Ay, Dios!!! ¿Y ahora? Espero estén atentas a estos últimos capítulos. Recuerden comentar, reseñar y dar like si los están leyendo.
Ocurrió demasiado rápido.Mía solo alcanzó a escuchar la bocina de un auto aproximándose y cerró los ojos con fuerza, protegiendo a su bebé, antes de recibir el impacto… pero este nunca llegó, y su cuerpo fue impulsado hacia atrás con tanta rapidez que no le dio tiempo reaccionar a lo que estaba ocurriendo.La vista borrosa, el pulso acelerado y la respiración entrecortada. Personas aglomerándose. Algunas ayudando a levantarla y otras…— ¡Una ambulancia! ¡Alguien, llame a una ambulancia!¿Ambulancia? ¡No! ¿Por qué? Ella estaba bien. Ella…Comenzó a buscar entre la gente a Cristóbal. Zafándose de los brazos que intentaban retenerla para evitar que se acercara a la escena a unos pasos de ella.— Suéltenme, suéltenme… — pidió, aturdida —. ¿Cristóbal? — se hizo paso entre la gente. Todos murmuraban. Otros llamaban a la ambulancia. Empujó cuerpos hasta llegar a mitad de la calle. Un cuerpo tendido. Sangre. Sus ojos se abrieron y afloraron las lágrimas. No, no, no — ¡Cristóbal! ¡Cristóbal! —
Mía entró a la habitación con el alma en un hilo, y al verlo, su pulso se detuvo. Estaba conectado a las máquinas y a un tubo para respirar. No pudo evitar que nuevas lágrimas asaltaran sus ojos.Se llevó una mano a la boca para contener un jadeo y otra a su vientre, mientras se acercaba con pasos quedos.Verlo así la destrozó por completo.Tomó su mano con demasiado cuidado, como si él fuese de cristal, y se sentó a su lado.— Ah, Cristóbal — resolló, sin saber qué decir. Lo amaba y adoraba tanto. Era insoportable verlo en ese estado. Tan frío, tan… tranquilo. Él no era así —. Tus padres están aquí, ¿sabes? Todos lo están. Tu madre está muy preocupada, pero mantiene las esperanzas. Es tan fuerte. Ya veo de dónde lo heredaste. Todos quieren verte recuperarte. Y yo… yo necesito que lo hagas, Cris, por favor, te necesito. Tu hijo te necesita. Los dos lo hacemos. No quiero una vida sin ti, ya no. Fui una tonta al creer que podía, pero no, no puedo. Te amo tanto. Por favor, lucha, por noso
— ¿Cuál es el precio que debo pagar para que te alejes de una buena vez de mi hijo?Ante la pregunta, Amelia se quedó helada. Siempre supo que no había ganado el afecto de su suegra, pero, después un año de cordialidad por parte de ambas, jamás esperó aquello.— ¿Mi precio? — cuestionó, contrariada — Perdone, pero yo no…— Ay, por favor, Amelia, conozco las de tu clase. Todas tienen un precio. ¿Cuál es el tuyo?— Se está equivocando conmigo, señora — se defendió a sí misma, orgullosa, pero con eso solo consiguió que la risa burlona de Caterina Alves de Cienfuegos aflorara de su garganta.— No me hagas perder el tiempo, querida — le dijo, al tiempo que sacaba de su lujosa cartera de firma una chequera y se la extendía a la todavía confundida Amelia —. Está en blanco, ponle los ceros que quieras.Amelia negó.— NoCaterina volteó los ojos y suspiró con fastidio antes de arrebatarle la chequera de las manos y poner los ceros que creyó necesario para que aquella arribista se alejara de un
Después de aquella tarde, Amelia no volvió a intentar localizar a Cristóbal. Borró su número y se olvidó de su dirección. Dedicada enteramente a su hijo, pausó la universidad y trabajó arduamente para que nada les faltara, pues sabía que solo se tendrían el uno al otro.El día que entró en labor de parto, la tomó por sorpresa. Seguía trabajando a pesar de las indicaciones médicas y los consejos de compañeros de trabajo, pero, para Amelia, sola y sin apoyo económico de nadie, dejar de trabajar no era una opción.Después del nacimiento, los primeros meses fueron los más duros, y es que entre las exhaustivas jornadas laborales de quince horas y la maternidad, Amelia a veces creía que no iba a poder más. Incluso lloraba al final de la noche cuando se daba cuenta de que no tenía ni siquiera una vida.Después del primero y segundo año de su hijo, Amelia parecía estar acostumbrándose al ritmo rápido y agitado de su vida. No fue hasta después de sus tres años cuando Amelia se enteró de que te
