UN SECRETO IMPERDONABLE: el hijo oculto del CEO
UN SECRETO IMPERDONABLE: el hijo oculto del CEO
Por: miladyscaroline
1. ¡Una cínica, una farsante!

— ¿Cuál es el precio que debo pagar para que te alejes de una buena vez de mi hijo?

Ante la pregunta, Amelia se quedó helada. Siempre supo que no había ganado el afecto de su suegra, pero, después un año de cordialidad por parte de ambas, jamás esperó aquello.

— ¿Mi precio? — cuestionó, contrariada — Perdone, pero yo no…

— Ay, por favor, Amelia, conozco las de tu clase. Todas tienen un precio. ¿Cuál es el tuyo?

— Se está equivocando conmigo, señora — se defendió a sí misma, orgullosa, pero con eso solo consiguió que la risa burlona de Caterina Alves de Cienfuegos aflorara de su garganta.

— No me hagas perder el tiempo, querida — le dijo, al tiempo que sacaba de su lujosa cartera de firma una chequera y se la extendía a la todavía confundida Amelia —. Está en blanco, ponle los ceros que quieras.

Amelia negó.

— No

Caterina volteó los ojos y suspiró con fastidio antes de arrebatarle la chequera de las manos y poner los ceros que creyó necesario para que aquella arribista se alejara de una vez por todas de su Cristóbal. No iba a consentir que arruinara su prometedor futuro.

— Esto es lo que tengo para ofrecerte. Tómalo y no te hagas de rogar. No tengo todo tu tiempo.

Amelia miró a la mujer a la vez que tomaba el papel, y sin fijarse en la cantidad desorbitante por la que su suegra estaba intentando comprarla, rompió el cheque en dos y lo dejó caer.

— La única forma en la que pueda separarme de Cristóbal es que sea él mismo quien me saque de su vida, señora. Y cómo usted no tiene todo mi tiempo, yo tampoco tengo el de usted — y le señaló el camino de regreso.

Caterina ni siquiera se inmutó, y negó levemente con la cabeza.

— No sabes lo que estás haciendo, pero una cosa si te voy a decir, muchachita — la miró de arriba hacia debajo de forma despectiva, consiguiendo que Amelia se sintiera un tanto incómoda —. Cristóbal tiene un futuro prometedor, uno que lo convertirá en el CEO más importante de Brasil… pero eso no ocurrirá con una mujer como tú a su lado.

Amelia pasó un trago.

— ¿Qué quiere decir?

— Que primero lo desheredo de todo, antes de que seas tú la que goces de todo lo que ha construido por generaciones esta familia.

Amelia abrió los ojos, y fue azotada por un momento por un horrible resquemor en el centro de su vientre.

— No sería capaz… — consiguió decir.

— Aquí la verdadera pregunta es… ¿Te alejarás de mi hijo por su bien, por su futuro, o prefieres convertirte en la causante de todos sus sueños rotos? Cristóbal ha crecido sabiendo que se convertirá en el CEO de nuestras empresas. ¿Cómo se sentiría de saber que por tu culpa ese puesto lo ocupará ahora su primo?

Cristóbal y su primo eran rivales de toda la vida, y Amelia no podía imaginar lo que sería para él si se le arrebataran sus sueños… por su culpa.

— Señora, no puede hacer eso. No puede… auuuch — de repente, la punzada en su vientre se convirtió en un terrible dolor que la encorvó inevitablemente. Alzó el rostro, asustada —. Me duele. Me duele mucho. Auuuch. Por favor, ayúdeme.

Pero Caterina Alves ni siquiera se inmutó, y la miró desde su posición con el mentón erguido. Su rostro solo cambió cuando notó un pequeño hilo de sangre resbalar por sus piernas.

— Señora, por favor… — rogó Amelia, desesperada, observando con horror como su suegra, que lejos de ayudarla, comenzaba a alejarse, importándole poco lo que pasara con ella en ese preciso instante.

Al saberse sola y desamparada, la dulce Amelia alcanzó a sacar el móvil de su bolsillo trasero, pero apenas marcó los primeros dígitos del número de Cristóbal, el aparato cayó al piso, seguido por ella.

