— Me escuchaste bien, Amelia.— Por supuesto que te escuché bien, pero… es una locura.Cristóbal entornó los ojos.— ¿Por qué? ¿Porqué no nos amamos? — Amelia abrió la boca, pero la cerró en cuanto Cristóbal continuó hablando —. Es cierto. Yo no guardo el más mínimo afecto por ti, y si te estoy haciendo esta propuesta, no es porque crea que algo pueda nacer entre nosotros. Esto lo estoy haciendo por nuestro hijo, porque si las cosas se llegan a complicar para ti, él no quedaría desamparado. Además, como te dije, parece que le será difícil desprenderse de ti, y yo no estoy dispuesto a que un hijo mío siga viviendo en estas condiciones, así que tú eliges, Amelia, o me llevo a Cristóbal conmigo, o vienes con nosotros.Amelia seguía sin poder creer que Cristóbal, aquel Cristóbal que había creído conocer en el pasado, fuese ese hombre ruin y sin corazón que estaba plantado frente a ella, y que la miraba como si fuese la cosa más insignificante que se hubiese cruzado en su camino.— ¿Y bien?
Esa misma noche, después de la ceremonia, Cristóbal ordenó el traslado de las cosas personales de Amelia y su pequeño hijo, así que, cuando llegaron a la mansión, ya todo estaba allí.— Esta será la habitación de Cristóbal. Su nana vendrá hasta mañana a primera hora, así tú tendrás tiempo de dedicarte a los oficios de la casa.Amelia asintió sin mayor esfuerzo y acostó al pequeño en su nueva cama después de aquel largo día. Besó su frente y apagó la pequeña lámpara antes de salir.— Vamos, tu habitación queda al final del pasillo.— Creí que… dormiría cerca de la habitación de Cristóbal.— Solo son cinco habitaciones lejos de la tuya, Amelia.— Sí, pero… me gustaría estar cerca de él. No quisiera que nada le pasara.Cristóbal se detuvo abruptamente y se giró con ojos entornados.— ¿Qué podría pasarle? La mansión tiene la seguridad necesaria como para saber que él estará bien — espetó serio y Amelia asintió con un largo suspiro —. Ah, olvidé decírtelo. Mi madre salió y no volverá hasta
— Madre, ¿Qué fue lo que pasó? ¿Te encuentras bien? — preguntó Cristóbal a su progenitora, ayudándola a incorporarse.— ¡Me ha empujado, Cristóbal! ¡Quise abrazarla y darle la bienvenida a casa, pero…!— ¿Qué? ¡No! ¿Por qué dice eso, señora? — Amelia se horrorizó. Y miró a Cristóbal con súplica — ¡No es cierto! ¡Yo no…!— ¡Por supuesto que es cierto! ¿Por qué habría yo de mentir? — la mujer estaba metida en su papel.— Bueno, basta, basta las dos — pidió Cristóbal, contrariado. Ya suficiente tenía con todo.— Ve a tu habitación, Amelia— ¡Pero…!— ¡A tu habitación! ¡No volveré a repetirlo!Amelia negó con la cabeza, horrorizada por mentiras y calumnias de aquella mujer que, en el pasado, le hizo mucho daño. Entonces, sin decir una sola palabra, se fue directo a su habitación.Antes de cerrar la puerta, Cristóbal entró y la cerró detrás de sí. Amelia se dio la vuelta y lo miró con impresión.— Cristóbal, tienes que escucharme, yo no…— ¿Qué pasa contigo, eh? — la interrumpió duramente.
