Leonor estaba sentada en el borde de su lujoso sillón de terciopelo, con la mirada fija en la puerta, todavía con el teléfono en la mano. El suave chasquido de sus uñas golpeando en el auricular. Su corazón aleteando como un pájaro enjaulado a cada segundo que pasaba mientras escuchaba el desahogo de su mejor amigo.La penumbra de la mañana seguía apoderándose de ella, una espesa niebla de consternación provocada por su discusión con Donova. “¿Es en serio? ¿Por qué no quieres que te busque?”, expresó con preocupación al otro lado del teléfono.—Ya te dije, me iré más temprano y… —sus palabras fueron interrumpidas por su insistente amigo.“Si necesitas irte más temprano a la oficina, yo voy por ti, a menos que me estés ocultando algo que sepas que me va a molestar a mí ¿Es así?”, preguntó y ella respiró con resignación.—Bueno… la verdad es que Angus me trajo anoche, y me dijo que me venía a buscar temprano —respondió Leonor, y enseguida el tono de enojo de Donova no se hizo esperar.
Los ojos de Laudina se abrieron a la luz del amanecer, con el corazón encogido por la expectación. El teléfono de la mesilla permanecía en silencio, con la pantalla oscura e inflexible. Había esperado despierta la llamada de Angus, con la esperanza diluyéndose hasta altas horas de la madrugada, y justo cuando se quedó dormida, la llamó.Lamentablemente no pudo conversar bien con él, porque con lo somnolienta que estaba solo le había entendido el 20% de lo que le dijo.Y ahora estaba impaciente por escucharlo, pero la bendita llamada no se materializaba, dejándola con una sensación de abandono. En el aire fresco de la mañana, se movió robóticamente, mientras quitaba las hojas de la superficie de la piscina, el agua como un espejo del cielo despejado. Sus movimientos eran precisos, automáticos, sin revelar nada de la agitación que se removía en su interior.Sin previo aviso, la sombra de Anthony, el padre de Angus, se cernió sobre ella. Su voz rasgó la quietud, sus palabras mezcladas c
La risa de Leonor resonó en las paredes del restaurante. Dio un manotazo juguetón a Donova, que acababa de relatar otra de sus infames travesuras de oficina. Cada vez que ella sonreía, los ojos de él se arrugaban de alegría, con una silenciosa admiración expuesta en su mirada.—¿En serio, Donova? Es que si no fueras socio de tu empresa te despedirían —, bromeó ella, sin darse cuenta de la profundidad de su afecto.Para ella, él era la roca en la que siempre podía apoyarse, sin sospechar nunca que él anhelaba más, porque nunca se había atrevido a confesarse por temor a ser rechazado.Salieron al sol de la tarde, uno al lado del otro. Él la guió hasta el salón de belleza, insistiendo en que no era ningún problema esperarla.—Donova ¿Sabes cuánto se tarda? No puedo hacerte esperar mucho, mejor ve, te prometo que al salir te llamo —pronunció ella con preocupación.—Para ti siempre tengo tiempo —le dijo, y a pesar de que ella le instó a que siguiera con sus tareas. Pero él se quedó allí, s
Ya en la habitación, un calor abrasador recorría las venas de Angus, una llamarada abrasadora que le ahogaba el aire de los pulmones. La necesidad de alivio era palpable, urgente, como si su vida dependiera de ello. Entonces, la suavidad del cuerpo de ella le rozó, como un pétalo en una tormenta, y su aroma, una embriagadora mezcla de jazmín y algo salvaje, que deshizo el último hilo de contención que le quedaba.Con manos frenéticas, desgarró su ropa. El pensamiento le abandonó; sólo el impulso primario de apagar el fuego de su interior guiaba sus acciones. Ella reflejó su fervor, su propia piel brillando como ámbar fundido bajo el contacto de sus manos. Sus dedos danzaron por su carne, calmando las llamas invisibles que lamían sus curvas.—Espera —balbuceó ella, en un intento poco entusiasta de contener la oleada de deseo que amenazaba con ahogarlos a los dos.Su voz era una pluma perdida en un huracán. Se desvaneció, sin sentido, mientras su determinación se derretía bajo las car
