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3. ¡Ni creas que verás un solo centavo esta vez!

— ¿Dónde está? ¿Dónde está mi hijo? — exigió saber Amelia entre lágrimas, asustada por la idea de que algo malo le hubiese sucedido.

— Amelia, tienes que calmarte. Esto no le hará bien a tu corazón — le pidió el doctor, un tanto preocupado por el estado de angustia de aquella joven madre.

Pero Amelia negó.

— ¡No me tranquilizaré hasta que aparezca mi hijo! ¡Debo encontrarlo o voy a…!

— ¡Mami! ¡Mami! — de repente la voz del pequeño Cristóbal, corriendo a través de los pasillos, le devolvió al alma al cuerpo de Amelia.

— ¡Cristóbal! — exclamó, arrodillándose entre lágrimas para recibirlo y estrecharlo en sus brazos con todas sus fuerzas.

— ¡Oh, cariño! ¡Estaba tan asustada! ¿En dónde te habías metido? ¡No puedes hacerme algo así! ¡Ah, Cristóbal… lo sabes, amor! — resolló con el corazón acelerado, y tomó sus mejillas para inspeccionarlo y asegurarse de que estuviese perfecto.

El pequeño Cristóbal la miró con ojos de esperanza.

— Lo siento, mami, no quería asustarte, pero tenía que buscarlo para que nos ayudara a curar tu corazoncito.

Amelia se secó las lágrimas con el dorso de la mano y frunció el ceño.

— ¿Buscarlo? ¿Buscar a quién, cariño? ¿De qué estás hablando?

— De mi papá Cristóbal. Él va a curarte… ¿verdad, papá Cristóbal? — se giró, buscando aprobación en el hombre que había estado todo ese tiempo allí de pie, contemplando la conmovedora escena.

Amelia alzó el rostro de a poco, y aquello que creyó jamás sucedería, estaba ocurriendo en ese preciso instante. Un horrible nudo se instaló en su garganta.

— Cristóbal… — musitó, casi sin voz, mientras se incorporaba.

Cristóbal se la quedó mirando por largos segundos, aunque Amelia pudo jurar que fueron minutos. La escudriñó de arriba hacia abajo y todo el tiempo mantuvo esa frialdad e indiferencia en su rostro, como si verla a la cara después de tantos años no despertaba absolutamente nada en él.

Pero la verdad estaba en que Cristóbal nunca había dejado de pensar en ella, ni siquiera con otras mujeres, ni siquiera cuando, en el intento más desesperado por arrancarla de su ser, le propuso matrimonio a Renata Amaral

Desde que Amelia lo traicionó por dinero, el CEO Cienfuegos se había sumido durante meses en una oscura y fría soledad. Terminó la universidad con honores porque mantenerse todo el tiempo estudiando ayudaba mínimamente a no pensar en ella, pero, cuando llegaba la noche… era cuando comenzaba su verdadero calvario.

Se comenzó a aislar de una forma preocupante. No salía, no socializaba y tampoco contestaba ninguna llamada. Era como si el mundo avanzaba mientras él quedaba atrás.

No fue hasts después de nueve meses, cuando tomó el poder de la empresa, que retomó mediamente su vida, aunque si salía y bebía, era porque estaba reunido con personas importantes de su mismo rubro.

— ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó Amelia, tras el incómodo silencio que se formó entre ellos.

El hijo de ambos estaba en medio, mirando un rostro y después el otro. Emocionado por tener a sus papás en el mismo espacio.

Cristóbal sonrió y negó con ironía.

— ¿En serio vas a fingir que no sabes por qué estoy aquí? Quita esa cara de sorpresa, Amelia, por favor. Usar a este niño para… ¿Qué? ¿Qué buscabas? ¿Conseguir más dinero? Ah, claro, es que ni siquiera supiste invertir del que gozaste todos estos años.

