— ¿Dónde está? ¿Dónde está mi hijo? — exigió saber Amelia entre lágrimas, asustada por la idea de que algo malo le hubiese sucedido.
— Amelia, tienes que calmarte. Esto no le hará bien a tu corazón — le pidió el doctor, un tanto preocupado por el estado de angustia de aquella joven madre. Pero Amelia negó. — ¡No me tranquilizaré hasta que aparezca mi hijo! ¡Debo encontrarlo o voy a…! — ¡Mami! ¡Mami! — de repente la voz del pequeño Cristóbal, corriendo a través de los pasillos, le devolvió al alma al cuerpo de Amelia. — ¡Cristóbal! — exclamó, arrodillándose entre lágrimas para recibirlo y estrecharlo en sus brazos con todas sus fuerzas. — ¡Oh, cariño! ¡Estaba tan asustada! ¿En dónde te habías metido? ¡No puedes hacerme algo así! ¡Ah, Cristóbal… lo sabes, amor! — resolló con el corazón acelerado, y tomó sus mejillas para inspeccionarlo y asegurarse de que estuviese perfecto. El pequeño Cristóbal la miró con ojos de esperanza. — Lo siento, mami, no quería asustarte, pero tenía que buscarlo para que nos ayudara a curar tu corazoncito. Amelia se secó las lágrimas con el dorso de la mano y frunció el ceño. — ¿Buscarlo? ¿Buscar a quién, cariño? ¿De qué estás hablando? — De mi papá Cristóbal. Él va a curarte… ¿verdad, papá Cristóbal? — se giró, buscando aprobación en el hombre que había estado todo ese tiempo allí de pie, contemplando la conmovedora escena. Amelia alzó el rostro de a poco, y aquello que creyó jamás sucedería, estaba ocurriendo en ese preciso instante. Un horrible nudo se instaló en su garganta. — Cristóbal… — musitó, casi sin voz, mientras se incorporaba. Cristóbal se la quedó mirando por largos segundos, aunque Amelia pudo jurar que fueron minutos. La escudriñó de arriba hacia abajo y todo el tiempo mantuvo esa frialdad e indiferencia en su rostro, como si verla a la cara después de tantos años no despertaba absolutamente nada en él. Pero la verdad estaba en que Cristóbal nunca había dejado de pensar en ella, ni siquiera con otras mujeres, ni siquiera cuando, en el intento más desesperado por arrancarla de su ser, le propuso matrimonio a Renata Amaral Desde que Amelia lo traicionó por dinero, el CEO Cienfuegos se había sumido durante meses en una oscura y fría soledad. Terminó la universidad con honores porque mantenerse todo el tiempo estudiando ayudaba mínimamente a no pensar en ella, pero, cuando llegaba la noche… era cuando comenzaba su verdadero calvario. Se comenzó a aislar de una forma preocupante. No salía, no socializaba y tampoco contestaba ninguna llamada. Era como si el mundo avanzaba mientras él quedaba atrás. No fue hasts después de nueve meses, cuando tomó el poder de la empresa, que retomó mediamente su vida, aunque si salía y bebía, era porque estaba reunido con personas importantes de su mismo rubro. — ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó Amelia, tras el incómodo silencio que se formó entre ellos. El hijo de ambos estaba en medio, mirando un rostro y después el otro. Emocionado por tener a sus papás en el mismo espacio. Cristóbal sonrió y negó con ironía. — ¿En serio vas a fingir que no sabes por qué estoy aquí? Quita esa cara de sorpresa, Amelia, por favor. Usar a este niño para… ¿Qué? ¿Qué buscabas? ¿Conseguir más dinero? Ah, claro, es que ni siquiera supiste invertir del que gozaste todos estos años. La forma tan despectiva en la que se refirió a ella, provocó que Amelia experimentara una punzada de dolor en su pecho. Pasó un trago. — ¿Dinero? No sé… de lo que… estás hablando — respondió, quedándose muda por momentos. Cristóbal Cienfuegos era enigmático por naturaleza, y los años solo consiguieron que aquella aura de poder y masculinidad dejaran a Amelia completamente hechizada. — Ah, no lo sabes — ironizó Cristóbal, negando con la cabeza, y notando las miradas curiosas del personal médico que estaban puestas sobre ellos. Suspiró. Estaba harto de