Dos semanas después.Las luces del amanecer parpadearon cuando Leonor bajó del elegante sedán plateado frente al imponente edificio donde estaba la empresa en la que trabajaba y su mirada siguió el imponente horizonte que ahora enmarcaba su vida. Por fin, luego de aquella conversación, pudo convencer a su padre de dejarla marchar, y ahora estaba en este nuevo camino. Se arrebujó en su abrigo para protegerse del frío matutino, una armadura simbólica contra las incógnitas de esta jungla de cemento.Donova Villasmil estaba a su lado, nunca se alejaba de ella, era como una sombra, era su mejor amigo, su presencia era un consuelo familiar en medio del torbellino de cambios. Su lealtad a sus familias entrelazadas le había traído aquí, a esta bulliciosa metrópolis donde la oportunidad y el anonimato bailaban un delicado tango.—Parece que hoy te espera una gran aventura —, dijo, con voz firme, al ver la cantidad de periodistas que aguardaban en la puerta de la empresa, mientras la llevaba,
El corazón de Laudina martilló con fiereza en su pecho cuando miró fijamente al padre de Angus. Sus palabras flotaron en el aire, como un insulto a su propio ser. Sacudió la cabeza, con la incredulidad grabada en el rostro. ¿Cómo podía equiparar la valía de su hijo por dinero? Con una inclinación desafiante de la barbilla, Laudina se puso la mano en la cadera y dio un paso al frente. Su voz era acero envuelto en terciopelo. —Se está equivocando conmigo, señor. No estoy en venta. Y aunque lo estuviera, usted no podría pagarme porque ni todo el dinero llegaría a mi valor —, espetó, con desprecio en cada palabra. Los ojos del anciano se entrecerraron en rendijas. —Rechaza mi oferta y juro que te quedarás sin trabajo antes del atardecer — amenazó, con voz grave y severa. Pero Laudina permaneció impávida. —Haga lo que le plazca, no me dejaré de intimidar con usted, mi dignidad no se negocia. —Ya veremos si no terminas arrepentida y rogando —siseó Anthony con una expresión de odio.
Angus entró en la sede, del imponente edificio de cristal que parecía perforar el horizonte de Los Ángeles. Al entrar, las cabezas se giraron y el aire se cargó de reconocimiento. La recepcionista, intuyendo su propósito, se levantó de su mesa con elegancia.—Señor, en estos momentos se encuentra en una reunión en la sala, pero si me permite mostrarle... —comenzó.Él levantó una mano para interrumpirla. —No es necesario que me acompañe, yo conozco perfectamente el camino.Su voz transmitía la autoridad que siempre le acompañaba como una sombra. La mujer asintió con la cabeza, un poco intimidada, mientras él avanzaba hacia el elevador. Al llegar al último piso, salió del ascensor y recorrió los pasillos pulidos, el ruido sordo de sus zapatos sobre el mármol apenas audible por encima del zumbido de productividad que envolvía el espacio. Cuando se acercó a la sala de conferencias, una voz femenina, clara y segura, se filtró por la puerta. “Como todos sabemos, el marketing web es un
Por un momento, ambos percibieron la tensión sexual entre ellos. Parecía que un cable de alta tensión estaba a punto de estallar entre ellos. Eso hizo que Angus la bajara al suelo, con los brazos firmes, mientras ella se apoyaba en el suelo. —Gracias —murmuró ella, acomodándose la falda del vestido.El día transcurrió entre reuniones y puesta a punto de proyectos. La noche siguiente tenían la fiesta de bienvenida para Angus, pero hoy se trataba de trabajar, de encontrar un ritmo juntos. Y lo encontraron. Las ideas de Leonor brillaban por su innovación, y su perspicacia atravesaba los problemas como la luz del sol a través de un cristal.Cuando el crepúsculo tiñó el despacho de tonos anaranjados y morados, Leonor se reclinó en la silla y él se encaró con ella. —Creía que eras solo una niña mimada y caprichosa —, confesó, con las palabras suspendidas entre ellos, como una disculpa inconclusa. —Pero aunque sigo pensando que eres mimada y caprichosa, también eres trabajadora, con una m
Leonor estaba sentada en el borde de su lujoso sillón de terciopelo, con la mirada fija en la puerta, todavía con el teléfono en la mano. El suave chasquido de sus uñas golpeando en el auricular. Su corazón aleteando como un pájaro enjaulado a cada segundo que pasaba mientras escuchaba el desahogo de su mejor amigo.La penumbra de la mañana seguía apoderándose de ella, una espesa niebla de consternación provocada por su discusión con Donova. “¿Es en serio? ¿Por qué no quieres que te busque?”, expresó con preocupación al otro lado del teléfono.—Ya te dije, me iré más temprano y… —sus palabras fueron interrumpidas por su insistente amigo.“Si necesitas irte más temprano a la oficina, yo voy por ti, a menos que me estés ocultando algo que sepas que me va a molestar a mí ¿Es así?”, preguntó y ella respiró con resignación.—Bueno… la verdad es que Angus me trajo anoche, y me dijo que me venía a buscar temprano —respondió Leonor, y enseguida el tono de enojo de Donova no se hizo esperar.
