Inicio / Romántica / UN SECRETO IMPERDONABLE: el hijo oculto del CEO / 5. Ya deja de hacerte la digna conmigo, Amelia
5. Ya deja de hacerte la digna conmigo, Amelia

Cuando Amelia atendió al llamado de la puerta, su corazón se detuvo por un microsegundo al ver a Cristóbal Cienfuegos allí, en compañía de un hombre con maletín y traje de firma.

— ¿Qué… estás haciendo? — preguntó después de un rato, contrariada — ¿Cómo sabías donde encontrarme?

— Te dije que tendrías noticias de mí a primera hora del día, así que aquí estoy. ¿En dónde está el niño?

Amelia pasó un trago, y negó, asustada.

— Vete.

Cristóbal suspiró y se pellizcó el puente de la nariz fingiendo fastidio.

— Podemos hacer esto de la forma más civilizada posible, Amelia, pero, si insistes en oponerte a que le realice una prueba de paternidad al niño, solo conseguirás que las cosas se compliquen para ti. ¿O no es así, doctor?

El aludido explicó a Amelia brevemente lo que sucedería si se negaba a que le realizaran la prueba de paternidad al pequeño Cristóbal, y aunque todo aquello era cierto, el juego de palabras buscaba intimidarla.

— ¡Es mi hijo! ¡No tienes ningún derecho a...!

— ¡Y puede que sea mío también! — Interrumpió Cristóbal en un tono tajante, casi herido — ¿Sabes lo que ocurriría si llevo esto ante un juez? ¿Si les digo que me privaste del derecho de conocer a mi hijo, en caso de que lo sea?

Amelia arrugó la frente.

— ¿De qué estás hablando? ¡Tú te negaste a saber de él! ¡A estar presente en su vida! ¡Tú…!

— ¿Mami?

De repente, la dulce y adormilada voz del pequeño Cristóbal hizo que Amelia se silenciara de súbito y mantuviera el temple. Se giró con una sonrisa fingida, de que allí no estaba pasando nada.

— Hola, cariño. ¿Por qué no vas a lavarte los dientes? — le propuso, mientras buscaba, la forma de que Cristóbal se fuera y se mantuviera lejos de sus vidas, como lo había estado durante todos esos años.

Pero el dulce niño, al ver que su papá estaba allí, no pudo evitar mostrarse feliz.

— ¡Papá Cristóbal! — saltó emocionado, corriendo hacia él.

Amelia apretó los puños y mantuvo la postura, mirando de reojo como Cristóbal se acuclillaba frente a su hijo y sacudía su cabeza.

— ¿Cómo estás, campeón?

— ¡Bien! ¿Viniste a visitarnos?

Cristóbal alzó el rostro y miró por un corto segundo a Amelia antes de volver con su hijo.

— De hecho, he venido para que hagamos algo muy importante.

El pequeño ensanchó su sonrisa.

— Me gustan las cosas importantes. Mamá siempre me incluye en ellas. ¿Verdad que sí, mami? — preguntó el pequeño, buscando la aprobación de su joven madre.

Amelia asintió con una sonrisa forzada.

— Sí, cariño.

— Bueno, en ese caso, ¿por qué no te alistas y nos vamos? Después, quizás podamos ir por un helado.

— ¡Que sea de vainilla con chispas de chocolate!

— ¿Es tu favorito? — preguntó Cristóbal, gratamente sorprendido.

— Sí, mami me dijo que el tuyo también. ¿Es cierto?

Amelia se sonrojó ante la exposición de su hijo y Cristóbal no pudo evitar sonreír internamente. Entonces ni siquiera pensaba en él, ¿eh?

— Sí, es cierto, así que qué dices, ¿vamos luego por ese helado?

— ¡Siii! — respondió dando brinquitos, antes de irse corriendo al interior del diminuto departamento para alistarse.

Cuando Cristóbal se incorporó, Amelia estaba cruzada de brazos.

— ¿Piensas ir así? ¿O me puedo llevar al niño yo solo?

— ¡Ni muerta lo dejo solo contigo! — gruñó con un tono de odio, y se dio la media vuelta, pero, antes de desaparecer por la puerta, Cristóbal la tomó del brazo y la obligó a girarse.

— Ya deja de hacerte la digna conmigo, Amelia. Que los dos sabemos quién eres en realidad.

— Y quién eres tú también, ¿no? — replicó ella a cambio, mareada y aturdida.

Cristóbal apretó los dientes. Harto de esa actitud que para nada le quedaba, y poseído y asfixiado por lo cerca que se encontraban el uno del otro, la soltó de forma brusca, provocando que Amelia se tambaleara.

Media hora después, ya iban de camino al hospital.

Durante todo el trayecto, el pequeño Cristóbal habló sin parar, emocionado por la idea de pasar tiempo con su padre. Hizo preguntas de todo tipo, desde cómo era él cuando era niño, hasta por qué iba a casarse con una señorita que no era su madre.

Amelia se ahogó con su propia saliva y Cristóbal tuvo que aflojarse la corbata, sin saber qué responderle. Por suerte llegaron a su destino.

— Cristóbal — llamó Amelia al padre de su hijo luego de que el chofer le abriera la puerta.

— ¿Qué? — respondió con desinterés.

— Él no sabe a lo que hemos venido.

Cristóbal miró al pequeño, que se entretenía con cualquier cosa a unos pasos de ellos, y comprendió lo que Amelia le estaba pidiendo.

— No soy un monstruo — le dijo antes de hacer su camino.

Amelia cerró los ojos por un momento, de pronto asaltada por un mareo.

— Señorita, ¿está bien? — le preguntó el chofer de Cristóbal, que había notado su semblante un poco pálido.

Amelia sonrió y se forzó a asentir. Pero la verdad era que no. No estaba bien. Y sabía que empeoraría cuando Cristóbal supiera que aquel pequeño que le había cambiado para siempre la vida era su hijo.

Dios. ¿Qué pasaría después de eso? ¿Cumpliría su promesa? ¿Se lo quitaría? Cristóbal era un hombre con mucho poder y dinero. Sus años como CEO lo habían convertido en alguien muy influenciable no solo en São Paulo, sino en el país entero. Tenía el poder de convencer a un juez para apartar a su pequeño de su lado.

Le faltaba el aire de solo pensarlo.

No.

No lo iba a permitir, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera… en serio, lo que fuera, para que eso no sucediera.

Cristóbal ya lo había arreglado todo para la prueba rápida de ADN, así que el proceso no fue ni siquiera invasivo, y en menos de nada, ya padre e hijo se habían realizado la prueba. Solo era cuestión de algunas pocas horas para conocer los resultados.

— Mami vendrá con nosotros, ¿verdad? — preguntó el pequeño Cristóbal, ansiando ir por ese helado.

Cristóbal y Amelia se miraron, pero fue el primero quien respondió.

— Por supuesto que sí.

El dulce y audaz niño se mostró más que feliz, y los tomó a cada uno de la mano antes de que salieran de allí.

Cuando subió al auto, Cristóbal tomó a Amelia discretamente del codo.

— Ni te hagas ilusiones, porque si estoy haciendo esto, es por él — le dijo en un murmullo ronco antes de entrar al auto.

Amelia suspiró y echó la cabeza hacia atrás con sentimientos mezclados, y es que del hombre que había conocido en el pasado… ya no quedaba nada.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo