¿A donde habrá ido Mia? ¿Estará bien? Agárrate fuerte, Cristóbal. Esto esta emocionante, chicuelas. Recuerden mostrar su apoyo con comentarios, reseñas y muchos likes.
Mía llegó a ese lugar que sus padres habían comprado para ella en su cumpleaños número dieciséis, y del que tenía su llave desde entonces. Era un pequeño apartamento en el centro de Zúrich, la ciudad que vio crecer a su madre y de la que se había enamorado eternamente desde el día uno.Todo estaba como lo recordaba, decorado perfectamente a su gusto. Sonrió en medio de su dolor. Dejó su equipaje a un lado y cumplió con su promesa de enviarle un mensaje a Siena en cuanto llegara antes de abrir todas las ventanas y dejar que el aire ventilara. Desde allí, tenía una vista preciosa. La ciudad. Su gente. Sus luces. Se llevó las manos al vientre y se recargó contra el alfeizar, pensativa y nostálgica.— Este será nuestro nuevo hogar bebé. Ya verás lo felices que seremos aquí — le prometió con orgullo, aunque en el fondo no estaba segura de cómo lo haría, y no por qué su vida se redujera a Cristóbal, sino porque lo amaba y lo echaba de menos.Los días comenzaron a transcurrir. No había día qu
Lo compartió todo con su padre y Matías. Estos lo apoyaron en cuanto a las decisiones que estaría por tomar. Primero, enfrentaría a Lucrecia con la evidencia que tenía en su poder, y segundo, buscaría a Mía y le pediría perdón por haber tenido que hacer todo esto. Lo haría de rodillas, de ser necesarios, suplicaría, no le importaba.No le importaba nada, salvo tenerla a ella y a su hijo de regreso.Lo arregló todo, y esa misma noche, tomó un vuelo a España, llegando al día siguiente a su encuentro. La tomó por sorpresa. Estaba en una reunión importante en su empresa. Era una CEO de armas tomar, la heredera del legado que habían construido sus padres y que casi lo perdía todo, de no haber sido por él.Entró a la sala con la arrogancia que lo caracterizaba, pidiendo hablar por ella. No iba a moverse de allí. Lucrecia aceptó, ordenando a todos que se retiraran.Cristóbal no se fue con rodeos y le restregó en sus caras absolutamente todo. Desde la evidencia de la interrupción de su embaraz
Volver a verla fue como una explosión de emociones en el centro de su pecho. Algo vibró muy fuerte, tan fuerte que no supo cómo manejarlo. Se incorporó, sin apartar su vista de ella, como si no estuviese el mundo a su alrededor, como si… ella fuese la primera mujer descubierta sobre la faz de la tierra.Estaba hermosa. Más… hermosa que nunca. Se había cortado el cabello y en serio le quedaba muy bien, demasiado. La hacía lucir más fresca y llena de vida. Sus mejillas levemente ruborizadas y en sus ojos había un brillo bastante especial. Bajó despacio, hasta llegar a ese pequeño y casi redondo vientre de apenas dos meses de embarazo.— Mía… — musitó en un tono apenas audible. Hechizado con todo de ella, e intentó dar un paso, pero el rechazo de mía fue por demás devastador. Se detuvo con dolor en su mirada.La jovencita se llevó las manos al vientre y lo miró con cierta confusión, como si su presencia allí se tratara de un espejismo.— ¿Qué… estás haciendo aquí? — logró preguntar, desco
Y así fue…Durante los primeros días, se convirtió en un acosador en potencia. Flores, chocolates y postres de sus sabores favoritos. Todos los días, cada mañana, era lo primero que Mía descubría en su puerta. Cada detalle acompañado por pequeñas notas de perdón, amor y súplica.Le fue imposible no poner las flores en agua, tampoco olerlas con ilusión. Los chocolates se habían vuelto el aperitivo favorito del pequeño en su vientre y los postres los suyos.Por supuesto, se cansó de enviarle mensajes pidiéndole que parara, pero Cristóbal estaba dispuesto a cualquier cosa con ella, menos a ceder, así que para las dos semanas siguientes Mía no sabía qué hacer con tantas flores en su casa, así que comenzó a obsequiar muchas de ellas. Las demás las conservaba.Motivado, pues las flores y los chocolates no estaban dando del todo resultados, decidió dar el siguiente paso. La esperó afuera de una de sus clases de su maternidad, tomándola por verdadera sorpresa.— Cristóbal, ¿qué haces aquí? ¿Es
