CAPÍTULO CUATRO

Cuando estaba estresado o preocupado por algo, Erick solía enfrascarse en el trabajo de tal forma que la madrugada lo sorprendía en la oficina, frente al computador con los ojos cansados pero la mente muy despierta, casi siempre sumergida de lleno en los negocios que reclamaban toda su atención, para así ahorrarse la mortificación de pensar en aquello que deseaba evitar. Estaba tan acostumbrado a su proceder, que nunca habría creído que pudiera llegar el momento en el que realmente odiara esa tendencia suya tan autodestructiva. Sin embargo, uno suele cambiar de perspectiva drásticamente cuando se queda encerrado en un ascensor, aunque Erick había tenido un poco de suerte en aquella ocasión, pues la mujer que iba con él era una realmente bonita. De hecho, era muy guapa y, en definitiva, lo único bueno de todo aquel asunto.

Hacía tan solo unas horas que había recibido el mensaje más desagradable de toda su vida, de parte claro, de Louisa. En él, la mujer exponía claramente sus condiciones, que se reducían básicamente a una sola cosa: el dinero. Según le decía, estaba dispuesta a desistir de sus intenciones de quitarle la custodia de los niños, siempre y cuando Erick accediera a darle el control total del fondo de dos millones anuales que había preparado para sus hijos. Tenía tres meses para decidir, y aunque sonaba como mucho tiempo, la verdad es que ya sentía la presión. Por un lado, temía perder para siempre el contacto con sus pequeños, mientras que por el otro se sentía reacio a darle el dinero a Louisa, pues sabía que solo estaría alimentando sus caprichos. Garrick le había dicho que el mensaje podría servir como prueba en el juicio, pero el saberse con algo de su parte no lo había calmado lo suficiente, así que había decidido volcarse como tantas otras veces en su trabajo. Y ahora, ahí estaba, encerrado en un ascensor en mitad de la noche, en compañía de una mujer hermosa que lucía más nerviosa con cada segundo que pasaba.

— ¿Se encuentra bien?—le preguntó Erick, al ver que la mujer se retorcía las manos con violencia.

—Sí, sí, estoy…estoy bien—respondió ella, con voz nerviosa, sin dejar de retorcerse las manos y mirar frenéticamente todo cuanto la rodeaba.

—Disculpe que se lo diga, pero no parece estar precisamente bien.

Cuando ella lo miró, Erick sintió que su pecho era de pronto golpeado por una punzada. En los hermosos ojos de aquella mujer se arremolinaba un miedo tan denso y profundo, que Erick se sintió sobrepasado por su deseo de cuidarla y hacerla sentir cómoda. Luego, cuando se dio cuenta del ritmo tan desbocado que de un momento a otro habían adquirido sus pensamientos, logró calmarse un poco y se dijo que no pasaba nada si le hacía un poco de conversación para que se distrajera, eso mientras se solucionaba el desperfecto del ascensor.

—Es que no me gustan los espacios cerrados, ¿sabe?—respondió por fin la mujer, cuyo rostro se veía pálido a pesar de estar bañado por la mortecina luz de emergencia.

— ¿Es claustrofóbica?

—No creo, no.

—Pues si no es, se le parece bastante.

Esta vez, fue ella quien se echó a reír, con lo que Erick pudo relajarse, pues al menos con eso sabía que por lo pronto la mujer a su lado no caería presa del histerismo. No obstante, también se dio cuenta de lo bonita que se veía su inesperada compañera cuando reía de esa forma, tan despreocupada, tan libre, tan…bueno, eso. Se veía muy bonita mientras se reía, pero no por ello tenía que quedarse mirándola como un completo imbécil, así que se obligó a apartar la mirada mientras ella recuperaba poco a poco la seriedad.

—Por cierto, soy Olivia—se presentó poco después.

Erick estaba a punto de decirle su nombre cuando las luces volvieron de golpe y el ascensor al completo se estremeció, como queriendo ponerse en marcha. Sin embargo, apenas habían pasado unos pocos segundos cuando todo volvió a quedar estático y bañado por aquella horrenda luz roja que no paraba de parpadear cada tanto.

— ¿Qué ha sido eso?—preguntó la mujer, Olivia, mientras poco a poco volvía a caer en su nerviosismo—. ¿Se va…se puede llegar a caer esta cosa?

—No, claro que no—respondió Erick, pese a que, de hecho, esa era una probabilidad. Una muy remota, pero aun así contaba—. Están tratando de reparar la falla y por eso se han encendido las luces. Seguro que dentro de poco lo arreglan.

— ¿Cree que vayamos a pasar mucho tiempo aquí?

—No sabría decirle—Erick la miró, y al darse cuenta de que estaba sudando todavía más, no pudo evitar aconsejarla—: Aunque yo le diría que se quite ese delantal por el momento, a menos que quiera morir calcinada aquí dentro.

