CAPÍTULO TREINTA Y DOS

—Que sí, Erick, que estoy bien. No me pasa nada.

Por milésima vez aquella tarde, durante el almuerzo, Erick acababa de hacerle a su esposa la misa pregunta, y aunque había recibido exactamente la misma respuesta que en todas las veces anteriores, ésta no terminaba de convencerlo. A su parecer, Olivia se mostraba nerviosa, asustada y pensativa, casi como si tuviera tantas cosas en la cabeza que simplemente no pudiera concentrarse en nada más. Aunque tampoco descartó por completo la posibilidad de que él, Erick, estuviera viendo cosas donde en realidad no las había. Últimamente había estado pensando mucho en su acuerdo, en lo que sentía por Olivia y en lo destrozado que sin duda quedaría su corazón cuando ella se marchase por fin. Tal vez por eso era que estaba paranoico, quizá todo se debía a una jugarreta de su preocupada cabeza.

—Papi, ¿hoy no trabajaste?—preguntó Louis, mientras pinchaba a consciencia uno de sus guisantes con el tenedor.

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