El resplandor estéril de los fluorescentes parpadeaba en lo alto, proyectando una luz implacable sobre el suelo de barnizado de la oficina notarial. Podía sentir la frialdad del espacio calándole hasta los huesos, un duro contraste con el calor que enrojecía sus mejillas mientras se enfrentaba a él con la incredulidad ardiendo en los ojos.
—¿Qué tiene eso que ver contigo? —. Las palabras salieron a borbotones, mezcladas de ira y confusión— ¿Acaso mi exmarido te envió a burlarte de mí?
Su mirada se clavó en la de él, buscando una respuesta, cualquier indicio de engaño o burla en su estoica conducta.
Pero el hombre permaneció impasible, con una expresión tallada en piedra.
—¿Tienes un trabajo? ¿Tienes a dónde ir? —insistió, ignorando sus acusaciones como si fueran moscas a las que espantar.
Su sorpresa ante la pregunta se manifestó en un fuerte suspiro. ¿Cómo lo sabía? Su mirada perspicaz la inquietó; parecía clavarse en su alma, leyendo su agitación con una facilidad desconcertante.
Antes de que pudiera responder, sus dedos rodearon su muñeca, un tacto firme e inesperadamente cálido y tiró de ella a través de varias parejas que esperaban su turno y la funcionaria que estaba en el mostrador de información.
—Señora, por favor, queremos tener un matrimonio notarial —dijo el recién llegado, que levantó la vista con una sonrisa practicada, imperturbable por lo repentino de su acercamiento.
—¡Estás loco! ¡No estoy de acuerdo! —protestó ella, alzando la voz en medio del murmullo de la actividad burocrática.
Su mente bullía de objeciones, pero las palabras se le enredaban en la garganta mientras intentaba apartarse. Fue entonces cuando vio a su exmarido acercándose con una sonrisa de suficiencia dibujada en el rostro.
—¿Casarte justo después de divorciarte? —se burló, con un volumen de voz que hizo girar cabezas—, así que resultaste no ser más que una zorra, que me engañabas con otro hombre ¡No eres más que una perra!
La acusación le dolió como una bofetada, el corazón le golpeó la caja torácica, la vergüenza y la rabia se enfrentaron en su interior.
La tomó por el brazo y la sacudió con violencia.
—Respóndeme ¿Desde cuándo me estabas siendo infiel?
Sus dedos se clavaron en sus brazos, mientras que sus palabras se clavaron en ella, retorciéndose en sus entrañas como un filoso cuchillo, ella se sintió pequeña bajo el peso de sus palabras, su recién descubierta rebeldía desmoronándose.
Se encaró hacia el hombre que estaba a su lado, el desconocido lo empujó con fuerza, liberando a Claudia de su agarre y volvió a tomar la muñeca de la mujer.
—Hermano, te aconsejo que no te cases con ella. No es más que una puta, así como me fue infiel a mí contigo, te lo hará con otro —expresó tratando de congraciarse con el hombre.
Su desprecio era palpable, una nube tóxica en el aire entre ellos.
—Quién esté con ella le irá mal.
Una oleada de humillación la invadió. Quería gritar, negarlo todo, pero su voz era un susurro ahogado que se perdía en el caos de la oficina. Sus ojos se desviaron hacia su futuro novio, con miedo y desesperación mezclados en su mirada. ¿Creería él las venenosas mentiras?
—No te involucres con esa insignificante mujer —continuó su exmarido y luego con una mirada de desprecio la recorrió—, no digas que no te lo advertí.
Las palabras de Javier, le hicieron tomar una decisión a Claudia y se giró hacia el hombre.
—Acepto casarme contigo… —hizo una pausa, porque no sabía su nombre y él terminó de presentarse.
—Andrew Davis. Ahora vamos a casarnos.
Ella cargaba lo que le pedían y anexó el certificado de divorcio, le entregaron los documentos al empleado quien los miraba de una manera indiferente mientras tomaba los papeles.
—Parece que todo está en orden —dijo sin levantar la vista de la pantalla del ordenador.
Se permitió un suspiro de alivio y miró de reojo entre la multitud. Su exmarido permanecía cerca de la entrada, un espectro inamovible, su presencia más opresiva que el silencio entre ellos.
Se suponía que debía marcharse, para concederle esta última dignidad, pero en lugar de eso, observaba, como un frío espectador, de su teatro privado de clausura.
—¿Podemos darnos prisa? —susurró ella, con una voz que apenas se distinguía del murmullo de las conversaciones en voz baja a su alrededor.
—Hay que seguir los procedimientos —respondió el empleado, ajeno o indiferente a su urgencia.