La forma tan despectiva en la que se refirió a ella, provocó que Amelia experimentara una punzada de dolor en su pecho. Pasó un trago.

— ¿Dinero? No sé… de lo que… estás hablando — respondió, quedándose muda por momentos.

Cristóbal Cienfuegos era enigmático por naturaleza, y los años solo consiguieron que aquella aura de poder y masculinidad dejaran a Amelia completamente hechizada.

— Ah, no lo sabes — ironizó Cristóbal, negando con la cabeza, y notando las miradas curiosas del personal médico que estaban puestas sobre ellos. Suspiró. Estaba harto de la atención — ¿Hay un lugar aquí en el que podamos hablar… a solas?

Amelia parpadeó, aterrizando, y señaló la puerta de la habitación en donde estaban sus cosas.

— ¿Me esperarás aquí, cariño? — le preguntó Amelia a su pequeño hijo. Él asintió rápidamente — Promete que no volverás a desaparecer.

— ¡Prometido, mami! ¡Me quedaré aquí, sentadito, mira! — y tomó asiento en una silla de metal junto a la puerta.

Amelia besó su frente y le sonrió con cariño antes de entrar a la habitación.

Cristóbal ya estaba ahí, de espaldas a ella. Tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón de firma.

— ¿Cuánto esperas conseguir esta vez? — preguntó con voz oscura, ladeando la cabeza por encima de su hombro.

Amelia entornó los ojos.

— ¿Perdona?

Entonces Cristóbal se giró.

— Sí, ¿Cuánto dinero esperas conseguir esta vez?

— Yo no…

— ¿Sabes qué es lo que más me sorprende? Que hayas usado a un niño inocente para tus tretas. ¿Inventarle que soy su padre? ¡Por amor a Dios…!

— ¿Eso te dijo? ¿Cristóbal te dijo que es…?

— ¡Cristóbal! — alzó las cejas con una sonrisa — ¿Pensabas conmoverme con eso? He de admitir que lo entrenaste muy bien. Casi me convence sobre… ¿Qué era? ¡Ah, tu corazón! ¿Tienes un problema con tu corazón, Amelia? ¡Por supuesto que sí! ¡Está podrido!

Ante el juego de palabras que usó Cristóbal para referirse a ella, Amelia no soportó más la humillación y atravesó la distancia que los separaba solo para silenciarlo con una fuerte bofetada que sacudió las paredes.

Cristóbal abrió los ojos, y sin darle tiempo a Amelia de alejarse, la tomó firmemente de los brazos y la pegó a él.

— ¡Jamás vuelvas a ponerme una mano encima! — la amedrentó con fuerza, y aunque Amelia intentó zafarse de su fuerte y brusco agarre, no lo consiguió.

— ¡Déjame! ¡Eres un…!

— ¿Qué? ¿Qué soy? — y la pegó todavía más contra su trabajo cuerpo — ¿Es que pensabas que ibas a encontrarte con el mismo idiota de antes? ¡Te equivocaste grandemente, Amelia Santos! Pensaste que esta vez harías las cosas a tu modo.

— Ni siquiera he pensado en ti todos estos años — musitó Amelia, con voz quebrada, y aunque mentía, la confesión hirió a Cristóbal, porque a diferencia de ella, él no había podido sacarla de su cabeza ni proponiéndoselo arduamente.

Tensó la mandíbula.

— ¡Ni creas que verás un solo centavo esta vez! ¡Tu farsa acaba en este instante! ¿Me entendiste? — Amelia alzó el mentón con lágrimas sin derramar en sus ojos — ¡Te pregunté si…! — pero las palabras murieron en su boca cuando Cristóbal sintió como el cuerpo de Amelia se aflojaba en sus brazos, y un momento después, amenazó con desvanecerse. Él fue más rápido y la cargó en el aire — ¡Amelia!

Su pulso trepidó, y todo el odio y el rencor que había guardado durante años… se transformaron en preocupación y miedo.

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