Los dedos de Claudia temblaron ligeramente al soltar la manta blanca y estéril que había sido su mortaja durante demasiados días en el frío y antiséptico abrazo del hospital.
El olor estéril seguía pegado a ella, un cruel recordatorio de vulnerabilidad, pero la determinación de sus ojos contaba una historia diferente, una historia de renacimiento.Consiguió un vestido que se colocó como si fuera una armadura, un traje a la medida que la abrazaba en todos los lugares adecuados, no solo para impresionar, sino para recuperar su sentido de sí misma.Había llamado a su marido y le pidió que se vieran en el despacho del abogado, por eso cuando caminó hasta allá la estaba esperando. La miró con sorpresa.—¿Estás segura de esto? —le preguntó su marido, con una voz mezcla de preocupación y desdén.Claudia lo miró con determinación y respondió.:—Ya he sufrido demasiado en este matrimonio, Javier. Es hora de que ambos sigamos adelante por caminos separados. Así que no voy a echarme para atrás —respondió ella, armándose de valor con una respiración que llenó sus pulmones con la promesa de la libertad.—Ya verás que te vas a arrepentir toda la vida de esta decisión que estás tomando, y cuando te acerques de nuevo a mí con el rabo entre las piernas, no te aceptaré de nuevo en mi vida.—Ya veremos —dijo ella con una sonrisa.El chasquido de sus zapatos de tacón sobre el suelo pulido resonaba como un metrónomo que marcaba los últimos momentos de su matrimonio. Se sentó rígida en la silla de cuero; cada línea de su postura marcaba la determinación que la recorría.Pasaron al despacho del abogado y apenas se sentaron las palabras, salieron de su boca con seguridad.—Quiero el divorcio más rápido que pueda tramitar —dijo, y su voz cortó el aire como un cuchillo.—¿Tienen hijos? —preguntó el abogado y ella negó con la cabeza, sin ocultar la expresión de tristeza por el hijo que había perdido—. ¿Tienen más de tres meses de casados?—Más de tres años —respondió.—Entonces, con el divorcio notarial será suficiente —dijo el abogado, ajustándose las gafas —. Si ambos están de acuerdo, claro.—Estamos —le aseguró ella, con una inclinación de cabeza más decidida que nunca.—Los espero mañana, en la Notaría Garcés Ortiz.Al día siguiente, en la notaría, Claudia estaba de pie, una visión de dignidad y fuerza. Su reflejo en la puerta de cristal le sonreía, vestida impecablemente, con el pelo cayendo en suaves ondas, un ave fénix resurgiendo de las cenizas de la desesperación."Listo para un nuevo comienzo", se susurró a sí misma, como una promesa silenciosa.Sin embargo, cuando entró al despacho del notario, se quedó atónita al ver a Javier acompañado por una mujer encantadora, que lo abrazaba con cariño.Claudia no pudo evitar sentir un nudo en el estómago y una oleada de confusión. ¿Quién era esa mujer y por qué estaba allí con Javier? ¿Acaso no sentía vergüenza? ¡Aún eran esposos! Estaban cogidos de la mano, un cuadro íntimo que la arañaba por dentro.—¿Qué significa esto, Javier? Te cuento que aún sigues siendo mi esposo —expresó, con voz firme, a pesar de la tormenta que se desataba en su interior.—Fácil querida, porque después de nuestro divorcio, me casaré inmediatamente con ella, una mujer que vale la pena y que me va a dar el hijo que tú me ha negado, por eso me casaré ante notario —anunció él, como si declarara el siguiente movimiento en una partida de ajedrez que creía estar ganando.Los ojos de la nueva mujer se clavaron en Claudia, brillantes de victoria, con una sonrisa de burla, y, sin embargo, Claudia sintió como una sorprendente calma que se apoderó de ella.—Continuemos —dijo simplemente, dando la espalda a la pareja y concentrándose en el papeleo que cortaría los lazos que la habían atado a él durante todo ese tiempo.Con cada trazo del bolígrafo, se desprendía una parte del peso que la había anclado a un matrimonio sin amor. Cuando firmó el último documento, una exhalación silenciosa escapó de sus labios; no fue una alegría, sino un susurro de alivio.