Veinte minutos después se oficiaba el matrimonio, un destello de luz captó su atención. Les habían hecho una foto, un intruso inoportuno que se apoderaba de un recuerdo que ella prefería olvidar.
El corazón se le estrujó al ver el certificado de matrimonio que tenía ahora en las manos, un símbolo de una nueva vida.
Concluido el proceso, se aferró a la normalidad cogiendo del brazo a su nuevo esposo. Caminaron hacia la salida, sus pasos impulsados por la necesidad de escapar de la gravedad de su pasado.
Justo cuando se acercaba al umbral, que prometía libertad, él se detuvo bruscamente y la soltó del brazo.
Sus ojos eran una tempestad de emociones cuando se volvió hacia ella, con el peso de las palabras no dichas colgando entre ellos.
—Espera un momento, hay algo que me muero por hacer —dijo, con una voz cargada de significado que ella no pudo ignorar.
Su corazón se aceleró, golpeando contra su caja torácica, mientras las preguntas arañaban su mente. ¿Qué iba a hacer? La expectación era algo vivo, ansioso y salvaje, que exigía respuestas que ella no estaba segura de querer oír.
Andrew no podía quedarse tranquilo frente a la humillación que le acababa de hacer ese hombre a quien ahora era su esposa, le enseñaría a respetarla, así que le pidió a Claudia que lo esperara y caminó de nuevo al interior de la oficina.Sus nudillos estaban blancos, en marcado contraste con los tonos cada vez más oscuros de la tarde, mientras giraba sobre sus talones y se dirigía hacia Javier con el inconfundible paso de un depredador. Con un movimiento rápido, nacido de un manantial de desprecio enconado, Andrew le asestó un puñetazo contundente en la cara del exmarido de Claudia. —¡Maldita sea, pedazo de loco! ¿Qué estás haciendo? —gritó Javier histérico y enseguida Andrew le emparejó la otra mejilla, dejándole dos cardenales en la cara.Las palabras de Javier se interrumpieron ante el segundo impacto, que le hizo caer de bruces contra el suelo como si se tratara de un pesado animal, un coro de risas estalló entre los espectadores, cuya diversión fue una humillante serenata a su
La pregunta de Claudia flotaba en el aire, un peso invisible que hacía retroceder a Andrew a lo largo de los años. Con la mirada desenfocada, ya no estaba sentado frente a ella, frente a un vehículo, sino en el inicio de la edad adulta, con los rostros severos de sus padres, empujándole hacia la independencia.—Te hará bien —le había dicho su padre, con voz carente de calidez—. Irte lejos de nosotros, te enseñará lo que es la vida real, así podrás madurar y ser responsable, para cuando te toque asumir las riendas de las empresas de la familia.Así que terminó cediendo, pero su partida no iba acompañada de dinero, solo de expectativas tan pesadas como para aplastarle.Andrew se removió incómodo, sus dedos acariciando distraídamente el capó del coche. Por aquel entonces era un hombre larguirucho, desgarbado, que aún no había adquirido la confianza y la estatura que le llegarían con los años.En ese entonces, su cuerpo no ayudaba, recordó los ángulos agudos de sus articulaciones, la form
Claudia se quedó pensativa, mientras una suave brisa mecía sus cabellos, pero su mente era una tempestad, agitada por las dos palabras que acababan de atronar en su conciencia. Davis Boss.—La familia más poderosa del país —murmuró para sí misma, con voz apenas audible por encima del susurro de las hojas. Movió la cabeza de manera negativa, el linaje de los Davis Boss era materia de leyendas, susurradas en voz baja en los salones de mármol del poder. Se decía que ejercían influencia tal como los reyes de antaño, y que a su mando se encontraba un heredero varón solitario, envuelto en el misterio, cuya vida era un secreto cuidadosamente guardado hasta que tomara las riendas del imperio.El corazón de Claudia martilló con fuerza contra su caja torácica; la posibilidad se desplegaba como una flor oscura en su mente. Andrew, ¿podría ser realmente el hijo de los Davis Boss? La idea parecía ridícula; el hombre que ella había conocido no se veía prepotente, aunque sí emanaba cierto aire de