Los ojos de Laudina se abrieron a la luz del amanecer, con el corazón encogido por la expectación. El teléfono de la mesilla permanecía en silencio, con la pantalla oscura e inflexible. Había esperado despierta la llamada de Angus, con la esperanza diluyéndose hasta altas horas de la madrugada, y justo cuando se quedó dormida, la llamó.Lamentablemente no pudo conversar bien con él, porque con lo somnolienta que estaba solo le había entendido el 20% de lo que le dijo.Y ahora estaba impaciente por escucharlo, pero la bendita llamada no se materializaba, dejándola con una sensación de abandono. En el aire fresco de la mañana, se movió robóticamente, mientras quitaba las hojas de la superficie de la piscina, el agua como un espejo del cielo despejado. Sus movimientos eran precisos, automáticos, sin revelar nada de la agitación que se removía en su interior.Sin previo aviso, la sombra de Anthony, el padre de Angus, se cernió sobre ella. Su voz rasgó la quietud, sus palabras mezcladas c
La risa de Leonor resonó en las paredes del restaurante. Dio un manotazo juguetón a Donova, que acababa de relatar otra de sus infames travesuras de oficina. Cada vez que ella sonreía, los ojos de él se arrugaban de alegría, con una silenciosa admiración expuesta en su mirada.—¿En serio, Donova? Es que si no fueras socio de tu empresa te despedirían —, bromeó ella, sin darse cuenta de la profundidad de su afecto.Para ella, él era la roca en la que siempre podía apoyarse, sin sospechar nunca que él anhelaba más, porque nunca se había atrevido a confesarse por temor a ser rechazado.Salieron al sol de la tarde, uno al lado del otro. Él la guió hasta el salón de belleza, insistiendo en que no era ningún problema esperarla.—Donova ¿Sabes cuánto se tarda? No puedo hacerte esperar mucho, mejor ve, te prometo que al salir te llamo —pronunció ella con preocupación.—Para ti siempre tengo tiempo —le dijo, y a pesar de que ella le instó a que siguiera con sus tareas. Pero él se quedó allí, s
Ya en la habitación, un calor abrasador recorría las venas de Angus, una llamarada abrasadora que le ahogaba el aire de los pulmones. La necesidad de alivio era palpable, urgente, como si su vida dependiera de ello. Entonces, la suavidad del cuerpo de ella le rozó, como un pétalo en una tormenta, y su aroma, una embriagadora mezcla de jazmín y algo salvaje, que deshizo el último hilo de contención que le quedaba.Con manos frenéticas, desgarró su ropa. El pensamiento le abandonó; sólo el impulso primario de apagar el fuego de su interior guiaba sus acciones. Ella reflejó su fervor, su propia piel brillando como ámbar fundido bajo el contacto de sus manos. Sus dedos danzaron por su carne, calmando las llamas invisibles que lamían sus curvas.—Espera —balbuceó ella, en un intento poco entusiasta de contener la oleada de deseo que amenazaba con ahogarlos a los dos.Su voz era una pluma perdida en un huracán. Se desvaneció, sin sentido, mientras su determinación se derretía bajo las car