Más tarde, cuando el sol se ponía en lo alto de São Paulo, Amelia abrió despacio los ojos. Al principio, no logró reconocer su entorno, pero la luz blanca, el típico olor a desinfectante y los pitidos continuos de unas máquinas, le hicieron saber que estaba en el hospital.

— Te llamas Amelia, ¿verdad? — una voz suave la hizo salir de su letargo. Era una doctora. Amelia asintió — Por suerte llevabas tu identificación contigo.

— ¿Qué me pasó? ¿Cómo llegué aquí?

— Al parecer alguien te encontró inconsciente y tuvo el maravilloso gesto de traerte al hospital. No sé qué habría pasado contigo y tu bebé, si no, muchacha.

Amelia entornó los ojos.

— Perdone… ¿Qué ha dicho? ¿Mi… bebé?

La mujer le sonrió con amabilidad.

— Veo que no lo sabías. Suele pasar.

— ¿Saber qué? No comprendo.

— Estás embarazada de seis semanas y tuviste un signo de aborto, pero, como te dije, alguien te encontró y te trajo al hospital. Fue un milagro que llegaras a tiempo, muchacha — le dijo la mujer, y colocó una mano en su brazo con una sonrisa amable — ¿Quieres que llamemos a alguien?

Amelia no salía aún de su estupor.

¡Dios, embarazada!

¡Estaba embarazada de Cristóbal!

De inmediato recordó las advertencias de su suegra. Negó con la cabeza. No. Ella no iba a separarlos. Sobre todo ahora… que estaba esperando al hijo de ambos.

Una risa nerviosa afloró de su garganta, y miró a la mujer.

— Sí, por favor. Necesito llamar al padre de mi bebé.

Mientras tanto, en la mansión Cienfuegos, Cristóbal acababa de enterarse, a través de un video, quién era Amelia Santos en realidad. ¡Una cínica, una farsante! ¡Todo este tiempo había estado detrás de su dinero! ¡Y él…! ¡Él, cómo idiota creyendo en su amor desinteresado!

El video revelaba a Amelia aceptando el dinero de su madre a cambio de alejarse de él. Ella jamás la había tenido en buena estima, y aunque Cristóbal se mostró molesto por su forma de proceder, al final su madre termino convenciéndolo de que únicamente lo había hecho para abrirle los ojos antes de que fuera demasiado tarde. ¡Y qué razón tenía! ¡Ah, qué fácil! ¡Qué fácil fue para ella cambiarlo por unos cuantos miles de Reales!

— Déjame solo, madre — gruñó, sus ojos rojos de sentimientos entremezclados.

— Cariño…

— ¡Déjame solo, carajo! — ordenó, golpeando la madera de su escritorio.

La mujer asintió levemente y abandonó el despacho, llevándose consigo; sin que su hijo lo sospechara, su móvil que pronto comenzó a recibir llamadas de esa gata arribista.

Cuando se supo solo, Cristóbal sintió como si un agujero bajo sus pies lo consumiera profundamente. Todos los recuerdos vividos con Amelia fueron manchados con aquel video de ella aceptando dinero.

Se dejó caer en la silla de su escritorio y echó la cabeza hacia atrás.

— No, no… — una parte de él se negaba. Esa parte que amaba profundamente a Amelia y juraba conocerla, así que como último voto de confianza, encendió la pantalla de su computadora y abrió la cuenta bancaria de su madre. Se metió a movimientos y todo estuvo más que claro.

La cantidad que le dijo su madre que le había ofrecido por abandonarlo ya había sido retirada.

— Tan ansiosa estaba — gruñó, y preso del dolor, de la desilusión, de saberse burlado y usado, lo tiró todo del escritorio, quebrando copas y objetos y objetos valiosos.

En el hospital, con el móvil en las manos, después de casi doce llamadas, Amelia se resignó.

— ¿Dónde estás, Cristóbal? — preguntó en un murmullo bajo.

— ¿Lograste contactar al padre de tu bebé? — le preguntó la doctora al volver a la habitación.

Amelia negó con evidente tristeza.

— Me envía al buzón. Lo mejor será que… lo busque personalmente y le dé la noticia. ¿Cree que ya pueda darme el alta?

La mujer torció una sonrisa.

— Me temo que por lo pronto eso no será posible, Amelia. Deberás permanecer en el hospital hasta que nos aseguremos que tú y tu bebé estén totalmente fuera de peligro. Y eso no será hasta posiblemente dentro de tres a cuatro días.

