Los días fueron pasando y Angus se dio a la tarea de conquistar a Leonor, todas las mañanas, antes de irse en la oficina, le compraba el desayuno y se lo llevaba, y la acostumbró a esperar ansiosa cada día su llegada, con la anticipación de un niño en Navidad.Por las tardes, después de sus respectivos trabajos, Angus se iba a la casa de Leonor y le preparaba la cena mientras Leonor se relajaba en el sillón. Y después de cenar, se sentaron en el sofá.—¿Puedes permitirme tocar a nuestra niña? —ella lo dudó por un momento, pero luego asintió.Él llevó su mano a su vientre y comenzó a acariciarle con suavidad, cuando sintió sus manos en su piel, contuvo un gemido y apretó sus labios con fuerza.Esto se fue haciendo rutina, y cuando ella se quedaba dormida, la llevaba a la cama y luego se despedía, no sin antes besar su frente. Durante varios meses hicieron lo mismo, hasta que uno de esos días, ella le pidió lo que hace tiempo estaba esperando Angus con ansiedad.—¿Puedes quedarte? —le
Los días siguientes la casa de Leonor se convirtió en un sinfín de actividad, Angus terminó mudándose a la mansión, a una habitación al lado de la de su hija, así que cuando la escuchaba llorar, era el primero en levantarse, luego de cambiarle el pañal, se la llevaba a Leonor para que la amamantara.Al llegar a la habitación, ella estaba a punto de pararse.—Sabes que no es necesario que lo hagas, no quiero que te levantes, yo puedo encargarme de atenderla, tú te encargas de alimentarla cuando te la traiga —le decía Angus cariñosamente.Sin embargo, ella no podía hacer nada porque era automático, levantarse al apenas escuchaba el llanto de su hija. Mientras Angus la veía alimentar a su hija, no podía evitar que sus ojos las mirara con adoración, la pequeña cara arrugada de Andrea, llenaba su corazón de absoluto gozo. Angus la tomó en sus brazos y comenzó a sacarle los gases, mientras sus dedos acariciaban el diminuto mechón de pelo oscuro en la cabeza de la niña.—Es tan pequeña —sus
El silencio de regreso fue tétrico, ella estaba por completo molesta, mientras Angus la miraba divertido y eso la hizo enojar más, pero se mantenía en silencio porque no quería discutir frente a su pequeña, pero cuando llegaron a la casa que bañaron a Andrea, otro fue el cuento.—Creo que ya puedes irte a tu propia casa, ya me he acostumbrado a su rutina y no creo que te necesite ya —dijo seriamente.—Ya veo que esto es un berrinche.—Esto no es ningún berrinche, solo no quiero molestar cuando te consigues esas jovencitas tan encantadoras —pronunció con sarcasmo.—Pues… gracias por tu consideración, pero no me gusta ninguna jovencita, sino otra mujer, una que llevo amando por años y que no lo sabía —aunque se estaba refiriendo a ella, no le dio ninguna explicación, por lo que ella pensó que se trataba de alguien más.—Espero que seas feliz, viejo, verde y coqueto.Dicho eso se fue, Angus respiró hondo y tan como se lo pidió terminó regresándose a su casa.Los días fueron pasando, lueg
—Así que ese es tu tormento —dijo Irma con una medida sonrisa.—Yo voy a buscar a mi mamá —Andrew expresó levantándose para ir a buscarla, pero su padre lo detuvo.—No, deja que me encargue yo de hablar con esa mujer de una vez y la voy a encerrar, no la dejaré salir hasta que no entienda de una vez por todas, lo único que voy a pedirles es que cuiden a la pequeña Andrea.Angus corrió detrás de ella, la alcanzó justo cuando estaba abriendo la puerta del auto.—Andrea, cariño, ve a la casa con tu hermano y los niños, necesito hablar con tu madre.—Andrea, nena, no te vayas, que nos vamos —exigió Leonor, y la niña miraba de un lado a otro sin saber qué hacer.Angus se acercó a la pequeña acuclillándose a su altura.—Ve mi niña, todo estará bien.La pequeña miró a su madre una vez más y salió corriendo a la casa, donde la estaba esperando Claudia en la puerta.Leonor suspiró, mirando a Angus molesta.—Eres el peor de los traidores, montándome los cuernos con ella —espetó y él levantó las
