La gran puerta de roble se cerró con estrépito detrás de Andrew cuando entró en el frío familiar del vestíbulo con suelo de mármol. El mayordomo, una figura estoica con una postura impecable, se le acercó de inmediato, sin que su rostro revelara nada.—¿Dónde está ella? ¿La instalaste en mi habitación? —. La voz de Andrew tenía un trasfondo de urgencia.—Señor, la ubiqué al lado de su habitación —respondió el mayordomo, con palabras cuidadosas y mesuradas. Vio cómo Andrew fruncía el ceño y una sombra inconfundible de molestia cruzaba sus facciones.—¿Por qué? Te pedí expresamente que la instalaras en mi habitación. ¡¿Qué pasó para que me llevaras la contraria?! —inquirió su tono, delataba su descontento.—Señor, no quise llevarle la contraria, es que la señora Claudia no me dejó otra opción —comenzó el mayordomo, poniéndose rígido—. Tan pronto como supo que compartiría la habitación con usted, y cuando vio todo lo que tenía esa habitación para ella, se asustó y se rehusó a quedarse a
Ella no le respondió, su silencio era un abismo entre ellos. Esperó paciente alguna reacción de su parte, una respuesta, pero esta no llegó. Con un empujón que contenía toda la frustración y el resentimiento acumulados, lo apartó de su lado, se deshizo de su presencia, iba a salir corriendo, pero otra vez él se lo impidió, sosteniéndola por el brazo.—No te vayas sin responderme —susurró Andrew con tono ronco, sin dejar de observarla.La pregunta de Andrew había quedado resonando en el interior de Claudia, con tal intensidad que le resultaba desconcertante. Ella se sintió abrumada por la mirada de él, que parecía buscar desesperadamente una respuesta en sus ojos. Sin embargo, por más que intentó recordar, no pudo encontrar ninguna conexión con el hombre que tenía frente a ella.Claudia se apartó de Andrew, retrocediendo unos pasos. Su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas. Su mente estaba en un torbellino mientras intentaba procesar todo lo que había descubierto en las últ
La puerta de cristal se estrelló contra la pared mientras Javier salía hecho una fiera de las instalaciones de la empresa Davis. Su respiración era un torbellino furioso, igual que la tormenta que se desataba en su interior. Cruzó el aparcamiento a grandes zancadas, y sus ojos inyectados en sangre, reflejando cada destello de ira que chisporroteaba por sus venas, se sentía como un volcán que estaba a punto de erupción.Sabía que había perdido la oportunidad de salvar a su empresa y que Andrew Davis había arruinado sus planes. Pero Javier era un hombre determinado y no estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados.Llegó a su auto un sedán negro que parecía esperarlo con la paciencia de un cómplice en la huida. Se dejó caer en el asiento del conductor y, antes de poder procesar un pensamiento coherente, sus puños arremetieron de manera continua contra el volante. El cuero crujió bajo el castigo, cada golpe acompañado por un torrente de maldiciones dirigidas hacia Andrew Davis.—¡Mal
Lo que ocurrió pasó en escasos segundos, el restaurante se sumió en un silencio momentáneo, roto únicamente por la respiración entrecortada de Eloísa, quien había quedado completamente atónita ante la petición de Claudia. Los ojos de Javier se desviaron entre su exesposa y su actual esposa, sintiéndose atrapado en un dilema. Eloísa, aún en estado de shock, no sabía cómo reaccionar ante la demanda de Claudia. Su orgullo herido y su ira se entremezclaron mientras miraba a Javier en busca de una respuesta. Por su parte, Claudia mantuvo la compostura, observando a ambos con una expresión serena en el rostro. Finalmente, el golpe resonó en el restaurante, un sonido seco y brutal que pareció hacer eco en las paredes desnudas. Javier, con la mano aún suspendida en el aire, no mostró arrepentimiento alguno en su rostro endurecido, mientras Eloísa retrocedió un paso, llevándose una mano a la mejilla enrojecida. Por su parte, Claudia lo miró con frialdad. —De verdad que no tienes límites,