— ¡Traigan una toalla con agua fría y una pomada para las quemaduras! ¡Vamos, rápido! — ordenó Cristóbal enseguida, y se acercó sin dudar a ayudar a Amelia — Déjame ver eso — La miró con demasiada preocupación.Pero Amelia negaba. Su pecho subiendo y bajando.— ¡Me está quemando mucho, Cristóbal! ¡Es insoportable! — resolló la dulce y joven Amelia, que sentía que tenía una caldera sobre su piel.— ¿Mami? — el pequeño Cristóbal, angustiado e inocente por lo que veía, comenzó a inquietarse demasiado.— ¡Brazilia, quédate con el niño!El ama de llaves asintió rápidamente y pidió al pequeño hijo del CEO que la acompañara, mientras le aseguraba con palabras dulces que su mami iba a estar bien. Pero Cristóbal no lo creía, pues la jarra entera se había derramado hirviendo sobre la piel de Amelia, así que sin pensarlo tanto, actuó rápido, la tomó en peso y la llevó hasta su habitación, que era la más cerca.Sin perder el más mínimo tiempo, la sentó delicado en la tapa del lavabo al mismo tiemp
En cuanto llegó al hospital, Cristóbal Cienfuegos exigió tener noticias de su esposa.Perdone, señor, pero… solo se permite dar información a los familiares — le dijo una joven enfermera al acercarse.Cristóbal rio sin gracia.— Soy su esposo.— ¿Su esposo? ¿Es usted el señor Cienfuegos?Cristóbal suspiró, hastiado de que lo hicieran perder el tiempo.— Me contactaron y me pidieron que viniera y usted me pregunta si soy el señor Cienfuegos. ¿Quién podría preguntar por el estado de mi esposa si no soy yo?— Le ofrezco una disculpa, creí que el hombre que estaba en la habitación…— ¿Qué ha dicho? ¿Un hombre?— Sí, lo que pasa es que alguien trajo a la señora Cienfuegos y le permití el ingreso a la habitación porque…— ¿En dónde está? ¿En dónde está Amelia? — la silenció de tajo. No quería más. Lo único que le interesaba en ese momento era descubrir quién era el hombre en la habitación de Amelia, y si se trataba de algún amante oculto, iba a lamentarlo grandemente.¡No le vería la cara do
Cristóbal no se movió del hospital a pesar de lo que hijo, y cuando Amelia fue dada de alta, él ya la esperaba dentro del auto. — Pensé que… ibas a irte — le dijo Amelia, notoriamente asombrada, pues eran pasadas las dos la madrugada. — Hubo un problema a la hora de realizar el pago, y como ya ibas a salir, no tenía sentido que nos fuéramos por separado — argumentó, pero la realidad estaba en que mentía, mentía grandemente. Porque allí llevaba las últimas horas, a la expectativa por si algo malo sucedía. Amelia asintió ligeramente, un tanto decepcionado. Era una tonta si pensaba que se había quedado por ella. — ¿Cuánto fue la cuenta? — preguntó después de un largo rato. — Eso no debería importarte — respondió Cristóbal, todavía sin mirarla. — Pero me importa. Quiero devolverte lo que has pagado. Cristóbal rio y negó con la cabeza. — Dudo que tengas esa cantidad, Amelia. — Lo sé, pero… no quiero deberte nada. — No te queda el papel de digna, Amelia, por favor. — Yo no… estoy
Amelia no logró conciliar el sueño luego de esa noche, así que se dio por vencida, y como a eso de las cuatro, salió de la cama y se alistó para dar inicio a sus actividades. Miró la lista y comenzó por la lavandería. La ropa de Cristóbal, en especial, fue la que le tocó lavar, así como limpiar su habitación y una sección del salón principal. Como a las siete, cuando ya casi terminaba, Brazilia apareció. — Señora, ¿Qué hace despierta a esta hora? — le preguntó la amable mujer, sorprendida — ¿Usted limpió todo esto? Las mejillas de Amelia se sonrojaron. — No podía dormir. Espero no sea un problema para nadie. — ¿Cómo podría serlo? ¿Se le olvida que usted es la señora Cienfuegos? — La señora Cienfuegos sigo siendo yo — de pronto, la voz de Caterina Alves irrumpió en el salón con arrogancia y autoridad — ¿Qué es todo esto? ¿Dices que limpiaste? — la mujer pasó un dedo por encima de un objeto que, a simple vista, estaba impecable y reluciente, y miró a Amelia por encima del hombro —
— Pase — ordenó con voz críptica.— Cariño, el desayuno está servido.Cristóbal asintió, perdido.— Iré enseguida.Caterina asintió, pero, antes de salir, la voz de su hijo la detuvo.— ¿Qué fue lo que pasó con el barco?La mujer se quedó lívida por un segundo, y puso su mejor rostro de actuación antes de girarse.— Cariño, ¿no es evidente?— No, madre, porque no estaba allí. Te lo vuelvo a preguntar. ¿Qué fue lo que pasó con el barco?Caterina apretó discretamente los puños.— Esa lo estaba limpiando y se le cayó. Era el jarrón favorito de tu padre — musitó, fingiendo tristeza.— Esa tiene un nombre, madre. Se llama Amelia.— Lo sé, hijo, pero…— Entonces comienza por llamarla así. No quiero más discusiones ni malos entendidos en esta casa, ¿de acuerdo?La mujer bajó la mirada.— ¿Ya comenzó a ponerte en mi contra? — preguntó, fingiendo sentirse lastimada — Lo sabía. Sabía que esa… que Amelia iba a…— Amelia no tiene poder sobre mis decisiones, madre. Lo único que quiero es que mi hij