la atención — ¿Hay un lugar aquí en el que podamos hablar… a solas? Amelia parpadeó, aterrizando, y señaló la puerta de la habitación en donde estaban sus cosas. — ¿Me esperarás aquí, cariño? — le preguntó Amelia a su pequeño hijo. Él asintió rápidamente — Promete que no volverás a desaparecer. — ¡Prometido, mami! ¡Me quedaré aquí, sentadito, mira! — y tomó asiento en una silla de metal junto a la puerta. Amelia besó su frente y le sonrió con cariño antes de entrar a la habitación. Cristóbal ya estaba ahí, de espaldas a ella. Tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón de firma. — ¿Cuánto esperas conseguir esta vez? — preguntó con voz oscura, ladeando la cabeza por encima de su hombro. Amelia entornó los ojos. — ¿Perdona? Entonces Cristóbal se giró. — Sí, ¿Cuánto dinero esperas conseguir esta vez? — Yo no… — ¿Sabes qué es lo que más me sorprende? Que hayas usado a un niño inocente para tus tretas. ¿Inventarle que soy su padre? ¡Por amor a Dios…! — ¿Eso te dijo? ¿Cristóbal te dijo que es…? — ¡Cristóbal! — alzó las cejas con una sonrisa — ¿Pensabas conmoverme con eso? He de admitir que lo entrenaste muy bien. Casi me convence sobre… ¿Qué era? ¡Ah, tu corazón! ¿Tienes un problema con tu corazón, Amelia? ¡Por supuesto que sí! ¡Está podrido! Ante el juego de palabras que usó Cristóbal para referirse a ella, Amelia no soportó más la humillación y atravesó la distancia que los separaba solo para silenciarlo con una fuerte bofetada que sacudió las paredes. Cristóbal abrió los ojos, y sin darle tiempo a Amelia de alejarse, la tomó firmemente de los brazos y la pegó a él. — ¡Jamás vuelvas a ponerme una mano encima! — la amedrentó con fuerza, y aunque Amelia intentó zafarse de su fuerte y brusco agarre, no lo consiguió. — ¡Déjame! ¡Eres un…! — ¿Qué? ¿Qué soy? — y la pegó todavía más contra su trabajo cuerpo — ¿Es que pensabas que ibas a encontrarte con el mismo idiota de antes? ¡Te equivocaste grandemente, Amelia Santos! Pensaste que esta vez harías las cosas a tu modo. — Ni siquiera he pensado en ti todos estos años — musitó Amelia, con voz quebrada, y aunque mentía, la confesión hirió a Cristóbal, porque a diferencia de ella, él no había podido sacarla de su cabeza ni proponiéndoselo arduamente. Tensó la mandíbula. — ¡Ni creas que verás un solo centavo esta vez! ¡Tu farsa acaba en este instante! ¿Me entendiste? — Amelia alzó el mentón con lágrimas sin derramar en sus ojos — ¡Te pregunté si…! — pero las palabras murieron en su boca cuando Cristóbal sintió como el cuerpo de Amelia se aflojaba en sus brazos, y un momento después, amenazó con desvanecerse. Él fue más rápido y la cargó en el aire — ¡Amelia! Su pulso trepidó, y todo el odio y el rencor que había guardado durante años… se transformaron en preocupación y miedo.— ¡Un doctor! — llamó, desesperado, al tiempo que entraban por la puerta una enfermera y el doctor que había tratado el padecimiento de Amelia durante años.— ¿Qué fue lo que pasó?Cristóbal negó, contrariado.— No lo sé, simplemente se desvaneció.— De acuerdo, salga de la habitación — le dijo el hombre, que parecía saber muy bien lo que pudo haberle ocurrido a Amelia.Cristóbal obedeció en silencio, todavía contrariado, y salió de la habitación.— ¿Qué tiene mi mami? ¿Es otra vez su corazoncito? — preguntó el pequeño sollozando.Cristóbal bajó el rostro, ahora prestando atención al niño que podía ser su… hijo. Todo parecía ser cierto. Amelia estaba enferma y ese niño… Dios. ¿Cuántos años tenía? ¿Se fue con el secreto de su hijo en su vientre? No comprendía nada. ¿Por qué diablos no se lo dijo? ¡Debía asegurarse de que por las venas del pequeño Cristóbal corriera su sangre!— Tu mamá va a estar bien — le aseguró, acuclillándose a su altura.— ¿Lo prometes? — preguntó el pequeño Crist