Al día siguiente, Andrew tomó el teléfono con resignación, aunque no le gustaba la idea de ayudar a Javier, lo haría para cumplir con la petición de Claudia. Él marcó el número de uno de los abogados de su empresa, escuchó los tonos distantes hasta que una voz firme resonó al otro lado de la línea. —Ese contrato que rompí… prepáralo otra vez, lo más pronto posible —dijo sin preámbulos—, lo firmaré. No bien colgó, un insistente zumbido lo sacudió, giró la vista y se dio cuenta de que su celular vibraba sobre la mesa de caoba. Cuando vio en el identificador de llamada de quién se trataba, se dio cuenta de que se avecinaba una terrible tormenta. —¿Madre? —contestó con cautela, pero antes de poder procesar una respuesta, las palabras cargadas de indignación llenaron sus oídos. —¡Andrew! ¿Dime que no es cierto lo que están diciendo? ¿Te casaste con una mujer... divorciada? ¡Te juro que no puedo creerlo! Tanto que me he esmerado por escoger a tu futura esposa, para que termines enredad
Javier apretó sus manos con fuerza, su furia bullendo como una olla de presión a punto de explotar, porque según él, Claudia no lo había apoyado en el momento más crucial de su vida. Sin embargo, no perdía la esperanza de que la madre de Andrew le hiciera pasar a su ex un mal rato por no ser la nuera ideal, pero ese castigo se le antojaba demasiado leve, quería algo más. Ansiaba una venganza más personal, más directa. Y nada heriría más a Claudia que ver destrozada la imagen idílica que su madre guardaba de ella, eso la haría realmente infeliz. Con el ceño fruncido y el rostro endurecido por la determinación, Javier decidió dirigirse al hospital para cumplir con lo pensado, así que no tardó en subir a su auto y conducir hasta allá.El aire del pasillo del hospital rozó su piel como una brisa helada al avanzar con paso decidido hacia la habitación de la madre de Claudia. Al entrar, la encontró recostada, pálida y frágil, pero con esa mirada penetrante que siempre le había incomodado.
Claudia observó a la pareja desaparecer detrás de las puertas del ascensor, un cosquilleo indiscreto floreciendo en su estómago. Observó con una mezcla de curiosidad y diversión cómo la pareja se alejaba, no pudo evitar un fresquito de satisfacción por la inesperada coincidencia que había presenciado. Aunque en realidad no le importaba la vida de su exmarido, la ironía de la situación era demasiado dulce para despreciarla, no pudo evitar que una sonrisa pícara se dibujara en sus labios. Era como si una pequeña venganza se hubiera manifestado ante sus ojos. Sabía que, en circunstancias similares, cualquier mujer en su lugar habría actuado exactamente igual o peor, quizás lo grabaría, tomaría fotografías y lo subiría en las redes sociales. Sin embargo, Claudia no tenía la intención de tomar esa ruta. Pero su curiosidad la empujó a acercarse a la recepción del hotel para averiguar más.—Disculpe —, comenzó a decir con un tono de disculpa que apenas disfrazaba su verdadero interés—, ver
El corazón de Javier martilló contra su pecho, cada latido era un tambor discordante que le empujaba hacia delante mientras salía corriendo del hospital y entraba por la puerta giratoria del hotel. Apenas percibió el opulento vestíbulo mientras se dirigía a los ascensores, con los ecos de las palabras de Claudia resonando en su mente. Su respiración era entrecortada cuando llegó a la cuarta planta, el pasillo enmoquetado amortiguó el sonido de sus urgentes pasos.Se detuvo ante la habitación 403, con la mano cerca del timbre al lado de la puerta. Una parte de él quería llamar, enfrentarse a lo que hubiera más allá con la ferocidad de su pulso acelerado. Pero la razón se abrió paso a través de su desesperación, recordándole lo absurdo que sería.En su lugar, su mirada se posó en una camarera que empujaba un carrito cargado de sábanas limpias y artículos de tocador en miniatura. Con un aire de determinación que contradecía su confusión interna, Javier se acercó a ella. —Necesito entra