Cuando Amelia atendió al llamado de la puerta, su corazón se detuvo por un microsegundo al ver a Cristóbal Cienfuegos allí, en compañía de un hombre con maletín y traje de firma.
— ¿Qué… estás haciendo? — preguntó después de un rato, contrariada — ¿Cómo sabías donde encontrarme?
— Te dije que tendrías noticias de mí a primera hora del día, así que aquí estoy. ¿En dónde está el niño?
Amelia pasó un trago, y negó, asustada.
— Vete.
Cristóbal suspiró y se pellizcó el puente de la nariz fingiendo fastidio.
— Podemos hacer esto de la forma más civilizada posible, Amelia, pero, si insistes en oponerte a que le realice una prueba de paternidad al niño, solo conseguirás que las cosas se compliquen para ti. ¿O no es así, doctor?
El aludido explicó a Amelia brevemente lo que sucedería si se negaba a que le realizaran la prueba de paternidad al pequeño Cristóbal, y aunque todo aquello era cierto, el juego de palabras buscaba intimidarla.
— ¡Es mi hijo! ¡No tienes ningún derecho a...!
— ¡Y puede que sea mío también! — Interrumpió Cristóbal en un tono tajante, casi herido — ¿Sabes lo que ocurriría si llevo esto ante un juez? ¿Si les digo que me privaste del derecho de conocer a mi hijo, en caso de que lo sea?
Amelia arrugó la frente.
— ¿De qué estás hablando? ¡Tú te negaste a saber de él! ¡A estar presente en su vida! ¡Tú…!
— ¿Mami?
De repente, la dulce y adormilada voz del pequeño Cristóbal hizo que Amelia se silenciara de súbito y mantuviera el temple. Se giró con una sonrisa fingida, de que allí no estaba pasando nada.
— Hola, cariño. ¿Por qué no vas a lavarte los dientes? — le propuso, mientras buscaba, la forma de que Cristóbal se fuera y se mantuviera lejos de sus vidas, como lo había estado durante todos esos años.
Pero el dulce niño, al ver que su papá estaba allí, no pudo evitar mostrarse feliz.
— ¡Papá Cristóbal! — saltó emocionado, corriendo hacia él.
Amelia apretó los puños y mantuvo la postura, mirando de reojo como Cristóbal se acuclillaba frente a su hijo y sacudía su cabeza.
— ¿Cómo estás, campeón?
— ¡Bien! ¿Viniste a visitarnos?
Cristóbal alzó el rostro y miró por un corto segundo a Amelia antes de volver con su hijo.
— De hecho, he venido para que hagamos algo muy importante.
El pequeño ensanchó su sonrisa.
— Me gustan las cosas importantes. Mamá siempre me incluye en ellas. ¿Verdad que sí, mami? — preguntó el pequeño, buscando la aprobación de su joven madre.
Amelia asintió con una sonrisa forzada.
— Sí, cariño.
— Bueno, en ese caso, ¿por qué no te alistas y nos vamos? Después, quizás podamos ir por un helado.
— ¡Que sea de vainilla con chispas de chocolate!
— ¿Es tu favorito? — preguntó Cristóbal, gratamente sorprendido.
— Sí, mami me dijo que el tuyo también. ¿Es cierto?
Amelia se sonrojó ante la exposición de su hijo y Cristóbal no pudo evitar sonreír internamente. Entonces ni siquiera pensaba en él, ¿eh?
— Sí, es cierto, así que qué dices, ¿vamos luego por ese helado?
— ¡Siii! — respondió dando brinquitos, antes de irse corriendo al interior del diminuto departamento para alistarse.
Cuando Cristóbal se incorporó, Amelia estaba cruzada de brazos.
— ¿Piensas ir así? ¿O me puedo llevar al niño yo solo?
— ¡Ni muerta lo dejo solo contigo! — gruñó con un tono de odio, y se dio la media vuelta, pero, antes de desaparecer por la puerta, Cristóbal la tomó del brazo y la obligó a girarse.
— Ya deja de hacerte la digna conmigo, Amelia. Que los dos sabemos quién eres en realidad.