Cuando Amelia atendió al llamado de la puerta, su corazón se detuvo por un microsegundo al ver a Cristóbal Cienfuegos allí, en compañía de un hombre con maletín y traje de firma.— ¿Qué… estás haciendo? — preguntó después de un rato, contrariada — ¿Cómo sabías donde encontrarme?— Te dije que tendrías noticias de mí a primera hora del día, así que aquí estoy. ¿En dónde está el niño?Amelia pasó un trago, y negó, asustada.— Vete.Cristóbal suspiró y se pellizcó el puente de la nariz fingiendo fastidio.— Podemos hacer esto de la forma más civilizada posible, Amelia, pero, si insistes en oponerte a que le realice una prueba de paternidad al niño, solo conseguirás que las cosas se compliquen para ti. ¿O no es así, doctor?El aludido explicó a Amelia brevemente lo que sucedería si se negaba a que le realizaran la prueba de paternidad al pequeño Cristóbal, y aunque todo aquello era cierto, el juego de palabras buscaba intimidarla.— ¡Es mi hijo! ¡No tienes ningún derecho a...!— ¡Y puede
Dos horas después, el chofer llevaba a Amelia y al pequeño Cristóbal a casa. El niño había agotado tanto sus energías que durante el camino se quedó profundo sobre el regazo de su madre.Tan pronto el auto se detuvo a los pies de aquel viejo edificio en un barrio en el que Cristóbal Cienfuegos no encajaría jamás, Amelia se dispuso a bajarse, pero Cristóbal fue más rápido que ella y le quitó al niño de los brazos.— ¿Qué haces? — le preguntó ella.— Lo llevaré hasta su habitación.— Siempre he podido hacerme cargo, no tienes que…Pero Cristóbal la dejó con la palabra en la boca y entró al edificio con aquel pequeño que, para el muy poco tiempo que habían compartido, se había ganado por completo su corazón.Al llegar al diminuto apartamento, Amelia le indicó cuál era la habitación de su hijo.Cristóbal se mostró gratamente sorprendido por la decoración, pues se trataba de algunos afiches de su jugador de futbol favorito pegados a la pared y un cojín en forma de pelota, además de otros d
Caterina se quedó en silencio por más tiempo del que imaginó.— ¿No dirás nada?— Me tomas por sorpresa. ¿Es el niño que… llegó a la iglesia? — Cristóbal asintió ligeramente. La mujer suspiró — ¿Qué piensas hacer?— Lo correcto. Tendrá mi apellido y vendrá a vivir a la mansión con las comodidades que por derecho le corresponde.— ¿Y ella…? — quiso saber la mujer.— ¿Qué con ella?— ¿Qué pasará? ¿Crees que acepte entregarte al niño así nada más?— Tendrá que hacerlo — respondió Cristóbal con indiferencia.Caterina asintió y no dijo nada más. Tenía que mostrarse como siempre lo había hecho estos años si quería mantener a esa mujer lejos de su hijo.El resto del día, Cristóbal trabajó sin pausas, y aunque con eso esperaba que Amelia no se cruzara por su cabeza, no pudo evitarlo, y de un momento a otro, se vio a sí mismo investigando sobre su enfermedad.Cerró la pantalla de la laptop después de descubrir que las posibilidades de que un corazón en sus condiciones se recupera eran demasiad
— Me escuchaste bien, Amelia.— Por supuesto que te escuché bien, pero… es una locura.Cristóbal entornó los ojos.— ¿Por qué? ¿Porqué no nos amamos? — Amelia abrió la boca, pero la cerró en cuanto Cristóbal continuó hablando —. Es cierto. Yo no guardo el más mínimo afecto por ti, y si te estoy haciendo esta propuesta, no es porque crea que algo pueda nacer entre nosotros. Esto lo estoy haciendo por nuestro hijo, porque si las cosas se llegan a complicar para ti, él no quedaría desamparado. Además, como te dije, parece que le será difícil desprenderse de ti, y yo no estoy dispuesto a que un hijo mío siga viviendo en estas condiciones, así que tú eliges, Amelia, o me llevo a Cristóbal conmigo, o vienes con nosotros.Amelia seguía sin poder creer que Cristóbal, aquel Cristóbal que había creído conocer en el pasado, fuese ese hombre ruin y sin corazón que estaba plantado frente a ella, y que la miraba como si fuese la cosa más insignificante que se hubiese cruzado en su camino.— ¿Y bien?