—Al fin libre —pronunció, la palabra, como un talismán contra los años de dolor.Cuando Claudia se acercó a la puerta, dispuesta a entrar en su nueva vida, esta se abrió y apareció un hombre cuya presencia parecía dominar la habitación, como si fuera el dueño del lugar, sus rasgos severos, pero con un rostro tan hermoso y perfecto que parecía esculpido a mano. Era tan guapo que casi chocaba con la solemnidad de la notaría.Su mirada recorrió la sala antes de encontrar y retener la de ella. Sus pasos decididos lo llevaron directamente hasta donde ella estaba, sus ojos parpadearon intrigados cuando se posaron en los papeles del divorcio que ella tenía en las manos.—¿Acabas de divorciarte? —preguntó el hombre con voz de barítono suave que resonó con una calidez inesperada—. ¡Porque yo vine a casarme!Claudia lo miró, sintiendo cómo las últimas cadenas de su pasado se desintegraban bajo la intensidad de su mirada.El resplandor estéril de los fluorescentes parpadeaba en lo alto, proyectando una luz implacable sobre el suelo de barnizado de la oficina notarial. Podía sentir la frialdad del espacio calándole hasta los huesos, un duro contraste con el calor que enrojecía sus mejillas mientras se enfrentaba a él con la incredulidad ardiendo en los ojos.—¿Qué tiene eso que ver contigo? —. Las palabras salieron a borbotones, mezcladas de ira y confusión— ¿Acaso mi exmarido te envió a burlarte de mí?Su mirada se clavó en la de él, buscando una respuesta, cualquier indicio de engaño o burla en su estoica conducta.Pero el hombre permaneció impasible, con una expresión tallada en piedra. —¿Tienes un trabajo? ¿Tienes a dónde ir? —insistió, ignorando sus acusaciones como si fueran moscas a las que espantar.Su sorpresa ante la pregunta se manifestó en un fuerte suspiro. ¿Cómo lo sabía? Su mirada perspicaz la inquietó; parecía clavarse en su alma, leyendo su agitación con una facilidad desconcertante.
Andrew no podía quedarse tranquilo frente a la humillación que le acababa de hacer ese hombre a quien ahora era su esposa, le enseñaría a respetarla, así que le pidió a Claudia que lo esperara y caminó de nuevo al interior de la oficina.Sus nudillos estaban blancos, en marcado contraste con los tonos cada vez más oscuros de la tarde, mientras giraba sobre sus talones y se dirigía hacia Javier con el inconfundible paso de un depredador. Con un movimiento rápido, nacido de un manantial de desprecio enconado, Andrew le asestó un puñetazo contundente en la cara del exmarido de Claudia. —¡Maldita sea, pedazo de loco! ¿Qué estás haciendo? —gritó Javier histérico y enseguida Andrew le emparejó la otra mejilla, dejándole dos cardenales en la cara.Las palabras de Javier se interrumpieron ante el segundo impacto, que le hizo caer de bruces contra el suelo como si se tratara de un pesado animal, un coro de risas estalló entre los espectadores, cuya diversión fue una humillante serenata a su
La pregunta de Claudia flotaba en el aire, un peso invisible que hacía retroceder a Andrew a lo largo de los años. Con la mirada desenfocada, ya no estaba sentado frente a ella, frente a un vehículo, sino en el inicio de la edad adulta, con los rostros severos de sus padres, empujándole hacia la independencia.—Te hará bien —le había dicho su padre, con voz carente de calidez—. Irte lejos de nosotros, te enseñará lo que es la vida real, así podrás madurar y ser responsable, para cuando te toque asumir las riendas de las empresas de la familia.Así que terminó cediendo, pero su partida no iba acompañada de dinero, solo de expectativas tan pesadas como para aplastarle.Andrew se removió incómodo, sus dedos acariciando distraídamente el capó del coche. Por aquel entonces era un hombre larguirucho, desgarbado, que aún no había adquirido la confianza y la estatura que le llegarían con los años.En ese entonces, su cuerpo no ayudaba, recordó los ángulos agudos de sus articulaciones, la form
Claudia se quedó pensativa, mientras una suave brisa mecía sus cabellos, pero su mente era una tempestad, agitada por las dos palabras que acababan de atronar en su conciencia. Davis Boss.—La familia más poderosa del país —murmuró para sí misma, con voz apenas audible por encima del susurro de las hojas. Movió la cabeza de manera negativa, el linaje de los Davis Boss era materia de leyendas, susurradas en voz baja en los salones de mármol del poder. Se decía que ejercían influencia tal como los reyes de antaño, y que a su mando se encontraba un heredero varón solitario, envuelto en el misterio, cuya vida era un secreto cuidadosamente guardado hasta que tomara las riendas del imperio.El corazón de Claudia martilló con fuerza contra su caja torácica; la posibilidad se desplegaba como una flor oscura en su mente. Andrew, ¿podría ser realmente el hijo de los Davis Boss? La idea parecía ridícula; el hombre que ella había conocido no se veía prepotente, aunque sí emanaba cierto aire de
