Dos horas después, el chofer llevaba a Amelia y al pequeño Cristóbal a casa. El niño había agotado tanto sus energías que durante el camino se quedó profundo sobre el regazo de su madre.
Tan pronto el auto se detuvo a los pies de aquel viejo edificio en un barrio en el que Cristóbal Cienfuegos no encajaría jamás, Amelia se dispuso a bajarse, pero Cristóbal fue más rápido que ella y le quitó al niño de los brazos.
— ¿Qué haces? — le preguntó ella.
— Lo llevaré hasta su habitación.
— Siempre he podido hacerme cargo, no tienes que…
Pero Cristóbal la dejó con la palabra en la boca y entró al edificio con aquel pequeño que, para el muy poco tiempo que habían compartido, se había ganado por completo su corazón.
Al llegar al diminuto apartamento, Amelia le indicó cuál era la habitación de su hijo.
Cristóbal se mostró gratamente sorprendido por la decoración, pues se trataba de algunos afiches de su jugador de futbol favorito pegados a la pared y un cojín en forma de pelota, además de otros detalles que no pudo pasar desapercibido.
Sonrió orgulloso para sí mismo.
Cada vez más tenía la certeza de que aquel pequeño era su hijo, y aunque pudo comprobarlo a ciencia en el email que le llegó en ese instante con los resultados de laboratorio, Cristóbal sabía que no los necesitaba.
Amelia también recibió el mismo correo.
— Han enviado los resultados de la prueba de paternidad — musitó bajo el marco de la puerta, prendada a las atenciones que estaba teniendo Cristóbal con su hijo al quitarle los zapatos y meterlo bajo las sábanas.
— Lo sé — respondió él sin mirarla.
— ¿Y no los abrirás?
Pero Cristóbal guardó silencio y le pasó por el lado, ignorándola. Amelia lo siguió hasta que llegaron a la pequeña sala, entonces lo confrontó.
— Querías una prueba de paternidad. ¿Por qué no la revisas y terminas de comprobar si Cristóbal es tu hijo o no?
Pero el CEO Cienfuegos otra vez evitó responder. Tomó el saco que había dejado sobre la paleta del sillón al entrar y caminó hasta la puerta.
— Cristóbal… — insistió Amelia, consiguiendo que el hombre se girara y la plantara frente al fin.
— No necesito ver esos resultados. Sé que Cristóbal es mi hijo — dijo en tono agrio, y a Amelia se le cortó el aliento por un segundo, incluso, sus ojos se iluminaron, pero aquella ilusión se apagó cuando Cristóbal continuó hablando — Y no es porque crea que no estuviste con otro hombre en aquella época, sino porque me he dado cuenta de las similitudes que hay entre Cristóbal y yo. Sé que él es mi hijo — aseveró, luego echó un vistazo rápido al reloj en su muñeca —. Me tengo que ir. Vendré mañana a la misma hora.
— ¿A qué? — preguntó Amelia, siguiéndolo hasta la puerta.
Cristóbal, otra vez, se giró, y esta vez, la atravesó con una mirada cruda.
— Cuando te dije que si comprobaba que Cristóbal era mi hijo te lo iba a quitar, hablaba en serio. Tengo un hijo y me he perdido de los mejores años de su vida. No sé qué intenciones tenías al ocultarme un secreto así de grande, pero jamás voy a perdonártelo. ¿Me entendiste? ¡Jamás!
Amelia negó, ya no podía estar más decepcionada del recuerdo que tenía de Cristóbal. Se había convertido en un completo tirano. Entonces alzó el mentón y le dijo.
— Yo tampoco te perdono lo que me hiciste.
Cristóbal sonrió con amargura.
— Por favor, Amelia. Tú no tienes absolutamente nada que perdonarme a mí. ¿O es que quieres que te recuerde quién de los dos falló?
— ¿Cómo te atreves a…?
