— ¡Un doctor! — llamó, desesperado, al tiempo que entraban por la puerta una enfermera y el doctor que había tratado el padecimiento de Amelia durante años.
— ¿Qué fue lo que pasó?
Cristóbal negó, contrariado.
— No lo sé, simplemente se desvaneció.
— De acuerdo, salga de la habitación — le dijo el hombre, que parecía saber muy bien lo que pudo haberle ocurrido a Amelia.
Cristóbal obedeció en silencio, todavía contrariado, y salió de la habitación.
— ¿Qué tiene mi mami? ¿Es otra vez su corazoncito? — preguntó el pequeño sollozando.
Cristóbal bajó el rostro, ahora prestando atención al niño que podía ser su… hijo. Todo parecía ser cierto. Amelia estaba enferma y ese niño… Dios. ¿Cuántos años tenía? ¿Se fue con el secreto de su hijo en su vientre? No comprendía nada. ¿Por qué diablos no se lo dijo? ¡Debía asegurarse de que por las venas del pequeño Cristóbal corriera su sangre!
— Tu mamá va a estar bien — le aseguró, acuclillándose a su altura.
— ¿Lo prometes? — preguntó el pequeño Cristóbal. Depositando toda su confianza en su padre.
Cristóbal pasó un trago y asintió.
— Te lo prometo.
Minutos más tarde, el doctor y aquella enfermera salieron de la habitación. Enseguida lo pusieron al tanto del estado de Amelia. Estaba bajo control.
— Doctor, ¿tiene un momento a solas?
— Por supuesto, sígame.
Cristóbal se aseguró de que el pequeño entrara a la habitación con su madre y siguió al doctor hasta su consultorio. Cuando cerró la puerta, le pidió que le dijera todo sobre la enfermedad de Amelia.
— A su corazón no le queda mucho tiempo.
— ¿Qué hay sobre un trasplante?
— Hemos esperado los últimos años por un donador, pero… la gente no está muy informado sobre la cantidad de vidas que pueden salvar al donar sus órganos o el de sus familiares después de su muerte.
Cristóbal tampoco tenía demasiado conocimiento, al menos no a fondo.
Cuando Cristóbal volvió a la habitación de Amelia, ella se tensó con su presencia, y supo que aquella conversación; antes de tener uno de sus episodios, no había terminado. Suspiró.
— Cariño, ¿Por qué no vas con el señor barba? Seguro tiene algo para ti.
El pequeño asintió, inocente, y salió de la habitación.
Tan pronto quedaron solos, Amelia le hizo frente al padre de su hijo.
— Creí que ya te habías ido.
— ¿En serio es mi hijo? — preguntó Cristóbal sin rodeos. Amelia guardó silencio — Escucha, Amelia, no quiero alargar esto, ni perder mi tiempo contigo. Lamento mucho lo de tu enfermedad, pero si existe la posibilidad de que efectivamente Cristóbal sea mi hijo, quiero que sepas que le haré una prueba de paternidad para asegurarme de que no sea otra de tus faras, y si en esta ocasión no has mentido, me voy a quedar con él.
Amelia abrió los ojos y se puso tan blanca como el papel.
— ¿Qué quieres decir con que… te vas a quedar con él? Cristóbal, no te atrevas a…
— Me escuchaste muy bien, Amelia. Si ese niño es mi hijo, te lo voy a quitar. No sé qué clase de vida le has dado todo este tiempo, pero con tus antecedentes, no creo que haya sido una muy buena, así que…
— ¡Lárgate de aquí! — le gritó ella, interrumpiéndolo. ¿Había perdido la cabeza? — ¡Vete! ¡No tienes ningún derecho! — sus ojos estaban llenos de preocupación y lágrimas.
Pero Cristóbal no se inmutó en su decisión, y a cambio, le dejó firmemente.
— Tendrás noticias de mi mañana a primera hora — entonces se dio la vuelta y caminó hasta la puerta, pero antes de salir, se detuvo y giró la cabeza —. Sobra decirte que si Cristóbal es en realidad mi hijo, no verás ni un solo centavo como esperabas. Cuál sea que haya sido tu plan, olvídalo, no va a funcionar.
Y se marchó, dejando a Amelia convertida en un mar de lágrimas.
Durante el resto del día, además de tener que lidiar con la repentina cancelación de su boda con Renata Amaral, Cristóbal Cienfuegos sentía que su presente estaba dando un vuelco inesperado.
Un hijo.
Un hijo suyo.
Un hijo suyo con la única mujer que había conseguido que no pudiera enamorarse de nadie más.
Dios. ¿Sería posible?
¿Sería posible que por las venas de ese pequeño, y con quién tuvo una increíble conexión desde el primer segundo… corriera sangre Cienfuegos?
No iba a dejar pasar el tiempo, así que abrió la pantalla de su ordenador y comenzó a buscar sobre la vida de Amelia durante los últimos años. No había mucho, pero en su perfil social todo apuntaba a que no había rehecho su vida con ningún otro hombre. Sin saber por qué, eso le dio alivio.