Amelia negó.

— Yo… no tengo para pagar una factura de tantos días, ni siquiera sé si…

— Por eso no te preocupes. ¿Recuerdas la persona que te mencioné que te trajo? — Amelia asintió, confundida —. Bueno, él dejó los datos de su tarjeta para que la cuenta del hospital corriera por su cuenta.

— ¿Él? ¿De quién se trata? Yo no conozco a nadie que… pudiera hacer algo así por mí.

— Pues lo han hecho, con la única condición de que su nombre estuviese bajo confidencialidad.

— ¿Confidencialidad?

— ¿Por qué mejor no descansas? Si quieres salir pronto de aquí, lo mejor es que comiences a recuperar energías.

Amelia asintió, y un instante después, se quedó sola en la habitación,

Durante los siguientes días, Cristóbal no atendió a ninguna de sus llamadas. Su número la enviaba directamente al buzón. No tener noticias de él estaba enloqueciéndola, hasta que una tarde, a través de las noticias, se enteró de algo doloroso.

“Cristóbal Cienfuegos se presenta a la gala de jóvenes promesas, acompañado de quien parece ser su nueva pareja. ¿Lo confirmará en breve?”

— No, Cristóbal… — musitó con dolor. No podía ser cierto. Él no podía estar haciéndole eso.

Prestó atención a donde se estaba llevando a cabo dichosa gala, y al reconocer la ubicación, se las ingenió para escaparse del hospital. Tenía que hablar con él. Tenía que decirle sobre el hijo que estaba esperando y seguro él le daría una explicación del por qué aquella mujer lo acompañaba del brazo.

Media hora después, el taxi se detuvo a los pies de aquel acaudalado edificio junto a la playa, y apenas consiguió colarse por una puerta de servicio, logró vislumbrarlo entre otros de su misma clase social.

— Cristóbal — musitó con una sonrisa de alivio, decidida a ir a alcanzarlo, pero alguien la detuvo bruscamente del brazo y le enterró las uñas en la piel — Auuuch.

— ¿Qué diablos piensas que vas a hacer, eh? — la voz de la madre de Cristóbal le arrancó un jadeo de impresión.

— Necesito… hablar con Cristóbal.

La mujer sonrió con arrogancia.

— No arruinarás su día. En unos instantes recibirá su premio.

Amelia exhaló.

— Señora, por favor. Déjeme hablar con él — rogó, luchando débilmente por zafarse, pero el agarre era más fuerte, y la lastimaba.

— Sé lo que vas a decirle. Estás embarazada.

Amelia palideció.

— Lo sabe…

— Y Cristóbal También. Pero no tiene ni la mínima intención de hacerse responsable de ti, mucho menos de ese estorbo.

Amelia, herida por las palabras de la mujer, logró zafarse. Y la miró con enojo.

— Mi hijo no es un estorbo. Y lo que está diciendo no es cierto. Cristóbal…

— Cristóbal pagó la factura de tu hospital, pero es lo único que pensaba hacer por ti.

— Entonces… ¿fue él? — preguntó sin voz, mirándolo subirse al podio en compañía de aquella mujer, rodeado de aplausos.

— Por supuesto que fue él. Cristóbal ya se dio cuenta de que tú no le convienes, y que para ocupar su puesto como el CEO de las empresas Cienfuegos, deberá llevar de la mano a una mujer de su mismo nivel y clase.

Los ojos de Amelia se llenaron de lágrimas sin derramar.

— Me está mintiendo…

— Entonces míralo por ti misma y compruébalo.

Cuando Amelia volvió la vista hacia Cristóbal, su corazón se hizo pedazos. Él y esa mujer… se estaban besando frente a las cámaras de São Paulo.

— Si todavía te queda un poco de dignidad, sal de aquí sin hacer ningún teatrito barato — espetó la mujer con desprecio, y entró al gran salón aplaudiendo.

Amelia no se movió de allí hasta que aquel beso finalizó. Después se limpió las lágrimas, se llevó una mano al vientre, y se fue de allí… sin mirar atrás.

Cristóbal, por su lado, y contrariado por el atrevimiento de Renata Amaral, la tomó discretamente de los hombros apartándola.

— No vuelvas a hacer eso — advirtió molesto antes de bajar del podio.

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