Al día siguiente, el sol matutino proyectaba largas sombras sobre el pavimento agrietado cuando Claudia salió por la puerta de la casa de su amiga, con decenas de mensajes sobre las facturas de gastos médicos. Su respiración formaba nubes de ansiedad en el aire frío mientras se dirigía al hospital. Cada exhalación es una plegaria silenciosa para tener más tiempo: tiempo para pagar, tiempo para respirar, tiempo para pensar. Había hecho hasta lo imposible por pagar, pero cada día todo se le ponía a cuestas. Hacía tiempo que el olor estéril del hospital había dejado de perturbar a Claudia; ahora resultaba casi reconfortante por su familiaridad. Se detuvo frente a la habitación de su madre, preparándose para la conversación que estaban a punto de tener, o mejor dicho, la que ella había planeado tener. La tela de su abrigo se sintió rígida contra su piel mientras se envolvía en él un capullo protector contra el frío de los pasillos y la carga de sus secretos. —Mamá — empezó Claudia suave
Claudia dudó solo por segundos.—Ah no te preocupes mamá, alguien me prestó algo de dinero, además, ya se venció el plazo del dinero que teníamos depositado en el banco a plazo fijo.Dejó a su madre en la habitación y salió con el médico, le hizo la pregunta que estaba rondando en su mente desde que supo que la factura estaba pagada.—Puede decirme ¿Quién pagó? —interrogó y el doctor negó con la cabeza. —No tengo esa información, pero lo han mandado a pagar con dinero en efectivo, parecía que no quisieran revelar su identidad —contestó el médico. —Gracias —murmuró, aún sumida en sus pensamientos, mientras se alejaba del médico y se dirigía de nuevo a la habitación de su madre ¿Sería su nuevo esposo?Al día siguiente, el tenue zumbido de las luces golpeó en los ojos de Claudia, quien, sentada en una silla, permanecía al lado de la cama de su madre. Miraba cómo subía y bajaba su pecho, ajado por la edad y la enfermedad. —Deberías irte ya con tu esposo, no quiero que tengas problemas p
Claudia estaba petrificada al ver a Andrew parado ante ella un aura de determinación rodeando su figura imponente, y no podía creer que él siguiera insistiendo. No entendía por qué ese empecinamiento que tenía con ella, habiendo tantas mujeres en el mundo.—¿Qué es lo que ves en mí? ¿Por qué tengo que gustarte? —preguntó Claudia, incapaz de ocultar la sorpresa y la sospecha que agitaban su voz—. Un hombre como tú... podría tener a cualquier mujer a su disposición —expresó mientras su corazón latía con fuerza contra su pecho, cada golpe resonando como un eco de sus palabras.Andrew dio un paso hacia adelante, reduciendo la distancia entre ellos con una confianza inquebrantable. —Sencillo… porque no quiero a cualquier mujer —dijo con una voz calmada, aunque ronca y llena de pasión—. Te quiero a ti, Claudia. Solo a ti, no deseo a ninguna otra.La intensidad de su mirada atrapó la de ella, como si pudiera ver directamente en su alma y su voz provocó que su piel se erizara y una extraña
Claudia sintió un ardor punzante en sus rodillas, pero su orgullo la impulsó a levantarse rápidamente. El rostro de Javier enrojeció con una furia venenosa, su dedo se clavó en el montón de pertenencias esparcidas por el frío suelo. —¡Estas son tus cosas, tómalas y lárgate! ¡Te deseo felicidad a ti y a tu nuevo cónyuge, cariño! —bramó Javier con sarcasmo, cortando el aire tenso, tomando de nuevo las cosas y arrojándolas a los pies de Claudia.Ella estaba a punto de responder con una furia que ardía en su interior cuando, de repente, un hombre alto y musculoso corrió hacia ellos. Era Andrew, quien había estado observando la escena desde la distancia. Sin perder tiempo, se interpuso entre Claudia y Javier, con una mirada desafiante en sus ojos.Con la mandíbula apretada, se acercó a Javier y sus rostros quedaron a escasos centímetros. —¡Maldit0 infeliz! ¡Retira tus palabras! —exigió Andrew, con un gruñido grave en la voz—. No permitiré que ofendas a mi mujer. Así que retracte de lo c