Contactó a un par de amigos del pasado que le debían algunos favores y logró dar con su dirección. Se había mudado ese mismo año y ahora vivía en un barrio pobre de São Paulo. No comprendía. Con la cantidad de dinero que aceptó por dejarlo, pudo haberse dado una vida cómoda.
En esa época, hubo muchas las ocasiones en las que se tentó a saber de ella, pero sabía que cualquier detalle de su vida lo destruiría, así que, cuando se veía a sí mismo a punto de preguntar por ella o tratar de saber qué había sido de su vida, trataba de mantenerse ocupado.
Apagó la pantalla entrada las dos de la madrugada.
Al amanecer, llamó a sus abogados, los puso al tanto de lo que quería hacer y una hora después, se plantó en la puerta de Amelia.
Cuando Amelia atendió al llamado de la puerta, su corazón se detuvo por un microsegundo al ver a Cristóbal Cienfuegos allí, en compañía de un hombre con maletín y traje de firma.— ¿Qué… estás haciendo? — preguntó después de un rato, contrariada — ¿Cómo sabías donde encontrarme?— Te dije que tendrías noticias de mí a primera hora del día, así que aquí estoy. ¿En dónde está el niño?Amelia pasó un trago, y negó, asustada.— Vete.Cristóbal suspiró y se pellizcó el puente de la nariz fingiendo fastidio.— Podemos hacer esto de la forma más civilizada posible, Amelia, pero, si insistes en oponerte a que le realice una prueba de paternidad al niño, solo conseguirás que las cosas se compliquen para ti. ¿O no es así, doctor?El aludido explicó a Amelia brevemente lo que sucedería si se negaba a que le realizaran la prueba de paternidad al pequeño Cristóbal, y aunque todo aquello era cierto, el juego de palabras buscaba intimidarla.— ¡Es mi hijo! ¡No tienes ningún derecho a...!— ¡Y puede
Dos horas después, el chofer llevaba a Amelia y al pequeño Cristóbal a casa. El niño había agotado tanto sus energías que durante el camino se quedó profundo sobre el regazo de su madre.Tan pronto el auto se detuvo a los pies de aquel viejo edificio en un barrio en el que Cristóbal Cienfuegos no encajaría jamás, Amelia se dispuso a bajarse, pero Cristóbal fue más rápido que ella y le quitó al niño de los brazos.— ¿Qué haces? — le preguntó ella.— Lo llevaré hasta su habitación.— Siempre he podido hacerme cargo, no tienes que…Pero Cristóbal la dejó con la palabra en la boca y entró al edificio con aquel pequeño que, para el muy poco tiempo que habían compartido, se había ganado por completo su corazón.Al llegar al diminuto apartamento, Amelia le indicó cuál era la habitación de su hijo.Cristóbal se mostró gratamente sorprendido por la decoración, pues se trataba de algunos afiches de su jugador de futbol favorito pegados a la pared y un cojín en forma de pelota, además de otros d
Caterina se quedó en silencio por más tiempo del que imaginó.— ¿No dirás nada?— Me tomas por sorpresa. ¿Es el niño que… llegó a la iglesia? — Cristóbal asintió ligeramente. La mujer suspiró — ¿Qué piensas hacer?— Lo correcto. Tendrá mi apellido y vendrá a vivir a la mansión con las comodidades que por derecho le corresponde.— ¿Y ella…? — quiso saber la mujer.— ¿Qué con ella?— ¿Qué pasará? ¿Crees que acepte entregarte al niño así nada más?— Tendrá que hacerlo — respondió Cristóbal con indiferencia.Caterina asintió y no dijo nada más. Tenía que mostrarse como siempre lo había hecho estos años si quería mantener a esa mujer lejos de su hijo.El resto del día, Cristóbal trabajó sin pausas, y aunque con eso esperaba que Amelia no se cruzara por su cabeza, no pudo evitarlo, y de un momento a otro, se vio a sí mismo investigando sobre su enfermedad.Cerró la pantalla de la laptop después de descubrir que las posibilidades de que un corazón en sus condiciones se recupera eran demasiad
— Me escuchaste bien, Amelia.— Por supuesto que te escuché bien, pero… es una locura.Cristóbal entornó los ojos.— ¿Por qué? ¿Porqué no nos amamos? — Amelia abrió la boca, pero la cerró en cuanto Cristóbal continuó hablando —. Es cierto. Yo no guardo el más mínimo afecto por ti, y si te estoy haciendo esta propuesta, no es porque crea que algo pueda nacer entre nosotros. Esto lo estoy haciendo por nuestro hijo, porque si las cosas se llegan a complicar para ti, él no quedaría desamparado. Además, como te dije, parece que le será difícil desprenderse de ti, y yo no estoy dispuesto a que un hijo mío siga viviendo en estas condiciones, así que tú eliges, Amelia, o me llevo a Cristóbal conmigo, o vienes con nosotros.Amelia seguía sin poder creer que Cristóbal, aquel Cristóbal que había creído conocer en el pasado, fuese ese hombre ruin y sin corazón que estaba plantado frente a ella, y que la miraba como si fuese la cosa más insignificante que se hubiese cruzado en su camino.— ¿Y bien?