Llamó a la única persona que podía ayudarlo en ese momento. Su madre.— Cariño, tranquilízate. Dices que no has logrado bajarla con nada, ¿verdad?— No, probé con paños húmedos y ya hice que tomara una pastilla, pero sigue igual.— ¿Está consciente?— No, a veces murmura, pero es todo.— De acuerdo, escúchame bien. Prepara la tina con agua y asegúrate de tenerla allí por el tiempo que sea necesario. La fiebre debería comenzar a ceder mientras para la lluvia. Luego la llevarás al hospital en el peor de los casos.Cristóbal exhaló, y colgó instantes después, haciendo exactamente lo que le pidió su madre. Llevó a Mía a la habitación y la recostó en la cama mientras preparaba la tina.Después de algunos minutos, se metió con ella al agua. La pegó a su pecho, mientras frotaba con esperanza sus brazos y su cuello.— Vamos, mi amor, tienes que ponerte bien, tienes que hacerlo.No supo por cuanto tiempo estuvo allí, así, con ella, protegiéndola y cuidándola, pero no salió hasta que Mía comenzó
Ocurrió demasiado rápido.Mía solo alcanzó a escuchar la bocina de un auto aproximándose y cerró los ojos con fuerza, protegiendo a su bebé, antes de recibir el impacto… pero este nunca llegó, y su cuerpo fue impulsado hacia atrás con tanta rapidez que no le dio tiempo reaccionar a lo que estaba ocurriendo.La vista borrosa, el pulso acelerado y la respiración entrecortada. Personas aglomerándose. Algunas ayudando a levantarla y otras…— ¡Una ambulancia! ¡Alguien, llame a una ambulancia!¿Ambulancia? ¡No! ¿Por qué? Ella estaba bien. Ella…Comenzó a buscar entre la gente a Cristóbal. Zafándose de los brazos que intentaban retenerla para evitar que se acercara a la escena a unos pasos de ella.— Suéltenme, suéltenme… — pidió, aturdida —. ¿Cristóbal? — se hizo paso entre la gente. Todos murmuraban. Otros llamaban a la ambulancia. Empujó cuerpos hasta llegar a mitad de la calle. Un cuerpo tendido. Sangre. Sus ojos se abrieron y afloraron las lágrimas. No, no, no — ¡Cristóbal! ¡Cristóbal! —
Mía entró a la habitación con el alma en un hilo, y al verlo, su pulso se detuvo. Estaba conectado a las máquinas y a un tubo para respirar. No pudo evitar que nuevas lágrimas asaltaran sus ojos.Se llevó una mano a la boca para contener un jadeo y otra a su vientre, mientras se acercaba con pasos quedos.Verlo así la destrozó por completo.Tomó su mano con demasiado cuidado, como si él fuese de cristal, y se sentó a su lado.— Ah, Cristóbal — resolló, sin saber qué decir. Lo amaba y adoraba tanto. Era insoportable verlo en ese estado. Tan frío, tan… tranquilo. Él no era así —. Tus padres están aquí, ¿sabes? Todos lo están. Tu madre está muy preocupada, pero mantiene las esperanzas. Es tan fuerte. Ya veo de dónde lo heredaste. Todos quieren verte recuperarte. Y yo… yo necesito que lo hagas, Cris, por favor, te necesito. Tu hijo te necesita. Los dos lo hacemos. No quiero una vida sin ti, ya no. Fui una tonta al creer que podía, pero no, no puedo. Te amo tanto. Por favor, lucha, por noso
— ¿Cuál es el precio que debo pagar para que te alejes de una buena vez de mi hijo?Ante la pregunta, Amelia se quedó helada. Siempre supo que no había ganado el afecto de su suegra, pero, después un año de cordialidad por parte de ambas, jamás esperó aquello.— ¿Mi precio? — cuestionó, contrariada — Perdone, pero yo no…— Ay, por favor, Amelia, conozco las de tu clase. Todas tienen un precio. ¿Cuál es el tuyo?— Se está equivocando conmigo, señora — se defendió a sí misma, orgullosa, pero con eso solo consiguió que la risa burlona de Caterina Alves de Cienfuegos aflorara de su garganta.— No me hagas perder el tiempo, querida — le dijo, al tiempo que sacaba de su lujosa cartera de firma una chequera y se la extendía a la todavía confundida Amelia —. Está en blanco, ponle los ceros que quieras.Amelia negó.— NoCaterina volteó los ojos y suspiró con fastidio antes de arrebatarle la chequera de las manos y poner los ceros que creyó necesario para que aquella arribista se alejara de un