— Y quién eres tú también, ¿no? — replicó ella a cambio, mareada y aturdida.
Cristóbal apretó los dientes. Harto de esa actitud que para nada le quedaba, y poseído y asfixiado por lo cerca que se encontraban el uno del otro, la soltó de forma brusca, provocando que Amelia se tambaleara.
Media hora después, ya iban de camino al hospital.
Durante todo el trayecto, el pequeño Cristóbal habló sin parar, emocionado por la idea de pasar tiempo con su padre. Hizo preguntas de todo tipo, desde cómo era él cuando era niño, hasta por qué iba a casarse con una señorita que no era su madre.
Amelia se ahogó con su propia saliva y Cristóbal tuvo que aflojarse la corbata, sin saber qué responderle. Por suerte llegaron a su destino.
— Cristóbal — llamó Amelia al padre de su hijo luego de que el chofer le abriera la puerta.
— ¿Qué? — respondió con desinterés.
— Él no sabe a lo que hemos venido.
Cristóbal miró al pequeño, que se entretenía con cualquier cosa a unos pasos de ellos, y comprendió lo que Amelia le estaba pidiendo.
— No soy un monstruo — le dijo antes de hacer su camino.
Amelia cerró los ojos por un momento, de pronto asaltada por un mareo.
— Señorita, ¿está bien? — le preguntó el chofer de Cristóbal, que había notado su semblante un poco pálido.
Amelia sonrió y se forzó a asentir. Pero la verdad era que no. No estaba bien. Y sabía que empeoraría cuando Cristóbal supiera que aquel pequeño que le había cambiado para siempre la vida era su hijo.
Dios. ¿Qué pasaría después de eso? ¿Cumpliría su promesa? ¿Se lo quitaría? Cristóbal era un hombre con mucho poder y dinero. Sus años como CEO lo habían convertido en alguien muy influenciable no solo en São Paulo, sino en el país entero. Tenía el poder de convencer a un juez para apartar a su pequeño de su lado.
Le faltaba el aire de solo pensarlo.
No.
No lo iba a permitir, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera… en serio, lo que fuera, para que eso no sucediera.
Cristóbal ya lo había arreglado todo para la prueba rápida de ADN, así que el proceso no fue ni siquiera invasivo, y en menos de nada, ya padre e hijo se habían realizado la prueba. Solo era cuestión de algunas pocas horas para conocer los resultados.
— Mami vendrá con nosotros, ¿verdad? — preguntó el pequeño Cristóbal, ansiando ir por ese helado.
Cristóbal y Amelia se miraron, pero fue el primero quien respondió.
— Por supuesto que sí.
El dulce y audaz niño se mostró más que feliz, y los tomó a cada uno de la mano antes de que salieran de allí.
Cuando subió al auto, Cristóbal tomó a Amelia discretamente del codo.
— Ni te hagas ilusiones, porque si estoy haciendo esto, es por él — le dijo en un murmullo ronco antes de entrar al auto.
Amelia suspiró y echó la cabeza hacia atrás con sentimientos mezclados, y es que del hombre que había conocido en el pasado… ya no quedaba nada.