— ¡No! ¿Cómo te atreves tú? — acortó la distancia que los separaba buscando intimidarla, pero con eso solo consiguió que el aliento de la joven madre de su hijo le atravesara los poros, sintiéndose completamente turbado, poseído… atraído como no pensó fuese posible.
La soltó de forma tosca, pues teniéndola así de cerca, sabía que podía ser capaz de cualquier cosa. Carajo. ¿Qué le pasaba? No podía guardar ninguna clase de sentimientos por la mujer que lo traicionó y abandonó en el pasado. Debía odiarla. Odiarla profundamente.
Sin decir una sola palabra, abandonó aquel edificio y subió al auto con gesto rabioso. Rabioso consigo mismo.
Durante todo el camino de regreso, no dejó de pensarla. Si bien estaba ojerosa y baja de peso, además de lo débil que lucía en su estado de enfermedad, Cristóbal descubrió a regañadientes que todavía deseaba a Amelia, la deseaba enloquecedora y por eso la trataba de esa forma hiriente, porque era la única barrera a la que tenía acceso para poner entre ellos.
— Esta vez no caeré — se dijo a sí mismo, con la mirada y los pensamientos perdidos.
— ¿Señor? — llamó su chofer, sacándolo de sus cavilaciones.
Cristóbal alzó el rostro.
— ¿Sí?
— Hemos llegado.
Sin darse cuenta, llevaba varios largos minutos allí. Agradeció con un leve asentimiento de cabeza al hombre y bajó.
Su madre, Caterina Alves de Cienfuegos, lo interceptó apenas cruzó la puerta de la mansión.
— Cariño, tenemos que hablar. No sé dónde te has estado metiendo, ni porque de todas las veces que he llamado a la oficina tu asistente me dijo que no estabas.
— Es que no he estado, madre — le dijo sin detenerse, y entró al despacho.
La mujer, acicalada y respingada, lo siguió.
— ¿Qué es lo que está pasando? Ni siquiera he podido darle una respuesta a Renata sobre la repentina cancelación de la boda. Se ha ocultado en su apartamento para evitar las preguntas de la prensa.
— Lo hace porque quiere, con ignorarlos y no responder es más que suficiente — argumentó al tiempo que se sentaba en su silla ejecutiva y alzaba la pantalla de la laptop.
Caterina se la cerró, obligándolo a darle su atención.
— ¿Me dirás que es lo que está pasando? ¿Qué fue lo que pasó para que cambiaras así de opinión de un momento a otro? Y no me digas que…
— Pasa que me acabo de enterar de que tengo un hijo de casi seis años, madre — confesó sin más, paralizando a la mujer que, en secreto, lo sabía.
— ¿Qué?
— Lo que acabas de escuchar. Tengo un hijo que lleva mi nombre. Un hijo con… Amelia Santos.
Caterina Alves pasó un trago y apretó los puños discretamente bajo el escritorio.
No. Esa gata no podía aparecer en sus vidas nuevamente.
Caterina se quedó en silencio por más tiempo del que imaginó.— ¿No dirás nada?— Me tomas por sorpresa. ¿Es el niño que… llegó a la iglesia? — Cristóbal asintió ligeramente. La mujer suspiró — ¿Qué piensas hacer?— Lo correcto. Tendrá mi apellido y vendrá a vivir a la mansión con las comodidades que por derecho le corresponde.— ¿Y ella…? — quiso saber la mujer.— ¿Qué con ella?— ¿Qué pasará? ¿Crees que acepte entregarte al niño así nada más?— Tendrá que hacerlo — respondió Cristóbal con indiferencia.Caterina asintió y no dijo nada más. Tenía que mostrarse como siempre lo había hecho estos años si quería mantener a esa mujer lejos de su hijo.El resto del día, Cristóbal trabajó sin pausas, y aunque con eso esperaba que Amelia no se cruzara por su cabeza, no pudo evitarlo, y de un momento a otro, se vio a sí mismo investigando sobre su enfermedad.Cerró la pantalla de la laptop después de descubrir que las posibilidades de que un corazón en sus condiciones se recupera eran demasiad
— Me escuchaste bien, Amelia.— Por supuesto que te escuché bien, pero… es una locura.Cristóbal entornó los ojos.— ¿Por qué? ¿Porqué no nos amamos? — Amelia abrió la boca, pero la cerró en cuanto Cristóbal continuó hablando —. Es cierto. Yo no guardo el más mínimo afecto por ti, y si te estoy haciendo esta propuesta, no es porque crea que algo pueda nacer entre nosotros. Esto lo estoy haciendo por nuestro hijo, porque si las cosas se llegan a complicar para ti, él no quedaría desamparado. Además, como te dije, parece que le será difícil desprenderse de ti, y yo no estoy dispuesto a que un hijo mío siga viviendo en estas condiciones, así que tú eliges, Amelia, o me llevo a Cristóbal conmigo, o vienes con nosotros.Amelia seguía sin poder creer que Cristóbal, aquel Cristóbal que había creído conocer en el pasado, fuese ese hombre ruin y sin corazón que estaba plantado frente a ella, y que la miraba como si fuese la cosa más insignificante que se hubiese cruzado en su camino.— ¿Y bien?