La mujer se dedicó a mirarlo con ojos abiertos como platos durante algunos segundos, hasta que se percató del consejo que acababa de recibir y decidió ponerlo en práctica. Una vez despojada del delantal de limpieza, Erick pudo ver que debajo llevaba puesto un bonito conjunto que la hacía ver aún más hermosa de lo que se veía antes. Y más importante aún, lucía también mucho más joven, por lo que no pudo evitar preguntar:

— ¿Qué edad tiene?

Cuando la mujer volvió a mirarlo, ésta vez con la pregunta claramente escrita en el rostro, Erick le explicó:

—Luce muy joven para ser del personal de limpieza.

—No sabía que había un mínimo de edad requerida.

—En realidad no la hay, no—respondió Erick—. Es solo que uno esperaría ver a jóvenes como usted estudiando, o trabajando en otras cosas.

—Mi compañero de turno, Collin, es más o menos de mi edad.

— ¿De verdad?—Erick estaba sorprendido, pues hasta el momento no tenía conocimiento de que personas tan jóvenes ocuparan aquellos cargos en su empresa—. No lo sabía…

En el breve silencio que siguió, Erick se encontró sintiéndose un tanto avergonzado, pues siempre había pensado que un jefe que no conociera a fondo a sus empleados no era más que una farsa, y ahora resultaba que, de hecho, él mismo lo era. En su interior, se prometió que en cuanto lograse salir del atolladero en el que Louisa lo había metido, se encargaría de darles a todos sus empleados la atención que se merecían.

—Y no es que importe, pero sí lo hago—dijo entonces Olivia.

— ¿Cómo dice?—preguntó Erick, quien había perdido un poco el hilo de la conversación.

Con una sonrisa, Olivia explicó:

—Estudio derecho en la universidad de Nueva York. Y justamente por eso es que tomé este trabajo, porque me permite costearme gastos de alquiler y, en general, todos los gastos que conlleva estudiar una carrera como la mía.

Aunque no quiso admitírselo, ante aquella avalancha de información una corazonada se instaló en el pecho de Erick, como un aviso de que aquella chica era la que, sin saberlo, había estado buscando. Esa que, según Garrick, podría verse tan beneficiada como él de un matrimonio falso…pero no, definitivamente no. Se veía a leguas de distancia que aquella mujer era una persona centrada y muy enfocada en sus responsabilidades, y seguramente tenía novio o prometido, por lo que no podía aceptar la propuesta. Y Erick, por supuesto, no estaba pensando en hacerla.

— ¿Y usted cómo se llama?—inquirió entonces la mujer, con una sonrisilla que a Erick le provocó cierto cosquilleo en la parte baja del abdomen.

Estaba otra vez a punto de decírselo cuando todo volvió a la normalidad. Las luces de emergencia dieron paso a las normales, el ascensor volvió a estar en funcionamiento y en poco tiempo, las puertas frente a ellos se abrieron en el piso al que Olivia había querido ir desde el principio. Con un suspiro de alivio, se puso el delantal, y luego de cruzar el umbral de la puerta, se volvió hacia Erick y lo miró fijamente durante algunos segundos, mientras esperaba que las puertas se volvieran a cerrar.

—No me ha dicho todavía cómo se llama—le recordó con una sonrisa.

— ¿De verdad importa tanto?—respondió Erick, quien, sin darse cuenta, había comenzado a corresponderle a su sonrisa—. ¿Por qué está tan interesada?

—No es que esté especialmente interesada, y tampoco es que importe mucho.

— ¿Y entonces?

—Es solo que le acabo de obsequiar un buen resumen de mi vida sin siquiera conocerlo, y pensé que al menos podría tener la amabilidad de decirme su nombre.

Era, por supuesto, una razón más que válida, pero aún y con todo eso Erick decidió esperar un poco antes de ceder, pues sospechaba que tras decirle su nombre, la mujer frente a él se sentiría un tanto cohibida, ya que le había contado su vida nada menos que a su jefe principal, el dueño y creador de las empresas que acababan de emplearla para que pudiera costear sus estudios. Y no es que quisiera presumir, es solo que había terminado por tomarle gusto a aquella atmosfera ligeramente amistosa que había entre ellos dos, y no quería matarla tan rápido.

—Bueno, ya me doy cuenta de que su nombre no es algo que quiera ventilar así como así—observó la chica, al darse cuenta de que las puertas del ascensor habían comenzado a cerrarse y Erick seguía sin decirle su nombre.

Sonaba ligeramente decepcionada, pero a pesar de ello se quedó frente a las puertas, como si quisiera mantener viva la esperanza hasta el último momento. Y Erick, quien de pronto se había convertido en un niño juguetón, esperó también hasta el último segundo, y cuando las puertas estaban casi que cerradas y solo quedaba una mísera rendija por la que apenas y se podían ver, la miró a los ojos y dijo por fin:

—Mi nombre es Erick Miller, y ha sido un gusto conocerla, Olivia.

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