Dos semanas después. En el jardín de la casa, en una alfombra hecha de pétalos, caminaba Leonor del brazo de su hijo, mientras la pequeña Andrea abría el cortejo nupcial lanzando pétalos de flore de un lado a otro, seguidas de los pequeños Óscar y Alanis, quienes llevaban los anillos, sin dejar de sonreír felices.En el altar, Claudia esperaba con Angus, quien miraba a Leonor como si ella fuera una diosa y él un simple adorador de su belleza. La mujer lucía resplandeciente, a sus cuarenta y nueve representaba mucho menos y la maternidad le había sentado de maravilla, tanto que su rostro resplandecía con un brillo especial. Lucía un vestido sencillo, pero elegante, que acentuaba su esbelta figura.Llegó al altar y Andrew, la entregó con orgullo a Angus. Los ojos del hombre brillaban con una ternura que solo incrementaba el amor que Leonor sentía por él.Con una sonrisa llena de amor en su rostro, Angus tomó las manos de Leonor en las suyas. Las palabras del sacerdote apenas llegaban a
Claudia estaba en la habitación principal de la grandiosa mansión de su marido; en ese momento, parecía una fortaleza de soledad y silencio. Tomó la prueba de embarazo y dos líneas le devolvían la mirada, confirmando su mayor deseo y su miedo más profundo. “Estaba embarazada”.Su corazón palpitó con fuerza contra su caja torácica, como un pequeño eco de la nueva vida que llevaba dentro. El sonoro reloj la devolvió a la realidad y le recordó que ya estaba tarde, porque ya era hora de que su marido regresara del trabajo y no le tenía la cena lista. Si no le tenía la comida preparada, se molestaría, y justo en ese momento no quería enojarlo.Bajó con rapidez y se fue a la cocina, donde comenzó a preparar la cena. Sin embargo, mientras cortaba las verduras con precisión mecánica, sus ojos se nublaron por una tempestad de preocupación que oscurecía su mirada avellana, normalmente radiante.—¡Claudia! ¿Dónde estás? —escuchó el grito de su marido desde el patio caminando hacia la entrada.S
Javier llamó al 911 con enfado y pidió una ambulancia; los paramédicos no tardaron en llegar. —Señor Cáceres, ¿Qué le ha pasado a su esposa? —preguntó uno de ellos. —Estaba sirviendo los platos, y se le derramó una sopa y terminó arrastrando el mantel con ella y se cayó. ¡Ella es una torpe! Claudia se mantuvo en silencio, mientras la trasladaban al hospital. De inmediato le hicieron una revisión, mientras ella esperaba el anuncio del médico, el aroma estéril del hospital se mezcló con el sabor metálico de la sangre que persistía en su boca, mientras yacía en la camilla, en marcado contraste con la cálida fragancia de la cena que había servido momentos antes. En ese momento vio al médico llegar y se aferró a su mano sin poder contener la angustia que palpitaba dolorosamente en su pecho. —Doctor, por favor, ¿cómo está mi hijo? —preguntó en tono suplicante. Y aunque en su interior, la esperanza se mantenía viva, la mirada del hombre debió haberle indicado la noticia que le daría.
Los dedos de Claudia temblaron ligeramente al soltar la manta blanca y estéril que había sido su mortaja durante demasiados días en el frío y antiséptico abrazo del hospital. El olor estéril seguía pegado a ella, un cruel recordatorio de vulnerabilidad, pero la determinación de sus ojos contaba una historia diferente, una historia de renacimiento. Consiguió un vestido que se colocó como si fuera una armadura, un traje a la medida que la abrazaba en todos los lugares adecuados, no solo para impresionar, sino para recuperar su sentido de sí misma. Había llamado a su marido y le pidió que se vieran en el despacho del abogado, por eso cuando caminó hasta allá la estaba esperando. La miró con sorpresa. —¿Estás segura de esto? —le preguntó su marido, con una voz mezcla de preocupación y desdén. Claudia lo miró con determinación y respondió.:—Ya he sufrido demasiado en este matrimonio, Javier. Es hora de que ambos sigamos adelante por caminos separados. Así que no voy a echarme para atr