Esa misma noche, después de la ceremonia, Cristóbal ordenó el traslado de las cosas personales de Amelia y su pequeño hijo, así que, cuando llegaron a la mansión, ya todo estaba allí.— Esta será la habitación de Cristóbal. Su nana vendrá hasta mañana a primera hora, así tú tendrás tiempo de dedicarte a los oficios de la casa.Amelia asintió sin mayor esfuerzo y acostó al pequeño en su nueva cama después de aquel largo día. Besó su frente y apagó la pequeña lámpara antes de salir.— Vamos, tu habitación queda al final del pasillo.— Creí que… dormiría cerca de la habitación de Cristóbal.— Solo son cinco habitaciones lejos de la tuya, Amelia.— Sí, pero… me gustaría estar cerca de él. No quisiera que nada le pasara.Cristóbal se detuvo abruptamente y se giró con ojos entornados.— ¿Qué podría pasarle? La mansión tiene la seguridad necesaria como para saber que él estará bien — espetó serio y Amelia asintió con un largo suspiro —. Ah, olvidé decírtelo. Mi madre salió y no volverá hasta
— Madre, ¿Qué fue lo que pasó? ¿Te encuentras bien? — preguntó Cristóbal a su progenitora, ayudándola a incorporarse.— ¡Me ha empujado, Cristóbal! ¡Quise abrazarla y darle la bienvenida a casa, pero…!— ¿Qué? ¡No! ¿Por qué dice eso, señora? — Amelia se horrorizó. Y miró a Cristóbal con súplica — ¡No es cierto! ¡Yo no…!— ¡Por supuesto que es cierto! ¿Por qué habría yo de mentir? — la mujer estaba metida en su papel.— Bueno, basta, basta las dos — pidió Cristóbal, contrariado. Ya suficiente tenía con todo.— Ve a tu habitación, Amelia— ¡Pero…!— ¡A tu habitación! ¡No volveré a repetirlo!Amelia negó con la cabeza, horrorizada por mentiras y calumnias de aquella mujer que, en el pasado, le hizo mucho daño. Entonces, sin decir una sola palabra, se fue directo a su habitación.Antes de cerrar la puerta, Cristóbal entró y la cerró detrás de sí. Amelia se dio la vuelta y lo miró con impresión.— Cristóbal, tienes que escucharme, yo no…— ¿Qué pasa contigo, eh? — la interrumpió duramente.
