—contestó al fin, después de regalarse unos segundos de silencio como para meditar sus palabras—. Aunque te conozco lo suficiente como para saber que no te gustará ni un poco.

—No me importa—afirmó Erick—. Sea lo que sea, lo haré con los ojos cerrados si con eso puedo estar seguro de que no voy a perder a mis hijos.

En aquella ocasión, fue Garrick quien se levantó. Con la confianza que años de trabajo y amistad habían creado entre Erick y él, se acercó al bar y se sirvió un trago bastante generoso. Tras tomárselo de dos golpes, dejó el vaso donde antes y por fin respondió:

—Tendrías, básicamente, que volver a casarte.

El primer instinto de Erick fue creer que se trataba de una broma de mal gusto, que encima llegaba en el peor momento posible. No obstante, cuando comprendió por la expresión de su amigo que hablaba muy en serio, se sintió realmente perdido; era como si Garrick hubiera comenzado a hablar un idioma extraño y desconocido de un momento a otro, dejándolo a él de lado sin poder enterarse de nada.

— ¿Casarme de nuevo?—repitió—. ¿Y eso cómo demonios podría ayudarme a obtener la custodia de mis hijos?

Luego de un segundo vaso de Whisky, Garrick dijo:

—Creo que hasta tú mismo sabes que la ley suele amparar con especial fiereza a las mujeres que son madres, por lo que un hombre en tu caso tiene que usar todos los recursos a su alcance para demostrar que puede hacerse cargo de los niños. Si te presentaras ante un juez con una nueva esposa, y una familia conformada, bueno…creo que darías una impresión lo suficientemente buena como para que se inclinara por ti.

— ¿Y con quién se supone que me casaría?

—Lo ideal sería con una mujer desconocida, de bajo perfil, para que la cosa se vea un poco más creíble. Ambos tendrían que fingir que salen durante un par de meses, y luego comprometerse y casarse para darle más veracidad al asunto. La mujer en cuestión tendría que ser alguien que pudiera salir tan beneficiada del trato como tú, para tener plena seguridad que no te delatará.

El pitido de antes había sido sustituido de golpe por una terrible sensación de mareo, no sabía si por el alcohol que había tomado, o por la cantidad tan grande de información que acababa de recibir. ¿De verdad tendría que valerse de una treta tan ridículamente novelesca para salvar su relación con sus hijos? Estaba más que dispuesto a hacer cualquier cosa por ellos, claro que sí, pero… ¿Y si no funcionaba? ¿Y si el engaño se descubría y al final todo empeoraba? Eran demasiadas las cosas que podían salir mal, y en un asunto tan importante como aquel, no podía arriesgarse como si nada.

—Tú solo piénsalo, ¿de acuerdo?—le pidió Garrick, mientras se acercaba hasta él y le colocaba una mano en el hombro para tratar de reconfortarlo un poco—. Sé que es algo arriesgado y muy loco, pero ahora mismo es la única manera que se me ocurre para que puedas salir bien parado de esto. Sin embargo, comprendo que es una decisión muy importante, así que consúltalo esta noche con la almohada y ya luego de dices qué quieres hacer.

Y vaya que tuvo oportunidad de consultarlo con la almohada, porque esa misma noche, a las tres y tanto de la madrugada, Erick seguía despierto, tendido boca arriba en su cama mientras se esforzaba por encontrar alguna solución, pidiendo, al mismo tiempo, que algún rayo divino cayera del cielo y le iluminara el pensamiento. Hasta ese punto había llegado su desesperación. Muchas eran las horas que había pasado tratando de conciliar el sueño, por lo que, cuando el reloj digital de su despertador marcó las cuatro de la mañana, se levantó por algo de tomar. En su camino hacia la cocina, sin embargo, cruzó frente a la puerta de la habitación que en su momento había pertenecido a los gemelos, y no pudiendo resistir la tentación, se olvidó de todo y entró.

La habitación seguía exactamente igual a como estaba el día en que Louisa se marchó de la casa, llevándose consigo a los gemelos. Ahí estaban las cunas, los juguetes, e incluso uno que otro artículo personal y de aseo que había quedado olvidado por las prisas de su ex mujer. Mientras paseaba lentamente por todo el lugar, mirando y toqueteando una que otra cosa de forma distraída, Erick se abandonó a su propio dolor y comenzó a llorar de forma silenciosa, pues el duro camino que había tenido que recorrer para llegar al éxito le había enseñado que el mundo se rendía a los pies de aquellos hombres que se imponían ante sus sentimientos. Una lección que se le había grabado a fuego en la memoria, y que incluso en momentos como aquel le resultaba difícil ignorar.

Mientras seguía rondando por la habitación como un alma en pena, se cruzó con una fotografía de los gemelos, y entonces no pudo hacer nada por controlarse. Terminó por comprender que estaba solo y no tenía por qué guardarse nada, así que cayó de rodillas al suelo y se dejó ir por completo. Chillando y maldiciendo por momentos, recordó las escenas más terribles de su niñez, propiciadas por un padre ausente y una madre desnaturalizada. El pensar que sus hijos pudieran correr la misma mala suerte que él, lo llenó de miedo, aunque al mismo tiempo le dio el valor necesario para decidirse por fin. Si tenía que volver a casarse y fingir una vida feliz para que sus hijos sí tuvieran una auténtica, lo haría sin importar las consecuencias…

Cuando se trataba de los gemelos, Erick estaba dispuesto a todo.

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