Esa misma noche, después de la ceremonia, Cristóbal ordenó el traslado de las cosas personales de Amelia y su pequeño hijo, así que, cuando llegaron a la mansión, ya todo estaba allí.— Esta será la habitación de Cristóbal. Su nana vendrá hasta mañana a primera hora, así tú tendrás tiempo de dedicarte a los oficios de la casa.Amelia asintió sin mayor esfuerzo y acostó al pequeño en su nueva cama después de aquel largo día. Besó su frente y apagó la pequeña lámpara antes de salir.— Vamos, tu habitación queda al final del pasillo.— Creí que… dormiría cerca de la habitación de Cristóbal.— Solo son cinco habitaciones lejos de la tuya, Amelia.— Sí, pero… me gustaría estar cerca de él. No quisiera que nada le pasara.Cristóbal se detuvo abruptamente y se giró con ojos entornados.— ¿Qué podría pasarle? La mansión tiene la seguridad necesaria como para saber que él estará bien — espetó serio y Amelia asintió con un largo suspiro —. Ah, olvidé decírtelo. Mi madre salió y no volverá hasta
— Madre, ¿Qué fue lo que pasó? ¿Te encuentras bien? — preguntó Cristóbal a su progenitora, ayudándola a incorporarse.— ¡Me ha empujado, Cristóbal! ¡Quise abrazarla y darle la bienvenida a casa, pero…!— ¿Qué? ¡No! ¿Por qué dice eso, señora? — Amelia se horrorizó. Y miró a Cristóbal con súplica — ¡No es cierto! ¡Yo no…!— ¡Por supuesto que es cierto! ¿Por qué habría yo de mentir? — la mujer estaba metida en su papel.— Bueno, basta, basta las dos — pidió Cristóbal, contrariado. Ya suficiente tenía con todo.— Ve a tu habitación, Amelia— ¡Pero…!— ¡A tu habitación! ¡No volveré a repetirlo!Amelia negó con la cabeza, horrorizada por mentiras y calumnias de aquella mujer que, en el pasado, le hizo mucho daño. Entonces, sin decir una sola palabra, se fue directo a su habitación.Antes de cerrar la puerta, Cristóbal entró y la cerró detrás de sí. Amelia se dio la vuelta y lo miró con impresión.— Cristóbal, tienes que escucharme, yo no…— ¿Qué pasa contigo, eh? — la interrumpió duramente.
— ¡Traigan una toalla con agua fría y una pomada para las quemaduras! ¡Vamos, rápido! — ordenó Cristóbal enseguida, y se acercó sin dudar a ayudar a Amelia — Déjame ver eso — La miró con demasiada preocupación.Pero Amelia negaba. Su pecho subiendo y bajando.— ¡Me está quemando mucho, Cristóbal! ¡Es insoportable! — resolló la dulce y joven Amelia, que sentía que tenía una caldera sobre su piel.— ¿Mami? — el pequeño Cristóbal, angustiado e inocente por lo que veía, comenzó a inquietarse demasiado.— ¡Brazilia, quédate con el niño!El ama de llaves asintió rápidamente y pidió al pequeño hijo del CEO que la acompañara, mientras le aseguraba con palabras dulces que su mami iba a estar bien. Pero Cristóbal no lo creía, pues la jarra entera se había derramado hirviendo sobre la piel de Amelia, así que sin pensarlo tanto, actuó rápido, la tomó en peso y la llevó hasta su habitación, que era la más cerca.Sin perder el más mínimo tiempo, la sentó delicado en la tapa del lavabo al mismo tiemp