Habían pasado varios días ya, y Erick se encontraba incapaz de dejar de pensar en el fugaz beso que le había dado a Olivia, lo que era por completo un absurdo, pues ni siquiera había sido un beso con todas las reglas. Sus labios apenas y se habían rosado, pero aun así sentía como si aquel mínimo contacto de su boca con la de ella le hubiera dejado un reguero de fuego que no hacía más que crecer y crecer con cada segundo que pasaba. A menudo, se había sorprendido a sí mismo no solo pensando en ella y en el beso que se habían dado, sino también imaginando distintos escenarios que solo podrían existir dentro de su cabeza: Olivia y él en una cena solo para dos…Olivia y él conversando y riendo con pocas luces, y luego con poca ropa…Besándose, besándose de verdad…Tocándose, explorándose, gimiendo cada uno en la boca del otro mientras se despojaban de la ropa que se interponía entre ellos, impidiendo que el calor de sus cuerpos se fundiera en uno solo…—Papi, ¿estás bien? Tomado por so
Cuando Erick finalmente apareció, Olivia tuvo que hacer un esfuerzo tremendo para no reírse ante el poema en que se convirtió la cara de Collin, quien ni siquiera le había creído cuando le contó que estaba saliendo con nada menos que el jefe. Aunque la verdadera tortura para Olivia comenzó cuando tuvo que acercarse a Erick y saludarlo con nada menos que un afectuoso beso en la boca. Por su puesto, lo difícil del asunto no provenía del beso en sí, ni mucho menos, sino del hecho de que tenía que fingir ante los demás que lo disfrutaba, mientras que, al mismo tiempo, tenía que lograr que Erick no se diera cuenta que, de hecho, sí lo hacía. Una vez terminó el saludo y los latidos de su corazón recobraron un ritmo más o menos normal, tomó a su supuesto novio de la mano y lo llevó hasta donde estaban sus amigos. Una vez superada la sorpresa inicial de tener entre ellos al más famoso y codiciado multimillonario de toda la ciudad, los amigos de Olivia recibieron con los brazos abiertos al qu
Por las mañanas, a Erick Miller le gustaba contemplar la ciudad. Todos los días, sin excepción, se levantaba a las cinco y media (una hora antes de que su alarma sonara) y luego de darse una ducha de agua fría para despertar todas las terminaciones nerviosas se su cuerpo, hacía media hora de ejercicio, se duchaba de nuevo y finalmente, con una taza de café y vestido para comenzar su día, se paraba justo en frente de la enorme ventana panorámica que dominaba casi la totalidad de una de las paredes de su sala, desde donde se veía con bastante claridad toda la ciudad de Nueva York. Desde esa altura, no se oía más que su respiración, así que esos minutos de contemplativo silencio lo calmaban bastante. Aquella mañana, sin embargo, algo cambió. Mientras contemplaba en silencio la ciudad en la que había vivido toda su vida, comenzó a escuchar extraños ruidos fuera de su pent-house, unos ruidos que fueron haciéndose más y más fuertes hasta que lograron picarle la curiosidad. Dejando de lado
La reunión había salido de lo mejor, pero, aun así, Erick seguía de un humor terrible. Durante más de dos horas se había visto obligado a sonreír y actuar como si en realidad todo marchara de las mil maravillas en su vida, pero ahora que los clientes por fin se habían largado, podía darse el lujo de poner mala cara. Habían pasado dos días ya desde la irrupción de Louisa en su casa, y aunque hasta el momento no había tenido más noticias de ella, la conocía lo suficiente como para temer su silencio más que su presencia. No tenía ni idea de con qué podía salirle, así que se la había pasado todo el rato tratando de controlar la ansiedad que lo carcomía por dentro. — ¿Erick, tienes un minuto? Molesto por la interrupción, Erick estaba a punto de ponerse a gritar cuando, al mirar hacia la puerta de la sala de reuniones, se dio cuenta de que se trataba nada menos que de Garrick Hudson, su abogado personal y una de las personas más talentosas y profesionales que había conocido jamás. Era un