Dos horas después, el chofer llevaba a Amelia y al pequeño Cristóbal a casa. El niño había agotado tanto sus energías que durante el camino se quedó profundo sobre el regazo de su madre.Tan pronto el auto se detuvo a los pies de aquel viejo edificio en un barrio en el que Cristóbal Cienfuegos no encajaría jamás, Amelia se dispuso a bajarse, pero Cristóbal fue más rápido que ella y le quitó al niño de los brazos.— ¿Qué haces? — le preguntó ella.— Lo llevaré hasta su habitación.— Siempre he podido hacerme cargo, no tienes que…Pero Cristóbal la dejó con la palabra en la boca y entró al edificio con aquel pequeño que, para el muy poco tiempo que habían compartido, se había ganado por completo su corazón.Al llegar al diminuto apartamento, Amelia le indicó cuál era la habitación de su hijo.Cristóbal se mostró gratamente sorprendido por la decoración, pues se trataba de algunos afiches de su jugador de futbol favorito pegados a la pared y un cojín en forma de pelota, además de otros d
Caterina se quedó en silencio por más tiempo del que imaginó.— ¿No dirás nada?— Me tomas por sorpresa. ¿Es el niño que… llegó a la iglesia? — Cristóbal asintió ligeramente. La mujer suspiró — ¿Qué piensas hacer?— Lo correcto. Tendrá mi apellido y vendrá a vivir a la mansión con las comodidades que por derecho le corresponde.— ¿Y ella…? — quiso saber la mujer.— ¿Qué con ella?— ¿Qué pasará? ¿Crees que acepte entregarte al niño así nada más?— Tendrá que hacerlo — respondió Cristóbal con indiferencia.Caterina asintió y no dijo nada más. Tenía que mostrarse como siempre lo había hecho estos años si quería mantener a esa mujer lejos de su hijo.El resto del día, Cristóbal trabajó sin pausas, y aunque con eso esperaba que Amelia no se cruzara por su cabeza, no pudo evitarlo, y de un momento a otro, se vio a sí mismo investigando sobre su enfermedad.Cerró la pantalla de la laptop después de descubrir que las posibilidades de que un corazón en sus condiciones se recupera eran demasiad
— Me escuchaste bien, Amelia.— Por supuesto que te escuché bien, pero… es una locura.Cristóbal entornó los ojos.— ¿Por qué? ¿Porqué no nos amamos? — Amelia abrió la boca, pero la cerró en cuanto Cristóbal continuó hablando —. Es cierto. Yo no guardo el más mínimo afecto por ti, y si te estoy haciendo esta propuesta, no es porque crea que algo pueda nacer entre nosotros. Esto lo estoy haciendo por nuestro hijo, porque si las cosas se llegan a complicar para ti, él no quedaría desamparado. Además, como te dije, parece que le será difícil desprenderse de ti, y yo no estoy dispuesto a que un hijo mío siga viviendo en estas condiciones, así que tú eliges, Amelia, o me llevo a Cristóbal conmigo, o vienes con nosotros.Amelia seguía sin poder creer que Cristóbal, aquel Cristóbal que había creído conocer en el pasado, fuese ese hombre ruin y sin corazón que estaba plantado frente a ella, y que la miraba como si fuese la cosa más insignificante que se hubiese cruzado en su camino.— ¿Y bien?
Esa misma noche, después de la ceremonia, Cristóbal ordenó el traslado de las cosas personales de Amelia y su pequeño hijo, así que, cuando llegaron a la mansión, ya todo estaba allí.— Esta será la habitación de Cristóbal. Su nana vendrá hasta mañana a primera hora, así tú tendrás tiempo de dedicarte a los oficios de la casa.Amelia asintió sin mayor esfuerzo y acostó al pequeño en su nueva cama después de aquel largo día. Besó su frente y apagó la pequeña lámpara antes de salir.— Vamos, tu habitación queda al final del pasillo.— Creí que… dormiría cerca de la habitación de Cristóbal.— Solo son cinco habitaciones lejos de la tuya, Amelia.— Sí, pero… me gustaría estar cerca de él. No quisiera que nada le pasara.Cristóbal se detuvo abruptamente y se giró con ojos entornados.— ¿Qué podría pasarle? La mansión tiene la seguridad necesaria como para saber que él estará bien — espetó serio y Amelia asintió con un largo suspiro —. Ah, olvidé decírtelo. Mi madre salió y no volverá hasta
— Madre, ¿Qué fue lo que pasó? ¿Te encuentras bien? — preguntó Cristóbal a su progenitora, ayudándola a incorporarse.— ¡Me ha empujado, Cristóbal! ¡Quise abrazarla y darle la bienvenida a casa, pero…!— ¿Qué? ¡No! ¿Por qué dice eso, señora? — Amelia se horrorizó. Y miró a Cristóbal con súplica — ¡No es cierto! ¡Yo no…!— ¡Por supuesto que es cierto! ¿Por qué habría yo de mentir? — la mujer estaba metida en su papel.— Bueno, basta, basta las dos — pidió Cristóbal, contrariado. Ya suficiente tenía con todo.— Ve a tu habitación, Amelia— ¡Pero…!— ¡A tu habitación! ¡No volveré a repetirlo!Amelia negó con la cabeza, horrorizada por mentiras y calumnias de aquella mujer que, en el pasado, le hizo mucho daño. Entonces, sin decir una sola palabra, se fue directo a su habitación.Antes de cerrar la puerta, Cristóbal entró y la cerró detrás de sí. Amelia se dio la vuelta y lo miró con impresión.— Cristóbal, tienes que escucharme, yo no…— ¿Qué pasa contigo, eh? — la interrumpió duramente.