— ¡Traigan una toalla con agua fría y una pomada para las quemaduras! ¡Vamos, rápido! — ordenó Cristóbal enseguida, y se acercó sin dudar a ayudar a Amelia — Déjame ver eso — La miró con demasiada preocupación.Pero Amelia negaba. Su pecho subiendo y bajando.— ¡Me está quemando mucho, Cristóbal! ¡Es insoportable! — resolló la dulce y joven Amelia, que sentía que tenía una caldera sobre su piel.— ¿Mami? — el pequeño Cristóbal, angustiado e inocente por lo que veía, comenzó a inquietarse demasiado.— ¡Brazilia, quédate con el niño!El ama de llaves asintió rápidamente y pidió al pequeño hijo del CEO que la acompañara, mientras le aseguraba con palabras dulces que su mami iba a estar bien. Pero Cristóbal no lo creía, pues la jarra entera se había derramado hirviendo sobre la piel de Amelia, así que sin pensarlo tanto, actuó rápido, la tomó en peso y la llevó hasta su habitación, que era la más cerca.Sin perder el más mínimo tiempo, la sentó delicado en la tapa del lavabo al mismo tiemp
En cuanto llegó al hospital, Cristóbal Cienfuegos exigió tener noticias de su esposa.Perdone, señor, pero… solo se permite dar información a los familiares — le dijo una joven enfermera al acercarse.Cristóbal rio sin gracia.— Soy su esposo.— ¿Su esposo? ¿Es usted el señor Cienfuegos?Cristóbal suspiró, hastiado de que lo hicieran perder el tiempo.— Me contactaron y me pidieron que viniera y usted me pregunta si soy el señor Cienfuegos. ¿Quién podría preguntar por el estado de mi esposa si no soy yo?— Le ofrezco una disculpa, creí que el hombre que estaba en la habitación…— ¿Qué ha dicho? ¿Un hombre?— Sí, lo que pasa es que alguien trajo a la señora Cienfuegos y le permití el ingreso a la habitación porque…— ¿En dónde está? ¿En dónde está Amelia? — la silenció de tajo. No quería más. Lo único que le interesaba en ese momento era descubrir quién era el hombre en la habitación de Amelia, y si se trataba de algún amante oculto, iba a lamentarlo grandemente.¡No le vería la cara do
Cristóbal no se movió del hospital a pesar de lo que hijo, y cuando Amelia fue dada de alta, él ya la esperaba dentro del auto. — Pensé que… ibas a irte — le dijo Amelia, notoriamente asombrada, pues eran pasadas las dos la madrugada. — Hubo un problema a la hora de realizar el pago, y como ya ibas a salir, no tenía sentido que nos fuéramos por separado — argumentó, pero la realidad estaba en que mentía, mentía grandemente. Porque allí llevaba las últimas horas, a la expectativa por si algo malo sucedía. Amelia asintió ligeramente, un tanto decepcionado. Era una tonta si pensaba que se había quedado por ella. — ¿Cuánto fue la cuenta? — preguntó después de un largo rato. — Eso no debería importarte — respondió Cristóbal, todavía sin mirarla. — Pero me importa. Quiero devolverte lo que has pagado. Cristóbal rio y negó con la cabeza. — Dudo que tengas esa cantidad, Amelia. — Lo sé, pero… no quiero deberte nada. — No te queda el papel de digna, Amelia, por favor. — Yo no… estoy
Amelia no logró conciliar el sueño luego de esa noche, así que se dio por vencida, y como a eso de las cuatro, salió de la cama y se alistó para dar inicio a sus actividades. Miró la lista y comenzó por la lavandería. La ropa de Cristóbal, en especial, fue la que le tocó lavar, así como limpiar su habitación y una sección del salón principal. Como a las siete, cuando ya casi terminaba, Brazilia apareció. — Señora, ¿Qué hace despierta a esta hora? — le preguntó la amable mujer, sorprendida — ¿Usted limpió todo esto? Las mejillas de Amelia se sonrojaron. — No podía dormir. Espero no sea un problema para nadie. — ¿Cómo podría serlo? ¿Se le olvida que usted es la señora Cienfuegos? — La señora Cienfuegos sigo siendo yo — de pronto, la voz de Caterina Alves irrumpió en el salón con arrogancia y autoridad — ¿Qué es todo esto? ¿Dices que limpiaste? — la mujer pasó un dedo por encima de un objeto que, a simple vista, estaba impecable y reluciente, y miró a Amelia por encima del hombro —