Justo cuando estaba a punto de rendirse, Olivia encontró por fin una oferta que prometía bastante. En un minúsculo cuadrito del último periódico que se había prometido revisar antes de tirar la toalla, encontró un anuncio que llamaba a todos los interesados en formar parte del turno de limpieza nocturno de nada menos que las oficinas Miller, en el centro mismo de la ciudad. Un edificio enorme e imponente al que Olivia se dirigía en aquel momento, luego de arreglarse y peinarse para la que bien podía ser su entrevista más importante hasta el momento. Solo le faltaba un año para terminar su carrera, y como había llegado por fin el momento en el que la cosa se hacía más cuesta arriba antes de mejorar, no podía darse el lujo de pasar más días sin dinero ni trabajo.Ni siquiera tenía auto, pues se había visto en la necesidad de vender su viejo escarabajo para poder costearse gran parte del último semestre, así que había tenido que pedirle prestado el auto a Trina, quien por suerte tenía pl
Cuando estaba estresado o preocupado por algo, Erick solía enfrascarse en el trabajo de tal forma que la madrugada lo sorprendía en la oficina, frente al computador con los ojos cansados pero la mente muy despierta, casi siempre sumergida de lleno en los negocios que reclamaban toda su atención, para así ahorrarse la mortificación de pensar en aquello que deseaba evitar. Estaba tan acostumbrado a su proceder, que nunca habría creído que pudiera llegar el momento en el que realmente odiara esa tendencia suya tan autodestructiva. Sin embargo, uno suele cambiar de perspectiva drásticamente cuando se queda encerrado en un ascensor, aunque Erick había tenido un poco de suerte en aquella ocasión, pues la mujer que iba con él era una realmente bonita. De hecho, era muy guapa y, en definitiva, lo único bueno de todo aquel asunto. Hacía tan solo unas horas que había recibido el mensaje más desagradable de toda su vida, de parte claro, de Louisa. En él, la mujer exponía claramente sus condici
— ¿Estás bien? Casi parece que hubieras visto un fantasma. Como en modo automático, y sin darse real cuenta de lo que hacía, luego de salir del ascensor Olivia había seguido con su trabajo, limpiando oficinas y escritorios sin poder creerse que acabara de tener una conversación tan cercana con nada menos que Erick Miller, el señor todopoderoso por quien ahora podría seguir pagando sus estudios… ¡Y encima mientras ambos estaban encerrados en un ascensor! Simplemente era algo demasiado grande para digerir, y estaba tan apenada por el tono tan informal y desinteresado con el que se había dirigido a su jefe, que sentía deseos de volver a buscarlo y pedirle disculpas, pero, por supuesto, no lo había hecho, y ahora ahí estaba…entregando su turno mientras Collin, su compañero, la miraba de arriba abajo, al mismo tiempo que trataba hacerla hablar. —Oye, de verdad me estás asustando—le siguió diciendo—. Llevas como quince minutos doblando y desdoblando el delantal sin parar, y no sé si quit
En cuanto Garrick entró en su oficina, Erick contuvo el aliento y lo miró, casi esperando que le soltara una mala noticia; nunca había sido especialmente dado a las fatalidades, pero aquellos últimos días habían terminado por ser tan convulsos y difíciles, que empezaba a acostumbrarse. Sin embargo, cuando miró a su abogado pudo ver en los ojos de éste un rayo de esperanza que le devolvió un poco de la tranquilidad que había ido perdiendo. Solo para no parecer tan desesperado como en realidad estaba, aguardó pacientemente a que Garrick terminara de entrar y se sentase frente a su escritorio. Una vez lo hubo hecho, le preguntó por fin: — ¿Me tienes algo? —Sí, yo diría que sí—respondió Garrick, quien no se veía tan tenso ni preocupado como últimamente. Otra buena señal. — ¿Buenas noticias o malas noticias? —Pues…yo diría que buenas—tomó su portafolio, lo abrió, y luego de depositar una carpeta entre ellos dos, agregó—: Admito que al principio no estaba muy seguro, pero parece que est