— ¡Traigan una toalla con agua fría y una pomada para las quemaduras! ¡Vamos, rápido! — ordenó Cristóbal enseguida, y se acercó sin dudar a ayudar a Amelia — Déjame ver eso — La miró con demasiada preocupación.Pero Amelia negaba. Su pecho subiendo y bajando.— ¡Me está quemando mucho, Cristóbal! ¡Es insoportable! — resolló la dulce y joven Amelia, que sentía que tenía una caldera sobre su piel.— ¿Mami? — el pequeño Cristóbal, angustiado e inocente por lo que veía, comenzó a inquietarse demasiado.— ¡Brazilia, quédate con el niño!El ama de llaves asintió rápidamente y pidió al pequeño hijo del CEO que la acompañara, mientras le aseguraba con palabras dulces que su mami iba a estar bien. Pero Cristóbal no lo creía, pues la jarra entera se había derramado hirviendo sobre la piel de Amelia, así que sin pensarlo tanto, actuó rápido, la tomó en peso y la llevó hasta su habitación, que era la más cerca.Sin perder el más mínimo tiempo, la sentó delicado en la tapa del lavabo al mismo tiemp
En cuanto llegó al hospital, Cristóbal Cienfuegos exigió tener noticias de su esposa.Perdone, señor, pero… solo se permite dar información a los familiares — le dijo una joven enfermera al acercarse.Cristóbal rio sin gracia.— Soy su esposo.— ¿Su esposo? ¿Es usted el señor Cienfuegos?Cristóbal suspiró, hastiado de que lo hicieran perder el tiempo.— Me contactaron y me pidieron que viniera y usted me pregunta si soy el señor Cienfuegos. ¿Quién podría preguntar por el estado de mi esposa si no soy yo?— Le ofrezco una disculpa, creí que el hombre que estaba en la habitación…— ¿Qué ha dicho? ¿Un hombre?— Sí, lo que pasa es que alguien trajo a la señora Cienfuegos y le permití el ingreso a la habitación porque…— ¿En dónde está? ¿En dónde está Amelia? — la silenció de tajo. No quería más. Lo único que le interesaba en ese momento era descubrir quién era el hombre en la habitación de Amelia, y si se trataba de algún amante oculto, iba a lamentarlo grandemente.¡No le vería la cara do
Cristóbal no se movió del hospital a pesar de lo que hijo, y cuando Amelia fue dada de alta, él ya la esperaba dentro del auto. — Pensé que… ibas a irte — le dijo Amelia, notoriamente asombrada, pues eran pasadas las dos la madrugada. — Hubo un problema a la hora de realizar el pago, y como ya ibas a salir, no tenía sentido que nos fuéramos por separado — argumentó, pero la realidad estaba en que mentía, mentía grandemente. Porque allí llevaba las últimas horas, a la expectativa por si algo malo sucedía. Amelia asintió ligeramente, un tanto decepcionado. Era una tonta si pensaba que se había quedado por ella. — ¿Cuánto fue la cuenta? — preguntó después de un largo rato. — Eso no debería importarte — respondió Cristóbal, todavía sin mirarla. — Pero me importa. Quiero devolverte lo que has pagado. Cristóbal rio y negó con la cabeza. — Dudo que tengas esa cantidad, Amelia. — Lo sé, pero… no quiero deberte nada. — No te queda el papel de digna, Amelia, por favor. — Yo no… estoy