Angus se levantó de la cama. Leonor se quedó sorprendida ante su acusación, ni siquiera sabía qué estaba pasando.—¿De qué hablas? Yo no… hice nada —se defendió ella tratando de soportar la vergüenza que le producía tener a toda esa gente allí.—Siempre es lo mismo, tira la piedra y escondes la mano, eso es digno de ti, solo te gusta hacerte la víctima. Pero ni creas que voy a caer en tu trampa, tú armaste esto, tú sales de esto sola —sentenció con severidad.—¡Ningún sola! Tú vas a responderle a Leonor —exigió Anthony—, ella no es cualquiera, es una chica inocente.Angus se burló sarcásticamente.—Nada de inocente, muy manipuladora es lo que es.En ese momento se abrió la puerta, era Donova quien los miró con una expresión de terror que al ver las lágrimas de Leonor se convirtió en rabia y corrió directo hacia Angus. —¿Qué le hiciste? —gritó él, los ojos cargados de furia y desesperación mientras lo tomaba por el cuello. Angus levantó sus manos y apartó las de Donova, su rostro im
Las luces doradas del vestíbulo del hotel bañaron a Falconer con un cálido resplandor cuando él y su compañera cruzaron el umbral. Por sus venas corría una energía nerviosa, un zumbido silencioso que amenazaba con traicionar su fría apariencia. Cuando entraron en la suite, lanzó una rápida mirada hacia ella, buscando una distracción, un tema, cualquier cosa que desviara su atención de lo que temía que se avecinaba.—Mira ese cuadro —dijo, señalando un remolino abstracto de colores en la pared—. Es... interesante —. Sus palabras se escaparon, sin entusiasmo.Ella apenas le dedicó una mirada. —Hmm —, murmuró ella sin comprometerse, con los ojos clavados en los suyos con una intensidad que lo dejó sin aliento.Cuando entraron en la intimidad de su habitación, el aire parecía cargado de una corriente eléctrica. El plan de distracción de Falconer se desmoronó como un castillo de arena en marea alta.—No perdamos tiempo —susurró con voz afectada por los efectos del alcohol.Pero antes de
—Gracias por traerme —le dijo Donova a Laudina.—No quiero dejarte sola, quizás puedas necesitarme —manifestó el chico sin poder evitar el tono de preocupación en su mirada y ella sonrió con un leve brillo en sus ojos que trascendía a través de su tristeza.—No te preocupes, si llegó a necesitarte, te prometo que no dudaré en llamarte —le tomó el brazo y se lo acarició con suavidad sin ninguna doble intención, se notaba que ese gesto no era más que una señal de agradecimiento.Donova estaba a punto de declarársele, sin embargo, se detuvo al escuchar sus siguientes palabras.—Gracias por ser tan bueno conmigo, eres el mejor amigo que la vida me ha podido dar, sin ti de apoyo a mi lado, capaz me habría enloquecido… siempre has estado allí, la gente dice que entre un hombre y una mujer no puede existir una amistad verdadera, pero eso es porque no han visto nuestra entrañable amistad… gracias —le dijo y besó con suavidad su mejilla.Donova se fue con una sensación agridulce en su interior
El olor estéril del hospital llenó las fosas nasales de Leonor mientras la conciencia volvía a su cansada mente. Unos tubos serpenteaban por su brazo y un líquido transparente le devolvía lentamente la vida a través de sus venas. Su padre estaba sentado junto a la cama, con las manos entrelazadas en una oración silenciosa y los ojos clavados en su figura inmóvil.Ella se agitó, cuando sus párpados se abrieron, revelando unos ojos de color verde que inmediatamente encontraron la figura ansiosa a su lado. Su respiración se entrecortó, un signo audible de esperanza. Leonor observó a su padre, las líneas de preocupación grabadas profundamente en su rostro, la arruga en su frente más pronunciada de lo que recordaba.—Leonor —, susurró, con la voz quebrada por la emoción.Ella se dio la vuelta, sus movimientos lentos y deliberados, su mirada descansando ahora en la pared en blanco. Una sola lágrima se escapó de sus ojos, recorriendo su mejilla. Se la secó apresuradamente, pero su compostu