Esa misma noche, después de la ceremonia, Cristóbal ordenó el traslado de las cosas personales de Amelia y su pequeño hijo, así que, cuando llegaron a la mansión, ya todo estaba allí.— Esta será la habitación de Cristóbal. Su nana vendrá hasta mañana a primera hora, así tú tendrás tiempo de dedicarte a los oficios de la casa.Amelia asintió sin mayor esfuerzo y acostó al pequeño en su nueva cama después de aquel largo día. Besó su frente y apagó la pequeña lámpara antes de salir.— Vamos, tu habitación queda al final del pasillo.— Creí que… dormiría cerca de la habitación de Cristóbal.— Solo son cinco habitaciones lejos de la tuya, Amelia.— Sí, pero… me gustaría estar cerca de él. No quisiera que nada le pasara.Cristóbal se detuvo abruptamente y se giró con ojos entornados.— ¿Qué podría pasarle? La mansión tiene la seguridad necesaria como para saber que él estará bien — espetó serio y Amelia asintió con un largo suspiro —. Ah, olvidé decírtelo. Mi madre salió y no volverá hasta
— Madre, ¿Qué fue lo que pasó? ¿Te encuentras bien? — preguntó Cristóbal a su progenitora, ayudándola a incorporarse.— ¡Me ha empujado, Cristóbal! ¡Quise abrazarla y darle la bienvenida a casa, pero…!— ¿Qué? ¡No! ¿Por qué dice eso, señora? — Amelia se horrorizó. Y miró a Cristóbal con súplica — ¡No es cierto! ¡Yo no…!— ¡Por supuesto que es cierto! ¿Por qué habría yo de mentir? — la mujer estaba metida en su papel.— Bueno, basta, basta las dos — pidió Cristóbal, contrariado. Ya suficiente tenía con todo.— Ve a tu habitación, Amelia— ¡Pero…!— ¡A tu habitación! ¡No volveré a repetirlo!Amelia negó con la cabeza, horrorizada por mentiras y calumnias de aquella mujer que, en el pasado, le hizo mucho daño. Entonces, sin decir una sola palabra, se fue directo a su habitación.Antes de cerrar la puerta, Cristóbal entró y la cerró detrás de sí. Amelia se dio la vuelta y lo miró con impresión.— Cristóbal, tienes que escucharme, yo no…— ¿Qué pasa contigo, eh? — la interrumpió duramente.
— ¡Traigan una toalla con agua fría y una pomada para las quemaduras! ¡Vamos, rápido! — ordenó Cristóbal enseguida, y se acercó sin dudar a ayudar a Amelia — Déjame ver eso — La miró con demasiada preocupación.Pero Amelia negaba. Su pecho subiendo y bajando.— ¡Me está quemando mucho, Cristóbal! ¡Es insoportable! — resolló la dulce y joven Amelia, que sentía que tenía una caldera sobre su piel.— ¿Mami? — el pequeño Cristóbal, angustiado e inocente por lo que veía, comenzó a inquietarse demasiado.— ¡Brazilia, quédate con el niño!El ama de llaves asintió rápidamente y pidió al pequeño hijo del CEO que la acompañara, mientras le aseguraba con palabras dulces que su mami iba a estar bien. Pero Cristóbal no lo creía, pues la jarra entera se había derramado hirviendo sobre la piel de Amelia, así que sin pensarlo tanto, actuó rápido, la tomó en peso y la llevó hasta su habitación, que era la más cerca.Sin perder el más mínimo tiempo, la sentó delicado en la tapa del lavabo al mismo tiemp
En cuanto llegó al hospital, Cristóbal Cienfuegos exigió tener noticias de su esposa.Perdone, señor, pero… solo se permite dar información a los familiares — le dijo una joven enfermera al acercarse.Cristóbal rio sin gracia.— Soy su esposo.— ¿Su esposo? ¿Es usted el señor Cienfuegos?Cristóbal suspiró, hastiado de que lo hicieran perder el tiempo.— Me contactaron y me pidieron que viniera y usted me pregunta si soy el señor Cienfuegos. ¿Quién podría preguntar por el estado de mi esposa si no soy yo?— Le ofrezco una disculpa, creí que el hombre que estaba en la habitación…— ¿Qué ha dicho? ¿Un hombre?— Sí, lo que pasa es que alguien trajo a la señora Cienfuegos y le permití el ingreso a la habitación porque…— ¿En dónde está? ¿En dónde está Amelia? — la silenció de tajo. No quería más. Lo único que le interesaba en ese momento era descubrir quién era el hombre en la habitación de Amelia, y si se trataba de algún amante oculto, iba a lamentarlo grandemente.¡No le vería la cara do