Al día siguiente, el sol matutino proyectaba largas sombras sobre el pavimento agrietado cuando Claudia salió por la puerta de la casa de su amiga, con decenas de mensajes sobre las facturas de gastos médicos. Su respiración formaba nubes de ansiedad en el aire frío mientras se dirigía al hospital. Cada exhalación es una plegaria silenciosa para tener más tiempo: tiempo para pagar, tiempo para respirar, tiempo para pensar. Había hecho hasta lo imposible por pagar, pero cada día todo se le ponía a cuestas. Hacía tiempo que el olor estéril del hospital había dejado de perturbar a Claudia; ahora resultaba casi reconfortante por su familiaridad. Se detuvo frente a la habitación de su madre, preparándose para la conversación que estaban a punto de tener, o mejor dicho, la que ella había planeado tener. La tela de su abrigo se sintió rígida contra su piel mientras se envolvía en él un capullo protector contra el frío de los pasillos y la carga de sus secretos. —Mamá — empezó Claudia suave
Claudia dudó solo por segundos.—Ah no te preocupes mamá, alguien me prestó algo de dinero, además, ya se venció el plazo del dinero que teníamos depositado en el banco a plazo fijo.Dejó a su madre en la habitación y salió con el médico, le hizo la pregunta que estaba rondando en su mente desde que supo que la factura estaba pagada.—Puede decirme ¿Quién pagó? —interrogó y el doctor negó con la cabeza. —No tengo esa información, pero lo han mandado a pagar con dinero en efectivo, parecía que no quisieran revelar su identidad —contestó el médico. —Gracias —murmuró, aún sumida en sus pensamientos, mientras se alejaba del médico y se dirigía de nuevo a la habitación de su madre ¿Sería su nuevo esposo?Al día siguiente, el tenue zumbido de las luces golpeó en los ojos de Claudia, quien, sentada en una silla, permanecía al lado de la cama de su madre. Miraba cómo subía y bajaba su pecho, ajado por la edad y la enfermedad. —Deberías irte ya con tu esposo, no quiero que tengas problemas p
Claudia estaba petrificada al ver a Andrew parado ante ella un aura de determinación rodeando su figura imponente, y no podía creer que él siguiera insistiendo. No entendía por qué ese empecinamiento que tenía con ella, habiendo tantas mujeres en el mundo.—¿Qué es lo que ves en mí? ¿Por qué tengo que gustarte? —preguntó Claudia, incapaz de ocultar la sorpresa y la sospecha que agitaban su voz—. Un hombre como tú... podría tener a cualquier mujer a su disposición —expresó mientras su corazón latía con fuerza contra su pecho, cada golpe resonando como un eco de sus palabras.Andrew dio un paso hacia adelante, reduciendo la distancia entre ellos con una confianza inquebrantable. —Sencillo… porque no quiero a cualquier mujer —dijo con una voz calmada, aunque ronca y llena de pasión—. Te quiero a ti, Claudia. Solo a ti, no deseo a ninguna otra.La intensidad de su mirada atrapó la de ella, como si pudiera ver directamente en su alma y su voz provocó que su piel se erizara y una extraña
Claudia sintió un ardor punzante en sus rodillas, pero su orgullo la impulsó a levantarse rápidamente. El rostro de Javier enrojeció con una furia venenosa, su dedo se clavó en el montón de pertenencias esparcidas por el frío suelo. —¡Estas son tus cosas, tómalas y lárgate! ¡Te deseo felicidad a ti y a tu nuevo cónyuge, cariño! —bramó Javier con sarcasmo, cortando el aire tenso, tomando de nuevo las cosas y arrojándolas a los pies de Claudia.Ella estaba a punto de responder con una furia que ardía en su interior cuando, de repente, un hombre alto y musculoso corrió hacia ellos. Era Andrew, quien había estado observando la escena desde la distancia. Sin perder tiempo, se interpuso entre Claudia y Javier, con una mirada desafiante en sus ojos.Con la mandíbula apretada, se acercó a Javier y sus rostros quedaron a escasos centímetros. —¡Maldit0 infeliz! ¡Retira tus palabras! —exigió Andrew, con un gruñido grave en la voz—. No permitiré que ofendas a mi mujer. Así que retracte de lo c
La gran puerta de roble se cerró con estrépito detrás de Andrew cuando entró en el frío familiar del vestíbulo con suelo de mármol. El mayordomo, una figura estoica con una postura impecable, se le acercó de inmediato, sin que su rostro revelara nada.—¿Dónde está ella? ¿La instalaste en mi habitación? —. La voz de Andrew tenía un trasfondo de urgencia.—Señor, la ubiqué al lado de su habitación —respondió el mayordomo, con palabras cuidadosas y mesuradas. Vio cómo Andrew fruncía el ceño y una sombra inconfundible de molestia cruzaba sus facciones.—¿Por qué? Te pedí expresamente que la instalaras en mi habitación. ¡¿Qué pasó para que me llevaras la contraria?! —inquirió su tono, delataba su descontento.—Señor, no quise llevarle la contraria, es que la señora Claudia no me dejó otra opción —comenzó el mayordomo, poniéndose rígido—. Tan pronto como supo que compartiría la habitación con usted, y cuando vio todo lo que tenía esa habitación para ella, se asustó y se rehusó a quedarse a