— ¿Dónde está? ¿Dónde está mi hijo? — exigió saber Amelia entre lágrimas, asustada por la idea de que algo malo le hubiese sucedido.— Amelia, tienes que calmarte. Esto no le hará bien a tu corazón — le pidió el doctor, un tanto preocupado por el estado de angustia de aquella joven madre.Pero Amelia negó.— ¡No me tranquilizaré hasta que aparezca mi hijo! ¡Debo encontrarlo o voy a…!— ¡Mami! ¡Mami! — de repente la voz del pequeño Cristóbal, corriendo a través de los pasillos, le devolvió al alma al cuerpo de Amelia.— ¡Cristóbal! — exclamó, arrodillándose entre lágrimas para recibirlo y estrecharlo en sus brazos con todas sus fuerzas.— ¡Oh, cariño! ¡Estaba tan asustada! ¿En dónde te habías metido? ¡No puedes hacerme algo así! ¡Ah, Cristóbal… lo sabes, amor! — resolló con el corazón acelerado, y tomó sus mejillas para inspeccionarlo y asegurarse de que estuviese perfecto.El pequeño Cristóbal la miró con ojos de esperanza.— Lo siento, mami, no quería asustarte, pero tenía que buscar
— ¡Un doctor! — llamó, desesperado, al tiempo que entraban por la puerta una enfermera y el doctor que había tratado el padecimiento de Amelia durante años.— ¿Qué fue lo que pasó?Cristóbal negó, contrariado.— No lo sé, simplemente se desvaneció.— De acuerdo, salga de la habitación — le dijo el hombre, que parecía saber muy bien lo que pudo haberle ocurrido a Amelia.Cristóbal obedeció en silencio, todavía contrariado, y salió de la habitación.— ¿Qué tiene mi mami? ¿Es otra vez su corazoncito? — preguntó el pequeño sollozando.Cristóbal bajó el rostro, ahora prestando atención al niño que podía ser su… hijo. Todo parecía ser cierto. Amelia estaba enferma y ese niño… Dios. ¿Cuántos años tenía? ¿Se fue con el secreto de su hijo en su vientre? No comprendía nada. ¿Por qué diablos no se lo dijo? ¡Debía asegurarse de que por las venas del pequeño Cristóbal corriera su sangre!— Tu mamá va a estar bien — le aseguró, acuclillándose a su altura.— ¿Lo prometes? — preguntó el pequeño Crist
Cuando Amelia atendió al llamado de la puerta, su corazón se detuvo por un microsegundo al ver a Cristóbal Cienfuegos allí, en compañía de un hombre con maletín y traje de firma.— ¿Qué… estás haciendo? — preguntó después de un rato, contrariada — ¿Cómo sabías donde encontrarme?— Te dije que tendrías noticias de mí a primera hora del día, así que aquí estoy. ¿En dónde está el niño?Amelia pasó un trago, y negó, asustada.— Vete.Cristóbal suspiró y se pellizcó el puente de la nariz fingiendo fastidio.— Podemos hacer esto de la forma más civilizada posible, Amelia, pero, si insistes en oponerte a que le realice una prueba de paternidad al niño, solo conseguirás que las cosas se compliquen para ti. ¿O no es así, doctor?El aludido explicó a Amelia brevemente lo que sucedería si se negaba a que le realizaran la prueba de paternidad al pequeño Cristóbal, y aunque todo aquello era cierto, el juego de palabras buscaba intimidarla.— ¡Es mi hijo! ¡No tienes ningún derecho a...!— ¡Y puede
Dos horas después, el chofer llevaba a Amelia y al pequeño Cristóbal a casa. El niño había agotado tanto sus energías que durante el camino se quedó profundo sobre el regazo de su madre.Tan pronto el auto se detuvo a los pies de aquel viejo edificio en un barrio en el que Cristóbal Cienfuegos no encajaría jamás, Amelia se dispuso a bajarse, pero Cristóbal fue más rápido que ella y le quitó al niño de los brazos.— ¿Qué haces? — le preguntó ella.— Lo llevaré hasta su habitación.— Siempre he podido hacerme cargo, no tienes que…Pero Cristóbal la dejó con la palabra en la boca y entró al edificio con aquel pequeño que, para el muy poco tiempo que habían compartido, se había ganado por completo su corazón.Al llegar al diminuto apartamento, Amelia le indicó cuál era la habitación de su hijo.Cristóbal se mostró gratamente sorprendido por la decoración, pues se trataba de algunos afiches de su jugador de futbol favorito pegados a la pared y un cojín en forma de pelota, además de otros d